Vigésimo séptimo Domingo del tiempo ordinario B
-
Maestro, hoy toca hablar del divorcio.
Durante mucho tiempo el Maestro se había preocupado
por educar al discípulo, pidiéndole, inclusive, que cumpliera las fórmulas
sociales. Había conseguido mucho, pero no todo. Algunas veces le reprendía
suavemente lo que le hacía sufrir; en alguna ocasión había visto como alguna
lágrima traidora se deslizaba por su mejilla. Era muy sensible. Se propuso cambiar
de actitud. El joven era como un diamante; quizás tuviera alguna arista sin
pulir, pero era al fin y al cabo un diamante: valiente, generoso,
sacrificado, profundamente religioso y
lleno de inquietud buscando su futuro. Después de todo ¿qué importancia tenía
que empezara o no diciendo “buenos días”,
cuando sabía de sobra que el
joven lo apreciaba, es más, lo veneraba y deseaba para él lo mejor? ¿Para qué ceñirse a las formalidades?. En
estas estaba cuando de nuevo dijo el discípulo:
- ¿Me equivoco, Maestro, o hoy toca hablar
irremediablemente del divorcio? Es el término que utilizan los protagonistas
que intervienen en los hechos narrados.
- Si, el toca hablar del divorcio, pero te confieso
que no me encuentro cómodo hablando de este tema, porque está muy lejos de mi
experiencia personal, aunque la he vivido muy de cerca en personas muy próximas
por amistad. Pero perdóname si empiezo leyendo algunos versos del famoso compositor Manuel Alejandro, y que en mis
años mozos cantaba con mucho éxito Raphael:
Hablemos del amor una vez más
que es toda la verdad de nuestra vida.
que es toda la verdad de nuestra vida.
Paremos un momento las horas y los días
y hablemos del amor una vez más
Hablemos de mi amor y de tu amor,
de la primera vez que nos miramos
Acércame tus manos y unidos en la sombra
hablemos del amor una vez más.
y hablemos del amor una vez más
Hablemos de mi amor y de tu amor,
de la primera vez que nos miramos
Acércame tus manos y unidos en la sombra
hablemos del amor una vez más.
Sí, amigo mío, hablemos del divorcio, pero antes hay que hablar
del amor. Porque solo hay divorcio cuando hay matrimonio y solo hay matrimonio
– mucho más allá de un acto jurídico – cuando hay amor. Amor que significa
enamoramiento, atracción física, y mucho más. Quizás la definición más precisa
la encontremos en la carta de San Pablo a los Corintios cuando dice: El amor es
paciente, afable; no tiene envidia; no
presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva
cuentas del mal; no se alegra de la
injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, aguanta sin límites” (1Cor., 13,
4 – 7). Cuando existe todo esto entonces se realiza lo que nos dice Jesús: “… yo no son dos, sino una sola carne”; y
te aseguro que un divorcio en este caso tiene más riesgo y provoca más
sufrimiento y más trauma que una operación para separar hermanos siameses.
Riesgo de que mueran los dos o uno en la operación, y en el mejor de los casos siempre quedarán
unas cicatrices imposibles de disimular.
-
¿Cuáles serían esas cicatrices?
- Te puedo enumerar algunas, pero si te interesa el
tema te aconsejo que busques en alguna
biblioteca o librería porque hay bastante literatura al respeto. Ante todo
están los hijos que sufren unas consecuencias irreparables. Algunos dicen que
para los hijos es mejor el divorcio de los padres que una situación de
discusión permanente; es posible que haya algo de razón en ello, como la hay
cuando se dice que es mejor ajusticiar a un condenado con una inyección letal
que en la silla eléctrica; el medio puede resultar menos doloroso, pero el
resultado final es el mismo. Pero hay muchas cicatrices en los propios
protagonistas: sentido del fracaso, pérdida de autoestima y de seguridad,
desconfianza en el otro sexo, depresión, todo ello tamizado por sentimientos de
odio, revancha, rivalidad, celos, etc.
Como
en la separación de los gemelos siameses no todos los casos son iguales, y con
una buena cauterización y demás atenciones médicas se puede superar, … pero
siempre quedará alguna cicatriz para refrescar la memoria.
-
¿Entonces el divorcio es tan dañino?
-
Hablando desde el punto de vista social y psicológico, cuando existió un verdadero
matrimonio, el divorcio es un auténtico drama, y desde el punto de vista de la
moral cristiana hay que dejar, como siempre, que sea Dios, que conoce los
corazones y todas las circunstancias, quien juzgue, pero de la lectura del
evangelio de hoy parece evidente que lo cataloga como pecado grave.
-
Ya.
-
Pero hay otra enseñanza en el texto de hoy que llama poderosamente la atención,
y es la discusión con los fariseos sobre el divorcio: Moisés lo había admitido
en la Ley y Jesús había afirmado que “antes
pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última hasta la
última letra o tilde de la ley” (Mt. 5, 18) y aquí afirma que “si bien Moisés dejo escrito este precepto,
…” yo os digo: “si uno repudia a su
mejer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia
a su marido y se casa con otro, comete adulterio”. Puede parecer que existe una contradicción,
pero para comprender bien este pasaje habría que estudiar en profundidad todo
el capítulo 5 de Mateo, pero vamos a quedarnos tan solo con el versículo 17, y
que precede el ya citado. Dice así: “No creáis que he venido a abolir la Ley y
los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Jesús – y de nuevo te invito a que leas todo
el capítulo 5 de Mateo – no deroga la Ley de Moisés, pero le introduce
enmiendas, modificaciones que la mejoran
sensiblemente; la lleva a la plenitud.
Así
pues: aquellos que afirman que el divorcio es un progreso social se equivocan;
es un regreso a los tiempos más oscuros de la historia. La indisolubilidad del
matrimonio aparece en el momento cumbre o de mayor claridad de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario