Decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario. A
Del primer libro
de los Reyes, 19, 9a. 11 - 13a.
En aquellos días,
cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde
pasó la noche. El Señor le dijo:
- Sal y ponte de
pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar! Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacia trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
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Después que la
gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la
barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y, después de
despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto,
la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento
era contrario. De madrugada se les
acercó Jesús, andando sobre el agua.
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron
de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en
seguida:
- ¡Ánimo, soy yo,
no tengáis miedo!
Pedro le
contestó:
- Señor, si eres
tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
- Ven.
Pedro bajó de la
barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la
fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
- Señor, sálvame.
En seguida Jesús
extendió la mano, lo agarró y le dijo:
- ¡Qué poca fe!
¿Por qué has dudado?
En cuanto
subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
- Realmente eres
Hijo de Dios.
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* permanecía fiel, mientras Israel se había alejado del Señor, cometido
apostasía e idolatría;
* vivía en total soledad;
* estaba siendo calumniado y
ferozmente perseguido.
Pero Yahvé no lo abandona. Las
teofanías veterotestamentarias suelen ser ruidosas y apocalípticas: rayos,
truenos, huracanes, terremotos, etc., pero Elías no estaba para estas emociones
y el Señor le sale al encuentro con dulzura: una suave brisa que lo alienta, lo
envuelve y lo acaricia.
Cuando todos te abandonen,
calumnien, marginen y hasta te persigan no sucumbas, ponte de pie, como el
profeta, que pronto pasará el Señor para consolarte.
El evangelio de hoy está lleno
de matices pero me voy a fijar solo en el encuentro de Jesús y Pedro en medio
de la tempestad. Pedro cree creer, piensa que su fe y su arrojo serán
suficientes para hacer frente al mar embravecido, pero pronto se da cuenta de
que eso no es suficiente, por eso suplica: "Señor, sálvame". No
quisiera ser excesivamente pesimista, pero es evidente que en estos momentos
oscuros nubarrones cubren nuestro mundo y las tempestades amenazan con arrasar
todo lo que encuentren por delante: guerras extremadamente violentas, atentados
indiscriminados, violencia callejera y de género, asesinatos en serie,
epidemias y pandemias, etc. Hay que poner todos los medios humanos y técnicos
posibles para atajar estas situaciones, no se puede escatimar esfuerzos en esta
tarea, hay que seguir braceando con todas nuestras fuerzas, pero además debemos
implorar con toda confianza: "Señor, sálvanos" porque solos, con
nuestro trabajo no alcanzamos la meta.
Después de unos momentos de
silencio el ermitaño se puso de rodillas y con los brazos en cruz recitó a
media voz la oración atribuida al papa San Clemente:
que pongas la Paz del Cielo
en los corazones de los hombres,
para que puedas unir a las naciones
en una alianza inquebrantable,
en el Honor de Tu Santo Nombre.
Purifícanos con la limpieza de Tu Verdad
y guía nuestros pasos en santidad interior.
Danos concordia y paz a nosotros
y a todos los seres vivos de la tierra,
como la distes a nuestros padres cuando te
suplicaron,
con fe verdadera,
dispuestos a obedecer al Santísimo y Todo
poderoso.
Concede a los que nos gobiernan y nos conducen
en la tierra,
un recto uso de la soberanía que les has
otorgado.
Señor, haz sus criterios conformes
a lo que es bueno y agradable a Tí,
para que, utilizando con reverencia, paz y
bondad
el poder que les has concedido,
puedan encontrar favor ante Tus ojos.
Solo Tú puedes hacerlo,
esto y mucho más que esto.
Gloria a Tí!
Ahora y Siempre.
El sol había salido y la
temperatura estaba subiendo. El ermitaño entró en su gruta y se dedicó a las
tareas que tenía programadas para esa mañana.
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