I Domingo de Adviento B
Evangelio según san
Marcos, 13, 33 - 37.
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
— Mirad, vigilad: pues no
sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que
se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea,
encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no
sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o
al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os
encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros
lo digo a todos: ¡Velad!
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La liturgia de estos días
nos prepara para dos encuentros diferentes:
Primer encuentro (con minúscula): preparación para la fiesta
de Navidad. Jesús históricamente hablando no vuelve a encarnarse, no vuelve a
nacer, no vuelve a padecer, no vuelve a morir, no vuelve a resucitar, pero al colocar estas celebraciones
– recuerdo a lo largo del año pretende poner señales de stop en nuestro
camino, para que paremos un momento, miremos a derecha e izquierda, miremos
nuestro reloj y reprogramemos nuestro GPS. Son en definitiva momentos
necesarios para romper la monotonía y corregir, si procede, nuestra marcha.
Si la Navidad es la celebración
– recuerdo del gran acontecimiento del nacimiento de Jesús en Belén de
Judá, estos veintiocho días de adviento son el tiempo necesario para limpiar la
casa, batir las alfombras, encender la chimenea, encender las velas, en
definitiva, preparar todo para recibir al Invitado el día de la Gran Fiesta.
Segundo Encuentro (con mayúscula): es ése gran día de la
Parusía cuando nos topemos cara a cara con el Señor, como hemos visto el
domingo pasado (Mt. 25, 31-46). Desde este punto de vista toda la vida
es un camino que nos conduce hacia Él, camino que unos recorren como si fuera
un maratón, otros a paso ligero, unos con fatiga y a desgana, otros como si de
un agradable paseo se tratara. Cada cual según su ánimo o disposición interior,
pero nunca, aunque muchos lo intenten, en avión, en coche o a hombros de sus
semejantes.
El evangelio de este domingo
nos propone esta segunda visión, es decir el día del Gran Encuentro, que yo no
sé determinar si es el último día de
nuestra vida o el primer día de la nueva dimensión. De todas maneras el
evangelio de hoy está redactado en estilo negativo y casi amenazante: “si te
duermes, si te portas mal, vendrá el coco o el hombre del saco y te meterá en el
cuarto oscuro”. Creo que hay que decirlo de otra manera: “estarás tan nervioso
y excitado, esperando a que llegue el Señor, a quién quieres y al que llevas
tanto tiempo esperando que no conseguirás pegar ojo.
- ¿Maestro, intervino el
discípulo, entonces dices que el evangelista Marcos ha falseado las palabras de
Jesús?
- Perdona, amigo mío, había
olvidado que estabas ahí y solo hablaba conmigo mismo. Me has metido en un
aprieto. Voy intentar salir de él. Imagínate una montaña; una vertiente es
escarpada, sin árboles, dónde solo anida alguna ave rapaz, la otra muy fértil
que puedes contemplar llena de cerezos en flor. Dime, amigo mío, ¿es la misma
montaña?
- Si, Maestro.- ¿La percibes de la misma manera de un lado y del otro?
- No, Maestro.
- Pues a mí me gusta más la
ladera de los cerezos en flor.
- Y a mí también.
- Pues vámonos a rezar laudes.
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