domingo, 25 de septiembre de 2016

LA FE, DON GRATUITO DE DIOS.


Vigésimo séptimo Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 17, 5 – 10.
En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor:
      Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
      Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis:
“Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”


Después de los saludos de rigor se sentaron, Maestro y discípulo, cada cual en su lugar. Era muy pronto todavía y hacía algo de frío; el ermitaño se enrolló en su capa – así la llamaba él – y el joven cerró su anorak  y metió las manos en los bolsillos. Así estuvieron largo rato hasta que el discípulo  ya cansado de esperar, dijo:
- Maestro, tengo unas cuantas  preguntas que hacerte.
- ¡Adelante! Si lo sé, te las contestaré.
- ¿Por qué los apóstoles piden al Señor: “auméntanos la fe”? ¿tenían o no tenían fe?  Siempre me han dicho que la fe es un don gratuito de Dios. ¿Si es así, los que no tienen fe no son culpables ya que carecen, no por voluntad propia, del instrumento imprescindible para salvarse?
- Son preguntas muy complicadas para un pobre ermitaño como yo, pero intentaré contestarte según mi mejor saber y entender;  empezaré por el final, pues conviene dejar a Dios el determinar las culpas y los méritos de cada cual, ya que solo Él puede escrutar hasta lo más profundo los corazones y sabe el porqué de cada acción u omisión, y todas las circunstancias que ahí convergen.
Intentaré explicar el tema de la fe como don gratuito contándote una parábola:
Un padre tenía dos hijos. Un día llegó a casa muy contento pues alguien le había invitado a comer unos nísperos, fruta que él desconocía y que le había gustado mucho, por lo que se había metido en el bolsillo dos semillas. Después de haber cantado las loas de fruta tan exquisita dio una semilla a cada hijo diciendo: “Hijos, os he traído una semilla a cada uno, os otorgo un pedazo de terreno de mi huerta, os doy una azada y una pala a cada uno y también un cubo; os indicaré donde está el riachuelo para que cojáis el agua y reguéis la planta cuando esta lo necesite”.  
Al día siguiente, por la mañana, los dos chicos fueron al huerto y cada uno sembró en su parcela la semilla de níspero recibida del padre. Pero a partir de ahí las cosas cambiaron: mientras que uno, digamos que el más pequeño, todas las mañanas se acercaba al huerto, miraba la tierra dónde estaba enterrada la semilla, arrancaba alguna hierba oportunista que se asomaba en el lugar, y regaba cuando había sequía, el otro olvidó por completo su semilla y ni se asomaba por el lugar, de manera que su parte del huerto estaba llena de hierbajos. Pero un día hubo una gran noticia: Habían brotado los nispereros –más correctamente nísperos, ya que el árbol y el fruto tienen el mismo nombre - ya se podían contemplar. Se decidió hacer una gran fiesta para celebrarlo, y aquel día también el hermano mayor fue al huerto a desbrozar el terreno y limpiar los matojos, no para cuidar de su arbolito, sino para justificar la fiesta familiar; pero al día siguiente todo siguió igual: el hermano mayor se desentendió de su árbol, que con los primeros calores del verano se secó, mientras que el más pequeño siguió cuidándolo cada día, haciendo que aquella semilla pequeña se transformara en un hermoso y frondoso árbol que cada año se llena de frutos amarillos que son una gozada para los que lo contemplan y una bendición para los que los saborean.
Como puedes ver la semilla es un don gratuito de Dios, y también lo es el huerto, las herramientas, el agua del riachuelo y, si me apuras, el sol, la lluvia y hasta el viento que ha llevado al árbol a agarrarse más fuertemente a la tierra; todo, absolutamente todo es don de Dios, y sólo son necesarios los mimos del hombre para que dé abundante fruto. Así es la fe. Dios te la regala como una semilla y te ofrece todos los medios para cuidarla, pero debes hacerlo cada día, en cada circunstancia; no es suficiente con celebrarla en eventos solemnes como comuniones, matrimonios, defunciones, fiestas populares, etc. La fe no sobrevive a largas temporadas de olvido.
- Pero, Maestro, insistió el discípulo, ¿seguro que el Padre da a cada hijo la semilla del níspero o, si prefieres, el don inicial de la fe?
- No lo sé, aunque personalmente creo que sí, A lo mejor no te da la semilla de un fruto vistoso, te da la semilla de un tomate o de un cardo, pues, ¡adelante! porque al final no te va a juzgar por los resultados, es decir, por los maravillosos frutos del níspero, sino por el esfuerzo que has puesto en conseguirlo, como en la parábola de los talentos (Mt. 25, 14 – 30) En definitiva, amigo mío, la fe es esa pequeña llama que Dios pone en nuestras manos – véase en ritual del bautismo – y que debemos cuidar para que se transforme en una hoguera capaz de calentar e iluminar a tos los que se acerquen.
Y para contestar a tu pregunta te diré que, según mi opinión los apóstoles tenían fe, pero lógicamente incipiente y raquítica y de una manera inconsciente intuían que llegaría algún huracán que se los llevaría por delante, como de hecho sucedió con la pasión y muerte de Jesús que les dejó totalmente descolocados. Por suerte para ellos y para nosotros con la resurrección del Señor se levantaron y con la venida del Espíritu se fortalecieron de tal manera que ya nadie los consiguió derribar.
Me queda todavía la segunda parte del evangelio de hoy: la parábola. Como sucede con frecuencia esta comparación no rige en nuestra cultura, es demasiado clasista. Voy a prescindir de ello, porque lo importante aquí es la sentencia o enseñanza: “Cuándo hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer””. Debemos ser humildes; con frecuencia creemos que Dios es nuestro deudor. Hemos hecho tantas cosas y tan bien que “nos hemos ganado lo que tenemos y más. Por supuesto que todos seguimos pensando que nos estamos ganando el cielo y descartamos la idea de que el cielo será un regalo de la misericordia de Dios. En el fondo esta misma idea interesada subyace ya en aquella intervención de Pedro: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc. 10, 28); se entiende que el Apóstol estaba intentando sacar rédito de su entrega a la causa de Jesús y lo consiguió pues el Señor le prometió que quién así actúe recibirá cien veces más en este mundo y la vida eterna (Cfr. Mc. 10, 29 – 30).
Y para terminar te propongo un modelo de oración:
Padre, te doy gracias por la semilla de la fe que me regalaste el día de mi bautismo;
por mi familia, mi parroquia, la Iglesia, lugar donde cultivarla,
tu palabra, la oración, los sacramentos, herramientas para cuidarla.
También te doy gracias, por las dudas, contrariedades, sinsabores, rebeldías y pecados; todos estos vientos y huracanes han hecho que mi fe se haya hecho más robusta, más resistente y más profundamente enraizada en Ti.



lunes, 19 de septiembre de 2016

EL RICO EPULÓN; EL POBRE LÁZARO


Vigésimo sexto Domingo del tiempo ordinario C.



Evangelio según san Lucas, 16, 19 – 31.
 En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
- Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y ban­queteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su
portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.”
Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.”
El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.”
Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.”
El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.”
Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”»



- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar.
- Buenos días, amigo mío, contestó el ermitaño. ¿Cómo estás?
- Muy bien. La verdad es que estamos en la mejor estación del año. Se corre muy a gusto; no hace tanto frío como en el invierno, que por mucho que te abrigues se te cortan los labios y la cara y, además con tanto abrigo no corres a gusto, ni tanto calor como en el verano que cuando llego aquí he perdido mucho líquido por el sudor. Esta temperatura otoñal es muy agradable; por lo que venir hasta aquí es doblemente gratificante: reflexionar contigo la palabra de Dios de cada domingo y el ejercicio físico del footing.
- ¿Entonces tú lo aconsejarías al rico epulón?
- ¡Ya lo creo! Probablemente mientras se banqueteaba opíparamente alguien le estaría abanicando para que el disfrute fuera completo, pero después, cuando cruzó las fronteras del abismo las cosas fueron diferentes: el calor de las llamas lo atormentaban atrozmente. Pero, háblame de la parábola de hoy.
- Quisiera hacer una pequeña introducción para situar esta parábola en si contexto. Lucas era discípulo de Pablo, y con Pablo evangelizaba a los gentiles.
Ahora bien, los judíos habían sido educados en una doctrina solidaria. Sirva de ejemplo el jubileo y todo lo que significa (Cfr. Lev. 25, 10 – 55) y las insistentes amonestaciones de los Profetas (véase, por ejemplo Amós: 4, 1  y 8, 4 – 6). Otra cosa muy distinta es que utilizaban (y utilizan) todas las triquiñuelas para vaciar de contenido dicha doctrina. Pero, como te decía, Pablo, y por consiguiente Lucas se dirigían al mundo griego y romano que tenían bien otra filosofía vital, sobre todo estos últimos, dónde los hombres no eran valorados por su dignidad sino por su fuerza y su riqueza.
Permíteme hacer aquí un pequeño inciso: algunos exegetas dicen que cuando Pablo en tres ocasiones diferentes habla de “mi evangelio” (Rom. 2, 16; 15, 26 y 2ªTim. 2,7)  se refiere a lo que Lucas estaba escribiendo, pues al ser discípulo suyo era como su secretario. Personalmente pienso que al hablar de “mi evangelio” se refería más bien al cuerpo doctrinal que anunciaba a sus iglesias y a las cartas que escribía. De todas maneras resulta evidente, por las circunstancias, que el evangelio de Lucas es el reflejo de la predicación paulina.
Y en este contexto pagano se comprende la insistencia de Lucas en afirmar que las riquezas no son la salvación del hombre, sino que pueden constituir un auténtico obstáculo.
Hace unos domingos hemos visto como un hombre que se disponía a disfrutar a lo grande su abultada cosecha, se moriría aquella misma noche sin que su riqueza se lo impidiera (Lc. 12, 16 – 21); después hemos visto como las riquezas del hijo pródigo lo condujeron a la mayor de las indignidades: cuidar cerdos, mientras que la auténtica felicidad estaba en la casa del padre, gozando de su ternura (Lc.15, 11 – 31); un poco más adelante - en la parábola del administrador infiel que hemos leído el domingo pasado (Lc. 16, 1 – 13) nos enseña a utilizar los bienes no como un fin, sino como medios para alcanzar la salvación (felicidad),), y por último el evangelio de hoy ya es rotundo en su formulación: las riquezas usadas exclusivamente en propio beneficio no conducen a la vida sino a la muerte.
El evangelista habla abiertamente de infierno. Esto es, en definitiva, el meollo de la doctrina del Señor: compartir, compartir y compartir. Ya Juan  a orillas del río Jordán enseñaba: ”El que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene, y que tenga comida, que haga lo mismo” (Lc. 3, 11), y Jesús termina prácticamente su ministerio diciendo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn. 13, 34). Si el rico epulón hubiera actuado de esta manera hubiera compartido con Lázaro, pobre en esta vida, la estancia en el seno de Abrahán.
Con tu permiso quisiera decir dos cosas más.
El discípulo levantó la cabeza, miró al ermitaño y sonrió; sabía perfectamente que el Maestro seguiría hablando con o sin su permiso.
- Me llama poderosamente la atención, siguió el anacoreta, como Abrahán, que es la figura del Padre, se dirige al rico epulón ya condenado en el infierno llamándolo “hijo”. La misericordia de Dios es tan grande que aún aquellos que por elección propia se han alejado de Él para siempre no pierden su filiación.
También resulta muy clara la conclusión de la parábola: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen” pues “si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”.  Cuando uno tiene la cabeza dura y el corazón de piedra es incapaz de escuchar al Señor aunque le hable al oído.
Después de un largo silencio el discípulo sacó de la mochila un papel se lo pasó al ermitaño, y dijo:
- ¿La conoces? ¿Cantamos?
El Maestro asintió con la cabeza y los dos cantaron:
Con vosotros está y no le conocéis,
con vosotros está: su nombre es el Señor. 
Con vosotros está y no le conocéis,
con vosotros está: su nombre es el Señor.
1. Su nombre es el Señor y pasa hambre,
y clama por la boca del hambriento,
y muchos que lo ven pasan de largo,
acaso por llegar temprano al templo. 
Su nombre es el Señor y sed soporta,
y está en quién de justicia va sediento
y muchos que lo ven pasan de largo,
a veces ocupados en sus rezos.
2. Su nombre es el Señor y está desnudo,
la ausencia del amor hiela sus huesos,
y muchos que lo ven pasan de largo,
seguros y al calor de su dinero. 
Su nombre es el Señor y enfermo vive
y su agonía es la del enfermo
y muchos que lo saben no hacen caso,
tal vez no frecuentaba mucho el templo.
3. Su nombre es el Señor y está en la cárcel,
está en la soledad de cada preso,
y nadie lo visita y hasta dicen
"tal vez ese no era de los nuestros". 
Su nombre es el Señor el que sed tiene,
Él pide por la boca del hambriento,
está preso, está enfermo, está desnudo,
pero Él nos va a juzgar por todo eso.

http://www.aiomp3.com/mp3/con-vosotros-esta-download.html




domingo, 11 de septiembre de 2016

ADMINISTRADORES, NO AMOS.


Vigésimo quinto Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 16, 1 - 13.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.”
El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.”
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”
Este respondió: “Cien barriles de aceite.”
Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.”
Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”
Él contestó: “Cien fanegas de trigo.”
Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta.”
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

- Maestro, dijo el discípulo al llegar, no entiendo nada, o muy poco, del evangelio de hoy. 
- Me alegro que, por lo menos, entiendas un poco. Me preocuparía que lo entendieras todo, porque entonces tú serías el maestro y  yo el discípulo. Dejando de lado la chanza, hay que convenir que la parábola de hoy, tal como está formulada en su literalidad, no es aceptable, sobre todo en este momento histórico en que muchas países de nuestro entorno social adolecen de una grave enfermedad: la corrupción, es decir, la “práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas - organizaciones, -  en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. (Diccionario de la Lengua de la Real Academia de la Lengua Española), y si me dices que lo de la parábola no es corrupción, porque no se trataba de dinero público sino privado, yo te diré que es, cuanto menos, un robo de cabo a rabo.
Para analizar esta parábola hay que acudir a los tópicos de siempre: es que estamos hablando de otra cultura muy lejana a la nuestra; las parábolas eran, en la mayoría de los casos, historias que realmente habían pasado y que los oyentes de Jesús conocían, etc. En este sentido te voy a leer una interpretación que anoté hace años que si bien me parece demasiado rebuscada, daría una explicación lógica a este texto, y, como dicen los italianos, “si non è vero, è ben trovato”, que se puede traducir como: “no será verdad, pero encaja bien”:
Era costumbre admitida en Palestina el que los administradores tuvieran alguna ganancia ‘extra', anotando en los recibos –como hoy hacen muchos jefes de compra o de venta en las empresas más cantidad de lo que de hecho prestaban. Como el interés estaba prohibido por la ley mosaica era una manera de sacar ganancia sobre el capital tanto para el dueño como para el que mediaba el negocio. Lo que hace el administrador en nuestro relato al bajar la suma de lo prestado a cifras más reales es tener, por fin, un acto de honestidad.
Lo que si resulta claro y aleccionador es la enseñanza o moraleja de Jesús: “Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.
Para terminar, amigo mío porque hoy quiero ser muy corto, te ofrezco una idea básica para interpretar las enseñanzas del evangelio de hoy:
* No somos dueños de lo que afirmamos ser nuestros bienes, somos tan sólo administradores, y como insiste la Doctrina Social de la Iglesia, tenemos que administrarlos no exclusivamente a favor propio, sino en beneficio de toda la colectividad. Esto, si bien tiene aplicación en todos y cada uno de los bienes particulares, por muy insignificantes que parezcan, - no olvidemos del vaso de agua dado con amor (Cfr. Mc. 9, 41) - tiene mayor relieve en las grandes fortunas y en lo grandes medios de producción que hacen muchas veces que unos cuantos – que generalmente son los que menos bregan – vivan y banqueteen opíparamente como el rico epulón y otros – con frecuencia los que más trabajan y hacen posible que esas riquezas se mantengan y que eses medios produzcan – queden absolutamente empobrecidos y, como Lázaro, acaben mendigando una miga de pan de las muchas que se tiran de la mesa del rico amo (cfr. Lc. 16, 19 – 32. Este texto lo proclamaremos el próximo domingo).
En definitiva, amigo mío, administremos honradamente el patrimonio que Dios ha puesto en nuestras manos, para que Lázaro nos haga los honores cuando lleguemos al seno de Abrahán.
Como hacían con cierta frecuencia, después del silencio de oración cantaron:                                                 
1. Cuando el pobre nada tiene y aún reparte,
cuando un hombre pasa sed y agua nos da,
cuando el débil a su hermano fortalece, ...
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR,
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR. 
2. Cuando un hombre sufre y logra su consuelo,
cuando espera y no se cansa de esperar,
cuando amamos, aunque el odio nos rodee, ...
3. Cuando crece la alegría y nos inunda,
cuando dicen nuestros labios la verdad,
cuando amamos el sentir de los sencillos, ...
4. Cuando abunda el bien y llena los hogares,
cuando un hombre donde hay guerra pone paz,
cuando hermano le llamamos al extraño, ...



lunes, 5 de septiembre de 2016

CARA DURA Y CORAZÓN DE PIEDRA


Vigésimo cuarto Domingo del tiempo ordinario C



Evangelio según san Lucas, 15, 1 – 32.
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
— Ése acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
— Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “ ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.” Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.” Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.
También les dijo:
— Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la
parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”
El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”





Con el tradicional “buenos días, Maestro” saludó el discípulo al ermitaño a su llegada la madrugada de aquel domingo y siguió hablando:
- Yo soy el otro hijo pródigo que he vuelto a casa después de haberte abandonado  durante un mes.
El ermitaño rio con ganas por la ocurrencia de su amigo, y cuando se tranquilizaron comentó:
- Por lo que sé y tengo entendido ni has “vivido perdidamente” ni “has comido los bienes paternos con malas mujeres”.
Una nueva sonrisa, esta vez muy corta, a lo que el joven añadió:
- No, Maestro, bien sabes tú que no; fue un mes maravilloso compartiendo el servicio que algunas instituciones religiosas prestan a los más pobres y olvidados  en medio de una sociedad opulenta. Fue una experiencia impactante; nada que ver con las fiestas y algarabías varias del hijo pródigo.
- Bueno, dijo el Maestro. Siguiendo con este personaje debo decir que ya lo hemos encontrado a lo largo de este año litúrgico, y más concretamente el cuarto domingo de cuaresma, por lo que muy probablemente repetiré la reflexión, pero como decían los clásicos “repetita iuvant” que literalmente significa “las cosas repetidas ayudan” y de una manera más libre: repetir las cosas ayuda a aprender y/o recordar.
- Sí, Maestro, no te preocupes por repetir, pues me agrada escucharte. Tengo resumido en apuntes lo que dices cada domingo, pero si bien he leído el evangelio de hoy no he consultado ningún comentario.
- Voy a ser esquemático y breve. Este pasaje me sugiere siempre estos puntos:
* el protagonista de esta parábola no es, ni mucho menos, el hijo menor, el pródigo, que tiene un comportamiento reprobable de principio a final, sino el padre que demuestra un cariño, una misericordia y una comprensión desmesurada hacia sus vástagos.
- ¡Sus vástagos! ¿Pones los dos hijos a la misma altura?
- Los dos hijos son pecadores, cada uno a su manera. El hijo pequeño está sobradamente explicado en el evangelio: exigente, insensible, juerguista, derrochador, mujeriego, y hasta caradura, pero el mayor también tiene lo suyo: si cree perfecto y, por ende, superior, incapaz de comprender y, por consiguiente, de perdonar los defectos y los pecados de los demás. Si el pequeño tiene una cara dura el mayor tiene un corazón de piedra.
El único bueno, justo y ecuánime es el padre, que sale a recibir al hijo pequeño que vuelve a la casa paterna después de un tiempo alejado de ella, y vuelve a salir a acoger al mayor que, por soberbia y orgullo, se niega a entrar.
* Solemos presentar al hijo pródigo como modelo del hombre arrepentido, algo así como la perfecta contrición; nada más lejano. En el estómago del joven había hambre y en su mente el recuerdo del puchero de la casa paterna; reconoce que donde puede vivir con un mínimo de dignidad es junto a su padre y, como no le queda más remedio, decide regresar. Para nublar el corazón paterno prepara un discurso sentimental, que el  anciano progenitor declina escuchar, pues para él hay una sola razón: su hijo ha vuelto.
Creo, amigo mío y con esto termino, que el padre misericordioso debe servir de modelo para la nueva evangelización. Todo cristiano debe tender y buscar la perfección que es ser imagen de Cristo (cfr. Rom. 8, 29 y 2Cor. 3, 18), pero la Iglesia que personifica al  paterfamilias debe salir, acoger y abrazar a todos sus hijos, sin preguntas, exámenes o   condiciones; sin excluir a nadie, sin anatemizar a nadie, sin excomulgar a nadie.
Después de un largo silencio de oración, los dos, Maestro y discípulo cantaron:
Sí, me levantaré.
Volveré junto a mi Padre.
A Ti, Señor, elevo mi alma;
Tú eres mi Dios y mi Salvador.
Mira mi angustia, mira mi pena;
dame la gracia de tu perdón.
Mi corazón busca tu rostro;
oye mi voz, Señor, ten piedad.
A ti Señor te invoco y te llamo;
Tú eres mi roca, oye mi voz.
No pongas fin a tu ternura;
haz que me aguarde siempre tu amor.
Sana mi alma y mi corazón
porque pequé, Señor, contra Ti.
Piedad de mí, oh Dios de ternura,
lava mis culpas, oh Salvador.
Tú sabes bien Señor mis pecados,
ante tus ojos todos están.
Como el vigía espera la aurora,
así mi alma espera al Señor.
Vuelve Señor, vuelve a nosotros.
Somos tus hijos, tennos piedad.
Abre mis labios para cantarte,
dame el gozo de la libertad.
Feliz el hombre a quien Dios perdona,
todas sus faltas, todo su error.
Aunque mis padres me abandonaran,
me acogería siempre mi Dios.
Tú mi alegría, Tú mi refugio;
todos los santos te cantarán.
Mi corazón te canta y exulta,
te alabaré por la eternidad