Solemnidad de la Santísima Trinidad B
Evangelio según
san Mateo, 28, 16 - 20.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a
Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos
vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
— Se me ha
dado pleno poder en el ciclo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
basta el fin del mundo.
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Cuando llega el verano el ermitaño se levanta
todavía más pronto. Con frecuencia, sobre todo los domingos y festivos, después
del rezo del Oficio de Lecturas que suele hacer a la luz de la vela alrededor
de las tres de la mañana, ya no vuelve a su catre, dedicando ese tiempo a la
meditación, al rezo del rosario y cuando hay buena luz lunar se da algún paseíto
por la zona de su cueva.
Aquella mañana había hecho el propósito de recibir –
y perdonen la expresión un tanto exagerada – a puerta gayola a su discípulo.
Efectivamente al romper el día llegó sudoroso y
jadeante el discípulo después de la larga caminata desde su casa hasta la
casita del Maestro.
- Buenos días, amigo mío, dijo el Maestro, el es el
día de Santísima Trinidad.
- Buenos días, Maestro, dijo y agachó la cabeza.
El quería al Maestro más que a si mismo y lo
respetaba sobremanera. Sentía por él una especial devoción mezclada con un
cierto temor, por lo era muy sensible a cualquier reproche o corrección. Es más, escuchaba con
mucha atención sus palabras y con frecuencia descubría, leyendo entre líneas,
alguna intencionalidad en las frases y
actitudes del Maestro, y hay que reconocer que casi siempre acertaba, porque el
ermitaño tenía un cierto grado de cinismo conjugado con un poco de socarronería
que el joven no acababa de captar. Por eso se estaba preguntando por qué el
Maestro lo estaba esperando, brazos en jarra al borde del recinto, por qué lo había
saludado mientras él resollaba a causa del esfuerzo realizado, por qué le
indicó a bocajarro que era el domingo de la Santísima Trinidad, cuando nunca antes
se había comportado así. Sabía muy bien que era el domingo de la Santísima
Trinidad; tenía la costumbre de leer el día anterior el evangelio del día y lo
iba digiriendo a lo largo del camino y después lo enriquecía con las enseñanzas
del Maestro.
- Buenos días, amigo mío, repitió el Maestro en un
tono mas conciliador, anda vete al río a refrescarte un poco y a quitarte el
sudor pero no se te ocurra bañarte como el otro día, que las aguas de la
montaña bajan muy frías todavía y, si te descuidas, coges una pulmonía.
El discípulo fue al río a lavarse y el Maestro, como
en alguna otra ocasión, fue a calentar un tazón de leche. En esta época del año
las cabras eran muy generosas y el Maestro podía y se alegraba de compartir un
poco de leche.
Estabilizada la situación, relajado el discípulo y
me atrevo a decir que “humanizado” el Maestro, le dice el joven:
- Maestro, sé lo que significa Trinidad, tres
personas y un solo Dios y lo creo firmemente, y así lo manifiesto cuando,
recitando el Credo proclamo mi fe: Creo en Dios Padre Todopoderoso, … creo en
su Hijo Único, Jesucristo, … creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida”.
Creo, sí, pero no lo entiendo.
- Y yo tampoco, dijo el Maestro.
El joven lo miró con estupor y curiosidad a la vez,
pero no dijo nada y el Maestro continuó:
- Ante todo quiero aclararte que normalmente suele
mencionarse este dogma como Misterio de la Santísima Trinidad. Eso significa
que la Santísima Trinidad es, ante todo un Misterio, y siguiendo los dictados
de la Real Academia de la Lengua Española se trata de “cosa
inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe”.
Es cierto, como te he dicho en otras ocasiones, que los teólogos deben
profundizar estos temas para acercarlos lo más posible a la inteligencia
humana, pero también es cierto que los misterios son como arenas movedizas que
deben pisarse con mucho cuidado porque pueden abismarte, y de hecho a lo largo
de la historia muchos han sido engullidos en el abismo arrastrando consigo a
comunidades y a naciones enteras. Ha
sido el dogma de la Trinidad uno de los que más cismas, rupturas, ha creado en la Iglesia; y tan solo por
intentar definir lo que en si es misterio, es decir, indefinible. Algún día te
contaré algunas anécdotas, como la de San Agustín o la del “filioque”.
-
Cuéntamelas ahora, Maestro.
- Vale, te
contaré la de San Agustín que es muy conocida, y dejaré para otra ocasión,
quizá para el próximo año el tema del “filioque” que es mucho más teológico,
que es lo mismo que decir “muy enrevesado”.
Cuenta
la historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa, pensando en el
misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la
arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar. El niño corría hasta
la orilla, llenaba la concha con agua y la depositaba en el hoyo que había
hecho en la arena; esto una y otra vez Al ver aquello, San Agustín se detuvo y
preguntó al niño por qué lo hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba
vaciar toda el agua del mar en el agujero que con sus manitas había hecho en la
arena. Al escucharlo, Agustín, con una sonrisa en los labios dijo al niño que eso era imposible, jamás
podría encerrar en un pequeño hoyo toda la inmensidad del mar y de los océanos.
El niño se incorporó fijó su mirada en los ojos de Agustín y le dijo: “puede
que esto sea imposible pero más imposible todavía será encerrar en tu
inteligencia humana la magnitud y la inmensidad del Misterio de la Trinidad”.
El niño desapareció y Agustín aprendió la lección.
-
Si, Maestro, pero todo esto me parece muy árido
-
Si quieres te doy mi propia explicación, pero sólo si me prometes comprender
que es simplemente un acercamiento al “Misterio”, que en ningún momento
pretendo competir con los sesudos teólogos, y mucho menos definir o dogmatizar.
-
Prometido.
-
Pues yo veo un Único Dios que se va manifestando a los hombres según tiempos,
necesidades y circunstancias.
En
su despertar el hombre era un salvaje más, y Dios se manifiesta como el
Todopoderoso, que gobierna todas las cosas del universo y al hombre mismo, el
cual al descubrir su propia superioridad con respeto a lo que le rodea pretende
ser el patrón absoluto de todo cuanto existe. Dios lo sitúa en su lugar e
imparte justicia.
Con
el paso del tiempo el hombre se va civilizando y Dios pretende “dialogar” con
él y se hace presente a través de signos: fuego, terremotos, vendavales, brisas,
arcoíris, y otros muchos; a través de acontecimientos: diluvio universal,
batallas ganadas milagrosamente, batallas perdidas ignominiosamente, maná en el
desierto, agua que brota de una roca y las mil cosas acaecidas durante el
éxodo; a través de personajes, los patriarcas, los jueces y, sobre todo, los
profetas.
Todo
esto resulta, y perdóname la expresión, un fracaso a medias. La mayor parte de
su pueblo sigue duro de cerviz y no acata la autoridad de Dios. Y utilizando
siempre un lenguaje humano, Dios decide bajar todos los peldaños y colocarse a
la altura del hombre para hablar con él de tú a tú mirándole a los ojos. Con
ello consigue por un lado vivir toda experiencia humana: llanto dolor, alegría,
tristeza, amistad, intriga, traición, etc. y por otro, desde esta experiencia y con la fuerza
de Dios aportar al hombre la liberación y la salvación. Por supuesto esta manifestación de Dios se
realiza en Jesucristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. ¿Me permites
un inciso?
-
Adelante, Maestro.
-
¡Ojalá la Iglesia/Jerarquía - la Iglesia/Pueblo de Dios con frecuencia lo hace
– bajara todos los peldaños que todavía la separan de los hombres, se pusiera a
su altura, le mirara a los ojos, escuchara sus quejas, sus lamentos, e
intentara salvarlos desde ahí como hizo Jesús de Nazaret, sin miedo a
contaminarse con sus pecados, sus enfermedades o sus ignorancias, prescindiendo
de tantos documentos, sermones, palabras altisonantes, etc.
Y
llegada la plenitud de los tiempos, Jesús reconoce nuestra mayoría de edad y se
vuelve al seno del Padre dejando en nuestras manos la misión de seguir salvando
a la humanidad. Pero sabe que es una tarea harto difícil, que sobrepasa en
mucho nuestras fuerzas y capacidades, por eso nos promete: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los
tiempos”. Y así el Espíritu de Dios
respetando nuestra autonomía y libertad de una manera discreta pero eficaz,
silenciosa pero fuertemente perceptible, nos anima a llevar a término nuestra
misión.
Así
contemplo yo al Único Dios que se va manifestando a los hombres según los
tiempos, circunstancias y necesidades.
Hubo
como de costumbre un largo silencio. Después inicia el ermitaño:
-
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
-
Amén.
-
Dios mío, ven en mi auxilio.
-
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como
era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén
…
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