Fiesta
del bautismo del Señor.
Evangelio según san Mateo, 3, 13‑17
En aquel
tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:
‑ «Soy yo el que necesito
que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Jesús le contestó:
‑ «Déjalo ahora. Está bien
que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »
Entonces Juan se lo
permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio
que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino
una voz del cielo que decía:
‑ «Éste es mi Hijo, el
amado, mi predilecto.»
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- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo al llegar.
- Buenos días, amigo mío, respondió el ermitaño que, sin
inmutarse, seguía atizando el fuego.
Como veía que el Maestro no arrancaba el joven continuó:
- La Iglesia celebra hoy la
fiesta del Bautismo del Señor; es un día adecuado para recordar nuestro
bautismo y las promesas en él realizadas.
-
Todos los días son propicios para recordar nuestro bautismo y actualizar las
promesas hechas, pero entiendo que hoy no más que otros días. Personalmente
creo que a la mayoría de predicadores
que aprovecharán el día de hoy para hablar del bautismo cristiano no les falta
razón y buena fe, pero están haciendo una transición demasiado ambigua, como la
de “San José era carpintero …”
-
¿Qué es eso de San José era carpintero? No entiendo.
- Es
un chiste sin gracia. Cuéntase de un sacerdote, santo varón, cuyas homilías
eran monotemáticas; fuese cual fuera el
tema del día siempre iba a parar a la confesión. Cuando llegó la fiesta de San
José empezó así su predicación: “Queridos hermanos, celebramos hoy la fiesta de
San José; como sabéis San José era carpintero, y los carpinteros construyen,
entre otras cosas, confesionarios. Pues como San José era carpintero y los
carpinteros construyen confesionarios, voy hablaros hoy de la confesión …”
El
joven sonrió sin mucho entusiasmo, y el ermitaño continuó:
- Hay
momentos más apropiados para recordar el
propio bautismo y renovar las promesas bautismales. De manera solemne lo
hacemos en la Vigilia Pascual ,
y manera privada sería recomendable que lo hiciéramos en el aniversario de
nuestro bautismo.
- Pero,
¿no hay ningún paralelismo entre el bautismo de Jesús y nuestro propio
bautismo?
-
Alguno hay; la materia utilizada: “agua” y un hecho temporal: “inicio de una
nueva vida y el cumplimiento de una nueva misión”. Intentaré explicarme reflexionando sobre tres tipos de bautismos:
el nuestro, de los cristianos; el de Juan Bautista en el Jordán y el de Jesús,
que utiliza el de Juan tan solo como pretexto para algo mucho más
trascendental.
Bautismo
cristiano. Recuerdo todavía la definición que
memoricé cuando niño y que creo muy completa: “el bautismo es el sacramento por
el cual se nos perdonan los pecados, nos hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia ”. Sin entrar en
explicar cada una de estas afirmaciones, lo cierto es que el bautismo nos
transforma, significa un nuevo nacimiento en Cristo - y con Cristo - de Dios y en una nueva
familia: la Iglesia. Lo
dijo muy claramente Jesús a Nicodemo. “En
verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de
Dios, … el que no nazca de agua y de
Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3, 3 – 5).
Me
gusta poner un ejemplo, pero es imprescindible una aclaración. Con el Bautismo nos injertamos en
Cristo. Y ¿qué es injertar? Tú lo sabes bien, se trata de introducir o insertar
un par de tronquitos de ramas que contengan alguna yema para poder brotar
(llamadas púas) en un patrón o árbol preexistente, generalmente borde, para que
soldándose surja un nuevo árbol de buena calidad y que, alimentado con la savia
del patrón, dé buenos y adecuados frutos. Resulta evidente que biológicamente son
dos realidades diferentes: patrón y púas, pero de hecho constituyen un solo
árbol, dando frutos buenos y abundantes.
- ¿Y
cual sería la aclaración imprescindible?
- Tú
eres un hombre de campo y lo sabes. En los injertos corrientes se eligen unos
patrones fuertes pero bordes y unas púas de muy buena calidad para que el árbol
resultante sea de buena clase. Ahora bien en el bautismo el patrón o tronco que
es Cristo no solo es fuerte sino de la máxima calidad y, por el contrario, las
púas injertadas, es decir, nosotros, somos tan solo unos vástagos bordes que
deambulábamos por el mundo. Pero es tan fuerte la savia y la vitalidad que el
tronco nos transmite que nos transforma, nos hace valientes, útiles, necesarios
y hasta imprescindibles para realizar la misión encomendada. Pablo lo define de
manera muy palmaria: “Yo vivo, pero no
soy yo el que vive, es Cristo quién vive en mi” /Gál. 2, 20). Podemos
afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el bautismo nos da una nueva esencia y
una nueva identidad.
Bautismo
de Juan. El Bautista tenía una misión: preparar el pueblo o, por
lo menos, un grupo de buena gente dispuesta a recibir al Mesías. Para ello
predicaba a orillas del Jordán y les indicaba una ética de comportamiento o una
nueva moral: “El que tenga dos túnicas
que comparta con el que no tiene, y el que tenga comida, haga lo mismo”
(Lc. 3, 10). A los publicanos les decía: “no
exijáis más de lo establecido” (v 13) y a los soldados: “no hagáis extorsión ni os aprovechéis de
nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga” (v. 14). A los que
renunciaban a su vida anterior y asumían estos nuevos principios, Juan los
bautizaba y los recibía en ese nuevo pueblo dispuesto a acoger al Mesías. El
bautismo de Juan era pues un rito iniciático que no cambiaba ni la esencia ni la
identidad de los bautizados, sino que exteriorizaba su compromiso de cambiar de
actitud y su pertenencia a los seguidores de Juan.
Bautismo
de Jesús. Resulta evidente que el bautismo de
Jesús, aunque realizado en el marco del bautismo de Juan, es esencialmente
distinto: ni tenía pecados para confesar, ni tenía que cambiar de actitud, ni
tenía que preparar la llegada del Mesías; Él era el Mesías.
A mí
me surgen dos preguntas, a las que intentaré encontrar una respuesta.
- Te
escucho, Maestro.
-
¿Por qué fue Jesús a bautizarse? Interpreto
que esta es una de las grandes teofanías o presentaciones de Jesús, como
Mesías, como Rey y como Hijo de Dios. Dios habla a los hombres, a cada cual en
su propio lenguaje. A los pastores, hombres hartos de trabajo y pobres de
cultura se le aparecen ángeles del cielo diciendo: “no temáis, os anuncio una buena noticia, que será de gran alegría para
todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el
Mesías, el Señor” (Lc. 2, 10 – 11); mensaje sobrenatural, llevado por
ángeles, pero sencillo y muy claro. A los magos, hombres de ciencia expertos en
astronomía, les habla a través de las estrellas: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt. 2, 2). Cuando llega el momento
de iniciar su ministerio público a orillas del Jordán hay ya un pequeño grupo –
el resto de Israel - dispuesto a recibirlo, y allí va Jesús para ser presentado
no por Juan Bautista, que sí, lo ha reconocido, sino por el mismísimo Padre
Eterno: «Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto». Es pues el Padre quién presenta a Jesús, su hijo amado y
predilecto, al pueblo de Israel que permanece fiel, es decir, el resto. Por eso
dice: “Déjalo ahora. Está bien que
cumplamos así todo lo que Dios quiere”, y lo que estaba en el plan de Dios
era presentarlo Él mismo a su pueblo.
La
segunda pregunta que me hago es la siguiente: ¿por qué se puso Jesús en fila en
medio de la muchedumbre? Mateo no
subraya este detalle, pero Lucas sí: “En
un bautismo general, - escribe -
también Jesús se bautizó” (Lc. 3, 21). Hay una razón lógica ya expresada:
era precisamente a ese pueblo a quién el Padre iba a presentarle. Y hay otra
razón de menos calado pero muy de moda: Jesús, el buen pastor, ha querido oler
a oveja desde el principio de su vida pública.
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