Era el mediodia solar.
El Maestro se había retirado al fondo de su cueva para comer el mendrugo de pan duro, menú de ese dia y de tantos otros, regado, eso sí, con un buen trago de agua fresca, porque el Buen Dios es generoso y el riachuelo estaba cerca.
Apresurado y sudoroso llega el discípulo. Se para a la entrada para habituar sus ojos a la oscuridad, y al momento exclama:
- Maestro, ¿por qué comes tu pan en la profundidad de tu cueva, y no aqui fuera, donde hay plena luz, corre una suave brisa y puedes compartir las migas con los pajarillos, las hormigas y otros muchos animales que te acompañan en tu soledad ?
- ¿Y tu crees que las migas de mi pan tienen algun valor nutritivo para los animales que me circundan?
- Quizás sí, quizás no, no lo sé. Pero deja que sean ellos que decidan. Y a ti, Maestro, siempre te quedará el gozo de disfrutar de la luz del sol y de la suavidad del viento.
Y el Maestro decidió que en adelante comería su pan a la puerta de su cueva, a la vista de quién quisiera ver.