Vigésimo Domingo del tiempo ordinario B
Evangelio
según san Juan, 6, 5 1 - 58.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
— Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que
coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para
la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
Entonces Jesús les dijo:
— Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del
hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el
Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste
es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.
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Aquella
mañana el ermitaño salió de su cueva, y después de dar un paseo por los
alrededores del lugar, se sentó en el sitio de costumbre. Dejó el libro de “la
Liturgia de las Horas” junto a si, se puso una piedra bajo sus pies para
levantar ligeramente sus rodillas, apoyó sus codos en los muslos y la cabeza en
sus manos, postura esta que solía tomar para pensar y meditar.
Su
intención era reflexionar sobre el evangelio del domingo, pero ya fuera porque
le resultaba un tanto reiterativo el tema, ya fuera porque el pensamiento, si
no lo atas corto, corre a sus anchas como un caballo desembocado, su
pensamiento voló a su niñez. Se esforzaba para no vivir de recuerdos, pero a
veces le resultaba incontrolable. Su pensamiento fue, pues, a su infancia, y se
vio correteando en la finca de sus padres, entre vacas, ovejas, gallinas,
conejos y patos. Estos animales no tenían para él secretos: sabían cómo se
apareaban, cuánto tiempo tenían de gestación o de incubación, como alimentaban
a sus crías. Aunque en su casa no había pájaros domésticos, espiaba los nidos
que abundaban por aquel lugar y veía como muchos padres regurgitaban la comida
para dársela a los polluelos.
Cuando
tenía algunos años más llegó a sus manos un libro que trataba de las aves. Lo
leyó con interés, porque en aquel tiempo y aquel lugar los libros no abundaban.
Lo leyó con mucho interés, pues se trataba de aves que no había visto nunca y
que desconocía hasta su existencia. Además cada animal venía presentado en un
dibujo hecho a plumilla que era toda una obra de arte.
Pero
hubo un animal que le impactó profundamente: el pelícano. Según decía el texto
estas aves alimentan sus crías como la mayoría, trayendo al nido sus
conquistas, pero, y aquí está la novedad, cuando hay escasez de alimento y peligra
la vida de los pollos, se arrancan las plumas de su buche, y se hacen algunas
heridas para que mane la sangre y así, con ella, alimentar a sus hijos.
Como
decía, esto le impactó muchísimo y le hizo pensar. ¡Qué amor tenían estos
pájaros a sus hijos hasta el punto de darles cómo comida su carne y como bebida
su sangre! Y en su inconsciente quedó siempre un cariño especial y una gran
admiración por estas aves: los pelícanos.
Pasados
los años encontró en la iconografía cristiana la imagen del pelícano alimentado
a sus crías como símbolo de la Eucaristía: “el
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Recordaba sus
peregrinaciones a Tierra Santa y su visita al Cenáculo, construido por los
cruzados, pero después confiscado por los musulmanes y actualmente en poder de
los judíos. Ambos grupos religiosos han hecho desaparecer todos los símbolos
cristianos, menos uno: hay una pequeña columna cuyo capitel presenta en cada
uno de sus cuatro lados a un pelícano alimentando a sus polluelos. No sé si lo
han conservado adrede o porque desconocían su significado, pero la verdad es
que en ese lugar tan emblemático, donde Jesús celebró la Última Cena, Jesús a
través de ese símbolo sigue gritando a todos los hombres, a todas las culturas,
a todas las religiones que quién coma de su carne y beba de su sangre tiene la
vida eterna. Y no es un regalo fácil, inconsistente, sino todo lo contrario,
como en el caso del pelícano, es fruto de un sacrificio. La Eucaristía es
martirial y solo se percibe con toda su fuerza si la contemplamos a través de
la Pasión de Cristo.
Últimamente
el Maestro ha leído que el tema del pelícano alimentando a sus crías con su
sangre es tan solo una leyenda. Según los entendidos como los pollos pican para
sacar los peces que guardan los padres en la gran bolsa que tienen debajo del
pico y además el hecho que en algunos pelícanos adultos las plumas del pecho se
tornan castañas rojizas debido a la carotina, dio lugar a leyendas que decían
que los pelícanos se abrían el pecho para alimentar a sus hijos con su propia
sangre. Con esta historia han derribado uno de los grandes mitos que había
iluminado durante años la espiritualidad del ermitaño, pero una cosa tenía bien
claro: JESÚS, SÍ, DA SU CUERPO Y SU SANGRE PARA ALIMENTAR A SUS AMIGOS.
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