Decimoséptimo Domingo del
Tiempo Ordinario A.
Evangelio según san Mateo, 13, 44 - 52.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
- El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?
Ellos le contestaron:
- Sí.
Él les dijo:
- Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.
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Mañana de verano, ya hace calor antes de aparecer el
sol en horizonte, aunque en el lugar donde vive el ermitaño, hace fresco en el
verano y frío, mucho frío, en el invierno.
Sentados los dos, Maestro y discípulo, en el lugar de
costumbre fuera de la cueva del anacoreta, dice el joven discípulo:
- Seguimos, Maestro con las parábolas catequéticas de
Mateo; son bonitas pero un poco irreales, ¿quién encuentra un tesoro
enterrado?, ¿quién entierra un tesoro?
- Ciertamente que se trata de parábolas, pero no
carecen de verosimilitud; te cuento: en aquellos tiempos - y por desgracia
también hoy en muchas regiones del mundo - los pueblos vivían en una situación
de perenne enemistad y en guerra continua con frecuentes incursiones en territorios
ajenos, lo que provocaba huídas precipitadas y desorganizadas. Cuando esto
sucedía o en previsión de sucediera con frecuencia enterraban sus sus tesoros
en los campos u otros lugares que estimaban seguros ...
- Eran las cajafuertes o los paraísos fiscales de
entonces, añadió el joven.
- Algo así, pero mucho menos sofisticados. El caso es
que con frecuencia no volvían de su destierro y las tierras o lugares pasaban a
otras manos, y de ahí la posibilidad del descubrimiento de dochos tesoros. Si
me permites abro aqui un paréntesis para explicar algo parecido. Europa y
España, muy particularmente, está sembrada de santuarios y ermitas dedicadas a
imágenes de la Virgen halladas o encontradas de manera más o menos
sobrenatural. Al margen de leyendas piadosas y hasta probablemente de algún
fraude intencionado lo cierto es que hay mucho de verdad en estos hallazgos.
Los cristianos perseguidos por bárbaros, iconoclastas y musulmanes huían de sus
tierras escondiendo las imágenes comunitarias o familiares más queridas en las
montañas, entre rocas y hasta en los troncos huecos de los árboles. La mayoría
murieron en la escaramuza o en el destierro, por lo que se perdió la memoria de
dichos escondrijos, dando así ocasión al hallazgo milagroso de dichas imágenes
años, décadas o siglos más tarde. Siguiendo con el paréntesis ¿cuántas imágenes
con arraigada devoción popular fueron escondidas y así salvadas de la quema
durante la guerra civil española de triste recuerdo?
Dejando a un lado esta explicación previa, entremos en
el meollo de la cuestión. Creo que existe una gran diferencia entre las dos
primeras parábolas y la tercera. Esta última habla de buenos y malos, de cosas
útiles y aprovechables y de cosas inútiles o desechables; aqui la elección no
resulta complicada; el pescador se sienta a la orilla del lago, va cogiendo los
peces enganchados en la red: los buenos los pone en un recipiente para su
comercio y consumo y los malos los devuelve al lago para que sirvan de alimento
a otros peces. Solo se le exige al pescador un poco de pericia y que sepa
distinguir los buenos de los malos.
Como la primera, el tesoro escondido, y la segunda, la
perla preciosa, son paralelas, te comentaré esta última: "El reino de los cielos se parece también a un comerciante en
perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que
tiene y la compra". Aqui no se trata de elegir entre buenos y malos,
sino entre buenos y mejores. Este hombre era comerciante, cabe suponer que
tenía mucho género y de buena calidad, pero cuando encuentra esa perla sus
pupilas se dilatan, su boca queda entreabierta, su corazón se acelera: esa es
la perla que, quizás inconscientemente, andaba buscando desde siempre. Las
otras eran bonitas, muy valiosas, pero aquella era especial. No puede y no
quiere tenerlas todas, porque esa sola colma todas sus aspiraciones y exigencias,
por eso va y vende las demás. ¿Por qué?
* porque la encontrada llena su corazón y ya no queda
espacio para ninguna otra;
* porque son incompatibles. Aunque buenas, pierden su
esplendor al lado de la nueva. San Pablo lo expone de manera radical. "Si alguno piensa que tiene de qué
confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel,
de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa; en cuanto a la ley, fariseo; en
cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la
ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como
pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como
pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor
del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser
hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que
es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fl. 3,
4 - 9).
Por eso, amigo mío, hay que ser conscientes que ELEGIR
significa al mismo tiempo RENUNCIAR. Cuando encuentras tu tesoro o tu perla no
te asustes si tienes que desprenderte de todo lo demás, porque lo hallado saciará
plenamente tu corazón y te hará feliz, plenamente feliz, y una vez iniciado el camino no llores
por la leche derramada, no mires atrás como la mujer de Lot que, por hacerlo,
se convirtió en estatua de sal (Gn. 19, 26) o como dice Jesús en otra ocasión: "El que echa la mano al arado y sigue
mirando atrás, no vale para el Reino de Dios" (Lc. 9, 62).
- Me estás diciendo, Maestro, - intervino el joven
discípulo - que seguir a Jesucristo supone renunciar a muchas cosas, pero que
lo que encuentras es mucho más valioso.
- Y lo único que puede llenar tu vida de sentido y de
felicidad.
Como había sucedido en alguna otra ocasión el joven
sacó del bolsillo en folio doblado y dijo:
- Maestro, he encontrado en internet una poesía de
Patxi Loidi que me gustó mucho y que me gustaría leertela. Tiene el sabor de
despedida o de un "hasta luego", pues como en años anteriores
aprovecho este tiempo de verano para hacer alguna experiencia; este año me voy
a África, a una misión de los padres combonianos. Leo:
Dichoso el que te encuentra y te descubre.
En cualquier recodo, en cualquier encrucijada,
en los lugares más insospechados,
te haces el encontradizo con él y le das la gran sorpresa.
Tú le seduces, y él lo vende todo para poseerte.
¡Dichoso ese hombre!. ¡Dichosa esa mujer!
Dichoso el que no se acomoda, y te sigue encontrando más veces.
Todos los días, a cualquier hora...
Te ve y te reconoce, siente un sobresalto como la primera vez.
Dichoso el que tropieza contigo y te descubre.
La mayor ganancia eres Tú. La perla más preciosa eres Tú.
El tesoro más deseado eres Tú.
Todo lo que buscamos lo llevas Tú:
verdad, justicia, amor, paz, alegría, fiesta,
revolución, fraternidad, solidaridad,
vida nueva, nueva sociedad, nueva humanidad.
Tú no te pierdes ni te gastas, no te apolillas ni pasas de moda.
Vale la pena venderlo todo para tenerte y gozarte.
¡Ojalá me busques y me seduzcas!
¡Ojalá te encuentre!
Pensándolo me alegro y proclamo en todos los sitios:
¡Tú eres el tesoro de mi vida!
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