lunes, 26 de octubre de 2015

Los mandamientos



Trigésimo primero Domingo del tiempo ordinario B
 
Evangelio según san Marcos, 12, 28b - 34.
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
— ¿Qué mandamiento es el primero de todos?
Respondió Jesús:
— El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento mayor que éstos.
El escriba replicó:
— Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
—No estás lejos del reino de Dios.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
 
- Buenos días, Maestro, pensaba, mientras venía de camino, que hace muy poco tiempo hemos leído este mismo evangelio, ¿puede ser?
 
- Buenos días, amigo mío, bienvenido a esta tu humilde casa. Respira hondo y cuando dejes de resollar,  siéntate y hablaremos del evangelio de hoy.
 
El joven hizo alguno de los ejercicios acostumbrados para normalizar la respiración y se  sentó en el lugar de siempre.
 
- Maestro, - insistió – ¿verdad que hace relativamente poco tiempo que hemos leído este mismo evangelio?
 
- Tú lo has dicho: relativamente poco tiempo; depende con qué lo relacionamos. Si lo comparamos con la eternidad será casi como un suspiro.
 
El discípulo lo miraba fijamente, no captaba fácilmente las bromas del Maestro, por lo que este, ya en serio, prosiguió:
 
- Hace algo más de un año,  - trigésimo domingo del tiempo ordinario, ciclo A – se proclamó el evangelio paralelo en la versión de Mateo. Digo evangelio paralelo y no el mismo evangelio porque si bien el núcleo central es el mismo, hay diferencias interesantes que más adelante mencionaré. Si te parece voy por partes …
 
- Sí, Maestro, adelante, te escucho.
 
Punto 1º -  La pregunta del escriba – en esto los sinópticos son unánimes, se trata de un escriba, es decir, un conocedor de la Ley – no es del todo baladí. Los judíos eran maestros en discusiones inútiles – lo que hoy llamaríamos discusiones bizantinas – acerca de la Ley. Unos decían que el Shemá, Israel: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios,  con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut. 6, 4 – 5), es el más importante, porque se refiere directamente a Javéh, lo dictó el mismo indicándoles, además, que: “Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón,, se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en los tus portales” (Deut. 6, 6 – 9).  Otros afirmaban que toda la Torá, (613 preceptos: 248 mandatos y 365 prohibiciones), tenía igual valor, pues toda ella venía de Javéh, y por consiguiente, toda ella era sagrada.
 
Punto 2º - El contexto es diferente en los tres evangelistas. Mientras que Mateo y Lucas ven en el letrado una mala intención: quería poner a prueba a Jesús, para ver a cuál de los grupos se adhería, Marcos parece encontrar otra disponibilidad en el interlocutor: “un escriba que oyó la discusión, viendo lo acertado de la respuesta le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”
 
- Maestro, interrumpió el discípulo, tengo dos preguntas que hacerte.
 
- Adelante con la primera.
 
- ¿En qué bando se situó Jesús con su respuesta?
 
- Yo diría que en ninguno de los dos, pues si bien proclamó el Shemá Israel, es decir,: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios,  con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut. 6, 4 – 5), añade citando a Lv. 19, 18: “El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” y para zanjar definitivamente el tema añade: “En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas”(Mt. 22, 40). Utilizo la versión de Mateo porque es la más explícita. En definitiva, Jesús afirma que toda la Ley es importante, pero que está profundamente relacionada. Como dije profusamente el año pasado y, por consiguiente, no voy a repetir, no se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no es pleno el amor al prójimo si no está impregnado del amor a Dios.
 
- ¿Y cuál de las narraciones, y esta es la segunda pregunta, se acerca más a la verdad histórica?
 
- Sinceramente no lo sé. Pero como te dije en alguna ocasión, y hablando de historia, me fío más de Mateo pues, siendo apóstol, fue testigo de los hechos y puede describirlos con mayor exactitud. Marcos está empeñado  en transmitir una doctrina que a su vez recibió, según la tradición, del apóstol Pedro y que cree salvífica para su comunidad. En el texto de hoy a la importancia de los mandamientos, Marcos añade un detalle para nada insignificante: “Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios”.
 
- ¿Entonces para salvarse no es suficiente cumplir todos los mandamientos?
 
- Sí y no. Me explico: es suficiente si primero has dado aquel paso al que se refería Jesús.
 
- ¿Y cuál es?
 
- Reconocer que Jesús es el Señor, y que Él es quién salva.
 
Los ojos del discípulo se iluminaron, su rostro reflejaba una gran alegría; era evidente que reconocía en Jesús a su Señor y en Él había puesta toda su confianza.

martes, 20 de octubre de 2015

SERVILES


Trigésimo Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Marcos, 10, 46 - 52.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
— Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
— Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
— Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
— Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
— ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
— Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
— Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
 

- Maestro, dijo el discípulo al encontrarse los dos  aquella mañana ya fría de otoño,  las enseñanzas del evangelio de hoy están bastante claras. Otra cosa será llevarlas a la práctica, es decir, hacerlas vida.
 
- Tienes razón, amigo mío, a lo mejor los teólogos y exegetas encuentran profundos y, por consiguiente, escondidos contenidos en este texto, pero para los que somos tan solo usuarios de la Palabra el contenido es sencillo. Por eso, y como sé que te lo has reflexionado ya, te pido que me lo expliques tu.
 
- ¡Maestro! …
 
- Anda, deja a este anciano eremita escuchar una voz juvenil hablar de las cosas de Dios.
 
- De acuerdo, Maestro, pero me encuentro incómodo hablar de estas cosas para ti.
 
Yo detecto dos personajes clave y dos actitudes en esta historia: el ciego Bartimeo y Jesús.
 
El ciego es consciente de sus necesidades y tiene agallas para buscar la solución, por eso cuando percibe que pasa Jesús aprovecha la ocasión: “Hijo de David, Jesús, ten compasión e mí” y no se detiene ante las dificultades: “muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Bartimeo no conocía las palabras del Señor, había oído hablar de Él, y muy probablemente cosas muy contradictorias, pero tenía confianza y se agarraba a ella como a un clavo ardiendo, y en su interior tenía un presentimiento: “pedid y se os dará,  buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre” (Mt. 7, 7 – 8 ).
 
Tenía a Jesús muy cerca y no le pidió riquezas, ni que le tocara la lotería de euromillones; tampoco le pidió poder o privilegios como hemos visto que hacían Santiago y Juan el domingo pasado; pidió lo necesario para poder llevar un vida digna: “Rabbuni, que vea”.
Este pasaje me recuerda la actitud de Salomón, cuando empezó a reinar sobre el pueblo de Israel. Estando el Gabaón para ofrecer mil holocaustos con ocasión del inicio de su  reinado se le apareció  el Señor en sueños que  le dijo: “Pídeme lo que deseas que te dé”: Salomón respondió: “… Concede a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo, y discernir entre el bien y el mal” (Cfr. 1Re. 3, 4 – 15). Es obvio que Salomón no pidió lujo ni riqueza – aunque también las consiguió – sino sabiduría para conducir acertadamente el pueblo de Israel. Creo que con esto  la Palabra nos sugiere la licitud de pedir al Señor – oración de petición, rogativa o de súplica – siempre que pidamos lo imprescindible, lo necesario, nunca lo superfluo.  
 
 Y Jesús se ha comportado como siempre; atento al pobre, al necesitado, al marginado, al que sufre física y moralmente, al que lo implora.
 
Yo me permitiría subrayar un detalle, que probablemente no es importante, pero le he estado dando vueltas mientras venía de camino porque lo veo muy plasmado en el mundo de hoy y que formularía de la siguiente manera: “a veces los hombres impiden que el hombre se acerque a Dios y viceversa”. La cultura imperante, la educación, los mass media, etc. impiden, como los acompañantes de Jesús en Jericó, que el hombre se acerque a Dios, y hacen todo lo posible para que Dios no se acerque al hombre.
 
Hubo un largo silencio; el Maestro, estaba sentado con la capucha en la cabeza, un poco inclinado, en actitud casi reverente; restregaba ligeramente las manos para aliviar un poco el frío mañanero. El discípulo lo contemplaba, esperando una respuesta. El ermitaño  levantó la cabeza y dijo:
 
- Gracias, hijo, necesitaba que alguien me hablara de la Palabra, y tu lo has hecho con acierto. El aire de esta montaña hoy es fresco, pero tu reflexión ha sido cálida y ha animado mi espíritu. Gracias.
 
El discípulo se sonrió, se alegró, pero hizo un esfuerzo para que el orgullo no mellara su alma, y prosiguió:
 
- Maestro, deseo escuchar tu reflexión, tu enseñanza.
 
- Tú has dicho, y muy bien, todo lo importante. Lo que yo pudiera añadir es tangencial y negativo. De verdad, no sé si procede.
 
- ¡Adelante, Maestro, quiero escucharte.
 
- Pues bien, a los dos protagonistas que tu has nombrado, yo añadiría unos actores secundarios, pero que dan un cierto colorido a la escena: los que acompañaban a Jesús. Un dato curioso es que aparecen también en los demás sinópticos Mt. 20, 31 y Lc. 18, 39, pero con una diferencia, mientras en todos aparece que reñían al pobre ciego porque molestaba, en marcos añade: “llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate que te llama”.  ¿ Por qué Marcos dice han sido sus acompañantes quienes llamaron al ciego? ¿Qué ha pasado para este cambio de actitud?, ¿una conversión?, puede, pero no lo creo. Hay – y siempre hubo – en la comunidad civil, en la política y, por desgracia con mucha frecuencia también en la Iglesia, personas que no hacen nada más que adular, proteger y en definitiva separar de los demás  a los personajes con poder. A estos tales, que son un auténtico estorbo y que hacen mucho daño, yo los llamo “serviles” aunque el pueblo llano suele referirse a ellos con otro epíteto, que yo, aunque esté en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, no pronuncio aquí por ser malsonante.
 
- Maestro, una pregunta: ¡sería lo mismo serviles que trepas, de los que hablaste la semana pasada?
 
- Hay semejanzas y diferencias. Los trepas son a veces inteligentes y siempre astutos. Usan el servilismo – porque lo usan – en beneficio propio, esperando con ello subir en el escalafón del poder, mientras que hay serviles que son solo dependientes, inmaduros afectivos que no buscan más que ser queridos por sus idolatrados.

 

lunes, 12 de octubre de 2015

LOS TREPAS.


Vigésimo noveno Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Marcos, 10, 35 - 45.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
— Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
Les preguntó:
— ¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
— Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús replicó:
— No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
Contestaron:
— Lo somos.
Jesús les dijo:
— El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
— Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.       

Aquella noche el ermitaño había dormido mal. Había dado vueltas y vueltas en su catre intentando conciliar el sueño, pero ¡nada!, ¡imposible!. No se sentía enfermo, por lo menos no más que de costumbre, pero estaba indispuesto,  quizás por el trozo de queso que había comido al atardecer, o cualquier otra cosa. Se levantó más pronto que de costumbre y salió a dar una vuelta por los alrededores de su cueva. Saludó a sus cabras que parecían todavía dormidas, aunque estaban de pie y a sus gallinas que todavía no habían bajado del palo de su gallinero. De vuelta a casa, cogió el libro de las Horas y se sentó a contemplar el amanecer. Al fondo, por detrás de las montañas se veía un reflejo rojizo como si el sol estuviera librando una dura batalla para asomarse, pero por el cielo corrían unos nubarrones negros que amenazaban con ganar la batalla y transformarlo todo en gris.
 
En estas estaba cuando vislumbró a lo lejos el discípulo que, como casi siempre se acercaba corriendo. El Maestro se levantó y se acercó al camino para recibirlo – salvando las diferencias que las hay y muchas – a porta gayola.
 
- Buenos días, amigo mío, dijo el Maestro, antes que el joven iniciara con las preguntas o comentarios de costumbre.
 
- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo mientras con las manos en las rodillas se inclinaba un poco hacia delante  para normalizar la respiración un tanto acelerada por el esfuerzo físico.
 
- Cuando termines nos sentamos y comentamos como siempre el evangelio de este domingo.
 
- Sí, Maestro, y yo tengo una pregunta que hacerte. No es importante, es más de forma que de fondo, pero me gustaría saber tu opinión. Otro evangelista dice que fue la madre de los hijos de Zebedeo  quién pidió a Jesús que, en su reino, sentara a sus hijos, Santiago y Juan, uno a su derecha y otro a su izquierda, y aquí parece que son ellos mismos quienes piden este privilegio. ¿Cuál será la verdad de los hechos?
 
- Tienes razón. En Mt. 20, 20-21, se lee: “entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó “¿qué deseas?”. Ella contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”, mientras que en el evangelio que proclamamos hoy se lee.”Se le acercaron los hijos de Zebedeo , Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”. Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
 
Me preguntas cuál de las dos versiones se acerca más a la verdad, y, sinceramente, no lo sé aunque opino que la de Mateo tiene un sesgo de mayor verosimilitud, por dos razones:
 
1ª - Porque una petición así es más propia de una madre que, con mucha audacia,  busca para sus hijos lo que estima lo mejor. Pienso que Santiago y Juan, aunque lo estuvieran deseando, no se lo pedirían, sobre todo ante sus compañeros, aunque fuera solo por un poco de vergüenza torera.
 
2ª - Mateo era apóstol, estaba allí y fue testigo de los hechos, por lo que, por razones que después analizaremos, recordaba todos los detalles.
 
Pero, si te parece, vamos al fondo del tema.
 
- Si, Maestro.
 
- El evangelio de Marcos, y muy especialmente los textos que estamos leyendo estos domingos, tienen un fuerte sentido sapiencial. El autor nos está diciendo quién es el auténtico sabio, y por negación quién es el auténtico necio:
 
Sabio es el que es como un niño, un donnadie, va a refugiarse en el regazo de Jesús;
sabio es el que se pone al servicio de todos;
sabio es el que antepone el Reino de Dios, a los placeres y favores que ofrece el mundo;
sabio es el que permanece fiel y vive un matrimonio indisoluble;
sabio es el que cumple los mandamientos, todos los mandamientos, también el primero, confiando en Dios no organizando su vida apoyándose en las riquezas, y,
sabio es el que está dispuesto a beber el cáliz que bebió Jesús, sin buscar otra recompensa que cumplir la voluntad de Dios. Sabemos que todo lo demás vendrá por añadidura: “¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo ni uno solo cae a tierra sin  que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis  contados.  Por eso no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones (Mt. 10, 29 – 31).
 
Voy a terminar con otro detalle. De este texto podríamos deducir que los dos hermanos eran unos trepas, y que, como los políticos actuales y de todos los tiempos, buscaban ocupar los mejores lugares. Puede ser que algo y tan solo algo de eso hubiera, pero los demás eran exactamente iguales, por eso los dos evangelistas coinciden en decir “que los otros diez al oír aquello se indignaron contra Santiago y Juan” ( cfr. Mt. 20, 24 y Mc. 10, 41), por eso deduzco que Mateo recordaba todos los detalles: él estaba implicado.  Dice el refrán que quién no tiene padrino no se bautiza y los otros diez pensaron que los hijos de Zebedeo llevaban las de ganar porque tenían una madre que intercedía por ellos.
 
Lo cierto es que  con la resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo comprendieron aquello de “beber el cáliz” y todos – a excepción de Judas, que a lo mejor lo bebió con otro sabor – lo apuraron hasta la última gota.

 

 

 

martes, 6 de octubre de 2015

¿Era joven el rico?



Vigésimo octavo Domingo del tiempo ordinario – B

Evangelio según san Marcos, 10, 17 - 30.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
— Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le contestó:
— ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos:
no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él replicó:
— Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
— Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
— ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
— Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos se espantaron y comentaban:
— Entonces, ¿quién puede salvarse?           
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
— Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
Pedro se puso a decirle:
— Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús dijo:
— Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más — casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna.
 

- Hoy tenemos la historia del joven rico.
 
- Sí, hoy tenemos la historia del joven rico, pero cuéntame antes como estás.
 
- Estoy bien, Maestro. Hace ya un poco de frío, pero como vengo corriendo, entro en calor en seguida. Es mucho más agradable así que durante el invierno con los caminos nevados o helados; correr supone un cierto riesgo, o el verano que con el calor llego casi derretido. Estoy bien.
 
Pues hablemos del joven rico. La tradición siempre nos ha hablado del joven rico, aunque los sinópticos no se ponen de acuerdo sobre este dato. Es cierto que Mateo lo define como joven en dos ocasiones (Mt. 19, 20 y 22), pero Marcos, cuyo texto leemos hoy, no lo define en absoluto, y Lucas  lo presenta como un magistrado o jefe. Las traducciones españolas son variopintas, la Biblia oficial de la Conferencia Episcopal Española lo presenta como “uno de los jefes” (Lc. 18, 18), mientras que la Vulgata habla de “quidam princeps”, y el texto griego de: “ρχων λέγων” (autoridad en leyes).
 
- ¿Es importante eso?
 
- Creo que tiene su importancia. No se trata de un adolescente, sino de un hombre adulto aunque no anciano, y que era respetuoso y cumplidor de la ley desde su juventud.
 
El evangelio de hoy es sobradamente conocido pero, si te parece, analizaré dos puntos.
 
- Claro, Maestro, me parece muy bien.
 
El eremita quería explicarle que algunas expresiones eran puramente retóricas y no requerían respuesta, pero no quiso herir al discípulo; al mismo tiempo este tipo de intervenciones indicaba que el joven estaba pendiente de todo lo que decía su Maestro.
 
- En primer lugar quiero valorar el diálogo entre Jesús y su interlocutor. Cuándo este le pregunta qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna Jesús le recuerda la ley de Moisés, y solo cuando él le contesta que es un auténtico judío y cumplidor de la ley , Jesús le propone un plus, un extra: “anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”. Del evangelio de hoy parece que el que tiene riqueza está definitivamente condenado al infierno. Es cierto que el dinero puede ser un obstáculo, en primer lugar por su procedencia: ¿es posible acumular riquezas trabajando honradamente sin robar o explotar a nadie?  ¿Se puede vivir ricamente como el rico epulón cuándo estamos rodeados de tantos Lázaros? (cfr. Lc. 16, 19 ss).  El apóstol Santiago escribe muy duramente contra estos: “Ahora, vosotros, los ricos, llorad a gritos por las des­gracias que se os vienen encima. Vuestra riqueza está corrompida y vuestros trajes se han apolillado. Vuestro oro y vuestra plata están oxidados, y su herrumbre se convertirá en testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como el fuego ¡Habéis acumulado riquezas, en los últimos días!
Mirad, el jornal defraudado a los obreros que segaron vuestros campos, el que vosotros habéis retenido  está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor del universo.
Habéis vivido con lujo sobre la tierra y os habéis dado a la gran vida, habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza. Habéis condenado, habéis asesinado al inocente; él cual no os ofrece resistencia” (Sant. 5, 1 – 6). 
 
A pesar de todo esto y siendo cierto que Jesús es muy crítico con las riquezas creo que Marcos  presenta un detalle que no traen los demás evangelistas y que por cierto la traducción ya mencionada de la Conferencia Episcopal Española lo ha obviado omitiéndolo del todo y lo encontramos en el versículo 24: “Hijos ¡qué difícil  les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero”.  Insisto que no comprendo por qué la mencionada traducción omite esta frase que para mí es la clave de toda la enseñanza. Podemos compartir que poseer riquezas supone un gran riesgo por las razones que mencioné antes, pero el auténtico pecado está en poner en ellas su confianza, es decir, divinizarla. Dejamos de confiar en Dios para confiar en el vil metal. Ya nos había avisado el Señor: “nadie puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc. 16, 13). Resulta, pues, evidente que el pecado radica en la confianza.

Insisto en que no comprendo el porqué de la citada omisión cuando, y para citar versiones con cierto peso, la Vulgata dice:” “Filioli, quam difficile est, confidentes in pecuniis, in regnum Dei introire” y el texto griego habla de  τος πεποιθότας  πι  χρμασιν ες”.
 
 Querido amigo, estamos viviendo una gran crisis económica. Todos hablan de ello. Mi amigo el pastor cuando pasa por aquí con su rebaño no habla de otra cosa. Y la mayoría cree que cuando llegue el dinero todo se arreglará y no será así. Ya hay voces muy autorizadas que afirman que solo saldremos de este pozo en el que nos encontramos cuando recuperemos los valores humanos y cristianos que hemos perdido.