lunes, 27 de junio de 2016

LOS SETENTA Y DOS.


Decimocuarto Domingo del tiempo ordinario C



Evangelio según san Lucas, 10, 1 - 12. 17 - 20.

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
— La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: “Está cerca de vosotros el reino de Dios.”
Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: “Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.”
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.
Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron:
— Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó:
— Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.



Después de la carrera matinal y de haberse refrescado en el manantial, el discípulo se dirigió a la entrada de la cueva donde ya esperaba el ermitaño sentado en el lugar de costumbre.
- Buenos días, Maestro, dijo, ¿cómo estás? ¿has descansado bien o hace demasiada calor en la cueva?.
Al Maestro le sorprendió esta manera poco común de saludar, pero no quiso entrar a trapo, dando por hecho que en el saludo inusual del discípulo había tan solo puro interés por el bienestar de su persona.
- Buenos días, amigo mío, Estoy bien, ¡gracias!, y  te aseguro que no paso calor. Aquí arriba puede hacer cinco o seis grados menos de temperatura que en el valle, y como en mi residencia  - el término hizo que el joven soltara una carcajada – hay mucha ventilación, puedo afirmar que hay momentos de la noche en que el frío se hace respetar.
Y sin que mediara ningún  elemento de transición siguió diciendo el discípulo:
- ¡Qué interesante es el evangelio de hoy: Jesús envía a setenta y dos personas por delante para que, como embajadores, anuncien su cercanía, les da pautas de comportamiento y como, al final, estos enviados vuelven satisfechos y hasta asombrados de su misión!
- Has hecho un buen resumen del texto evangélico, pero yo me voy a parar en el envío porque aquí algo está fallando. Jesús elige a doce apóstoles (cfr. p. ej. Mc. 3, 13 – 19), pero envía a otros muchos a  proclamar el kerigma. Tristemente la estructura de la Iglesia se ha fundamentado sólo en aquellos dejando totalmente marginados a estos.  Resulta evidente que hay que olvidar una iglesia exclusivamente clerical y caminar hacia una comunidad de creyentes cuya única meta y ambición es la instauración del Reino de Dios, y dónde los clérigos, sean del rango que sean, realicen honradamente su misión específica, siendo, y sintiéndose, tan solo “primus inter pares”, estimulando, apoyando y favoreciendo a que los otros setenta y dos realicen plenamente su misión, no como sustitutos, delegados o subalternos, sino como agentes con vocación propia a quienes el Señor Jesús envía para el cumplimiento de la evangelización.
En esto nos han precedido proféticamente las iglesias reformadas, que con mayor o menor acierto y no siempre con el éxito deseado, han puesto en manos de los fieles la misión de anunciar y catequizar.
- Maestro, ¿se puede aplicar aquí las palabras de Jesús cuando dice: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.

No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»? (Mt. 23, 1 – 12)
- Jesús tiene a veces expresiones muy fuertes, y esta es una de ellas. Como categoría no es aplicable a la jerarquía ya que esta tiene una legitimidad de la que carecían los escribas y fariseos, pero como comportamiento podemos encontrar algunas similitudes. Digamos que a veces se parecen al perro del hortelano que ni comen ni dejan comer.
- Tengo entendido, Maestro, que en esto la Iglesia ha cambiado mucho.
- Creo que ha cambiado mucho, pero no lo suficiente. El cambio se inicia a finales del siglo XIX y principios del siglo XX - ¡hace más de cien años! – cuando en Europa los cristianos su fueron organizando en grupos políticos para proponer y/o defender sus valores; más tarde estos grupos, o parte de ellos derivan hacía grupos de pastoral (Acción Católica) que, aunque de una manera muy subordinada y dirigida colaboran en la buena marcha de la Iglesia.
El tema alcanzó su auge en el Concilio Vaticano II, conocido por algunos como el Concilio para los laicos, definición que me parece un poco exagerada, que en un decreto aprobado el 18 de Noviembre de 1965 por 2340 votos favorables sobre 2340 votantes, estudia y propone con suficiente claridad el papel de los laicos y su misión en la Iglesia.
Pero, como reza el refrán, del dicho – en este caso del escrito – al hecho hay mucho trecho y a los casi 50 años de la promulgación del mencionado decreto todavía queda mucho camino por hacer.
Otra cosa hay que decir: la Iglesia no llegó a este punto por iniciativa propia o de una manera profética, sino a rebufo de las necesidades. Quizás lo más meritorio de todo esto sea que lo reconoce abiertamente en el mismo Proemio del Decreto – Apostolicam Actuositatem – cuando dice:  “Además, en muchas regiones, en que los sacerdotes son muy escasos, o, como sucede con frecuencia, se ven privados de libertad en su ministerio, sin la ayuda de los laicos, la Iglesia a duras penas podría estar presente y trabajar.
Prueba de esta múltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la acción del Espíritu Santo, que impele hoy a los laicos más y más conscientes de su responsabilidad, y los inclina en todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia”, es decir, no valoramos y convocamos a los laicos a la tarea evangelizadora por ser un derecho inherente a su sacerdocio común, sino porque los necesitamos como remiendos en situaciones de desgarro.
En definitiva, amigo mío, la Iglesia la configuramos de igual manera los doce, los setenta y dos y todos aquellos que con buena voluntad se asomen a ella buscando la luz de la fe.
Después de un largo silencio en que se escuchaban solo el alegre cantar de los pájaros y el murmullo de las aguas del riachuelo los dos cantaron a una sola voz:
Somos un pueblo que camina,
y juntos caminando podremos alcanzar
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.

Somos un pueblo que camina,
que marcha por el mundo buscando otra ciudad.
Somos errantes peregrinos
en busca de un destino, destino de unidad.
Siempre seremos caminantes,
pues sólo caminando podremos alcanzar
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.

Sufren los hombres, mis hermanos,
buscando entre las piedras la parte de su pan.
Sufren los hombres oprimidos,
los hombres que no tienen ni pan ni libertad.
Sufren los hombres, mis hermanos,
mas Tú vienes con ellos y en Ti alcanzarán
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.

Danos valor para la lucha,
valor en las tristezas, valor en nuestro afán.
Danos la luz de tu Palabra,
que guíe nuestros pasos en este caminar.
Marcha, Señor, junto a nosotros,
pues sólo en tu Presencia podremos alcanzar
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.

Dura se hace nuestra marcha,
andando entre las sombras de tanta oscuridad.
Todos los cuerpos desgastados,
ya sienten el cansancio de tanto caminar;
pero tenemos la esperanza
de que nuestras fatigas al fin alcanzarán
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.


lunes, 20 de junio de 2016

PADRE, ME PONGO EN TUS MANOS.

Decimotercer Domingo del tiempo ordinario. C


Evangelio según san Lucas, 9, 51 - 62.
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
— Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno:
— Te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió:
— Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
— Sígueme.
Él respondió:
— Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó:
— Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.
Otro le dijo:
— Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:
— El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.


- Maestro, dijo el discípulo al llegar y sin mediar cualquier otra palabra o saludo, no entiendo el evangelio de hoy, y me cuesta aceptar la actitud de Jesús. Este Jesús no se parece al Jesús que quiero con todo mi corazón.
- Comprendo tu postura. Yo diría, aplicando conceptos modernos, que Jesús, a veces, carecía de una buena estrategia comunicativa. Nada más erróneo, pues es uno de los mejores comunicadores de la historia; lo que sucedía es que hablaba con claridad y rotundidad, sin miedo “a lo que dirán” o pensarán los de la oposición. No obstante este texto necesita una cierta hermenéutica.
Quisiera, no obstante, antes de entrar en ello, comentar brevemente  la primera parte, aunque, ya de por si, resulte muy clara.
- Sí, Maestro, está muy clara. La actitud de los samaritanos era, con frecuencia, muy hostil con sus vecinos, por lo que no acogieron a Jesús y a su séquito que desde Galilea se dirigía a Jerusalén. Los hermanos Santiago y Juan proponían venganza y Jesús les regañó. Es la aplicación de su doctrina que dice: “si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntala la otra, al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos” (Mt. 5, 39 – 41). En el plan de Jesús no entra la venganza y sí, el perdón.
- ¡Bueno!, después de tu explicación, por cierto muy acertada, entremos sin más en el comentario de la segunda parte (vv. 57 – 62). El Señor indica las condiciones para seguirle. Hay que seguirle sin condiciones ni cláusulas, no hay un seguimiento a medias o con un corazón compartido: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi, no es digno de mí, y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt. 10, 37 – 38).
Yo propondría dos puntos de reflexión:
* Jesús no es un prepotente, o un ser posesivo que pretende excluir cualquier otro afecto, y que, además, impone su voluntad.  Sencillamente  aplica el primer de los mandamientos que Él mismo formula de la siguiente manera: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente” (Mt. 22, 37). Te pide que tengas clara tu escala de valores, seguro que si te acercas a Él, que es la fuente de agua viva, podrás, entonces, atender de manera generosa y perfecta a los demás; por eso al texto antes citado sigue el siguiente: “Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas” (Mt. 22, 38 – 40).
Desde esta perspectiva el texto de hoy resulta que la decisión del seguimiento de Cristo es o interesada o poco motivada. El primero parece buscar “un buen puesto”, por eso Jesús le advierte: si buscas a mi lado una buena situación social te equivocas, pues “las zorras tienen  madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Los otros dos más que el cumplimiento de deberes familiares, enterrar a sus padres o despedirse de los suyos, intentan escabullirse del compromiso o posponer sine die una decisión.
* Desde la distancia y de discrepancia las palabras de Jesús pueden parecer duras y exigentes, pero desde el amor la invitación a seguirle suena a gloria. El amor cambia profundamente la percepción de las cosas. ¡Qué bellas aquellas palabras de Pablo!: “El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (1Cor. 13, 4 – 7).
Al que ama de verdad a Jesús lo mejor que le pueda suceder en la vida es que este le invite a seguirle.
El joven agachó la cabeza; las últimas palabras del ermitaño habían hecho mella en su corazón. El Maestro seguía en silencio como si no se percatara de que estaba pasando en el alma de su joven amigo. Después de un largo silencio el discípulo se incorporó y dijo:
- Maestro, he traído dos copias de la oración de Charles de Foucauld.
- Es un texto precioso; es el ejemplo de una oración de confianza total porque se ama sin ningún tipo de barreras o condiciones.
Y los dos, Maestro y discípulo la recitaron pausadamente intentando poner en cada frase, en cada palabra toda su riqueza expresiva.
Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor
de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.




martes, 14 de junio de 2016

EL ROSTRO DE CRISTO.


Duodécimo Domingo del tiempo ordinario C



Evangelio según san Lucas, 9, 18 - 24.
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
   ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron:
— Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
— El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
— El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
— El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.



- Maestro, ¿qué contestarías tu si Jesús te preguntara: ¿quién dices tú que soy yo??
El Maestro quedó en silencio. Era el momento adecuado para hacer ante el discípulo su profesión de fe, pero se sentía inseguro; sentía a la vez miedo y vergüenza. Incluso tenía  miedo de decepcionar a su joven amigo que lo tenía demasiado idealizado. Al fin y al cabo él, el ermitaño, no era más que un pecador que por circunstancias de la vida había elegido vivir en soledad, orando y trabajando, confiando más en la misericordia del Señor que en sus propios méritos que eran muy escasos. ¿Cómo contestar a la pregunta de su amigo? No quería decepcionarlo, pero sentía pudor de desnudar totalmente su alma ante aquel joven, generoso, valiente, comprometido y, sobre todo, amigo suyo.
El discípulo lo miraba fijamente esperando una respuesta, intuyendo, o no, el terremoto que su pregunta había provocado en el espíritu del anacoreta, quien al final contestó:
- Pues probablemente le diría algo así: “Señor, tú eres el arco iris que llena de colores mi vida, la luz que ilumina mi sendero, la esperanza que garantiza mi futuro. Creo, pero aumenta mi fe; te amo, pero purifica mi amor; te adoro pero te ruego: acoge mi humilde oración”.
Los dos quedaron en silencio y al final el Maestro continuó entrando ya en el tema del día:
- Yo dividiría el evangelio de hoy en tres partes:
1ª Parte: “Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos”. Parece una  paradoja, o bien estaba solo o bien estaba acompañado por sus discípulos, Personalmente tengo una respuesta clara: estaban todos, Jesús y sus discípulos, pero sólo Jesús oraba, solo Él dialogaba con el Padre, solo Él estaba preparado para esa relación íntima con el Padre. Entonces ¿qué hacían los demás? El evangelista no lo dice. Yo supongo que estarían rezando, recitando la Torá o los Salmos.
- ¿Quieres decir, Maestro, que hay diferencia entre “rezar” y “orar”?
- Yo, más allá del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, haría algunas matizaciones.  Rezar es recitar pública o privadamente oraciones litúrgicas o piadosas, y poco más. Orar es entrar en un diálogo íntimo con el Señor, de escucha, de alabanza, de petición o de acción de gracias. Rezar es bueno y necesario. Algunos se limitan a esto,  lo que es tremendamente empobrecedor; lo harían también los loros o cualquier aparato reproductor de audio; otros no saben o no pueden ir más lejos, e, indudablemente, Dios tendrá en cuenta su esfuerzo y su buena voluntad. También es cierto que muchos oran rezando.
2ª Parte: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.  A esta pregunta precedió otra: “¿quién dice la gente que soy yo” que provocó una catarata de respuestas: “unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas”. Pero a Jesús eso no le interesaba, además lo sabía de sobra. Quería saber como lo percibían ellos, los discípulos, que eran testigos inmediatos y directos de su vida, de su predicación, de sus milagros, en definitiva de su palabra y, muy especialmente, de su ternura.
Es necesario conocer al Jesús histórico, al Jesús de la Biblia, al Jesús de la Teología, o,  más sencillamente, al Jesús del Catecismo, pero los creyente debemos dar un paso más y hablar del Jesús de la experiencia. Debemos formularnos preguntas como éstas: “¿Quién es Jesús para mí?, “¿Qué espacio tiene en mi vida?”.  Pablo lo explica de manera clara y maravillosa: “yo vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 20), es decir, yo soy la barca, pero el que lleva el timón es Él; me lleva cuando quiere, dónde quiere y el tiempo que quiere.
3ª Parte: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz cada día y me siga”. Esta afirmación de Jesús parece una máxima más de las muchas que nos ha ofrecido, pero no, es la consecuencia de todo lo anterior: cuando a través de la oración has descubierto el verdadero rostro de Cristo, su ternura, has interactuado con Él, acabarás, desde tu propia libertad, identificándote totalmente con Él, despojándote de todo lo superfluo, y siguiéndole por los caminos de Galilea, de Judea y sobre todo por el camino del Calvario, es decir, cargando también tú con la cruz.
- A tus manos encomiendo mi espíritu, dijo el discípulo.
- Buena referencia la que me citas. Es el grito de confianza que nos lanza el Salmo 30 (31),  que pronunció Jesús al expirar, (Lc. 23, 46) e inspiró al diácono Esteban cuando en el auge de su martirio exclamó: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hech. 7, 59). Estos ejemplos están ubicados en situaciones límite, que actualmente no es nuestro caso, pero sí,  podemos y debemos exclamar: “A tus manos, Señor, encomiendo mi Vida; guíala, condúcela, llévala a buen puerto”.


martes, 7 de junio de 2016

MISERICORDIA QUIERO, NO EXCOMUNIONES.



Undécimo Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 7, 36 — 8, 3.
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
— Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y le dijo:

— Simón, tengo algo que decirte.
Él respondió:
— Dímelo, maestro.
Jesús le dijo:
— Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?
Simón contestó:
— Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo:
— Has juzgado rectamente.
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
   ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.
Y a ella le dijo:
-        Tus pecados están perdonados.
Los demás convidados empezaron a decir entre sí:
— ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer:
— Tu fe te ha salvado, vete en paz.
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Aquella mañana de domingo el ermitaño se acercó al camino y echó una mirada; a lo lejos un bulto se movía ágilmente en la penumbra como si quisiera desembarazarse de la oscuridad y entrar en la luminosidad del alba. El Maestro se sentó en el lugar de costumbre y allí esperó al discípulo. El discípulo tardaba y el ermitaño se acercó de nuevo al camino y esta vez no vio a nadie. Un tanto intrigado volvió a sentarse en el poyo de siempre y se dispuso a esperar con la mirada fija en el lugar por donde, lógicamente, tendría que aparecer su joven amigo y efectivamente por allí apareció a los pocos minutos.
- Buenos días, Maestro, dijo el joven al llegar.
- Buenos días, amigo mío, creía que habías sido abducido por algún alienígena.
- ¿Por qué lo dices, Maestro?
- Te pareces al Guadiana: apareces y desapareces para volver a aparecer a continuación.
- ¡Ah! entiendo. Me fui un momento a refrescarme al manantial, pues como vengo haciendo footing estaba muy sudado y necesitaba un remojón. ¿Te he hecho esperar mucho? ¡Lo siento!
Con tu permiso continuo: ¿por qué fue Jesús a comer a casa de un fariseo, cuando era evidente que esta secta le obstaculizaba por todas partes?
- Pregunta harto difícil de contestar, pero podemos afirmar que Jesús es un todoterreno en eso de las relaciones humanas. Lo mismo va a comer a casa de un fariseo como vemos en el evangelio de hoy, como se autoinvita a casa de un publicano llamado Zaqueo en Jericó (Lc. 19, 1 – 10); lo encontramos en Betania comiendo en casa de Lázaro, Marta y María y empezó “su hora” participando en un banquete nupcial en Caná de Galilea (Jn. 2, 1 – 11). Jesús no excluía, sino incluía, no  excomulgaba sino bendecía,  no separaba, sino acogía y abrazaba.
Antes de continuar permíteme una puntualización sobre este pasaje: o bien muchas mujeres repitieron este gesto de perfumar a Jesús, o bien – y yo me decanto por esta opción – cada evangelista la cuenta a su manera.
Mateo, 26, 6 – 13, lo sitúa en Betania, en casa de Simón el leproso, en los días previos a la pasión. Según Mateo el perfume fue derramado sobre la cabeza de Jesús.
Marcos, 14, 3 – 9, lo narra en los mismos términos que Mateo.
Lucas, 7, 36 – 50, como estamos viendo hoy, lo sitúa en Galilea, en casa de un fariseo, sin más datos, y la mujer unge los pies de Jesús, y parece ser más bien al principio de la predicación del Señor. Sólo en Lucas encontramos la catalogación de la mujer como una gran pecadora, y de amar mucho porque Jesús le perdonó mucho.
Juan, 12, 1 – 8, también lo sitúa en el contexto de la pasión: “seis días antes de la Pascua”, también en Betania  pero con sensibles diferencias con respeto a los demás evangelistas:
* están en casa de sus amigos Lázaro, Marta y María. María es la protagonista de la historia y es ella quien unge los pies al Señor. De ahí que a lo largo de los siglos muchos han identificado en una sola persona a María Magdalena, con la gran pecadora rescata por Jesús, con María de Betania, la hermana de Marta.  Creo que no existen suficientes datos históricos que garanticen esta identificación.
Pero ciñámonos  al texto de Lucas. Lo verdaderamente destacable es que Jesús se dejara tocar – acariciar, diría yo – por una mujer pecadora, sin miedo a incurrir en impureza legal, pues como dice en otra ocasión “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27), o como dice el papa Francisco: “para ser pastor hay que oler a oveja”.
- Maestro, no entiendo la explicación de Jesús: ¿se le perdonó mucho porque amó mucho o amó mucho porque se le perdonó mucho?, en una palabra, qué fue primero el amor o el perdón?
- Has dado en la diana, y Jesús afirma las dos cosas: refiriéndose a la mujer dice que se le perdonó mucho porque amó mucho, es decir que el amor fue la fuente y el motor del perdón, mientras que en la conclusión afirma que “al que poco se le perdona, ama poco”.
Como mi formación bíblica es escasa y no encuentro respuesta para esta duda me atrevo a suponer que el silogismo está  mal formulado y que lo que verdaderamente dijo el Señor fue: “a quién mucho ama, mucho se le perdona, y al que poco ama poco se le perdona”.
Amigo mío, o la Iglesia es auténtico instrumento de misericordia y de perdón, o será una piadosa ONG, o cualquier otra cosa, pero no la Iglesia que quiso Jesucristo.
- Maestro, la Iglesia hoy es la que está más cerca de los pobres y de los que sufren.
- Entonces estarías de acuerdo en que es la mejor ONG que existe. Hay muchos palmeros y mucho bla, bla, bla. Decir que la Iglesia de hoy es instrumento de perdón y de misericordia es como afirmar que en tiempos de Jesús había una perfecta asistencia a los viajeros que entre Jerusalén y Jericó sufrían robos y violencia. Hay versos sueltos, instituciones y personas que se implican de verdad en esta tarea, como entonces hubo un buen samaritano, pero los demás dan rodeos y pasan de largo.