Quinto Domingo de Pascua -B .
Evangelio
según san Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el
labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a
todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os
he hablado; permaneced en mi, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede
dar fruto por si, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que
permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis
hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que
deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto
abundante; así seréis discípulos míos.
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- Buenos días, Maestro, ¿soy un
sarmiento?
- Buenos días, amigo mío. Sí,
claro que eres un sarmiento …
- ¿y crees que doy fruto?
-
Eso tienes que decirlo tú. Eres tu quién tiene que hacer un examen de
conciencia, ver si permaneces unido a la cepa, de dónde se recibe la savia para
crecer fuerte y vigoroso y dar así buenos y abundantes frutos. De todas maneras
y como has pedido mi opinión ti diré que ya das tus frutos, aunque, como eres
muy joven, no descarto que el Padre, que es el labrador, te pegue algún
tijeretazo para que mejore la cosecha.
La
enseñanza está clara: “yo soy la vid,
vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante”. Toda nuestra fuerza, toda nuestra vitalidad, en definitiva la
savia espiritual que alimenta nuestra vida, ilumina nuestros pasos y estimula
nuestras buenas acciones nos viene de Él. Pero en la realidad, y para seguir el
símil, muchos sarmientos al verse fuertes y robustos, al contemplar sus racimos
grandes y olorosos, piensan que los méritos son suyos, dan la espalda a la
cepa, se pavonean de sus logros, reciben las alabanzas y felicitaciones,
olvidando que su “fuerza le viene del
Señor que hizo el cielo y la tierra” (Sal. 21, 2). Resultado: todo se
transforma en fracaso, como si fuera un espejismo pasajero; pronto se secará,
no dará más fruto y crearán decepción en cuantos en algún momento se fiaron de
ellos.
Pero
podríamos encontrar más cosas. El hecho de dar fruto no es opcional, es una
vocación y una obligación. En el mismo capítulo 15 de S. Juan, versículo 16, se
lee: “No sois vosotros quién me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto permanezca”.
Yo me atrevo ir un poco más lejos, y aún sabiendo que Dios todo lo puede, y que para Él nada
hay imposible, no obstante, en sus designios, nos necesita. Para que no me
condenen, los que tienen la misión y también el gusto de condenar, diré que San
Agustín afirma algo parecido cuando dice: “Dios
que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (PL, XXXIII, 880). Pues bien, así
como la cepa no produce racimos de uvas, así Dios nos necesita a todos nosotros
para que continuemos, no solo la obra de la creación, sino la obra de la
redención iniciada, solo iniciada, en el Monte Calvario. Me viene a la memoria
unas palabras que Michel Quoist pone en los labios de Jesús:
Hijo mío, no
estás solo:
Yo estoy contigo.
pues Yo necesitaba una humanidad de recambio
para continuar mi Encarnación y mi
Redención.
Desde la eternidad te elegí:
te necesito.
Necesito tus manos para seguir bendiciendo,
necesito tus labios para seguir hablando,
necesito tu cuerpo para seguir sufriendo,
necesito tu corazón para seguir amando,
te necesito para seguir salvando:
continúa conmigo, hijo.
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