Solemnidad del Corpus Christi. A
Evangelio según san Juan, 6, 51 - 58.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
- Yo soy el pan vivo que ha bajado
del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
- ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
- Os aseguro que si no coméis la
carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe
mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y
yo en él. El Padre que vive me ha
enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el
de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá
para siempre.»
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Mañana del Corpus. Mañana del Corpus en aquella región, pues
en otras y en muchas partes del mundo el Corpus se había celebrado el jueves
anterior, como sería de precepto si los calendarios políticos y laborales no lo
impidieran. Pero las cosas son como son y hay que aceptarlas como vienen.
Como sucedía últimamente en las fiestas con grande raigambre
popular, el discípulo no subió a encontrarse con el anacoreta, porque cada vez
se hacía más imprescindible su presencia al lado de su anciano párroco - que
atendía, además a varios pueblos - para atender a los feligreses, organizar y
dirigir la procesión del Corpus.
El ermitaño salió afuera, colocó una maceta - de hecho se
trataba de un pequeño tronco de árbol, que él había ahuecado y llenado del
humus que abundaba por aquellos parajes - con un geranio totalmente florecido en el
poyo del discípulo y, como de este se tratara, empezó su reflexión.
- Como sabes, parte de la Iglesia celebra hoy la Solemnidad
del Corpus Christi. Es un día dedicado especialmente a la Santísima Eucaristía.
Estás pensando que, además de celebrarlo cada domingo y
hasta cada día, lo hemos vivido con especial intensidad el jueves santo, y es
verdad, pero la fiesta de hoy tiene un matiz propio y diferencial. Me
explicaré.
El jueves santo hemos recordado y revivido lo sucedido en el
cenáculo de Jerusalén. El apóstol Pablo lo narra de la siguiente manera: "Yo he recibido una tradición, que
procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la
noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de
gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros.
Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar,
diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto
cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este
pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva
(1ªCor. 11, 23 - 26). Se trataba de una cena, un banquete de comunión, una
celebración de amigos, pero era también preludio y anticipo de lo que sucedería
los días siguientes: pasión, muerte y resurrección; por lo que Eucaristía es, a
la vez, banquete, sacrificio y gloria.
Aquel día celebrábamos la Eucaristía como don, como regalo;
quedábamos extasiados ante tanta generosidad, solo posible en el corazón y en
la mente de Dios, un Dios que se sacrifica para rescatar al hombre y al mismo
tiempo se entrega en alimento para que, a partir de entonces, no desfallezca,
no muera de inanición, como dice Pablo: "Si
Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rom. 8, 31)
o, dicho de otra manera, "Si Dios está con nosotros ¿quién nos podrá?
¿quién nos derribará?". Pero Jesús va más - mucho más - lejos todavía: no
le parecía suficiente aquel banquete/sacrificio/gloria de aquellos días, sino
que nos mandó que lo reviviéramos cada día a lo largo de los tiempos: "haced esto en conmemoración mía".
Si aquel día celebrábamos la Eucaristía como don, como
regalo, hoy lo celebramos como respuesta, como agradecimiento, como adoración,
como alabanza. Hoy los cristianos rendimos culto, agradecemos y adoramos al Señor
Jesús que ha quedado permanentemente con nosotros como oculto bajo las
apariencias de pan y de vino. Hoy lo procesionamos por nuestras calles y
caminos, por nuestras ciudades, villas, pueblos y aldeas para aclamarlo, para
manifestarle nuestra devoción, cariño y gratitud y para sintonizar nuestra vida
con su Amor. Entonces era una acción descendiente: Dios 6 hombre, hoy es ascendiente:
hombre 6 Dios.
Entonces celebrábamos el regalo de Dios, hoy miramos a Dios y agradecemos su
entrega total y definitiva en el cenáculo en la cruz y en la resurrección.
Pero la
Iglesia hoy nos pide algo más: que manifestemos nuestro agradecimiento con
gestos. Sobre esto, amigo mío, no voy a alargarme demasiado, porque conoces muy
bien la situación. Siempre, y hoy más que nunca, hay pobres entre nosotros, hay
pobres en el mundo, y no podemos quedar de brazos cruzados contemplando el
panorama. El amor de Cristo nos impele a amar - y socorrer - al hermano
necesitado. Jesús nos lo dejó muy claro: "os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros" (Jn. 13, 34). Tengamos presente el parámetro que
el Señor utilizará para acogernos - o no - en su reino: tuve hambre y me diste
de comer, sed y me diste de beber, fui forastero, inmigrante, transeúnte y me
atendiste, etc., porque cuando lo hiciste con ese pobre hombre que se cruzó en
tu camino, conmigo lo hiciste. (cfr. Mt. 25, 31 - 46).
En
definitiva, amigo mío, vacía y estéril sería hoy nuestra acción de gracias y
nuestra alabanza a Jesús Eucaristía si no va acompañada de gestos de compasión
y solidaridad hacia nuestros hermanos necesitados.
Hoy,
día del Corpus, es el Día de Caridad.
De
rodillas y mirando al horizonte el ermitaño recitó a media voz y muy
pausadamente la oración de Santo Tomás de Aquino:
Adóro te, devóte, latens déitas,
quæ sub his figúris
vere latitas.
Tibi se cor meum totum súbiicit,
quia te contémplans totum
déficit.
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Te adoro con devoción, Dios
escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A ti se somete mi
corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.
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Visus, tactus, gustus in te fállitur,
sed audítu
solo tuto créditur;
credo quidquid dixit Dei Fílius:
nil hoc verbo veritátis
vérius.
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Al juzgar de ti se equivocan
la vista, el tacto, el gusto,
pero basta con el oído para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios;
nada es más verdadero que esta
palabra de verdad.
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In Cruce latébat sola déitas,
at hic latet simul et
humánitas;
ambo tamen credens atque cónfitens,
peto quod petívit latro
poenitens
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En la cruz se escondía sólo
la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
creo y confieso
ambas cosas,
y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.
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Plagas, sicut Thómas, non intúeor,
Deum tamen meum
te confíteor;
fac me tibi semper magis crédere,
in te spem habére, te
dilígere.
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No veo las llagas como las
vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;
haz que yo crea más y más en ti,
que en ti espere, que te ame.
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O memoriále mortis Dómini!
Panis vivus, vitam
præstans hómini;
præsta meæ menti de te vívere,
et te illi semper dulce
sápere.
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¡Oh memorial de la muerte del
Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre;
concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dulzura.
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Pie pellicáne, Iesu Dómine,
me immúndum munda tuo
sánguine:
cuius una stilla salvum fácere
totum mundum quit ab omni sælere.
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Señor Jesús, bondadoso
pelícano,
límpiame, a mí, inmundo, con tu sangre,
de la que una sola gota
puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
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Iesu, quem velátum nunc aspício,
oro, fiat illud
quod tam sítio;
ut te reveláta cernens fácie,
visu sim beátus tuæ gloriæ.
Amen.
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Jesús, a quien ahora veo
escondido,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro
ya no oculto,
sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén.
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