Sexto Domingo de
Pascua B
- ¿Qué te parece, amigo mío? ¿Desconocías esta faceta de mis capacidades?
De joven y por pura afición he
practicado el funambulismo, como San Juan Bosco, y algunos otros números
circenses en fiestas familiares o parroquiales.
- Si, Maestro, se atrevió a decir el discípulo, pero
ya no eras aquel joven, y aunque te mantienes bastante ágil, tu salud en
general y tu vista en particular, no son las mismas que entonces, y además
estás totalmente solo. ¿Has pensado que podría pasar si te caes? Lo mínimo
sería unos cuantos huesos rotos, y de lo máximo no quiero ni hablar.
El Maestro se dio cuenta que su amigo, por primera
vez en su vida, le estaba amonestando muy seriamente, y de momento se sintió
incómodo, pero comprendió que el joven tenía razón y que probablemente había
sido un tanto imprudente.
A su vez el discípulo terminada su diatriba se sentó
en su poyo de siempre, agachó la cabeza y … lloraba.
El Maestro se acercó y suavemente le preguntó:
- ¿Que pasa? ¿por qué lloras?
- Perdona, Maestro, yo no soy quién para hablarte
así, he estado muy incorrecto. Me he asustado mucho y he ultrapasado todos los
limites. No volverá a suceder.
- Tranquilo, amigo mío. Tienes toda la razón, debo
reconocer que ya no soy un niño y he perdido muchas facultades, pero, ¡he
llegado hasta el final! Es necesario el equilibrio, si, es necesario el
equilibrio, es necesario el equilibrio.
De nuevo el discípulo se sintió incómodo. El Maestro
estaba raro: el funambulismo antes y ahora repitiendo una y otra vez: “es
necesario el equilibrio” …. Entonces optó por seguirle la corriente y ver donde
iba a parar.
- Si, Maestro, es necesario el equilibrio.
- Aunque no me entiendes, sencillamente porque no me
he explicado, estoy refiriéndome al evangelio de hoy.
El joven estaba cada vez más perplejo, el Maestro o
había leído otro paso evangelio, o se iba un poco la olla, o tenía alguna
genialidad. Pensó que debería seguir una vez más la corriente.
- Si, Maestro, háblame del Evangelio de hoy. Me
parece muy claro, no pienso que haga falta mucha hermenéutica para saber lo que
quiere decirnos Jesús.
- Efectivamente y, como te decía el domingo pasado,
Jesús es un auténtico catequista y expresa su doctrina de manera que pueda ser
comprendida por todos. Este pasaje es la continuación y la culminación de lo
que hemos leído el último domingo. Sin entrar en el tema trinitario, y la
igualdad entre las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, aquí Jesús se
presenta como el Gran Mediador entre el Padre y nosotros: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo … Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en
mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco
en su amor”. Aunque en una primera lectura parezca que el Señor se pone así
mismo como ejemplo, yo creo que pretende ir un poco más lejos: Él nos trasmite
el Amor que a su vez ha recibido del Padre. Me voy a atrever a ampliar la
parábola de la vid y los sarmientos (¡perdón! sólo como parábola, no como
definición dogmática). Mi Padre es la tierra fecunda, bien abonada e irrigada,
yo soy la vid, es decir la cepa, y vosotros los sarmientos, y solo la plena
comunión – que podríamos identificar como la acción del Espíritu – entre los
tres elementos podrá producir los buenos frutos. La tierra fecunda, que es el inicio de toda
fuerza, la cepa que a través de sus raíces acoge esos dones y los hace asimilables
en la savia que a su vez ofrece a los sarmientos para que estos produzcan
buenos frutos.
Pero hay una frase que me emociona sobremanera: “a vosotros os llamo amigos”. Con frecuencia
vemos esto muy normal. ¡Como los apóstoles eran tan extraordinarios! era lógica
esta amistad, pues, nada de nada. Es cierto que, siempre según Juan, ya no
estaba Judas con ellos, pero a los demás también había que darles de comer
aparte. Los evangelios han sido escrito mucho después de Pentecostés, y no
pretenden hacernos un estudio de la historia y la personalidad de los
apóstoles, pero aún así, y sin querer,
nos transmiten algunos rasgos personales, como por ejemplo lo que hoy
llamaríamos “sed de poder: “Llegaron a
Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: “ de qué discutíais por el camino?”.
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más
importante”” (Mc. 9, 33. 34); a veces hacen intervenir a la madre a ver si
ella tiene más éxito: “entonces se le
acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle
una petición. Él le preguntó : “¿Qué deseas?”. Ella le contestó: “Ordena que
estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu
izquierda” ( Mt. 20, 20 –
21). ¿Y que decir de Pedro, a quién
había llamado varias veces a la atención y que en el mismo contexto de la pasión sacó la espada y cortó la oreja de Malco
(cfr. Jn, 18, 10 – 11) o ante la insistencia del personal de servicio del
sacerdote Anás negó con juramento ser absolutamente extraño a Jesús y a su
doctrina; y como éstas, otras muchas. Y es a estos, precisamente s estos
hombres, buena gente, llenos de buena voluntad, pero también sujetos a los
vaivenes de su humanidad a quienes dice: “a
vosotros os llamo amigos”.
Estas palabras de Jesús llenan de esperanza el
corazón de este pobre ermitaño. Siento que me dice:
“también a ti, hombre de la montaña,
no obstante tus deslices, tristezas y melancolías,
tus distracciones e infidelidades,
tus pecados de ayer, de hoy y del mañana,
también a ti llamo ‘amigo’”.
Hubo un silencio, un largo silencio. El discípulo
estaba pensando en las palabras del ermitaño, pero seguía intrigado. ¿Qué
relación tenía todo esto con el equilibrio que tantas veces había mencionado el
Maestro?. Esperó todavía un largo rato, no quería romper aquel silencio
armonizado por la música de la naturaleza en la mañana de un día de primavera,
pero al final se lanzó:
- Gracias, Maestro, la amistad de Jesús es la que
anima nuestras vidas, sobre todo en las horas bajas, pero yo sigo dando vueltas
a un asuntillo.
- ¿Cuál?
- Es que no encuentro ninguna relación entre lo que
me has expuesto y el tema del equilibrio.
El Maestro inmerso en su reflexión sobre la amistad
gratuita de Jesús había olvidado el incidente sucedido un poco antes y estaba
ya muy lejos de aquel tema y arrepentido de la puesta en escena pero, era
cierto, el joven tenía derecho a una explicación.
- Intentaré explicarme, aunque reconozco que en este
momento es un tema menor. Siguiendo las dudas de domingos anteriores, me
pregunto: “encarna la Iglesia Institución esa amistad de Jesús hacia los
suyos?”. Acepto, por supuesto, la misión de la Iglesia de gobernar con todo lo
que eso significa, pero en la lógica tensión entre el amor, la fraternidad y la
misericordia y la necesidad, presunta o real, de defender la institución misma,
de juzgar, de condenar y de usar el palo, la jerarquía – papa y obispos – se
inclina desproporcionadamente hacia lo segundo.
-
Sí, Maestro, es necesario el equilibrio.
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