Evangelio según
san Marcos, 11, 1 - 10.
Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los
Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:
- Id a la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis un
borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si
alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: “El Señor lo necesita y
lo devolverá pronto:”
Fueron y encontraron el borrico en la calle, atado a una puerta, y lo
soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron:
— ¿Por qué
tenéis que desatar el borrico?
Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron.
Llevaron el borrico, le echaron encima sus mantos, y Jesús se montó.
Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el
campo. Los que iban delante y detrás gritaban:
"Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor.
Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David.
¡Hosanna en el cielo!"
Nota: - En
la Misa de hoy se proclama la Pasión según San Marcos, 14, 1 - 72, 15, 1 –
47.
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El
domingo anterior Maestro y discípulo habían llegado al acuerdo – sin ninguna
dificultad, por cierto – de que el encuentro dominical de hoy fuera una hora
antes, pues el joven pensaba participar activamente en la procesión de ramos y
en toda la liturgia de Semana Santa en su parroquia, pequeño pueblo de montaña,
el más cercano al lugar dónde vivía el ermitaño aunque distara de allí una
buena legua española.
En
la madrugada el Maestro se había levantado de su catre para rezar el oficio de
lecturas y no había vuelto a acostarse. Intentaba meditar sobre este día
litúrgico, domingo de ramos, pero la mente se fue a su niñez y adolescencia
cuando era monaguillo en su parroquia y, al mismo tiempo miembro, como tiple,
de la coral parroquial, e instintivamente se puso a cantar con música
gregoriana:
Colocado de
cuclillas con la cabeza apoyada en las manos entrelazadas y estas, a su vez, en
la losa que le servía de mesa, seguía reviviendo recuerdos de su juventud:
domingo de ramos, con sus ramos de olivo y palmas blancas, el Via Crucis por el
calvario del pueblo, las procesiones y sobre todo, el oficio de tinieblas que
se rezaba en la iglesia de los frailes del pueblo vecino a la que acudía para
escuchar el canto solemne de los salmos, al final de cada cual se apagaba una
vela del tenebrario, candelabro de forma triangular con quince velas, y de las profecías, pero sobre todo por el
ruido final que se hacía dando puñetazos en los bancos y patadas en el suelo de
madera. Resulta curioso como en estas
fechas, sobre todo los chiquillos hacían unos cuantos quilómetros, regresando
de noche, a veces con lluvia y siempre con frío, para escuchar unos cantos
bellos, pero en una lengua que no entendían, solo para disfrutar de un minuto
de alboroto y de ruido. Todo resultaba un poco aburrido, pero el fin era
apoteósico.
En estas estaba
cuando escuchó la voz del discípulo que desde fuera decía a media voz, como si
quisiera no despertar:
- ¡Maestro!
- ¡Voy! Dijo el Maestro levantándose y dirigiéndose a la salida.
- Buenos días, amigo mío, ¿cómo estás? ¿No te has perdido por el camino?
- Buenos días,
Maestro, no me perderé nunca, conozco el
camino de memoria, ni la oscuridad ni la nieve me desorientarán; podría hacerlo
con los ojos cerrados.
- ¡Eres un exagerado! Pero de todas maneras no se te ocurra hacerlo, a
ver si tenemos que rescatarte del fondo de un precipicio.
- De acuerdo, no lo
haré. Yo, por el camino, venía reflexionando sobre la liturgia de hoy y sobre
la Pasión que este año se lee en la versión de San Marcos. Pero hay tantos
detalles, tantas enseñanzas, que al final me agobio.
- Es que esta
semana es santa de verdad, es muy densa. Si me permites daré solo unas
pinceladas; de ninguna manera pretendo agotar el tema, que es por si
inagotable. Es más: lo que pueda decirte no es, ni siquiera, lo más importante.
La liturgia de hoy
nos ofrece dos “evangelios”: uno que se proclama en la bendición de los ramos,
y que enmarca la espiritualidad del día: la entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén, y otro, en la celebración eucarística, que es la Pasión según San
Marcos, que enmarca todo el contenido de la semana Santa.
La entrada triunfal
de Jesús en Jerusalén marca la auténtica personalidad de Jesús: “¡Hosanna!, bendito el que viene en el
nombre del Señor, bendito el reino que llega, el de nuestro padre David.
Hosanna en las alturas”. Tanto para seguidores como para detractores,
Jesús no es un personaje de medio pelo, un ladronzuelo o un criminal de poca
monta. Para unos es, y para otros pretende ser, nada más y nada menos que el
restaurador de la dinastía de David, ya extinta, y como David, elegido
directamente por Yavé, después de la traición y decadencia del establishment reinante. Se trataba, o cuanto menos
podría tratarse de un magnicidio, aunque de hecho fue el único deicidio de la
historia.
-
¿Me permites una pregunta, antes de pasar a la segunda parte?
-
Por supuesto, Maestro.
-
¿Dónde estaba María, la madre de Jesús, en medio de todo esto?
-
No lo sé, Maestro, pero me imagino que estaría cerca.
-
Tampoco yo lo sé y como tú me imagino que estaría cerca. En la Pasión de San
Marcos María no viene citada ni al pié de la cruz: “había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María
la Magdalena , María la madre de Santiago el Menor y de Joset y Salomé, las
cuales, cuando estaba en Galilea, lo seguían y servían; y otras muchas que
habían subido con él a Jerusalén”. ¿Por qué no la cita? Muy probablemente porque es tan obvia su
presencia, que no hay que mencionarla. Pero sabemos que sí, estaba, por lo
menos en el calvario, porque San Juan lo explicita “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María, la de Cleofás y
María, la Magdalena” (Jn. 19, 25).
María,
como la mayoría de las madres, no quiere apoderarse de la gloria de su hijo, -
chupar cámara, diríamos hoy – pero está presente cuando todos lo abandonan,
cuando la necesita. ¡Así es María, así son las madres!
La
lectura de la Pasión, nos introduce en
el misterio de toda la semana. Tengo que terminar porque tienes prisa,
así que voy a hacer una comparación. Es como los pórticos de las iglesias
románicas y góticas. Te presentan con sus imágenes y bajorrelieves una síntesis
de la historia de la salvación de manera, que al entrar, te pares un momento,
te concentres y te prepares para entrar en el lugar sagrado. Así, la lectura de
la Pasión en el domingo de ramos, nos prepara para vivir paso a paso y en los
próximos días la entrega total de Jesús,
por voluntad del Padre, para la plena salvación de la humanidad.
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