sábado, 11 de enero de 2014

MI HIJO


Fiesta del bautismo del Señor.



Evangelio según san Mateo,  3, 13‑17

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:

‑ «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»

Jesús le contestó:

‑ «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía:

‑ «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»






- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar.

- Buenos días, amigo mío, respondió el ermitaño que, sin inmutarse, seguía atizando el fuego.

Como veía que el Maestro no arrancaba el joven continuó:

- La Iglesia celebra hoy la fiesta del Bautismo del Señor; es un día adecuado para recordar nuestro bautismo y las promesas en él realizadas.

- Todos los días son propicios para recordar nuestro bautismo y actualizar las promesas hechas, pero entiendo que hoy no más que otros días. Personalmente creo que  a la mayoría de predicadores que aprovecharán el día de hoy para hablar del bautismo cristiano no les falta razón y buena fe, pero están haciendo una transición demasiado ambigua, como la de “San José era carpintero …”

- ¿Qué es eso de San José era carpintero? No entiendo.

- Es un chiste sin gracia. Cuéntase de un sacerdote, santo varón, cuyas homilías eran monotemáticas; fuese cual fuera  el tema del día siempre iba a parar a la confesión. Cuando llegó la fiesta de San José empezó así su predicación: “Queridos hermanos, celebramos hoy la fiesta de San José; como sabéis San José era carpintero, y los carpinteros construyen, entre otras cosas, confesionarios. Pues como San José era carpintero y los carpinteros construyen confesionarios, voy hablaros hoy de la confesión …”

El joven sonrió sin mucho entusiasmo, y el ermitaño continuó:

- Hay momentos más  apropiados para recordar el propio bautismo y renovar las promesas bautismales. De manera solemne lo hacemos en la Vigilia Pascual, y manera privada sería recomendable que lo hiciéramos en el aniversario de nuestro bautismo.

- Pero, ¿no hay ningún paralelismo entre el bautismo de Jesús y nuestro propio bautismo?

- Alguno hay; la materia utilizada: “agua” y un hecho temporal: “inicio de una nueva vida y el cumplimiento de una nueva misión”. Intentaré explicarme  reflexionando sobre tres tipos de bautismos: el nuestro, de los cristianos; el de Juan Bautista en el Jordán y el de Jesús, que utiliza el de Juan tan solo como pretexto para algo mucho más trascendental.

Bautismo cristiano. Recuerdo todavía la definición que memoricé cuando niño y que creo muy completa: “el bautismo es el sacramento por el cual se nos perdonan los pecados, nos hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia”. Sin entrar en explicar cada una de estas afirmaciones, lo cierto es que el bautismo nos transforma, significa un nuevo nacimiento en Cristo -  y con Cristo - de Dios y en una nueva familia: la Iglesia. Lo dijo muy claramente Jesús a Nicodemo. “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios,el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3, 3 – 5).

Me gusta poner un ejemplo, pero es imprescindible una  aclaración. Con el Bautismo nos injertamos en Cristo. Y ¿qué es injertar? Tú lo sabes bien, se trata de introducir o insertar un par de tronquitos de ramas que contengan alguna yema para poder brotar (llamadas púas) en un patrón o árbol preexistente, generalmente borde, para que soldándose surja un nuevo árbol de buena calidad y que, alimentado con la savia del patrón, dé buenos y adecuados frutos. Resulta evidente que biológicamente son dos realidades diferentes: patrón y púas, pero de hecho constituyen un solo árbol, dando frutos buenos y abundantes.

- ¿Y cual sería la aclaración imprescindible?

- Tú eres un hombre de campo y lo sabes. En los injertos corrientes se eligen unos patrones fuertes pero bordes y unas púas de muy buena calidad para que el árbol resultante sea de buena clase. Ahora bien en el bautismo el patrón o tronco que es Cristo no solo es fuerte sino de la máxima calidad y, por el contrario, las púas injertadas, es decir, nosotros, somos tan solo unos vástagos bordes que deambulábamos por el mundo. Pero es tan fuerte la savia y la vitalidad que el tronco nos transmite que nos transforma, nos hace valientes, útiles, necesarios y hasta imprescindibles para realizar la misión encomendada. Pablo lo define de manera muy palmaria: “Yo vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quién vive en mi” /Gál. 2, 20). Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el bautismo nos da una nueva esencia y una nueva identidad.

Bautismo de Juan. El Bautista tenía una misión: preparar el pueblo o, por lo menos, un grupo de buena gente dispuesta a recibir al Mesías. Para ello predicaba a orillas del Jordán y les indicaba una ética de comportamiento o una nueva moral: “El que tenga dos túnicas que comparta con el que no tiene, y el que tenga comida, haga lo mismo” (Lc. 3, 10). A los publicanos les decía: “no exijáis más de lo establecido” (v 13) y a los soldados: “no hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga” (v. 14). A los que renunciaban a su vida anterior y asumían estos nuevos principios, Juan los bautizaba y los recibía en ese nuevo pueblo dispuesto a acoger al Mesías. El bautismo de Juan era pues un rito iniciático que no cambiaba ni la esencia ni la identidad de los bautizados, sino que exteriorizaba su compromiso de cambiar de actitud y su pertenencia a los seguidores de Juan.

Bautismo de Jesús. Resulta evidente que el bautismo de Jesús, aunque realizado en el marco del bautismo de Juan, es esencialmente distinto: ni tenía pecados para confesar, ni tenía que cambiar de actitud, ni tenía que preparar la llegada del Mesías; Él era el Mesías.

A mí me surgen dos preguntas, a las que intentaré encontrar una respuesta.

- Te escucho, Maestro.

- ¿Por qué fue Jesús a bautizarse?  Interpreto que esta es una de las grandes teofanías o presentaciones de Jesús, como Mesías, como Rey y como Hijo de Dios. Dios habla a los hombres, a cada cual en su propio lenguaje. A los pastores, hombres hartos de trabajo y pobres de cultura se le aparecen ángeles del cielo diciendo: “no temáis, os anuncio una buena noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc. 2, 10 – 11); mensaje sobrenatural, llevado por ángeles, pero sencillo y muy claro. A los magos, hombres de ciencia expertos en astronomía, les habla a través de las estrellas: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt. 2, 2). Cuando llega el momento de iniciar su ministerio público a orillas del Jordán hay ya un pequeño grupo – el resto de Israel - dispuesto a recibirlo, y allí va Jesús para ser presentado no por Juan Bautista, que sí, lo ha reconocido, sino por el mismísimo Padre Eterno: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto». Es pues el Padre quién presenta a Jesús, su hijo amado y predilecto, al pueblo de Israel que permanece fiel, es decir, el resto. Por eso dice: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”, y lo que estaba en el plan de Dios era presentarlo Él mismo a su pueblo.

La segunda pregunta que me hago es la siguiente: ¿por qué se puso Jesús en fila en medio de la muchedumbre?  Mateo no subraya este detalle, pero Lucas sí: “En un bautismo general, - escribe - también Jesús se bautizó” (Lc. 3, 21). Hay una razón lógica ya expresada: era precisamente a ese pueblo a quién el Padre iba a presentarle. Y hay otra razón de menos calado pero muy de moda: Jesús, el buen pastor, ha querido oler a oveja desde el principio de su vida pública.