Decimoquinto Domingo del tiempo ordinario B
Evangelio
según san Marcos, 6, 7 - 13.
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue
enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les
encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni
alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una
túnica de repuesto.
Y añadió:
— Quedaos
en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar
no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para
probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban
muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
|
-
Maestro, - dijo el discípulo al llegar y después de los saludos de rigor – yo
algunas veces no entiendo nada del evangelio. ¡Bueno! Entiendo lo que dice, la
historia que nos narra, pero no entiendo el por qué, el mensaje que pretende
trasmitir.
-
Pues me llevas la delantera, dijo el maestro un tanto en broma. Dices que
algunas veces no entiendes, y yo no entiendo casi nunca o entiendo muy poco.
-
Anda, Maestro, no bromees, que lo poquito que entiendes multiplica por mil lo
que comprendo yo, por eso eres mi Maestro.
-
Dejémonos de circunloquios y vayamos al grano. Formula alguna pregunta.
-
Te formularé dos: ¿por qué Jesús le da poder sobre los espíritus inmundos y por
qué los manda, como se suele decir, con lo puesto? ¿No corre el riesgo de
presentar a su entorno como una comunidad llena de posesos?
-
Voy a reflexionar en voz alta. Jesús no tenía la misión de enseñarnos ningún
tipo de ciencia, fuera medicina, astrología,
álgebra o aritmética; vino para enseñarnos la Verdad sobre el Padre,
sobre nosotros mismos y como relacionarnos con Dios y con los hermanos. Desde
este punto de vista se acercó al pueblo utilizando su lenguaje y su cultura.
Tiempo tendría el hombre, los tiempos y la historia para dirimir lo que es una
enfermedad, lo que es una posesión y de buscar los medios adecuados para
solucionarlos. Los que hoy nos sentimos enviados debemos aportar soluciones o
alivio a los problemas reales de las personas, por lo necesitamos bajar de los
púlpitos, de las grandes definiciones doctrinales y programáticas y empatizar
con las gentes, con sus sufrimientos y sus esperanzas, para poder ofrecer desde
esa realidad un rayo de luz.
Si
te fijas en el evangelio, “Jesús les dio
autoridad sobre los espíritus inmundos” y el resultado fue que “… ungían con aceite a muchos enfermos y los
curaban”; pues de eso se trataba: de curarlos.
El
Maestro calló, probablemente estaba haciendo su examen de conciencia, pero el discípulo
lo interrumpió:
-
¿Y por qué los mandó con lo puesto?
-
Pregunta complicada, amigo mío, y respuesta difícil, pero voy a ofrecerte dos
posibles razones:
1ª
- Quizás para poner a prueba la confianza de los suyos. En alguna ocasión dijo.
“fijaos en los cuervos: ni siembran ni
cosechan, no tienen dispensa ni granero y Dios los alimenta; ¡cuánto más valéis
vosotros que los pájaros!; … fijaos como
crecen los lirios, no se fatigan ni hilan; pues os digo que ni Salomón en todo
su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba
que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¡Cuánto más a vosotros.
Hombres de poca fe! … no andéis buscando qué vais a comer o qué vais a beber,
ni estéis preocupados… vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas”
(Lc. 12, 24 – 30). Ocasión tenían ahora los Doce para demostrar su confianza en
la palabra del Maestro.
2ª
- Una posible segunda razón es que el enviado no tiene que llevar cosas,
objetos, riquezas, sino palabras y amor. Si analizáramos la historia de la
evangelización a lo mejor nos llevaríamos la sorpresa al verificar que la fe
está tanto más enraizada cuanto menos medios se utilizaron para sembrarla. Los
pobres, las gentes que vagan sin rumban necesitan “enviados”, sus corazones,
sus personas, no sus cosas.
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