Vigésimo quinto Domingo del tiempo ordinario B
Evangelio según san
Marcos, 9, 30 - 37.
En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron
Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus
discípulos. Les decía:
—
El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán;
y, después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero
no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y,
una vez en casa, les preguntó:
-
¿De qué discutíais por el camino?
Ellos
no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más
importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
—
Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos.
Y,
acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
-
El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me
acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
|
Era domingo por la mañana, mejor dicho, la madrugada
del domingo.
El Maestro se levantó temprano, salió y se sentó en
el poyo de siempre, su cátedra particular. Y allí esperó a que llegara el
discípulo. Sentía una cierta alegría interior, y en principio pensó que era por
ser domingo, el día del Señor, pero tenía que ser sincero consigo mismo, su
alegría tenía otra razón: dentro de poco llegaría el discípulo, su joven amigo;
con él tendría una breve tertulia sobre el evangelio del día y, juntos,
rezarían laudes.
El Eremita, el solitario de la montaña anhelaba que
llegara el domingo para tener ese encuentro, esa charla, ese intercambio de
ideas con su discípulo. La soledad del “desierto” tenía sus encantos, pero necesitaba una fuerte vocación
y un gran equilibrio psíquico y emocional para vivirla, pues el hombre, como ya
lo había definido en la antigüedad Aristóteles, “es un animal social, más aún que
las abejas y todo otro
animal gregario” (Política, lib. 1, 1).
El Maestro se había hecho el propósito de tratarlo con un mayor
respeto, y alejar cualquier palabra o frase que pudiera herirlo, ya que el
chico era extremadamente sensible.
También pasaba por allí de vez en cuando su amigo, el pastor, y
charlaban un rato, pero la conversación era a otro nivel: hablaban del tiempo,
del rebaño, del mal que iban las cosas,
de lo que pasaba en el pueblo, en los alrededores, en la nación, etc..
Todo esto le interesaba al ermitaño, pero nada que ver con las reflexiones evangélicas
que tenía con su joven discípulo.
En el horizonte, y por detrás de las montañas se veía una luz roja
indicadora de que el sol otoñal estaba a punto de asomarse. En esto estaba
cuando llegó el discípulo. Después de saludar y de hacer algunos movimientos
suaves para transitar del ejercicio a la inactividad, se sentó, miró al ermitaño y con cierta desfachatez fruto de la
confianza en sí mismo que había adquirido en su experiencia del verano, pero
con una sonrisa de complicidad dijo:
- ¡Maestro, al grano! Si quieres empiezo yo: No se me ocurre
ninguna pregunta; lo que Jesús dice está claro, no hay espacio para
interpretaciones. Jesús les sigue hablando de su pasión, muerte y resurrección,
ellos no entienden nada y al final les indica que para ser sus discípulos hay
que ser humildes por un lado y caritativos por otro, sabiendo que por todo ello
serán recompensados. El mismo Jesús nos dice:“el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad
os digo que no se quedará sin recompensa” (Mc. 9, 41).
- El versículo que has citado lo encontraremos en el evangelio del
próximo domingo, pero tienes razón: es un pasaje muy claro. No obstante, y si
me permites, voy a buscar algún mensaje
subliminal, es decir, que se encuentra entre líneas.
- ¡Adelante, Maestro!
- Analicemos las actitudes de los protagonistas.
A – Jesús, siguiendo lo
que ya hemos visto el domingo pasado, los va preparando para el gran momento,
momento doloroso y traumático, pero necesario y definitivo: “El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días,
resucitará”
B
– Los discípulos mientras tanto iban
a su bola. Sinceramente y como ya te he dicho en alguna otra ocasión, no creo
que los apóstoles tuvieran aspiraciones políticas, salvo algún infiltrado como
Judas Iscariote. Sencillamente eran los amigos de Jesús, un hombre fascinante,
carismático, que los llevaba de calle. Estarían con Él en cualquier aventura
que emprendiera. Si me apuras, amigo mío, me atrevo a decir que no discutían
quién tendría más poder, sino quien lo serviría mejor, quién le estaría más
cerca: “Por el camino habían discutido quién
era el más importante”
Lo
cierto es que estaban en niveles muy diferentes: mientras Jesús les hablaba de
cosas muy serias, ellos, enfrascados en sus quimeras, pasaban absolutamente de
sus enseñanzas.
-
Y en la enseñanza es evidente…
-
Efectivamente la moraleja es clara. Dios nos habla a través de los
acontecimientos y de la historia y nosotros, los creyentes, en vez de agudizar
el oído, escuchar su mensaje y actuar en consecuencia, hablamos de crisis,
ponemos parches, remiendos y cataplasmas sin ir a la raíz del declive de
nuestra sociedad.
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