sábado, 26 de julio de 2014

ELEGIR significa RENUNCIAR


Decimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario A.

 
Evangelio según san Mateo, 13, 44 - 52.
 

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
- El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?
Ellos le contestaron:
- Sí.
Él les dijo:
- Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.
 
 
 
 
Mañana de verano, ya hace calor antes de aparecer el sol en horizonte, aunque en el lugar donde vive el ermitaño, hace fresco en el verano y frío, mucho frío, en el invierno.
Sentados los dos, Maestro y discípulo, en el lugar de costumbre fuera de la cueva del anacoreta, dice el joven discípulo:
- Seguimos, Maestro con las parábolas catequéticas de Mateo; son bonitas pero un poco irreales, ¿quién encuentra un tesoro enterrado?, ¿quién entierra un tesoro?
- Ciertamente que se trata de parábolas, pero no carecen de verosimilitud; te cuento: en aquellos tiempos - y por desgracia también hoy en muchas regiones del mundo - los pueblos vivían en una situación de perenne enemistad y en guerra continua con frecuentes incursiones en territorios ajenos, lo que provocaba huídas precipitadas y desorganizadas. Cuando esto sucedía o en previsión de sucediera con frecuencia enterraban sus sus tesoros en los campos u otros lugares que estimaban seguros ...
- Eran las cajafuertes o los paraísos fiscales de entonces, añadió el joven.
- Algo así, pero mucho menos sofisticados. El caso es que con frecuencia no volvían de su destierro y las tierras o lugares pasaban a otras manos, y de ahí la posibilidad del descubrimiento de dochos tesoros. Si me permites abro aqui un paréntesis para explicar algo parecido. Europa y España, muy particularmente, está sembrada de santuarios y ermitas dedicadas a imágenes de la Virgen halladas o encontradas de manera más o menos sobrenatural. Al margen de leyendas piadosas y hasta probablemente de algún fraude intencionado lo cierto es que hay mucho de verdad en estos hallazgos. Los cristianos perseguidos por bárbaros, iconoclastas y musulmanes huían de sus tierras escondiendo las imágenes comunitarias o familiares más queridas en las montañas, entre rocas y hasta en los troncos huecos de los árboles. La mayoría murieron en la escaramuza o en el destierro, por lo que se perdió la memoria de dichos escondrijos, dando así ocasión al hallazgo milagroso de dichas imágenes años, décadas o siglos más tarde. Siguiendo con el paréntesis ¿cuántas imágenes con arraigada devoción popular fueron escondidas y así salvadas de la quema durante la guerra civil española de triste recuerdo?
Dejando a un lado esta explicación previa, entremos en el meollo de la cuestión. Creo que existe una gran diferencia entre las dos primeras parábolas y la tercera. Esta última habla de buenos y malos, de cosas útiles y aprovechables y de cosas inútiles o desechables; aqui la elección no resulta complicada; el pescador se sienta a la orilla del lago, va cogiendo los peces enganchados en la red: los buenos los pone en un recipiente para su comercio y consumo y los malos los devuelve al lago para que sirvan de alimento a otros peces. Solo se le exige al pescador un poco de pericia y que sepa distinguir los buenos de los malos.
Como la primera, el tesoro escondido, y la segunda, la perla preciosa, son paralelas, te comentaré esta última: "El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra". Aqui no se trata de elegir entre buenos y malos, sino entre buenos y mejores. Este hombre era comerciante, cabe suponer que tenía mucho género y de buena calidad, pero cuando encuentra esa perla sus pupilas se dilatan, su boca queda entreabierta, su corazón se acelera: esa es la perla que, quizás inconscientemente, andaba buscando desde siempre. Las otras eran bonitas, muy valiosas, pero aquella era especial. No puede y no quiere tenerlas todas, porque esa sola colma todas sus aspiraciones y exigencias, por eso va y vende las demás. ¿Por qué?
* porque la encontrada llena su corazón y ya no queda espacio para ninguna otra;
* porque son incompatibles. Aunque buenas, pierden su esplendor al lado de la nueva. San Pablo lo expone de manera radical. "Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fl. 3, 4 - 9).
Por eso, amigo mío, hay que ser conscientes que ELEGIR significa al mismo tiempo RENUNCIAR. Cuando encuentras tu tesoro o tu perla no te asustes si tienes que desprenderte de todo lo demás, porque lo hallado saciará plenamente tu corazón y te hará feliz, plenamente  feliz, y una vez iniciado el camino no llores por la leche derramada, no mires atrás como la mujer de Lot que, por hacerlo, se convirtió en estatua de sal (Gn. 19, 26) o como dice Jesús en otra ocasión: "El que echa la mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios" (Lc. 9, 62).
- Me estás diciendo, Maestro, - intervino el joven discípulo - que seguir a Jesucristo supone renunciar a muchas cosas, pero que lo que encuentras es mucho más valioso.
- Y lo único que puede llenar tu vida de sentido y de felicidad.
Como había sucedido en alguna otra ocasión el joven sacó del bolsillo en folio doblado y dijo:
- Maestro, he encontrado en internet una poesía de Patxi Loidi que me gustó mucho y que me gustaría leertela. Tiene el sabor de despedida o de un "hasta luego", pues como en años anteriores aprovecho este tiempo de verano para hacer alguna experiencia; este año me voy a África, a una misión de los padres combonianos. Leo:

Dichoso el que tropieza contigo.
Dichoso el que te encuentra y te descubre.
En cualquier recodo, en cualquier encrucijada,
en los lugares más insospechados,
te haces el encontradizo con él y le das la gran sorpresa.

Tú le seduces, y él lo vende todo para poseerte.
¡Dichoso ese hombre!. ¡Dichosa esa mujer!
Dichoso el que no se acomoda, y te sigue encontrando más veces.
Todos los días, a cualquier hora...
Te ve y te reconoce, siente un sobresalto como la primera vez.
Dichoso el que tropieza contigo y te descubre.
La mayor ganancia eres Tú. La perla más preciosa eres Tú.
El tesoro más deseado eres Tú.

Todo lo que buscamos lo llevas Tú:
verdad, justicia, amor, paz, alegría, fiesta,
revolución, fraternidad, solidaridad,

vida nueva, nueva sociedad, nueva humanidad.
Tú no te pierdes ni te gastas, no te apolillas ni pasas de moda.
Vale la pena venderlo todo para tenerte y gozarte.
¡Ojalá me busques y me seduzcas!
¡Ojalá te encuentre!
Pensándolo me alegro y proclamo en todos los sitios:
¡Tú eres el tesoro de mi vida!

 
 
 


 

viernes, 18 de julio de 2014

La buena y la mala semilla.


Decimosexto Domingo del Tiempo Ordinario A

 
Evangelio según san Mateo, 13, 24 - 43.
 
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
- El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.  Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña.  Entonces fueron los criados a decirle al amo:
- Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?
Él les dijo:
- Un enemigo lo ha hecho.
Los criados le preguntaron:
- ¿Quieres que vayamos a arrancarla?
Pero él les respondió:
- No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores:"Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero".
Les propuso esta otra parábola:
- El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola:
- El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada.
Así se cumplió el oráculo del profeta:
«Abriré mi boca diciendo parábolas,
anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»
Luego dejó a la gente y se fue a casa.  Los discípulos se le acercaron a decirle:
- Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.
Él les contestó:
- El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes.  Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre.  El que tenga oídos, que oiga.
 

 

Sentados ya cada cual en su lugar, comentó el discípulo:

- Maestro, seguimos con las parábolas catequéticas de Mateo.

- Seguimos con las parábolas catequéticas de Mateo, asintió el ermitaño, y por ser catequéticas están proferidas con tanta claridad, que sobra cualquier explicación. Además la primera, la de la cizaña, ya está explicada por el mismo evangelista. Si nos atenemos a la literalidad la explicación es del mismo Jesús, y, según algunos exégetas, de la primitiva comunidad apostólica; pero de esto ya te he hablado la semana pasada y no cabe repetir.

Partiendo, no obstante, de las parábolas yo quisiera hoy tocar algunos temas un tanto tangenciales:

1º - El Mal existe, y como el bien o la gracia de Dios también el Mal es gratuito. Está ahí y punto; no lo has llamado, no lo has pedido, no lo has deseado y, ni mucho menos, lo has merecido, por eso definimos el Mal como un misterio. El Mal es enemigo del Bien y los dos conviven en el mismo espacio en guerra continua. Nosotros, seguidores del Bien, debemos de estar al acecho y vigilar nuestras fronteras para que el Mal no nos aplaste, pero debemos ser conscientes que el Mal también tiene muchos seguidores generalmente muy preparados, muy poderosos y con muchos medios para los cuales nosotros somos enemigos, porque con nuestro estilo de vida, con nuestra palabra y con nuestros escasos medios impedimos la realización total de sus proyectos.

- Prudencia, y mucha prudencia. Cuando los criados proponen arrancar la cizaña para que quede un campo "puro", incontaminado, Jesús contesta: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo". Jesús es prudente y entiende mucho de daños colaterales. A veces en la política y en la Iglesia se hacen campañas - hablo del pasado y del presente - de arranque de algún tipo concreto y específico de cizaña y entonces hay aplausos, vítores a los promotores y ejecutores de tales campañas, pero ¿quién se para a valorar todo el trigo arrancado y todo el sufrimiento infligido?

Decía Confucio: "No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del campesino". Puede ser que en algún caso tenga razón el Sr. Confucio, pero tanto daño puede causar la excesiva negligencia como el excesivo celo.

Siguiendo con el tema de la prudencia debemos desterrar el buenismo, pensando que todo mundo es bueno, que aquí no pasa nada, que el mundo es una balsa de aceite o el Mar Mediterráneo en verano, cálido y sereno; ¡no!, el enemigo anda suelto y siempre lleva cizaña en el zurrón y debemos estar alerta y ser precavidos; por otra parte tampoco debemos desconfiar de todo mundo, hacer juicios rápidos y, sobre todo, percibir al "diferente" como el malo o el enemigo. En el fondo todos somos diferentes. Tengamos presente aquellas palabras de Jesús: "Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, sagaces como las serpientes, y sencillos como las palomas" (Mt. 10, 16).

- ¿Y qué me dices, Maestro, de las otros dos parábolas de hoy, la del grano de mostaza y la del puñado de levadura?

- Pues es evidente que el Reino de Dios necesita esas cosas muy pequeñas, aparentemente insignificantes, pero imprescindibles para su eficacia. La Iglesia, como institución humana que es, está trabajando usando todos los medios a su alcance, que son muchos, y es justo que así sea, pero sinceramente te lo digo, solo consigue mantener viva en la artesa esa enorme masa; en este momento falta ese puñado de fermento que la transforme en vida y en eficacia. Espero y deseo que en este siglo XXI surja en alguna parte un Francisco de Asís, una Teresa de Jesús o una Teresa de Calcuta que desde su pequeñez despierte las conciencias y transforme la masa de la artesa. De no ser así, el campo quedará baldío y la masa, inerte y estéril.

Después de un largo silencio de reflexión los dos cantaron, a modo de himno:

1. Sois la semilla que ha de crecer,
sois la estrella que ha de brillar, 
sois levadura, sois granos de sal,
antorcha que debe alumbrar. 
Sois la mañana que vuelve a nacer,
sois la espiga que empieza a granar, 
sois aguijón y caricia a la vez,
testigos que voy a

Id amigos por el mundo anunciando el amor 
mensajeros de la vida, de la paz y el perdón
sed amigos los testigos de mi resurrección, 
id llevando mi presencia, con vosotros estoy.

 2. Sois una llama que ha de encender
resplandores de fe y caridad,
sois los pastores que han de guiar
al mundo por sendas de paz. 
Sois los amigos que quise escoger,
sois palabras que intento gritar, 
sois Reino nuevo que empieza a engendrar
justicia, amor y verdad.

3. Sois savia y fuego que vine a traer,
sois la ola que agita la mar,
la levadura pequeña de ayer
fermenta la masa del pan. 
Una ciudad no se puede esconder
ni los montes se han de ocultar, 
en vuestras obras que buscan el bien,
los hombres al Padre verán.

 

sábado, 12 de julio de 2014

EL SEMBRADOR


Decimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario A

 
Evangelio según san Mateo, 13, 1 - 23.
 
 
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago.  Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
  - Salió el sembrador a sembrar.  Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.
 
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
- ¿Por qué les hablas en parábolas?
  El les contestó:
  - A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.  Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.  Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.  Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:
                 "Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure."
  ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
 
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador:
Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón.  Esto significa lo sembrado al borde del camino.
  Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe.
 
Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.  Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.
 

Aquella mañana de domingo el discípulo tardaba en llegar; el ermitaño, un tanto preocupado, se acercó al borde del atrio contiguo a su gruta - él lo llamaba era - para ver si venía por la vereda. A los pocos minutos lo vislumbró, no por el sendero, sino monte a través. Cuando llegó lo nptó contento y muy vital, por lo que le preguntó:
- ¿Te has perdido? ¿Por qué no has venido por el camino de siempre?

- Te cuento, Maestro: hace ya mucho calor y como hago los cinco quilómetros corriendo llego muy sudado; tú mismo en alguna ocasión me indicaste  que fuera a refrescarme al manantial, pero he descubierto que allá abajo en el riachuelo hay  un salto de agua y un pequeño remanso que bien parecen una ducha y una piscina. Así que, como a estas horas no hay nadie por aquí, me he hecho una buena ducha y me pegué un buen remojón, y heme aquí más fresco que una lechuga.
- ¿No está demasiado fría?
- Estaba fresquita pero si se tomen las debidas precauciones no pasa nada. Y hablando de agua y de charcos resulta fácil hacer la transición hacia el evangelio de hoy, pues leemos que Jesús salió de casa y se sentó junto al lago.

- Creo que es una transición un tanto forzada, pero ¡vale!, entremos en el tema de hoy. Antes de empezar, permíteme dos incisos:
 
- El capítulo 13 de San Mateo que proclamaremos durante tres domingos contiene siete parábolas expuestas por Jesús en diferentes ocasiones, pero recogidas por Mateo en este conjunto con una finalidad catequética de singular belleza y significación. Las siete parábolas quieren describir el itinerario del Reino entre los hombres o el itinerario de los hombres que se quieren enrolar en la promesa del Reino. Los evangelios están construidos sobre un armazón cronológico de la vida de Jesús: nacimiento, vida adulta y enseñanzas, muerte y resurrección, pero los demás acontecimientos no están narrados por un cronista o con la precisión de una bitácora de navegante, sino que cada uno los relata según su recuerdo, o bien en función de la catequesis que pretende impartir.
- Algunos exégetas afirman que la parábola tal como la contó Jesús es solo la primera parte, mientras que la segunda - la explicación detenida de su significado - es fruto de la reflexión apostólica que no quería que la interpretación de la misma quedara al libre albedrío de cada cual, sino fijar el contenido de la misma para la claridad de todos. Personalmente me parece coherente esta interpretación, aunque tengo algún reparo, que expongo en forma de pregunta: ¿Sí lo originalmente expuesto por Jesús es solo la primera parte, es decir, la parábola en sí misma, como es que los tres sinópticos (Mt. 13, 1 - 23, Mc. 4,.1 20 y Lc. 8, 4 15)  coinciden en atribuir a Jesús no solo la parábola sino también su explicación? Una posible respuesta a esta pregunta la encontraríamos en la afirmación de algunos biblistas que suponen que había un escrito anterior, un borrador o protoevangelio que pasaba de mano en mano en las primitivas comunidades y que sirvió de base o de esquema a los tres evangelistas citados. También esta es una muy buena sugerencia, pero si no encontramos dicho escrito o documento que lo atestigüe es tan solo una hipótesis.
Sé, amigo mío, que me alargado demasiado en el preámbulo, pero es que nada puedo añadir a los ya explicado en el propio texto.
El sembrador es el mismo Jesús y todos aquellos a quienes Él encomendó esta misión: padres, abuelos, sacerdotes, maestros, catequistas y, en definitiva, todo creyente. Hay que afirmar que la siembra se ha hecho bien, porque aquí no hay término medio, o se ha sembrado o no se ha sembrado. Es cierto que algunos, quizás muchos, hayan hecho simulaciones de siembra, pero son tan solo eso: simulaciones.
La semilla es la Palabra de Dios que va todavía envuelta en su cáscara natural, que es amor, caridad, ternura. Talvez algunos de manera camuflada siembren otra cosa; de estos hay que defenderse, a estos hay que desenmascararlos, porque cometen un fraude, pero no hay que computarles en las estadísticas, porque siembran una semilla sin certificación de origen.
Por fin queda el terreno; ese sí que es susceptible de diferencias: borde del camino, terreno pedregoso, terreno con zarzas y gramíneas, tierra buena, arada y abonada, dispuesta a acoger la semilla, a abrazarla, a protegerla, para que germine, se desarrolle y dé fruto. De la calidad de la tierra dependerá el éxito de la cosecha.
En este día cada uno de nosotros debe hacer una doble reflexión, pues somos a un mismo tiempo tierra y sembradores, receptores y emisores, destinatarios de la Palabra y anunciadores de la misma.
¿Cómo la acogemos? ¿Con el corazón abierto, listos para mimarla, saborearla, y asimilarla? ¿La recibimos como perla preciosa, don gratuito capaz de transformar nuestra vida enriqueciéndola? ¿La recibimos como luz que ilumina nuestros pasos, como sal que da sabor a nuestra existencia, como savia nueva que hace brotar nuevos brotes en cada primavera de nuestra historia?
¿Cómo la trasmitimos? ¿Con la palabra o con el ejemplo? ¿Con generosidad, dedicación y entrega, o con desgana, por obligación, o buscando algún, aunque pequeño, interés personal? ¿La trasmitimos clara, pulcra con todo el esplendor original, o con tachones, correcciones y añadiendo algo de nuestra propia cosecha, creyendo hacerla así más interesante.

Solo se puede transmitir bien si previamente se ha acogido bien, porque nadie puede dar lo que no tiene.
Después de unos minutos de silencio dijo el discípulo:
- Maestro, he estado buscando alguna poesía o himno con el tema del Sembrador. He encontrado varios, y te he copiado uno, ¿te lo leo?
- Sí, por favor.
- Es de Fray Alejandro R. Ferreirós, franciscano conventual, y dice así:

                                      Amor del sembrador, simiente arroja,
tu mano generosa esparce vida,
aprieta tu esperanza la gavilla,
del tiempo que, en la siembra, se despoja.
 Amor y eternidad en mi sembrado,
la tierra que elegiste, arada, clama,
por la lluvia benigna que derrama
el soplo de tu cielo ensangrentado.
 Amor, fecundidad, parto anunciado,
del suelo milenario que te espera,
mi tierra desposó tu primavera,
la entraña de mi suelo, en Ti, preñado.
 Germina tu Palabra creadora,
raíces de esperanza hay en mi huerto,
tu beso fecundando el suelo muerto,
tu mirada me atrapa, salvadora.
 Tu Amor es mi verdad y mi sustento,
florece mi jardín, tu aroma embriaga,
consuelo y posesión que no se acaba,
de tu voz, que se ha vuelto mi alimento.

 

 

 

sábado, 5 de julio de 2014

¿Un mundo idílico?



Decimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario. A

 
 Evangelio según san Mateo, 11, 25 - 30.
En aquel tiempo, exclamó Jesús:
 
- Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
 
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
 
Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
 

 Después de los saludos de costumbre y algún comentario sobre el tiempo, ya sentados cada uno en su poyo como solían hacer en verano, dijo el discípulo al Maestro:
- Maestro, el evangelio que proclamamos este domingo es muy interesante. ¡Perdona! Sé que todo el evangelio es muy interesante, es profundo, es, como sueles decir tú, un manantial inagotable, pero cada frase, cada versículo, cada capítulo tiene un cariz propio y diferente. Desde este punto de vista yo calificaría el evangelio de hoy de "especial". Creo además, y ya termino, que no forma un cuerpo unitario, sino que son sentencias sueltas, como perlas preciosas, que el evangelista se esfuerza por engarzar formando con todas ellas un precioso collar.

- Me gusta tu explicación y me parece muy ajustada;  para continuar con tu símil, te diré que estás perlas que encontramos en Mateo y también en Lucas (Lc. 10, 21), parecen proceder de la granja de Juan. Para ser más explícito: estos textos parecen más haber salido de la pluma de Juan que de los citados evangelistas. Pero esto es papel de los exegetas, y vamos dejar que sean ellos quienes diluciden estos extremos.
El texto de hoy tiene, pues, tres partes bien diferenciadas:

1ª Parte: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor". Ante todo debemos fijarnos en el lenguaje; de él trasluce un enorme respeto, intimidad y ternura de Jesús hacia el Padre Dios, ...

- Si, pero a mí lo que me choca es lo del "sabios y entendidos"  y lo de "la gente sencilla". ¿Entonces los sabios no saben o saben menos que los no ilustrados?
- Es un poco difícil de explicar, pero lo intentaré, empezando por la segunda parte. La gente sencilla, (pero con fe profunda) a lo mejor carece de grandes conocimientos científicos, pero se fía de Dios, por lo que su ciencia es la ciencia de Dios. Es como cuando un niño pequeño te cuenta una historia y tu le preguntas: "¿cómo lo sabes" y él te contesta: "me lo dijo me papá", no se te ocurra contradecirle porque él está totalmente convencido de la verdad de su padre. Sólo hay una diferencia a tener en cuenta: que el padre de la criatura puede equivocarse y nuestro Padre Dios no se equivoca nunca. Por el contrario entre los sabios y entendidos hay cuanto menos dos grupos:

* los humildes, que buscan, investigan, prueban, analizan, conscientes de que su saber alcanza tan solo una mínima parte de todo el saber, que es exclusivo de Dios, y, como la gente sencilla, confían en Él en todo el amplio espacio que su inteligencia no cubre, por lo que son absolutamente equiparables a la gente sencilla que menciona Jesús, y

* los engreídos o ateos,  que tienen un talante soberbio, afirman que lo que ellos desconocen no existe, y poniéndose a sí mismos en la cumbre sentados en el sillón de Dios. Estos tales no son sabios en el Reino porque no se abren a la gratuidad, misericordia y enseñanzas del Padre.
2ª Parte: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Creo, amigo mío, que esto lo sabemos bien y lo tenemos asumido: Jesús es el único mediador entre Dios y el hombre y también entre el hombre y Dios. Lo vemos muy claro en el capítulo 14 de San Juan: "quién me ha visto a mí ha visto al Padre" (v. 9), "yo estoy en el Padre y el Padre en mí" (v. 11), "lo que pidáis (al Padre) en mi nombre, yo lo haré para que el Padre sea glorificado" (v. 13). No sé puede llegar al Padre si no es por medio de Jesucristo; Él es el camino.

3ª Parte: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Aquí se saborea toda la ternura del Señor y el realismo de la experiencia cristiana. Como dice el autor de la carta a Diogneto: "Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás"; y podríamos añadir: sufren enfermedades como los demás, violencias quizás más que los demás, crisis de todo tipo como todos los demás. Ser cristiano no significa refugiarse en un mundo idílico, maravilloso lleno de luz y exento de dificultades, ¡ni mucho menos! Dios no te exime de tus problemas, pero te da fuerza para superarlos, y además las dificultades contempladas a través del prisma de la fe, adquieren colores muy diferentes y, a veces, hasta embriagantes.  
- "Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso", musitó el discípulo como colofón a todo lo dicho.