Decimosexto Domingo del tiempo ordinario B
Evangelio según san Marcos, 6, 30 - 34.
En
aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le
contaron
todo lo que hablan hecho y enseñado. Él les dijo:
— Venid
vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.
Porque
eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron
en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos
los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron
corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar,
Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas
sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
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El
Maestro salió de su celda y miró al horizonte. Detrás de las montañas que
estaban más allá del valle se asomaban los primeros rayos de luz con un color
rojizo. Empezó a hacer unos ejercicios de estiramientos. En ese momento llegó
el discípulo jadeante y sudoroso.
-
Buenos días, amigo mío, se adelantó el Maestro sin interrumpir sus ejercicios.
¿Por qué estás tan sudado, estamos en verano pero a estas horas el calor es
bastante soportable.
-
Es que el camino de venida ya también el de vuelta lo suelo hacer
corriendo, haciendo footing como se dice
ahora. Con tu permiso, Maestro, y mientras haces tu gimnasia me voy a refrescar
al río.
A
la vuelta el Maestro que ya se había
refrescado estaba sentado en el lugar de costumbre.
-
Maestro, dijo el joven mientras tomaba asiento en su poyo, el fragmento del
evangelio de este domingo es muy cortito y es la continuación del que hemos
proclamado el domingo pasado.
-
Desde el punto de vista narrativo es la continuación de la historia que
efectivamente se leyó la semana pasada,
pero el evangelista Marcos intercala toda la historia del martirio de Juan
Bautista. Creo, no obstante, que estos son datos técnicos no interesan para una
reflexión espiritual. Es uno de los pasajes evangélicos que más me emocionan y
al mismo tiempo más me frustran.
- ¿Te
emociona y te frustra?
- Efectivamente. Me emociona contemplar la humanidad
de Jesús. Sus amigos regresan de una misión arriesgada. Están cansados y
eufóricos por los resultados obtenidos. Quieren hablar, me imagino que todos a
la vez, contando con detalle sus experiencias. Y Jesús desea compartir la
alegría y las experiencias de sus amigos. En este cuadro resalta la gran
humanidad y ternura del Señor. Eran muchos los que andaban por allí, pero Jesús
pretende crear un espacio para la intimidad con los suyos: “’venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco … se
fueron en barca a solas a un lugar desierto”.
Todo
esto es maravilloso, pero de repente
todo se va al garete, porque “muchos los
vieron marchar y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron
corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús
vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no
tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.”
Cabe
subrayar el interés y el esfuerzo de aquellas gentes que buscan al Maestro, que
van corriendo alrededor del lago consiguiendo llegar antes que la barca, que
tocan el corazón de Jesús hasta el punto de hacerle cambiar de planes. Todo
esto es maravilloso; seguro que los apóstoles han tenido múltiples
oportunidades de estar a solas con el Señor, de contarle sus cuitas, de
escuchar sus palabras, sus consejos, de intercambiar sus miradas, de respirar sus silencios, etc, pero en esta
ocasión no fue posible: el bien común prevaleció sobre el bien particular o de
grupo.
Se
hizo un silencio. Al rato el discípulo levantó la cabeza y vio que el Maestro a
duras penas reprimía la risa, el cual al sentirse descubierto soltó una ligera
carcajada. El joven estaba perplejo.
Nunca había visto el Maestro reírse de aquella manera; tenía un carácter
afable, sonreía con frecuencia, pero reírse a carcajadas no lo había visto ni
imaginado. Al darse cuenta de la situación y de la incomodidad del joven, dijo
el Maestro:
-
Perdóname este despropósito, y pienso que debo darte una explicación, aunque no
me apetezca y sea un tanto inadecuada, pero es que en este caso me
traicionó y ganó la batalla la memoria.
El
discípulo le seguía mirando con ojos como platos. Y el Maestro con la voz baja
como se pretendiera no ser escuchado, siguió:
-
Recuerdo un cartel que en el pasado encontré en varias oficinas y despachos y que
es aplicable a la situación que nos ocupa, y se calló.
-
¡Maestro!
-
Te lo pasaré por escrito.
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