jueves, 30 de abril de 2015

NECESITO TUS MANOS



Quinto Domingo de Pascua  -B .
Evangelio según san Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mi, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por si, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
 
 
- Buenos días, Maestro, ¿soy un sarmiento?
- Buenos días, amigo mío. Sí, claro que eres un sarmiento …
 
- ¿y crees que doy fruto?
 
- Eso tienes que decirlo tú. Eres tu quién tiene que hacer un examen de conciencia, ver si permaneces unido a la cepa, de dónde se recibe la savia para crecer fuerte y vigoroso y dar así buenos y abundantes frutos. De todas maneras y como has pedido mi opinión ti diré que ya das tus frutos, aunque, como eres muy joven, no descarto que el Padre, que es el labrador, te pegue algún tijeretazo para que mejore la cosecha.
 - Gracias, Maestro, pero es que el evangelio de este quinto domingo de pascua es muy fácil de entender.
 - Es que Jesús es un muy buen catequista y generalmente expone ideas muy primarias y propone imágenes muy claras, pero al mismo tiempo muy complejas. La palabra de Dios, es una fuente inagotable: cuando has bebido y te has saciado la fuente sigue brotando, siempre nueva, límpida y cristalina.
 
La enseñanza está clara: “yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”. Toda nuestra fuerza, toda nuestra vitalidad, en definitiva la savia espiritual que alimenta nuestra vida, ilumina nuestros pasos y estimula nuestras buenas acciones nos viene de Él. Pero en la realidad, y para seguir el símil, muchos sarmientos al verse fuertes y robustos, al contemplar sus racimos grandes y olorosos, piensan que los méritos son suyos, dan la espalda a la cepa, se pavonean de sus logros, reciben las alabanzas y felicitaciones, olvidando que su “fuerza le viene del Señor que hizo el cielo y la tierra” (Sal. 21, 2). Resultado: todo se transforma en fracaso, como si fuera un espejismo pasajero; pronto se secará, no dará más fruto y crearán decepción en cuantos en algún momento se fiaron de ellos.
 
Pero podríamos encontrar más cosas. El hecho de dar fruto no es opcional, es una vocación y una obligación. En el mismo capítulo 15 de S. Juan, versículo 16, se lee: “No sois vosotros quién me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”. 
 
Yo me atrevo ir un poco más lejos, y aún sabiendo  que Dios todo lo puede, y que para Él nada hay imposible, no obstante, en sus designios, nos necesita. Para que no me condenen, los que tienen la misión y también el gusto de condenar, diré que San Agustín afirma algo parecido cuando dice: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (PL, XXXIII, 880). Pues bien, así como la cepa no produce racimos de uvas, así Dios nos necesita a todos nosotros para que continuemos, no solo la obra de la creación, sino la obra de la redención iniciada, solo iniciada, en el Monte Calvario. Me viene a la memoria unas palabras que Michel Quoist pone en los labios de Jesús:
 Hijo mío, no estás solo:
Yo estoy contigo.
 Yo soy tú, 
pues Yo necesitaba una humanidad de recambio 
para continuar mi Encarnación y mi Redención. 
Desde la eternidad te elegí:
te necesito.
 
Necesito tus manos para seguir bendiciendo,
necesito tus labios para seguir hablando,
necesito tu cuerpo para seguir sufriendo,
necesito tu corazón para seguir amando, 
 
te necesito para seguir salvando:
continúa conmigo, hijo.
 
 - ¿Y quién es Michel Quoist?
 
  - Casi me había olvidado que eres muy joven. Michel Quoist fue un sacerdote, teólogo, sociólogo y escritor católico francés nacido en Le Havre el 18 de junio de 1921, y fallecido en la misma localidad el 18 de diciembre de 1997. Sus libros eran devorados por los jóvenes y adolescentes de mi generación. La verdad es que animó y orientó a muchos de nosotros. Sus libros son muy interesantes, que a pesar de los años, siguen teniendo valor y, como dicen los críticos, han envejecido bien. El texto que te he recitado es del libro “ORACIONES PARA REZAR POR LA CALLE”, en el capítulo “SACERDOTE: ORACIÓN DEL DOMINGO POR LA TARDE”.  No estaría de más que leyeras alguna de sus obras. Tú, que dominas las nuevas tecnologías, podrás encontrar información y alguna publicación en internet

martes, 21 de abril de 2015

Mercenarios


Cuarto Domingo de Pascua  B

 
Evangelio según san Juan 10, 11 - 18.
En aquel tiempo, dijo Jesús:
— Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado,
que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.
 
Había amanecido un día precioso. Las jornadas se habían alargado y cada vez el sol empezaba su paseo diario más pronto. El cielo estaba despejado y se preveía un día con una temperatura agradable. El Maestro había salido de su cueva y después de algunos estiramientos musculares dio una vueltecita por los alrededores,  Se acercó al corral donde estaban sus animales, abrió la verja y acarició a los cabritillos que habían nacido hacía dos semanas los cuales al verse en libertad saltaban de alegría bajo la mirada protectora de sus madres.
 
Empezaba a asomarse el sol cuando llegó el discípulo, corriendo, con ropa de deporte y con una mochila a la espalda.
 
- Buenos días, Maestro, dijo jadeando.
 
- Buenos días, amigo mío. ¿Qué haces?
 
- He venido haciendo footing. Si me permites voy un momento al río a lavarme y a vestirme con la ropa que traigo en la mochila, y después continuamos.
 
- Ve a lavarte y sécate bien, porque de momento hace fresco y puedes constiparte.
 
El discípulo se dirigió hacia el riachuelo. El Maestro entró en la cueva, encendió el fuego y calentó un poco de leche. El discípulo regresó tiritando. El agua estaba muy fría y - ¡valiente él! - se había pegado un chapuzón, por lo que cuando vio el tazón de leche humeante con miel se alegró sobremanera.  Al terminar aquel improvisado desayuno y entregando el cuenco al Maestro exclamó:

- ¡ Muy bonito y muy fácil de entender el evangelio de hoy, ¿verdad, Maestro?!
 
- Muy bonito y muy fácil de entender para aquellos que tenemos el privilegio de vivir en el mundo rural y que todavía vemos de vez en cuando algún rebaño. No sé si resulta igual de inteligible para el niño o el joven urbanita cuya experiencia vital está reducida a la playstation, al ordenador o al mundo digital en cualquier de sus suportes.  De todas maneras el fragmento del evangelio joánico que proclamamos este domingo está muy claro: Jesús es el Buen Pastor que dio – y sigue dando cada día – la vida por sus ovejas. Esto está históricamente documentado y lo hemos recordado y revivido en la Semana Santa. Pero quisiera subrayar, sin comentar, porque los comentarios sobran, algunos pasajes, como se diría en el teatro, por orden de aparición:
 
* “Yo soy el Buen Pastor” (así de claro, sin ambages);

* “El buen pastor da su vida por las ovejas” (v.11),  “yo doy me vida por las ovejas”       (v. 15);

* “conozco a las mías, y las mías me conocen” (v.14);

* tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a estas las tengo que traer (v. v.16);
 
Esto demuestra el trato exquisito que el pastor tiene con su rebaño, y todavía más si lo relacionamos con Lucas 15, 3 – 7, en que vemos al pastor salir en busca de la oveja perdida, y sin mediar reproche, condena o castigo “se la carga sobre los hombros, muy contento”.
 
Para comprender esta parábola en su profundidad hay que leer las paralelas del Antiguo Testamento: Jeremías 23, 1 – 4  y el todo el capítulo 34 de Ezequiel. No vamos a ver  ahora enteros estos textos, porque son muy largos, pasaríamos toda la mañana y se está haciendo tarde; te ruego que lo hagas tu a lo largo de la semana, pero, sí, voy a extractar dos versículos: “Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar – oráculo del Señor Dios - . Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a las enfermas; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré; la apacentaré con justicia” (Ez. 34, 15 – 16).
 
Como puedes ver, amigo mío, estos textos rezuman misericordia por los cuatro costados. Muy lejos de ellos, Santos Oficios o Congregaciones para la Doctrina de la Fe, Tribunales Eclesiásticos de toda índole, penas canónicas, etc.
 
- Entonces ¿no deberían existir dichos tribunales?
 
- ¡Hombre! Podrían existir si su cometido fuera buscar a la oveja perdida, recoger a la descarriada, vendar las heridas de las maltrechas, fortalecer  a las enfermas, guardar y apacentar con justicia y sin preferencias a las fuertes y robustas. Pero dudo que se dediquen a esta tarea.
 
- Hasta ahora, Maestro, me has hablado del pastor, dueño de las ovejas, pero dime algo acerca de los mercenarios o asalariados.
 
Este es un tema más delicado. En principio los dos términos son sinónimos, pero “mercenario”  tiene una carga peyorativa, porque en el campo militar los mercenarios son voluntarios que se alistan en un bando de la contienda bélica, buscando una buena recompensa sin interesarle demasiado los valores que se defiendan en dicha guerra o batalla; en definitiva, luchan por el dinero no por principios o ideales.
 
Hay que tener en cuenta que Jesús no condena el asalariado por serlo, sino por comportarse de una determinada manera. Cada hombre y cada mujer debería asumir su trabajo como continuación de la obra creadora y/o redentora de Dios y poner en ello todo su corazón y la paga – el sueldo lógico, necesario y merecido – tendría que venir “por añadidura”. Por desgracia hoy no siempre es así. Sin mencionar los trabajos técnicos y manuales, que también deberían obedecer a este mismo patrón, mencionaré solo algunos que clasificamos de “servicios”.
 
 - ¿Cuántos jueces, fiscales, abogados y demás profesionales del mundo de los tribunales están verdaderamente preocupados y entregados para que en el mundo haya una verdadera justicia? 
 
- Perdona un paréntesis. Los jugadores de fútbol y otros grandes deportistas de elite que evidentemente juegan en el equipo que más le paga.
 
- ¿Cuántos médicos, enfermeros y demás personal del mundo sanitario lo hace con auténtica vocación, y no por “profesión”? "Haberlos, haylos" y de ello doy fe, pero ¿en qué porcentaje?
 
- y podríamos hablar de otros muchos servicios como enseñanza, transporte, seguridad, comunicación, etc, pero  analicemos el mundo eclesiástico …
 
- ¿También ahí hay mercenarios?
 
- En el estricto sentido de la palabra, no, más bien lo contrario. Salvo los cuatro enchufados y los que meten la mano en el cepillo, los sacerdotes están muy mal pagados; pero hay otros problemas: mucha desmotivación. Los curas salen del seminario con las pilas cargadas como el toro del corral, pero en seguida hay un torero con un capote que lo provoca y  engaña, el picador para la suerte de varas y el banderillero dispuesto a clavar; y el toro noble y profesional siente la soledad ante unos que le agreden y ante una plaza inmensa que le contempla esperando ver sangre, venga de dónde venga.
 
Así el sacerdote, ese superhombre, solo, sobrecargado de trabajo, pobre, y casi siempre dejado de la mano ¿de Dios? (probablemente no, aunque a veces perciba que sí), dejado de la mano de sus jefes y de sus comunidades…
 
- ¿Quiere decir hablando en plata, Maestro, que los sacerdotes no sienten el apoyo de sus obispos?
 
- Siempre habrá honrosas excepciones – yo no las conozco – pero muchos, no doy estadísticas para que no me pillen, están muy ocupados en defender la institución, organizando encuentros, congresos, asambleas, reuniones y todo tipo de parafernalia y no les queda tiempo para salir en búsqueda de la oveja perdida, recoger a la descarriada, vendar las heridas de las maltrechas, fortalecer  a las enfermas. Y mientras tanto estas languidecen y van perdiendo las fuerzas para seguir luchando.
 
El sol ya está muy alto. Vamos a rezar laudes.

 

miércoles, 15 de abril de 2015

VOSOTROS SOIS TESTIGOS …



Tercer Domingo de Pascua B

Evangelio según san Lucas 24,  35 - 48.
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:
— Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:
— ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
— ¿Tenéis ahí algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
— Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
— «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»

 - Querido Maestro, no entiendo nada.
 
- Buenos días, amigo mío, gracias por lo de “querido”. Yo tampoco entiendo nada, pero ¿de qué va el asunto?
 
- Perdone, Maestro, la excesiva confianza, pero llevo una semana dándole vueltas al asunto y debo confesar que cada vez estoy más confuso. Me explico: esta semana he estado leyendo y estudiando el tema de la Resurrección – la de Jesús y la nuestra – y las cualidades del Cuerpo  Resucitado o Cuerpo Glorioso. Según el catecismo estas cualidades son:
 
. Impasibilidad es decir, la propiedad de que no sea accesible a ellos mal físico de ninguna clase, es decir, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Definiéndola con mayor precisión, es “la imposibilidad de sufrir y morir”.
 
Jesús contestando a los saduceos cuando le plantearon el tema de la resurrección con el caso de aquella mujer que se había casado  sucesivamente con siete hermanos y le preguntaron: “¿cuándo llegue la resurrección  de cuál de ellos será mujer? (Lc. 20, 33), Él les contesta : “ … los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir , ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección” (Lc. 20, 35 – 36). Y el Apocalipsis en un texto que la liturgia usa frecuentemente en la misa de exequias  dice: “ …  y  Dios con ellos será su Dios  y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte ni duelo,  ni llanto ni dolor, porque lo primero ha pasado” (Ap. 21,  3 - 4).
 
II. Sutilidad, sutileza o penetrabilidad:

Es la propiedad por la cual el cuerpo se hará semejante a los espíritus en cuanto podrá penetrar los cuerpos sin lesionarse ni lesionar, es decir, podrá atravesar otros cuerpos.
 
Los evangelios hablando de Jesús Resucitado dejan meridianamente claro – ¡perdón por la redundancia! – que atravesaba los cuerpos opacos. En Mateo 27, 66 ; 28, 1 – 7, se contempla como Jesús al resucitar salió del sepulcro que estaba cerrado con una pesada piedra y judicialmente sellado; en Juan, 20, 5 – 7, al llegar Pedro y Juan al sepulcro vieron los lienzos tendidos.

Aquí hay que hacer una observación: la traducción en español no es muy feliz. No dice “tendidos o estirados” como están las sábanas de una cama recién hecha, sino “desinflados” como se pliega sobre si mismo un globo. Es decir Jesús, al resucitar atravesó los lienzos como si se evaporara.

El evangelio que hemos proclamado el domingo pasado (Jn. 20, 19 – 31) y el de este domingo insisten en que Jesús se presentó en medio de sus discípulos estando las puertas cerradas;
 
III. Agilidad Es la capacidad del cuerpo para obedecer al espíritu en todos sus movimientos con suma facilidad y rapidez, es decir, en forma instantánea.
 
Resulta evidente en el evangelio que proclamamos hoy y en su contexto, como Jesús aparece y desaparece con mucha agilidad, como una imagen que se proyecta o se apaga.
 
En Lc. 24, 31: “A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció de su vista”;

En Lc 24, 34: “estaban diciendo: Era verdad, ¡ ha resucitado El Señor y se ha aparecido a Simón!”

Y en Lc 24, 36: “Estaban hablando de estas cosas, cuando se presentó en medio de ellos y les dice: ‘Paz a vosotros”.
 
IV. Claridad es el estar libre de todo lo ignominioso y rebosar hermosura y esplendor.
 
 En Mt. 13, 43 Jesús dice: “Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”;
 
 en Mt 17, 2  hablando de Cristo transfigurado describe: “su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos  se volvieron blancos como la luz;
 
y, por último, en los Hechos de los Apóstoles, 9,  3 - 5,  narrando la conversión de San Pablo dice:” … cuando estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor … y respondió: soy Jesús, a quien tu persigues”.
 
Bueno pues me surgen muchas preguntas:
 
1 . ¿cómo un cuerpo glorioso, sutil y ágil, puede comer pescado asado.  ¿Es que el pescado comido se transforma inmediatamente en “glorioso”?
 
2 - ¿cómo puede un cuerpo glorioso, sutil, ágil, y, por consiguiente, intangible, hacerse tocar por sus discípulos para ser reconocido?;
 
3 - ¿cómo puede un cuerpo  glorioso, clarísimo asar unos cuantos peces sin tiznarse?
 
El discípulo había soltado esta larga parrafada siguiendo un esquema escrito en un papel arrugado que había sacado del bolsillo. El Maestro escuchaba atentamente. Al terminar el discípulo fijó su mirada en el rostro del Maestro, y como siempre cuando hablaba un poco más largo empezó a sentirse incómodo y avergonzado. Pero el Maestro intervino en seguida:
 
- Amigo mío, has hecho un profundo y documentado estudio sobre el cuerpo glorioso, y eso te ha creado muchas dudas. Sinceramente, y como te dije al principio, tampoco yo lo  entiendo, pero te has metido en un jardín complicado dónde puede resultar difícil salir. Intentaré explicarme, y te pido que me ayudes en esta tarea.
 
- Sí, Maestro, soy todo oídos.
 
- Tiene que haber un acercamiento entre fe y cultura. Los teólogos, los filósofos y los científicos deben escrutar, hasta donde sea posible, los contenidos de la fe, inclusive pueden aportar ideas, sugerir hipótesis, hacerse y formular preguntas en busca de una respuesta, pero con la suficiente humildad para comprender que Dios es misterio y, por consiguiente, inescrutable.
 
Durante el siglo XX sobre todo en la última mitad y  esta primera década del actual siglo XXI, la ciencia ha aportado un gran tributo a la fe, también la filosofía y la teología, pero en algunos casos han dado como verdades científicas, y por consiguiente indiscutibles lo que eran tan solo óptimas hipótesis de investigación y muchos teólogos, con loables iniciativas de explicar lo inexplicable, utilizando la inteligencia empírica, intentan presentar solo a los cultos y leídos los misterios de la fe. En la mayoría de los casos presentan sus formulaciones, no como una posición personal de acercamiento al misterio, sino como verdad definitiva. ¡Craso error! No hacen más que provocar la ira de los dragones encargados de defender el castillo del dogma, la fortaleza de la ortodoxia, los cuales no dudaran en aniquilarlos con sus lanzallamas.
 
Te he contado todo esto porque un teólogo, precisamente alcanzado ya por los fogonazos de los dragones defensores de la verdad,  Andrés Torres Quiroga tiene un libro, “Repensar la Resurrección” (Trotta, Madrid, 2003) en que se plantea esas mismas preguntas e intenta aportar alguna respuesta.
 
Creo que sus esfuerzos merecen todo nuestro respeto, y que los teólogos y los pensantes deben leerlo y comentarlo, pero que no sirven ni a ti ni a mi, que como los patos, no somos animales de alto vuelo.
 
Valorando altamente el acercamiento fe – cultura, creo que esta, la cultura, no puede explicar el misterio de la fe. Dios que es creador de la ciencia no puede estar sometido ni  ser entendido por ella. Los puntos álgidos de  nuestra fe nunca tendrán explicación científica o racional. ¿Tiene explicación humana que un Dios Omnipotente se haga hombre en el vientre de una mujer? No. ¿Tiene explicación racional que ese Dios Omnipotente y Eterno muera humillado y clavado en una cruz? No. ¿Tiene algún tipo de explicación científica que un muerto, bien muerto y absolutamente desangrado, pueda resucitar y salir del sepulcro? No.

Creemos que Dios, el Señor de la vida y de la muerte, del tiempo y del espacio, actúa al margen de estos condicionantes no por juego o capricho sino para ofrecer al hombre, la obra más apreciada de cuantas realizó, una nueva oportunidad de vida y dignidad. Por eso el que es capaz de realizar tan grandes maravillas, ¿cómo no va a aparecer y desaparecer con un bocado de pescado en su estómago, o hacerse tangible para que los Apóstoles – y con ellos, todos nosotros – tuviéramos razones para creer que estaba vivo? ¿O como no va a asar unos peces para agasajar a sus discípulos después de una noche de arduo y estéril trabajo sin que con ello menoscabe su claridad? En definitiva creo que estos detalles que en si son importantes no son más que apéndices – hoy está de moda llamarles “flecos” – del gran misterio de la resurrección.
 
Pero el Evangelio de hoy, más allá de las cualidades del Cuerpo Glorioso en el que nos hemos enfrascado, tiene algún otro mensaje importante para nuestro quehacer cotidiano. Voy a subrayar solamente dos:

1º -“ … y cómo habían reconocido a Jesús al par­tir el pan” Desde siempre la Iglesia identifica el partir el pan – fractio panis – con el gesto de Jesús en la Ultima Cena, es decir, con la Eucaristía, y no seré quién ponga en duda este dogma. En el Pan Eucarístico el creyente ve y venera, sin ningún apoyo científico ni filosófico, pero con los ojos de la fe y la gracia del Espíritu, la persona de Jesucristo Resucitado, el mismo que se apareció a María Magdalena y a los Apóstoles, el mismo que aparecía y desaparecía atravesando paredes, el mismo que invitaba a sus amigos a almorzar un pescado asado. Pero creo sinceramente que este gesto tiene otro significado complementario y no excluyente: cuando alguien comparte su pan no sacramental con el hermano hace presente el amor de Jesucristo: “Venid vosotros, benditos de mi Padre, … porque tuve hambre y me distéis de comer. …  Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Cfr. Mt. 25, 31 – 46).
 
2º - “Vosotros sois testigos de esto”. ¿Testigos de qué? Pues testigos de todo. Testigos de que la tumba está vacía, testigos de que Cristo está vivo, testigos de que Cristo sigue presente en cada momento de la Historia y de nuestra historia particular, en cada momento de alegría, de gozo y de fiesta, pero Jesús sigue crucificado en cada hombre que sufre, y desde todas esas cruces sigue gritando: PAZ, LIBERTAD, JUSTICIA y SOLIDARIDAD.

 

 

jueves, 9 de abril de 2015

¡SHALOM!



Segundo Domingo de Pascua B

Evangelio según san Juan, 20, 19 - 31.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
— Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
— Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
  — Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
— Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomas:
— Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
— ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
- ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
 

 - Buenos días, Maestro. Feliz Pascua de Resurrección. Hace ya una semana que fue la celebración de la Pascua, pero como dice mi abuela “todas las fiestas tienen su octava”.

- Buenos días, amigo mío, no sé si todas las fiestas tienen octava, pero Pascua sí que la tiene, y muy solemne, así que “Feliz Pascua” también a ti. ¿Cómo te ha ido?

 - Muy bien, Maestro. He participado activamente en todos los oficios de la Semana Santa y del Triduo Pascual y en alguna procesión. Por lo demás encuentro con la familia y amigos. Han sido unos días llenos de alegría también en lo humano.

 - ¡Shalom! amigo mío, que la luz de Cristo Resucitado ilumine tus pasos y disipe todos los miedos, inseguridades, desánimos, tinieblas y oscuridades.

-  Igualmente, Maestro, y hablando de “shalom” ese saludo aparece en el evangelio de hoy.

- Exactamente, lo encontramos bien tres veces. El saludo de Jesús, en sí, no tiene nada de  original. Era entonces y sigue siendo hoy tan corriente como nuestro “hola”, y nuestro “adiós” todo junto ya que se usa tanto al encuentro como a la despedida, pero dicho por el Señor y en aquellas circunstancias, trasciende toda barrera y frontera, raza y color, filosofía y religión, traspasa lo humano y se instala en lo divino. La paz del Resucitado reconcilia al hombre consigo mismo, al hombre con su hermano, al hombre con la creación y al hombre con Dios.

 - Pero el texto de hoy tiene también otras enseñanzas interesantes …

 - Efectivamente. Pero antes de nada quisiera hacer una aclaración. La palabra de Dios, en general, y el Evangelio, en particular son como una fuente de agua cristalina, dónde cada cual  sacia su sed, pero el agua sigue brotando generosa y nunca se agota.

 - ¿Quieres decir, Maestro,  que por mucho que comentemos y meditemos la Palabra, nunca llegaremos a consumirla del todo?

 - ¿Poco más o menos; quiero decir que en cada momento encontrarás  la respuesta a tus preguntas, y cada vez es fresca, original y genuina, y apaga la sed de todos los que se acerquen a beber sea cual sea su situación, sus necesidades y las características de su sed. Te he dicho esto porque hoy pretendo subrayar tres puntos, pero de ninguna manera pretendo agotar el tema. Tú mismo y todos los demás que se acerquen a este texto encontrarán otras reflexiones, todas de gran calado.

 Del evangelio de este segundo domingo de Pascua yo elegiría, además del saludo de Jesús, “shalom”, tres puntos más:

 Punto 1º - “Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.  Esa es la bendición del Resucitado: transformarlo todo. Los discípulos estaban acobardados, asustados, con las puertas cerradas por miedo a los judíos, viene el Señor y se llenan de gozo. Es cierto que es una experiencia temporal, será permanente a partir de Pentecostés.

 Punto 2º - “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Es evidente que aquí se refiere al poder de la Iglesia de perdonar los pecados que lo ejerce en el sacramento de la penitencia, pero en las citas paralelas de Mateo amplía mucho este contenido. En Mateo 16, 19 y dirigiéndose a Pedro le dice. ”Tolo lo que ates en la tierra quedará atado en  el cielo  y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” y en Mateo 18, 18, dirigiéndose esta vez al conjunto de los discípulos (a la Iglesia) dice: “todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos”. Esta es la realidad. El Papa, en particular, y la Iglesia en su conjunto tienen, por delegación, plenos poderes para atar y desatar. ¡Cuántas veces se habrá arrepentido Jesús de esto!

 - Maestro, interrumpió el discípulo, Dios no puede arrepentirse.

- Bueno, es una forma de hablar. No soy y no pretendo ser un exegeta, pero en el Antiguo Testamento consta varias veces que el Señor se arrepiente. Algunos ejemplos:

* se arrepiente de haber creado al hombre (Gn. 6, 6);
* se arrepiente de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo (Ex. 32, 14);
* se arrepiente de haber constituido a Saúl como rey sobre Israel (1Sam. 15, 35);
* se arrepiente de la peste que había mandado sobre Israel (2Sam. 24, 16);
* se arrepiente de las amenazas hechas contra los ninivitas (Jon. 3, 10).

No consta que el Dios del Nuevo Testamento tenga por qué arrepentirse de algo, pero si lo tuviera, sería precisamente del enorme poder concedido a la Iglesia y que no siempre lo ejerce en plena sintonía con la misericordia de Dios.

 Punto 3º - “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos  y no meto la mano en su costado, no lo creo”.  Esta actitud le ha granjeado a Tomás  no pocas críticas a lo largo de la historia, y a mi me parece enormemente positiva. 

La Resurrección de Cristo es un misterio. Los teólogos intentan en vano explicarlo y los que tienen el poder de atar y de desatar lo usan para darle palos a los que intentan explicarlo, pero los agnósticos tienen sobradas razones para negarla, sobre todo porque no es racional. Como pruebas de dicha Resurrección unas pobres mujeres, unos seguidores fanáticos, y poco más.  Tañéndome al  episodio de este domingo resultaría fácil decir que los apóstoles, unos pobres fanáticos, cerrados en una pequeña habitación, llenos de miedo, probablemente hambrientos y hasta deshidratados habían sufrido una alucinación colectiva. Pero Tomás, que por razones que desconocemos estaba fuera, alimentado e hidratado conociendo lo que se rumoreaba por la ciudad se niega a creer, pero resulta tan evidente la presencia de Jesús en la segunda aparición que Tomás muerde el polvo y exclama: “Señor mío y Dios mío” . La incredulidad de Tomás ha dado razón casicientífica a mi credulidad.

 

 

 

miércoles, 1 de abril de 2015

No está aquí. HA RESUCITADO.



Domingo de Pascua B

Evangelio según san Marcos 16, 1 - 7.
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
— ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. El les dijo:
— No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.
Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.

Era la mañana de Pascua. El maestro salió a los primeros rayos del sol, y contemplaba el cielo azul; delante el valle, en fondo las montañas, y a su lado el pequeño huerto cultivado con sus manos; los frutales estaban en flor, y también los rosales y las margaritas. A lo lejos, suave murmullo de las aguas que en el riachuelo se deslizaban acariciando las piedras que, juguetonas, pretendían dificultar  su curso. ¡Todo era bello aquella mañana!

 El Maestro se sentó en el lugar de siempre y su pensamiento se trasladó a otro lugar, a otra época: Monte Calvario, el día de la resurrección: Muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol,  María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé fueron al sepulcro. El sepulcro estaba vacío y un joven les comunica el mensaje: “¿el CRUCIFICADO?  No está aquí, HA RESUCITADO.”

 El mensaje aparentemente era sencillo, pero no, no lo era. La primera parte era obvia; no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que el sepulcro estaba vacío. En la versión de Juan y en un diálogo con Jesús resucitado y al que no había reconocido la Magdalena llegó a decirle: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré” (Jn. 20, 15).  Pero eso de que había resucitado era otro cantar. No lo entendían y me atrevo a decir que no lo entendemos. Tampoco lo entendieron los apóstoles; ya cuando bajaron del monte Tabor y Jesús les ordenó que le hablasen a nadie de la transfiguración hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos, ellos se pusieron a “discutir qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos” (Mc. 9, 10).  ¿Y qué decir del apóstol Tomás” que llegó a decir: si no lo veo no lo creo?

No lo entendemos, pero lo creemos y lo creemos con grande alegría, porque la resurrección de Cristo nos inyecta una nueva savia que transforma nuestras vidas.

Es lamentable que hoy, como tantas otras veces a lo largo de la historia, algunos intenten explicar lo inexplicable hablando de lo físico, lo empírico, lo temporal y lo atemporal de la resurrección y otros condenen a los que intentan explicar lo inexplicable. ¡Con lo sencillo que resulta disfrutar del don gratuito de la pascua; dejarnos imbuir de la savia nueva y disfrutar del azul del sol, del verde de los valles, del murmullo de las aguas, de las flores del campo!
 
Después de estas reflexiones el Maestro se puso a recitar la “sequentia paschalis” lentamente, pausadamente, saboreando cada estrofa, cada verso, cada palabra.