sábado, 18 de febrero de 2012

Médico gratis.



Séptimo Domingo del tiempo ordinario B
Evangelio según San Marcos 2,1-12.

Restos  arqueológicos de la casa de Pedro
en Cafarnaún

Era todavía muy temprano cuando el ermitaño salió de su cueva. Hacía frío, pero el cielo estaba despejado y las estrellas lucían sus mejores destellos como si estuvieran competiendo entre sí cuál la más coqueta y la más brillante. A lo lejos se vislumbraba las cumbres de las montañas todavía cubiertas de nieve, pero los valles, caminos y sendas habían recuperado la normalidad.


El Maestro hizo unos cuantos ejercicios  gimnásticos para entrar en calor y dio gracias al Creador por el nuevo día, y por su mente, como si de una pantalla de ordenador se tratara, pasaron un largo listado de personas: su familia, de la que ya quedaban pocos en este mundo y estaban muy lejanos, los ordenados en ministerios y todos los investidos de poder, los pobres, los enfermos, los que viven solos abandonados y marginados y los que sufren física y espiritualmente por cualquier causa. Rezó por todos, vivos y difuntos.

Hacía frío, pero esperaba un hermoso día. Cuando el sol se asomara en el horizonte y sus rayos se extendieran por toda la tierra el calor, aunque moderadamente, invadiría aquella región y sería un regalo del cielo ser ermitaño en aquel lugar.

Empezó a organizar un poco su tiempo. Era domingo, y cómo manda la Ley, había que santificarlo, pero al día siguiente, tendría que dedicarse al huerto: sembrar algunas verduras para su menú de primavera. De noche hacía todavía frío pero cabía esperar que el sol que brillaba durante el día fuera suficiente para hacer germinar las semillas. Había contemplado los pocos frutales que tenía en su huerto. En algunos que habían empezado a brotar se habían quemado las yemas, pero esperaba que con el buen tiempo y el vigor de la primavera surgieran nuevos brotes y obtener así alguna fruta para la temporada. Por todo ello dio gracias a Dios.

Clareaba el día y el ermitaño distinguió a lo lejos un bulto que a buen paso se acercaba. Era sin duda  el discípulo y lo esperó.

- Buenos días, Maestro, ¿llevas mucho tiempo esperándome?

- Llevo algún tiempo fuera contemplando el horizonte, pero esperándote, lo que se dice esperándote, pues  no, contestó el Maestro con un cierto cinismo.

Se sentaron los dos en sus respectivos poyos y el discípulo, sin perder tiempo,  empezó a presentar sus dudas.

- Maestro, el evangelio de hoy me confunde.

- ¿Por qué?

- A ver si consigo explicarme. Llega un enfermo y Jesús para curarlo, le perdona los pecados. ¿No da con ello a entender, como de hecho pensaban los judíos, que la enfermedad física era consecuencia directa, como un castigo, de algún pecado cometido (Ver Jn. 1 – 2)? Y, por consiguiente para curar la enfermedad habría que ir a la raíz y perdonarle el pecado.

- Creo que hay alguna diferencia. También yo voy a intentar explicarme y no va a ser fácil. Jesús no vino al mundo para hacer de médico a buen precio, sino para salvar a la humanidad de la esclavitud del pecado que es la peor de las enfermedades.

- ¿Entonces para qué curaba, porque lo ha hecho muchas veces?

- Porque eran duros de cerviz, y Jesús tenía que hacer milagros para que la gente comprendiera que Él era el Hijo de Dios; dicho en palabras pobres, que tenía poderes. Hay que tener en cuenta que no existe nada de exhibicionismo, sino que hay mucha misericordia, y cuando cura a alguien es porque está verdaderamente necesitado.

El pecado, es decir, el alejamiento de Dios, no causa el cáncer, la diabetes, la anemia, la apendicitis, la lepra la tuberculosis ni ninguna de las enfermedades que puedas encontrar en los tratados de medicina, pero, sí, provoca las injusticias, la explotación, las desigualdades, el odio y todo tipo de violencia, guerras incluidas. Y Dios se hizo hombre para redimirnos del pecado y con él de todas sus consecuencias.

Volviendo al caso del evangelio, es evidente que el pobre hombre que sufría la parálisis también estaba de alguna manera aquejado de algún pecado, y esto era mucho más importante para el Señor. Por eso empieza por ahí: “hijo, tus pecados quedan perdonados”. Siempre elucubrando cabe suponer que el enfermo sintió una grande alegría interior al sentirse querido y recuperada su dignidad, pero los demás seguían viendo tan solo su parálisis, por lo que Jesús pasa a la segunda parte: “para que comprendáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados – dice al paralítico – te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”.  Insisto en la idea: no dice: “tiene poder de curar” sino dice: “tiene autoridad para perdonar pecados”.

- Maestro, se me ocurre una reflexión..

- ¿Cuál?

- Que rezamos mucho pidiendo la solución de problemas humanos, materiales, la salud, el dinero, y hasta  la lotería o que gane el equipo de nuestros amores y no pedimos que nos libre de nuestros pecados como pueden ser el odio, la envidia, la soberbia, la ira, la pereza, etc..

- Exacto, los pecados capitales. Vamos a rezar laudes y a pedir que El Señor quite el pecado del mundo y todas sus consecuencias