- La
paz del Señor esté contigo, Maestro, dijo, como saludo, el discípulo al
llegar.
- Y con tu espíritu, respondió el ermitaño. Veo que
vienes “muy litúrgico” esta mañana. Es cierto, continuó diciendo, que el
evangelio de hoy, previo ya a la Ascensión, es una auténtica despedida en la
que Jesús usa, como era y sigue siendo tradición entre el pueblo judío, el
saludo: SHALOM, pero que en los labios de Jesús adquiere una muy especial
trascendencia.
- Maestro, ¿por qué no se ha puesto hoy la Jornada
Mundial por la Paz en vez del día 1 de Enero?
- Sí, podría haber sido hoy o cualquier otro domingo
que se nos hable de paz, pero como escribí en mi reflexión del día 1 de Enero
– ese día tú no estabas – cuando el papa Pablo VI el 8 de Diciembre de 1967
estableció esa Jornada, celebrándose por primera vez el 1 de Enero del año
siguiente, pidió la adhesión de todos los hombres de buena voluntad y amigos
de la paz, más allá de su credo religioso y político, por lo que no había que
conectarlo a la liturgia católica y pensó que si toda la humanidad, empezase
el año – la mayoría de las culturas tienen directamente o indirectamente el
día 1 de Enero como inicio de año – bajo el signo de la Paz sería un gran
logro, cosa que no sucedió.
Pero vamos al evangelio de hoy. Estamos en el gran
discurso de despedida, y Jesús tiene que alentar a sus discípulos, siempre un
tanto pusilánimes, y les promete el Espíritu Paráclito que animará su vida y
su ministerio, cosa que ellos no comprendieron hasta que sucedió, y un poco de refilón les dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Soy
consciente que los sabios y entendidos no estarán de acuerdo conmigo, pero yo
veo aquí dos mensajes muy diferentes pero complementarios.
1º - La paz
os dejo (como misión). El cristiano debe ser un hombre de paz,
constructor no solo de paz, sino también de los cimientos que la sustentan,
como son la justicia, el respeto a la vida y a la persona, etc. La Iglesia
Universal, las iglesias particulares y las comunidades de mayor o menor
envergadura tienen el derecho y el deber de pronunciarse y de actuar en este
sentido, aunque no guste a los poderosos del mundo. ¡Qué bella es la oración
de San Francisco que aquí hemos recitado en alguna ocasión:
“Señor, haz
de mí un instrumento de tu paz:
donde haya
odio, ponga yo amor,
donde haya
ofensa, ponga yo perdón,
donde haya
discordia, ponga yo unión,
donde haya
error, ponga yo verdad,
donde haya
duda, ponga yo la fe,
donde haya
desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya
tinieblas, ponga yo luz,
donde haya
tristeza, ponga yo alegría.
Oh Maestro,
que yo no busque tanto
ser
consolado como consolar,
ser
comprendido como comprender,
ser amado
como amar.
Porque
dando se recibe,
olvidando
se encuentra,
perdonando
se es perdonado,
y muriendo
se resucita a la vida eterna.
2º - Mi paz os doy. Esta paz es un regalo del
Señor y es una paz interior que trasciende cualquier situación y desidia
humana. Es esa paz interior capaz de superar cualquier adversidad y cualquier
obstáculo por muy grande que este sea.
* es la paz que han
sentido tantos y tantos mártires a través de los siglos al sufrir los más atroces
y humillantes tormentos;
* es la paz que sienten
hoy en muchas partes del mundo miles de cristianos perseguidos, humillados y
asesinados a causa de su fe;
* es la paz que alienta a
muchos cristianos que se ven señalados, ridiculizados y hasta marginados en los
países que se definen “libres y progresistas”;
* es la paz que nos ayuda
a navegar en calma en medio de un mundo tormentoso. Esa paz no significa
ausencia de guerras o de problemas sino la valentía de enfrentarlos. Es la
paz de la que nos habla Pablo: “y la
paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4, 7); es, en definitiva esta paz que
hace que no tengamos miedo ni a las tormentas ni al futuro, aunque muchos
nubarrones cubran el firmamento.
Quisiera terminar, amigo
mío, con una historia. Tras la segunda
guerra mundial, se publicó un libro titulado “Las últimas cartas de Stalingrado”
(Letzte Briefe aus Stalingrad). Eran cartas de soldados alemanes cercados en la bolsa
de Estalingrado, despachadas en el último envío antes del ataque final del
ejército ruso en el que todos perecieron. En una de estas cartas,
reencontradas acabada la guerra, un joven soldado escribía a una persona
conocida (¿su novia?) lo siguiente: “si
alguna vez echo una mirada a mi vida, me doy cuenta de que puedo mirar atrás
con profunda gratitud. Ha sido bella, maravillosamente bella. … Debes decir a mis padres que no deben estar
tristes, que deben conservar mi recuerdo con el corazón alegre. Y nada de
resplandores de gloria, pues yo nunca he sido un ángel. Por lo demás, tampoco
voy a presentarme nunca como tal ante el Señor mi Dios; podré hacerlo en
calidad de soldado con un alma de caballero, libre y orgullosa como un señor.
No temo la muerte en absoluto; la fe me confiere esta hermosa seguridad. Al
darme cuenta de ello, experimento también un profundo sentimiento de gratitud”
(Las últimas cartas de
Stalingrado, Ediciones Península, S.A.,
Barcelona 2007. Carta nº 14, página 19).
Nota – Algunos críticos afirman que
estas cartas no son auténticas, sino una creación literaria. Yo no lo sé, no
soy crítico, pero como dicen los italianos: “se non è vero è bene trovato”
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martes, 26 de abril de 2016
MI PAZ OS DOY
Sexto
Domingo de Pascua C
lunes, 18 de abril de 2016
VIVIR LA CARIDAD, HACER CARIDAD
Quinto Domingo de Pascua C
Aquella
mañana de domingo llegó el discípulo adonde estaba el Maestro le saludó y le
preguntó:
- ¿Maestro repetimos hoy el evangelio del Jueves Santo?
- Pues sí y no.
- ¿Sí y no?
- Me explico: el texto que la liturgia proclama hoy
está dentro de la Gran – y maravillosa -
Catequesis que el evangelista Juan sitúa el Jueves Santo en el
Cenáculo (capítulos 13, 14, 15, 16 y 17); es más, hace parte del mismo
capítulo 13 que se lee el Jueves Santo, pero que termina en el versículo 15,
mientras que hoy empezamos con el versículo 31.
Ahora bien es cierto que el mandamiento del amor
subyace en toda la liturgia del Jueves Santo; aparece, por ejemplo, en el
versículo antes del evangelio y como la Conferencia Episcopal Española – y
muchas otras conferencias episcopales – decidió celebrar ese día la Jornada
del Amor Fraterno, estas palabras de Jesús impregnan toda la celebración:
homilías, cantos, etc. ¿Está claro porque te he dicho que “sí y no”?
Pero vamos a ceñirnos al texto de hoy. Hace dos
domingos – tercero de pascua – vimos como Jesús confiaba su rebaño a Pedro
para que lo apacentara. El Papa Francisco utiliza otro término: custodiar, y
creo que con mucho acierto, ya que el vocablo griego que utiliza el
evangelista Juan, βόσκω, significa: “cuidar de”, “alimentar”. Para que tengas
claro lo que te digo te leo un texto del papa: “el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese
servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el
servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los
brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura
a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más
pequeños”. (Homilía de inicio de Pontificado, 19 de Marzo de 2013).
El domingo pasado – cuarto de pascua – nos indicaba
la relación personal entre el Buen Pastor y su rebaño y, por ende, entre los
pastores de la iglesia y el pueblo a ellos confiado, Te acordarás que yo
hablaba de simbiosis. “mis ovejas
escuchan mi voz, yo las conozco, ellas me siguen, yo les
doy la vida eterna” (Jn.
10, 27 – 28).
Hoy Jesús ya no habla de
pastores y de rebaño, habla al Pueblo de Dios en su conjunto.
Si me permites abro aquí un pequeño paréntesis.
Dice el evangelista: “cuando Judas
salió del cenáculo dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es
glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará
en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con
vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os
he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos
que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Puede ser que Juan se limite a describir los
hechos tal como sucedieron, pero yo, que no soy ni teólogo ni exegeta, creo
que Juan no da punto sin hilo, y que aquí hay un mensaje subliminal. Cuando
Judas se marchó se quedaron en el cenáculo los discípulos de verdad, humanos,
débiles, pecadores, pero entregados, sin requiebros, sin segundas intenciones
o ánimo de sacar provecho, y es precisamente a estos que les revela lo más
genuino de su doctrina: “amaos”. Está convencido que solo ellos lo pueden
comprender. Cuando alguien se acerca a Jesús con el corazón dividido, con
segundas y escondidas intenciones, nunca entenderá el Mandamiento del Amor.
Debemos diferenciar en
español el “vivir en caridad” y “hacer caridad”. Vaya por delante que no
pretendo criticar el que se haga caridad, que se den limosnas, mucho o poco,
lo que buenamente se quiera o pueda, como la pobre viuda (Cfr. Lc. 21, 1 –
4). Siempre, pero muy especialmente en momentos y lugares de crisis,
bienvenidas sean las limosnas, pero el Amor al que se refiere Jesús es mucho
más amplio; es lo que los italianos llaman un “atteggiamento” ante la vida.
En español podríamos decir que es una actitud o postura, una forma de ser, de
sentir y de actuar. Me atrevo a decir – y que me perdonen los científicos -
que ese Amor del que nos habla Jesús debe estar en el centro de nuestro
propio genoma.
- ¿Maestro, pretendes decir
que en este mandamiento están excluidos los pastores?
- No. No están excluidos,
pero están colocados a la misma altura, en el mismo escalón que el resto del
Pueblo de Dios. Cada creyente, cada bautizado, por su ADN, debe vivir el
Mandamiento Nuevo, sin esperar el ejemplo, instrucciones o iniciativas de sus
pastores – jerarquía – porque no siempre están a la altura; algunas veces
porque no pueden, otras porque no saben y muchas otras porque no quieren.
El discípulo quedó mirando
al Maestro, mientras éste, con la cabeza inclinada miraba al suelo. Después
de un lar silencio los dos cantaron:
Cuando el
pobre nada tiene y aún reparte,
cuando
alguien pasa sed y agua nos da,
cuando el
débil a su hermano fortalece.
va Dios
mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando
alguien sufre y logra la esperanza,
cuando
espera y no se cansa de esperar,
cuando
amamos, aunque el odio nos rodee:
va Dios
mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando
crece la alegría y nos inunda,
cuando
dicen nuestros labios la verdad,
cuando
amamos el sentir de los sencillos:
va Dios
mismo en nuestro mismo caminar.
Cuando
abunda el bien y todos lo comparten,
cuando
alguien donde hay guerra pone paz,
cuando
"hermano" le llamamos al extraño:
va Dios
mismo en nuestro mismo caminar.
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domingo, 10 de abril de 2016
OLOR A OVEJA
Cuarto Domingo de Pascua C
Evangelio según san Juan, 10, 27 - 30.
En aquel tiempo, dijo Jesús:
— Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la
vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y
nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre.
Yo y el Padre somos uno.
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El cielo estaba despejado; aun brillaban las
estrellas cuando el ermitaño salió de su cueva, y después de un corto paseo
realizó los acostumbrados ejercicios físicos de cada mañana. Se presagiaba un
bonito día de primavera, pero por el momento hacía un frío que pelaba. Vislumbró a lo lejos al discípulo que,
corriendo, se acercaba y se fue a la vera del sendero para esperarle.
- Buenos días, Maestro,
dijo el discípulo al llegar, ¿cómo estás? Sé que no duermes mucho, pero ¿has
descansado bien?
¡Caramba! pensó el
ermitaño, este chico está cambiando las formas, pero no dijo nada al respeto.
- Muy bien, gracias,
amigo, ¿y tú, cómo estás? ¿Cansado?
- Estoy bien. Esta última
cuesta me altera un poco el resuello, pero enseguida recuperaré la
normalidad.
Quedaron un rato de pie
uno enfrente al otro hablando del tiempo y del camino, hasta que los inundó,
aunque muy tenuemente, los primeros rayos del sol. El astro rey tenía por
costumbre dedicar la primera visita, al asomarse por encima de las montañas
que estaban al otro lado del valle, a la cueva del ermitaño, a su pequeño
huerto y a su explanada. Este solía decir que era la caricia que el Creador
le hacía cada mañana.
Después de sentarse en sus
respectivos poyos dijo el discípulo:
- Maestro, hoy es el
domingo del Buen Pastor.
- Sí. El cuarto domingo de
pascua está dedicado a la bellísima imagen del Buen Pastor en los tres ciclos
litúrgicos. Siempre se proclama el capítulo 10 del Evangelio de Juan, pero versículos
diferentes cada año. Este, Ciclo C, nos presenta como el epílogo o resumen de
todo lo explicado a lo largo del entero capítulo. Indica además una profunda
interacción, como una simbiosis, entre
el pastor y sus ovejas:
mis ovejas escuchan mi voz,
yo las conozco,
ellas me siguen,
yo les doy la vida eterna.
Hubo un largo silencio. El
Maestro callaba y el discípulo lo miraba un tanto sorprendido. Era imposible
haber terminado la reflexión. Al final se atrevió a decir:
- ¡¿Maestro?!
- Perdona, estaba
pensando. Pensando lo difícil que lo tiene la iglesia jerárquica para
conducir al rebaño del Señor. Es cierto que tiene que gobernar, enseñar y
santificar, pero ¿dónde está la ternura? ¿Dónde las caricias? Y no obstante
las escrituras insisten precisamente en este detalle. El Profeta Ezequiel
decía: “Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar – oráculo del
Señor Dios - . Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a
las heridas; fortaleceré a las enfermas; pero a la que está fuerte y robusta
la guardaré; la apacentaré con justicia” (Ez. 34, 15 – 16).. ¿Puede, acaso, haber mayor dedicación, mayor
ternura que este comportamiento? Y ya en el Nuevo Testamento el mismo Jesús
al hablar de la oveja terca y descarriada afirmaba: “va tras la descarriada hasta que la encuentra. Y, cuando la
encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento”.(Lc. 15, 4 – 5);
¿puede, acaso, haber mayor querencia y misericordia que esta? Juan, no
obstante, da un paso adelante cualitativo: “Yo soy el Buen Pastor, … yo doy mi vida por las ovejas” (Jn. 10,
14 – 15). Ya no solo se trata de buscar a las perdidas y cargarlas
cariñosamente sobre los hombros, vendar las heridas, curar las enfermas, sino
dar la propia vida para salvarlas. ¡Cuánto amor!, ¡cuánta misericordia!,
¡cuánta ternura!
Te decía antes que estaba pensando. Estaba pensando
cómo hemos fundamentado casi exclusivamente el cristianismo – y especialmente
la Iglesia Católica – en los mandamientos, en las leyes, en las obligaciones
y en las prohibiciones, dejando de lado el Mandamiento del Amor. Es cierto
que a nivel individual o de pequeñas comunidades, ha habido siempre
magníficas excepciones, pero da la sensación de que estas experiencias están
en la periferia, no en el núcleo mismo de la Iglesia.
- Maestro, parece que el Papa Francisco, está en
esta línea pastoral.
- Las palabras del Papa suenan a música celestial o
casi celestial, pero las palabras no bastan. Tiene por delante todo un
pontificado para poner en obra lo que dice, si no, provocará grandes
frustraciones.
Es muy bonito decir: “el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con
ternura… no debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”. (Homilía de inicio de Pontificado, 19 de Marzo de
2013), pero querrá impregnar todas las estructuras de la Iglesia de este
principio, inclusive, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, ex
Santo Oficio, ex Santa Inquisición?
Es muy bello escuchar: “esto os pido: que seáis pastores con «olor a oveja», que esto se
perciba” (Homilía en la Misa Crismal del Jueves Santo de 2013), pero me
temo que cuando alguno de estos se acerque, oirá algo así como:
- ¡Vete, que hueles a choto!
… y seguirán en el candelero los mismos de siempre:
los perfumados, los perfectos (¿?), los serviles, los que no tienen ni
rasguños ni cicatrices sencillamente porque no se han lanzado a la aventura
de ir y, a lo mejor, conducir su rebaño por cañadas oscuras en búsqueda de
verdes praderas.
- Maestro, debemos rezar por el Papa.
- Si, debemos rezar por el Papa para que sea ante
todo y sobre todo un buen pastor que cuide todas y cada una de las ovejas y de
los corderos a él confiados.
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lunes, 4 de abril de 2016
CUIDA, MIMA MIS CORDEROS.
Tercer Domingo de Pascua C
Evangelio según san Juan, 21, 1 - 19.
En aquel
tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos
Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los
Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro
les dice:
— Me voy a
pescar.
Ellos
contestan:
— Vamos
también nosotros contigo.
Salieron y se
embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando
Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les
dice:
— Muchachos,
¿tenéis pescado?
Ellos
contestaron:
- No.
Él les dice:
— Echad la red
a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y
no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo
que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
— Es el Señor.
Al oír que era
el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al
agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de
tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas
con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
- Traed de los
peces que acabáis de coger.
Simón Pedro
subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes:
ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
— Vamos,
almorzad.
Ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el
Señor.
Jesús se
acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Ésta fue la
tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de
entre los muertos.
Después de
comer, dice Jesús a Simón Pedro:
— Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Él le
contestó:
— Sí, Señor,
tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
— Apacienta
mis corderos.
Por segunda
vez le pregunta:
— Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le
contesta:
— Sí, Señor,
tú sabes que te quiero.
Él le dice:
— Pastorea mis ovejas.
Por tercera
vez le pregunta:
— Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció
Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
— Señor, tú conoces todo, tú sabes que te
quiero.
Jesús le dice:
— Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando
eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas
viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.
Esto dijo
aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
— Sígueme.
|
- Maestro, dijo el discípulo al
llegar, el evangelio de hoy es muy largo.
- Si me
permites te diré que el texto no es excesivamente largo, pero el contenido es
extensísimo; es uno de aquellos días en que los sacerdotes que tienen que
hacer una homilía no saben por dónde empezar. Se escucharas varias homilías hoy tendrías la sensación
de que cada predicador habría leído un texto diferente, aunque, conociéndome
el percal, yo diría que predominará por el primado de Pedro, la figura del Papa, del Santo Padre, del
Sumo Pontífice, etc.
- ¿Y esto no
es importante, Maestro?, dijo el joven
un tanto escandalizado por el tono un tanto irónico del ermitaño.
- Claro que sí, contestó intentando
corregir su actitud anterior y evitar un desasosiego innecesario. Las
palabras del Resucitado tienen una importancia capital: confirma un perdón
total al apóstol Pedro, le restituye toda su dignidad y lo confirma a la
cabeza de la Iglesia.
- ¿Me puedes
explicar un poco todo esto?
- Ahí va mi
interpretación de los hechos: en cierta ocasión Jesús había designado a Pedro
para que gobernara su Iglesia. Fue en la región de Cesarea de Filipo, después
de una original catequesis a sus discípulos, cuando Jesús dice a Pedro: “ … tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las
llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”
(Mt. 16, 18 – 19). Pero al negar Pedro a Jesús durante la Pasión, y su
posterior huida así como la de los demás apóstoles, salvo uno, todo queda en
entredicho. De hecho cuando Jesús en la cruz quiere dar a la Iglesia el don
de su madre, se dirige al apóstol Juan, único representante “oficial” de esa
comunidad naciente. El Señor, después de su resurrección, dedica un tiempo –
cuarenta días – a recomponer todo lo que, por el escándalo de la cruz se
había derribado; por eso, esta vez a
orillas del lago de Tiberíades con menos llaves y más amor, Jesús confirma a
Pedro para que apaciente sus ovejas y sus corderitos.
Pero, al
margen de lo ya dicho, a mi este texto me sugiere otros elementos de reflexión.
- Te escucho,
Maestro, dijo el discípulo.
-
1º. Habían bregado toda la noche sin éxito, pero se fiaron de la palabra
del Señor y echaron la red con el resultado de todos conocido. Fiarse del
Señor es el barómetro para medir nuestra fe. Nuestro modelo es Abraham el
cual “apoyado en la esperanza, creyó
contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo
con lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y aunque se daba cuenta
de que su cuerpo estaba ya medio muerto – tenía unos cien años – y que el
seno de Sara era estéril, no vaciló en su fe. Todo lo contrario, ante la
promesa divina no cedió a la incredulidad,
sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que
promete; por lo cual le fue computado como justicia” (Rom. 4, 18 – 22).
Hay que añadir que efectivamente Abraham físicamente fue el padre de muchos
pueblos que aún perduran en la historia, por desgracia enfrentados entre sí,
y espiritualmente es el padre de una muchedumbre de creyentes.
2º – “Echad la red – ahí mismo – a
la derecha de la barca y encontraréis”. Es curioso, no les envió a otro
lugar donde hubiera un banco de peces, sino allí dónde ellos no habían
pescado nada, y al atender a la invitación de Jesús la red se llenó de tal
manera “que no podían sacarla por la
multitud de peces”. Por fiarse del Señor Abraham, siendo muy mayor,
engendró en Sara, sobradamente estéril, un hijo; por fiarse del Señor los
discípulos cosecharon una enorme redada de peces, donde toda la noche no
había pasado ni uno sólo por
equivocación. Allí donde el hombre con su inteligencia, con sus medios
técnicos, fracasa, allí mismo Dios, por su poder, realiza maravillas.
3º – “Al saltar a tierra, ven unas brasas con
un pescado puesto encima y pan … Jesús les dice: “vamos almorzad” . Jesús
estaba resucitado, había entrado en la otra dimensión, pero su corazón sigue
lleno de ternura, y, como si nada, prepara en esta dimensión, un opíparo
almuerzo para los suyos.
En estos tiempos se habla de reformas
en la Iglesia. De nada servirán, no serán creíbles si no sale de su dimensión
“perfecta” y se coloca codo con codo con los que caminan por este mundo con
las sandalias llenas de barro: el barro de la pobreza material, pero también
la pobreza del pecado, de la incredulidad, la pobreza de ser diferentes,
etc..
Una vez más acudimos a Pablo para encontrar
pistas de solución: “Porque siendo
libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles.
Me he hecho judío con los judíos, para ganar a los judíos; con los que están
bajo ley me he hecho como bajo ley, no estando yo bajo ley, para ganar a los
que están bajo ley; con los que no tienen ley me he hecho como quién no tiene
ley, no siendo yo alguien que no tiene ley de Dios, sino alguien que vive en
la ley de Cristo, para ganar a los que no tienen ley. Me he hecho débil con
los débiles, para ganar a los débiles, me he hecho todo para todos, para
ganar, sea como sea, a algunos” 1Cor. 9, 19 – 22).
Sé que me
estoy alargando demasiado esta mañana, pero me gustaría añadir una pincelada
más.
- Adelante,
Maestro, tengo tiempo y te escucho.
- Gracias,
amigo mío, quisiera añadir un cuarto punto: las preguntas de Jesús y las
respuestas de Pedro. A mí – y es evidente que a Pedro también - me ha impactado el hecho de que Jesús le
hiciera tres veces la misma pregunta. Si nos fijamos en las respuestas de
Pedro, que son afirmativas en las tres ocasiones, no obstante parece que van
perdiendo seguridad en la medida en
que van siendo proferidas. No es cierto, solo que cada vez van alcanzando
mayor profundidad, hasta que la última tiene tanto de voluntad propia como de
confianza en Aquel que todo lo puedo: “Señor tú conoces todo – conoces mi
voluntad, mis fuerzas y mis debilidades, mi carácter y mis miedos, mi
capacidad de amar y mi capacidad de traicionar – tú sabes que te quiero”.
Resulta fácil
dar una respuesta inmediata, irreflexiva,
superficial, pero para las cosas determinantes en nuestra vida, hay
que hacer discernimiento, hacerse varias veces la misma pregunta, hurgar en
profundidad, conocerse a sí mismo y después confiar. “Señor este es mi barro,
haz de mí un vaso nuevo”.
Y a
continuación el Maestro, sin tener la voz de Martín Valverde, se puso a
cantar el estribillo, recitando las estrofas, seguido inmediatamente por el
discípulo, la canción del alfarero.
Señor yo
quiero abandonarme
como el barro
en manos del alfarero
toma mi vida y
hazla de nuevo
yo quiero ser,
yo quiero ser
un
vaso nuevo
Gracias quiero darte por amarme
gracias quiero darte yo a ti señor
hoy soy feliz porque te conocí
gracias por amarme a mi también
Señor yo
quiero abandonarme
como el barro
en manos del alfarero
toma mi vida y
hazla de nuevo
yo quiero ser,
yo quiero ser
un
vaso nuevo
Te conocí y te amé
te pedí perdón y me escuchaste
si te ofendí, perdóname, Señor,
pues te amo y a tu lado
me quedaré
Señor yo
quiero abandonarme
como el barro
en manos del alfarero
toma mi vida y
hazla de nuevo
yo quiero ser,
yo quiero ser
un
vaso nuevo.
Después de un
largo silencio intervino el discípulo:
- Maestro,
conozco otras versiones de este canto.
- Hay muchas.
Suele suceder cuando una canción se hace popular, cada intérprete, cada
grupo, cada parroquia la adapta a su propio gusto e idiosincrasia. Hay una
versión en que cambia una sola palabra. Martín Valverde no la utiliza,
quizás, porque resulta muy fuerte, pero que en muchos casos es muy real; en
vez de “toma mi vida y hazla de nuevo” dice: “rompe mi vida y hazla de
nuevo”.
- “Rompe mi vida y hazla de nuevo”
repetía el discípulo con cara de susto y con lágrimas en los ojos.
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