viernes, 22 de agosto de 2014

El timonel de nuestra barca.



Vigesimoprimer Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 16, 13 - 20.
 
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
 
- ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
  - Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
  Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
  Jesús le respondió:
 
- ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
  Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
 El discípulo seguía ausente, pero muy presente en el corazón, en la mente y en la oración del anciano anacoreta. De hecho cada domingo dirigía su reflexión matinal dirigiéndose al joven amigo, físicamente lejano pero muy cercano en espíritu.
- Yo dividiría el texto de hoy en dos partes:
Primera parte:
                   - ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
- Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
 
Resulta evidente que hay dos maneras de "conocer" a Jesús, y las dos con infinidad de matices:
Conocimiento intelectual: en todo el mundo, y muy especialmente en occidente, se conoce la figura de Jesús. Con mayor o menor precisión todos han oído hablar de Él y se atreverían a definirlo. Historiadores, filósofos y teólogos han estudiado su persona, su vida y sus ideas. A  Jesús esto le interesa poco; la primera pregunta es tan solo el preámbulo de la segunda: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Conocimiento religioso: Jesús es mucho más que un personaje de la historia, que un ideólogo o el fundador de una religión: es el "Ungido" el Mesías el Salvador. De ahí la segunda pregunta a los discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Al margen de definiciones, habladurías y estudios más o menos sesudos, al margen de lo que dicen los demás de mí con buena o mala intención, "vosotros, ¿quién decía que soy yo?".  Vosotros que habéis caminado conmigo, que habéis compartido el pan del milagro, que habéis sido objeto de mi dedicación y de mi ternura, "vosotros, ¿quién decís que soy yo?".
Podemos formular esta pregunta de otra manera: ¿quién soy yo para vosotros?, ¿qué lugar ocupo en vuestras vidas?, ¿qué peso específico tengo en vuestras decisiones?
Estudiar y conocer a Jesucristo, amigo mío - dijo el Maestro mirando de reojo al lugar que en otras ocasiones ocupaba el discípulo - es necesario, pues nadie puede amar lo que no conoce, pero nosotros, los creyentes, debemos ir mucho más lejos: hacer que su persona, sus enseñanzas, su vida, sea vida en nuestras vidas. San Pablo, hace ya muchos años, lo decía de la siguiente manera: "Yo estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí". (Gal. 2,.20).
Segunda parte:
"Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará".
Creo que aquí podemos encontrar tres afirmaciones:
                            * tú eres la roca firme;
                            * edificaré mi Iglesia;
                            * el poder del infierno no la derrotará.
Es evidente la importancia de Pedro en la Iglesia del pasado, del presente y del futuro; pero precisamente por algunas desavenencias con el pedro de turno la Iglesia de Jesucristo se ha hecho trizas y mientras los descontentos atacaban y desprestigiaban al papa, nosotros, los fieles a Roma, magnificábamos desmesuradamente la primera parte, el 'tu eres la piedra', y hemos olvidabamos lo demás de esta afirmación.
A los descontentos e inconformes con el "Pedro" de cada momento hay que decirles con cariño y rotundidad: Pedro tiene un lugar de enorme responsabilidad en la Iglesia, pero Pedro no es la Iglesia, porque la Iglesia es de Jesucristo: "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
Y por último, la gran promesa: "el poder del infierno no la derrotará". La Iglesia es como una galera, embarcación con remos y velas, cuyo timonel es Pedro, donde cada cual tiene su remo, pero va impulsada por el Espíritu, ese viento, a veces brisa a veces huracán, que infla las velas y la conduce a su antojo a puertos inimaginables pero seguros.
Después de un largo silencio el ermitaño cogió una flauta que tenía a mano y cantó un bonito canto. Primero tocaba toda la estrofa y después cantaba la letra. Algunos pajarillos se le acercaron, no sabemos si encantados por la música, si por hacer compañía al hombre solitario, si tan solo para picotear alguna miga o gusanillo desprevenido.

Todos unidos formando un solo cuerpo,
un pueblo que en la Pascua nació.
Miembros de Cristo en sangre redimidos,
Iglesia peregrina de Dios.

Vive en nosotros la fuerza del Espíritu
que el Hijo desde el Padre envió.
El nos empuja, nos guía y alimenta,
Iglesia peregrina de Dios.

Somos en la tierra semilla de otro reino,
somos testimonio de amor.
Paz para las guerras y luz entre las sombras,
Iglesia peregrina de Dios.

Rugen tormentas y a veces nuestra barca,
parece que ha perdido el timón.
Miras con miedo, no tienes confianza,
Iglesia peregrina de Dios.

Una esperanza nos llena de alegría:
presencia que el Señor prometió.
Vamos cantando, Él viene con nosotros,
Iglesia peregrina de Dios.

Todos nacidos en un solo Bautismo,
unidos en la misma comunión.
Todos viviendo en una misma casa,
Iglesia peregrina de Dios.

Todos prendidos en una misma suerte
ligados a la misma salvación.
Somos un cuerpo y Cristo es la cabeza,
Iglesia peregrina de Dios.

 

sábado, 16 de agosto de 2014

EL PASO A LA UNIVERSALIDAD

Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario  A

 
Evangelio según san Mateo, 15, 21 - 28.
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y
Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
  - Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David.  Mi hija tiene un demonio muy malo.
Él no le respondió nada.  Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
  - Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
  - Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
 
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió:
- Señor, socórreme.
  Él le contestó:
- No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
  - Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
  - Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.
 
En aquel momento quedó curada su hija.
 En la primitiva comunidad cristiana el paso del concepto de pueblo elegido a Iglesia Universal fue complicado y, a veces traumático. El mismo apóstol Pedro que fue el protagonista en el bautismo de la familia de Cornelio (cfr. Hch. 10, 1 - 33), y que explicó este suceso con un discurso aperturista a la iglesia de Jerusalén, después titubea hasta el punto que Pablo lo recrimina públicamente por su comportamiento segregacionista en Antioquia (Gál. 2, 11 - 21).
Sabemos cómo entendían los judíos la distribución de los hombres desde el punto de vista religioso. Lo hacían en dos grupos irreconciliables según su modo de percibir e interpretar el proyecto salvador: los judíos (pueblo elegido de Dios) y los gentiles (impuros, pecadores y malditos con los que había que tener un trato muy reducido y siempre distanciado).
Ya en el Antiguo Testamento habían existido algunas corrientes integradoras, como por ejemplo el profeta Isaías que, como vemos en la primera lectura de hoy, decía: "A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza,  los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos", pero la pureza de la raza prevaleció sobre el mestizaje. Todavía hoy el pueblo judío, tanto desde el punto de vista religioso como desde el punto de vista civil, aunque a distintos niveles, vive esta situación endogámica.
 
La primitiva comunidad cristiana, sobre todo la de Jerusalén, seguía muy de cerca este principio. Jesús era el Mesías, el Salvador de su pueblo, de Israel, y si alguien desde fuera quisiera participar de esa gracia de salvación, tenía primero que hacerse prosélito a través de la circuncisión, y una vez agregado al pueblo judío podría entonces dar un paso más y bautizarse.
Te digo todo esto, amigo mío, - el anciano anacoreta seguía imaginando tener a su lado al joven discípulo - porque el evangelio de este domingo parece dar pábulo a esta postura, pero verás que no es así.
Es cierto que Jesús aparenta una distanciamiento hacia la mujer cananea, e utiliza algún término displicente e insultante: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos", pero esto era tan solo un medio para alcanzar un fin.
Con tu permiso - y echa una mirada al poyo vacío del discípulo - voy hacer un resumen crítico del texto:
* "Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón". Estas dos ciudades eran paganas. Es Jesús mismo quién se pone a tiro, y la mujer, al ver al Señor en su tierra, aprovecha la ocasión. Con mucha frecuencia vemos en el evangelio que es Jesús quien se acerca, quien pasa, quien llama, y los personajes solo tienen que estar atentos. Cabe, pues, que nos hagamos una pregunta: "¿cuántas veces se me habrá acercado el Señor?, ¿cuántas veces habrá pasado más o menos disimuladamente a mi lado?, ¿cuántas veces me habrá llamado descaradamente por mi nombre?
* "Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". A Jesús parece no interesarle los problemas de la cananea, pero esta actitud hay que filtrarla a través de la parábola del amigo inoportuno, que, por insistir, consigue de su amigo el pan que necesita (cfr. Lc. 11, 5 - 11), o de la del juez injusto y la viuda; esta, por su tenacidad, consigue de aquel la justicia que de otra manera no hubiera obtenido (cfr. Lc. 18, 1 - 8), y todo esto coronado con la promesa: "pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama le abren" (Mt. 7, 7 - 8). El aparente desinterés de Jesús era tan solo una prueba para calibrar la fe y la constancia de aquella mujer.
*"No está bien echar a los perros el pan de los hijos". Pero ¿quiénes son los perros y quiénes son los hijos? o dicho de otra manera, ¿quiénes son los de casa y quienes los extraños? Si seguimos leyendo el evangelio lo entenderemos: "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. Es cierto: yo no echo el pan de los hijos a los perros, pero tú, por tu fe, no eres una extraña sino una de los nuestros". San Pablo un poco más tarde lo diría con toda rotundidad, como era su costumbre: "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”.(Gál. 3, 26).
En definitiva, amigo mío, Jesús no pretende humillar a esta mujer cananea, sino probar su fe ante los discípulos, y manifestar una vez más que la salvación no está reservada exclusivamente al linaje de Abrahán, sino a todo aquel que crea que Él es el  Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir; estos son los hijos, estos son los de casa, estos son los que tienen derecho al pan.

sábado, 9 de agosto de 2014

Señor, sálvame.



Decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario. A

 
Del primer libro de los Reyes, 19,  9a. 11 - 13a.

En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche.  El Señor le dijo:
  - Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
 
Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacia trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto.  Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.

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 Evangelio según san Mateo, 14, 22 - 33.

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
  Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar.  Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.  De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua.  Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
  Jesús les dijo en seguida:
 
- ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
  - Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
  - Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
- Señor, sálvame.
  En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
 
- ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.  Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
  - Realmente eres Hijo de Dios.

 
Nuestro protagonista, el anciano ermitaño de las montañas, se encontraba sentado en una roca cercana a su gruta; por su configuración - la parte visible era como una media naranja con un hueco que él mismo había ampliado con un cincel, para poder sentarse cómodamente - le llamaba la cátedra.
 
Delante de él, allá abajo el valle que en aquella época del año entrelazaba su agresivo verde, con algunas flores de todo tipo y colores, que por lo temprano del día el ermitaño no podía vislumbrar, y enfrente, muy a lo lejos otra montaña, también verde y arbolada, coronada con una aureola amarilla y roja, como si de una divinidad se tratara. Era el sol que se esforzaba por aparecer. Este cuadro tenía como banda sonora el cantar de los pájaros que saludaban al nuevo día y el murmullo de las aguas del arroyo que manaba allí cerca y que corrían cuesta bajo, a toda prisa, como si temieran no alcanzar el riachuelo que más pacatamente recorría el valle y que en esta época del año regaba las huertas de los vecinos y servía también para que los chicos se pegaran unos cuantos chapuzones.
 
Sentado en su cátedra el anacoreta opta, como en otras ocasiones, por imaginar a su  joven discípulo sentado a su lado y a él dirige su reflexión.
 
- Permíteme, amigo mío, que hoy, como en otras contadas ocasiones, me pare a reflexionar sobre la primera lectura de este domingo. Para mí es una de las páginas más bellas y sugestivas del Antiguo Testamento. El profeta Elías vivía una situación muy particular:
 
* permanecía fiel, mientras  Israel se había alejado del Señor, cometido apostasía e idolatría;
* vivía en total soledad;
* estaba siendo calumniado y ferozmente perseguido.
 
Pero Yahvé no lo abandona. Las teofanías veterotestamentarias suelen ser ruidosas y apocalípticas: rayos, truenos, huracanes, terremotos, etc., pero Elías no estaba para estas emociones y el Señor le sale al encuentro con dulzura: una suave brisa que lo alienta, lo envuelve y lo acaricia.
 
Cuando todos te abandonen, calumnien, marginen y hasta te persigan no sucumbas, ponte de pie, como el profeta, que pronto pasará el Señor para consolarte.
 
El evangelio de hoy está lleno de matices pero me voy a fijar solo en el encuentro de Jesús y Pedro en medio de la tempestad. Pedro cree creer, piensa que su fe y su arrojo serán suficientes para hacer frente al mar embravecido, pero pronto se da cuenta de que eso no es suficiente, por eso suplica: "Señor, sálvame". No quisiera ser excesivamente pesimista, pero es evidente que en estos momentos oscuros nubarrones cubren nuestro mundo y las tempestades amenazan con arrasar todo lo que encuentren por delante: guerras extremadamente violentas, atentados indiscriminados, violencia callejera y de género, asesinatos en serie, epidemias y pandemias, etc. Hay que poner todos los medios humanos y técnicos posibles para atajar estas situaciones, no se puede escatimar esfuerzos en esta tarea, hay que seguir braceando con todas nuestras fuerzas, pero además debemos implorar con toda confianza: "Señor, sálvanos" porque solos, con nuestro trabajo no alcanzamos la meta.
Después de unos momentos de silencio el ermitaño se puso de rodillas y con los brazos en cruz recitó a media voz la oración atribuida al papa San Clemente:
 Te suplicamos Oh Señor, Dios Nuestro;
que pongas la Paz del Cielo
 en los corazones de los hombres,
para que puedas unir a las naciones
en una alianza inquebrantable,
 en el Honor de Tu Santo Nombre.
Purifícanos con la limpieza de Tu Verdad
 y guía nuestros pasos en santidad interior.
Danos concordia y paz a nosotros
 y a todos los seres vivos de la tierra,
como la distes a nuestros padres cuando te suplicaron,
con fe verdadera,
 dispuestos a obedecer al Santísimo y Todo poderoso.
Concede a los que nos gobiernan y nos conducen en la tierra,
un recto uso de la soberanía que les has otorgado.
Señor, haz sus criterios conformes
 a lo que es bueno y agradable a Tí,
 para que, utilizando con reverencia, paz y bondad
el poder que les has concedido,
 puedan encontrar favor ante Tus ojos.
Solo Tú puedes hacerlo,
esto y mucho más que esto.
Gloria a Tí!
Ahora y Siempre.

El sol había salido y la temperatura estaba subiendo. El ermitaño entró en su gruta y se dedicó a las tareas que tenía programadas para esa mañana.

 

 

sábado, 2 de agosto de 2014

Para Dios eres imprescindible



Decimoctavo Domingo del Tiempo Ordinario A 
 
Evangelio según san Mateo, 14, 13 - 21.
 
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.
 Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
  - Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.
  Jesús les replicó:
  - No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
  - Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
  - Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tornando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras.  Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
 Era domingo, pero aquel domingo y algunos más como todos los días laborables el ermitaño estaba solo. El discípulo, el joven que lo visitaba cada domingo y compartía con él la oración matutina, aprovechando las vacaciones de verano, estaba haciendo una experiencia misionera en África junto a una comunidad de los padres combonianos.
Como había hecho en otras ocasiones similares y sabiendo que no había a aquella horas de la madrugada un alma en cuatro o cinco quilómetros alrededor decidió a hacer la reflexión a media voz invitando a toda la naturaleza que le rodeaba a ocupar el lugar de escucha que su amigo, ahora lejano, había dejado baldío.
- Hemos dejado atrás - empezó diciendo el ermitaño - el capítulo 13 de Mateo, el capítulo de las parábolas catequéticas de Jesús y empezamos un nuevo bloque: los capítulos 14 al 17 constituyen un rico grupo de relatos diversos recogidos aquí por el evangelista para preparar el discurso eclesial que nos presenta en el capítulo 18.
El capítulo 14 nos narra un grupo de milagros. Hay que destacar que los milagros de Jesús no son un fin en sí mismos - no era un taumaturgo - sino que son un medio para manifestar la presencia de Dios en medio de su pueblo. Los sinópticos perciben exquisitas diferencias en el hecho milagroso:
*Mateo insiste en que los milagros serían signos del mesianismo de Jesús; es decir, tendrían como misión orientar al lector a descubrir en Jesús otra realidad más honda como es el cumplimiento en él del verdadero mesianismo, de la autenticidad mesiánica de Jesús.
*Marcos, entiende los milagros como manifestaciones del poder que emana de un hombre. Los milagros conducirían la atención del espectador o del lector de los relatos en esta dirección y para responder a este interrogante: ¿cómo es posible que este hombre llamado Jesús sea el Hijo de Dios con poder? La finalidad es fundamentalmente cristológica y está al servicio de la cristología.
*Lucas entiende los milagros como expresión y manifestación de la misericordia universal de Jesús. Los milagros revelan que Jesús es el lugarteniente en la tierra del amor misericordioso y gratuito de Dios. Este marco es imprescindible para llegar a la significación de cada unos de los relatos milagrosos. Se podría decir que hay otras realidades mucho más importantes y que deben atraer con más fuerza la atención de los espectadores, beneficiarios o lectores de los milagros. Un verdadero discípulo de Jesús debe ser cauto ante estas manifestaciones y llegar a la realidad que esconden, iluminan e interpelan.
Entrando ya en el evangelio de este domingo quería subrayar, amigo mío, - echó una mirada al poyo vacío donde suele sentarse el joven discípulo, una enorme tristeza invadió su corazón, acarició ligeramente sus escasos cabellos y continuó - quería subrayar, amigo mío, unos cuantos puntos que te presentaré en forma esquemática:
* Jesús no pudo vivir el luto por Juan, el Bautista. Este no solo era pariente suyo, sino que había sido su precursor, que había ido por delante preparando el terreno para que él, Jesús, hiciera su siembra. De hecho "se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado, (pero) al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos".
* Hablando en términos modernos diríamos que Jesús tenía una enorme empatía, es decir capacidad para hacer suyos los problemas y sufrimientos de los demás: "Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos". Jesús nunca hizo ningún milagro "por capricho" sino respondiendo a la necesidad del pueblo.
* Por último Jesús pide nuestra colaboración para resolver los problemas materiales y espirituales de la humanidad. Es cierto que somos muy limitados, que no tenemos medios para resolver todos los problemas de nuestro mundo: solo tenemos cinco panes y dos peces. Pues bien, no escatimemos nada, no nos reservemos nada, pongamos los cinco panes y los dos peces en manos del Señor, confiando que Él alzando la mirada al cielo, pronunciará la bendición y distribuirá nuestros cinco panes y dos peces y seguro que saciará a todos.
Decía San Agustín que  "Dios que te creo sin ti, no puede salvarte sin ti". Aplicado este principio al evangelio de hoy podríamos afirmar "no tengo pan para tanta gente, pero mi mendrugo es imprescindible para que Dios alimente a la multitud.
Después de un largo silencio solo interrumpido por el canto de los pájaros que saludaban el amanecer, el ermitaño se puso a recitar una de las muchas oraciones que, cuando adolescente, aprendió de memoria:
Sólo Dios puede dar la fe pero tú puedes dar tu testimonio.
Sólo Dios puede dar esperanza pero tú puedes devolverla a tu hermano.
Sólo Dios puede dar el amor pero tú puedes enseñar a amar.
Sólo Dios puede dar la paz pero tú puedes sembrar la unión.
Sólo Dios puede dar la fuerza pero tú puedes animar al desanimado.
Sólo Dios es el camino pero tú puedes señalarlo a los otros.
Sólo Dios es la luz pero tú puedes hacer que brille a los ojos de todos.
Sólo Dios es la vida pero tú puedes hacer que florezca el deseo de vivir.
Sólo Dios puede hacer lo que parece imposible  pero tú puedes hacer lo posible.
Sólo Dios se basta a sí mismo pero prefiere contar contigo.