Segundo Domingo del tiempo ordinario C
Evangelio según san Juan,
2, 1 - 11.
En aquel tiempo, había una
boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus
discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre
de Jesús le dijo:
— No les queda vino.
Jesús le contestó:
— Mujer, déjame, todavía
no ha llegado mi hora.
Su madre dijo a los
sirvientes:
— Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis
tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros
cada una.
Jesús les dijo:
— Llenad las tinajas de
agua.
Y las llenaron hasta
arriba.
Entonces les mandó:
— Sacad ahora y llevádselo
al mayordomo.
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua
convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes silo sabían, pues
habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
— Todo el mundo pone primero el vino bueno y
cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno
hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos,
manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
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Aquella mañana, muy pronto,
el Maestro había abierto la puerta de
par en par – si puerta se puede llamar a una cuantas tablas clavadas a dos
travesaños - para que el aire limpiara
un poco el ambiente, un tanto cargado y maloliente – todo hay que decirlo – por
la humedad y el humo del fuego que ardía permanentemente. Hacía un viento frío
que cortaba el aliento, por lo que entrando por la puerta y saliendo por el
agujero que había en el rincón de la cueva, que hacía a la vez de respiradero y
de chimenea, en seguida cambió todo el aire del habitáculo.
El Maestro, envuelto en su
manta multiusos contemplaba el horizonte; era espectacular. Parecía que alguien
se había divertido cubriendo el panorama con una sábana blanca. La naturaleza
superaba en mucho a las originalidades del artista Christo Javacheff. Pero el
ermitaño estaba preocupado, El sol aunque escondido detrás de plúmbeas nubes ya había salido en el horizonte e iniciado su
periplo diario. Miraba al valle esperando ver surgir, allá al fondo, la figura
del discípulo. No le hubiera parecido mal que el joven, dada la tempestad de
nieve, no acudiera aquella mañana a la cita con el Maestro, pero conociendo la
tenacidad del muchacho dudaba de esta posibilidad; ¿Y si se hubiera perdido por
el camino?
Entró en
la cueva, colocó unos cuantos tarugos sobre las brasas y atizó el fuego. Llenó
un cuenco de leche, que llevaba unos cuantos días guardando ya que en esta
época del año sus cabras no estaban precisamente en el máximo de la producción,
y lo puso cerca de la hoguera para que se fuera calentando, pero lo
suficientemente alejado para que no llegara a hervir. Salió de nuevo cerrando
tras sí la puerta, y se acercó hasta la
vereda desde donde podía contemplar el
valle; su corazón dio un vuelco al ver que a lo lejos alguien se acercaba con
andares de cansado. Era el discípulo que, impertérrito, acudía a la cita
dominical.
El
Maestro lo esperó, aunque tardó más de diez minutos. Le apetecía darle un
abrazo, pero se limitó a tenderle la mano.
- Buenos
días, amigo mío, bienvenido a mi humilde mansión.
- Buenos
días, Maestro; perdona que haya llegado tan tarde. He salido más temprano de
casa, pero no pude correr; el camino está intransitable.
Al
ermitaño le apetecía alabar el arrojo del discípulo, su tenacidad y la lealtad
a sus compromisos, pero se limitó a decir mientras caminaban hacía la cueva:
- No te
hagas el valiente, cuando el tiempo esté así de desapacible no vengas.
- Si
tuvieras teléfono te hubiera avisado, pero no creo que podamos comunicarnos con
señales de humo, dijo el joven con cierta sorna, y seguro que estarías esperándome con el corazón en un puño.
- Lo cierto es que ya
empezaba a preocuparme.
Tomaron lentamente el tazón
de leche caliente, callados, teniendo como música de fondo el crepitar del
fuego.
Al terminar y con ánimo de
empezar ya el tema del día, preguntó el discípulo:
- Maestro, estuviste alguna
vez en Caná de Galilea?
- He visitado varias veces
esa bonita población. Por supuesto que no queda nada del tiempo de Jesús, pero
la arqueología nos enseña los lugares de culto de las primitivas comunidades
cristianas; esto y la tradición nos certifican el lugar exacto del milagro que
hoy analizamos.
- Háblame de él.
- Aunque con este domingo
empezamos el tiempo ordinario, el evangelio nos conecta con el tiempo de Navidad y muy
especialmente con el bautismo del Señor. A lo largo de este tiempo hemos visto
como el niño nacido en Belén no era uno más, aunque como tal apareciera en el
censo del emperador Augusto. De ello dan fe los pastores, los magos de oriente,
y el resto de Israel que a orillas del Jordán asiste al bautismo de Jesús.
Ahora empieza su actividad y se manifiesta tal cual es: Hijo Predilecto del
Padre. “Este fue el primero de los signos
que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos
creyeron en él”.
- La Virgen María también
tiene su protagonismo en esta historia.
- Lo tiene y mucho. Hay que
afirmar que todo el evangelio es cristocéntrico, es decir, nos propone a Jesús
como el centro de la Vida y de la Salvación, pero debemos reconocer que María
aparece siempre en los momentos cruciales de la historia, siendo insustituible
colaboradora de su hijo. Creo que el título de Corredentora que muchos le
atribuyen puede llevar a confusión, porque el único Redentor y Mediador ante el
Padre es Cristo, pero Ella, la Señora, fue, y sigue siendo, colaboradora
necesaria. Con tu permiso, y sin profundizar mucho, voy a ofrecerte algunas
pinceladas de la actuación de María en Caná y su trascendencia salvífica:
1ª - “No tienen vino”. María se adelanta a los acontecimientos, con la
perspicacia, finura y delicadeza de mujer y de madre se da cuenta que la fiesta
se puede aguar e interviene, evitando así lo que podía ser una humillación y un
bochorno para los anfitriones que no llegaron a enterarse de lo que se les
venía encima. Yo me pregunto con frecuencia. ¿De cuántos peligros y problemas
habré sido librado por intercesión de la Virgen sin que me haya enterado?
2ª - “Todavía no ha llegado mi hora”. Esta es para mí la frase más
enigmática y me provoca algunas preguntas a las que no encuentro respuesta: “¿De verdad no estaba en los planes
de Dios ese primer milagro? ¿Tiene María tanto poder de convicción - no de
imposición – para trastocar los planes de Dios? Lo cierto es que lo consiguió y
nos da una pista para indicarnos a quién acudir en los momentos difíciles.
3ª - “Haced lo
que él os diga”. Esta frase ha sido muy estudiada en la mariología moderna.
Yo destacaría tres elementos:
A - María tiene una cierta autoridad.
No podemos echar en saco roto lo que ella nos pueda decir o inspirar.
Precisamente porque los sirvientes le hicieron caso se realizó el milagro.
B – Las palabras de María
trascienden ese pequeño lugar de Caná y van dirigidas a todos nosotros. Es
el consejo de una madre que nos susurra al oído: “hijo, haz lo que Él te dice”.
C – Por último María asume,
sin proponérselo, en los nuevos tiempos el papel de mediadora (entre
Jesús y su Iglesia) que en la antigüedad
asumió Moisés entre Yavéh y el pueblo de Israel. Cuando en el Sinaí el Señor se
disponía a entregar las tablas de la ley.. En el Éxodo, 19, 8, se dice: “Fue, pues, Moisés convocó a los ancianos del
pueblo y les expuso todo lo que el Señor
le había mandado. Todo el pueblo, a una, respondió: “Haremos todo cuanto ha
dicho el Señor”. Moisés comunicó la respuesta del pueblo al Señor”
Podemos decir que María,
como en Caná de Galilea, va por delante indicando el camino que lleva a Jesús,
detectando obstáculos e intercediendo para que sean removidos.
Así como Moisés asumió la
protección de Israel e intercedió por él ante Yavéh, así María asume la
protección del nuevo pueblo rogando
permanentemente por él.
Se hizo un largo silencio. Después el Maestro empezó
y los dos rezaron:
Al terminar dijo el ermitaño:
Al terminar dijo el ermitaño:
- ¿Sabías que esta es una de
las oraciones marianas más antiguas?
- ¿De verdad, Maestro?
- Pues sí, ya aparece en un
papiro hallado en Egipto y datado por los expertos en la materia, hacia el año
250 d. C.. Y lo interesante es que el título “Madre de Dios” ya se le atribuía
a la Virgen dos siglos antes de que fue proclamado como dogma en el concilio de
Éfeso, en Junio del año 431.
- ¡Qué bello es poder rezar hoy con los mismos
términos que lo hacían los primeros cristianos, a los que podemos llamar
“nuestros padres en la fe! Me hace sentir en comunión con toda la Iglesia no
solo presente, sino también pasada y, confío, futura.


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