Trigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario B
- Maestro, hoy debemos meditar sobre el fin del mundo y el Juicio Final.
-
Buenos días, amigo mío. Efectivamente hoy toca meditar sobre el fin del mundo y
el día del Juicio Final, pero hoy se puede meditar también sobre otras muchas
cosas, y se debe meditar sobre esta verdad todos los días del año.
-
¿Pero el mundo se acabará un día? y ¿cuándo será?
-
Buena pregunta, amigo mío. Nuestra experiencia nos enseña que todo lo que
empieza, termina o, lo que es lo mismo, todo lo que tiene un inicio tiene
también un fin. Y que el mundo, el universo tuvo un inicio lo aceptan todos,
aunque haya diferencia de opiniones en el cómo y en el cuándo. Y si tuvo un principio
tendrá un fin. ¿Cuándo? Pues no se sabe.
Si
Dios respeta sus propias leyes, las leyes que ha infundido en la dinámica de la
naturaleza, cabe esperar que este mundo (planeta tierra) y el entero universo
permanezcan todavía durante mucho tiempo. De todas maneras no se puede
descartar la posibilidad de que exista
en la misma naturaleza algún mecanismo todavía no detectado por la inteligencia
humana que provoque un cataclismo que destruya el universo entero. Resumiendo:
No hay motivos científicos para creer que el fin del mundo sea inminente, pero
como creyentes en la Palabra tenemos presente lo que nos dice el Señor: “en cuanto al día y la hora, nadie lo
conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”
-
Es decir: no se sabe, dijo el discípulo un tanto apesadumbrado.
-
No te preocupes por ello, porque sinceramente no creo que sea inminente, y
además cuando eso suceda y el rey diga: “venid vosotros, benditos de mi Padre,
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt.
25, 34), con la mirada te buscará entre la multitud y te guiñará el ojo para
que vayas corriendo a sentarte a su derecha.
-
No te pases, Maestro, aun tengo mucho que hacer para merecer sentarme en el
grupo de los de la derecha del Padre.
El
Maestro sonrió; podría seguir hablando de los méritos del discípulo, hacerle
ver que estaba más cerca del reino de Dios de lo que él mismo creía, pero pensó
que no eran tiempo de halagos y que el joven estaba madurando, descubriendo sus
virtudes y defectos y ya se daría cuenta de cuán cerca estaba del corazón de
Dios. Entonces prosiguió:
-
Si te parece, podemos ceñirnos al evangelio de hoy.
-
Si, Maestro, adelante.
- Sinceramente
creo que el evangelista Marcos, y también Mateo y Lucas, confundieron un poco a
los seguidores de Jesús al mezclar dos acontecimientos: la destrucción de
Jerusalén en el año 70, y la parusía o fin del mundo; de hecho hoy leemos: “en verdad os digo que no pasará esta
generación sin que todo suceda”. Muchos de aquella generación pudieron ver como
la Ciudad Santa era destruida en el año 70, pero han pasado veinte siglos y
alrededor de cien generaciones y el universo sigue funcionando con toda
normalidad. ¿Por qué lo hicieron así? Pienso que por dos razones:
1ª-
Cabe la posibilidad que Jesús después de hablar de la destrucción de la ciudad
y el sufrimiento que eso supondría para sus habitantes, llegando incluso a
manifestar su deseo de que no sucediera en invierno (Mc. 13, 18), por el frío
que pasarían los que consiguieron escapar con vida e huyeran al desierto, aprovechara la ocasión para hablar del final
de los tiempos con gran cataclismos y sufrimientos pero a gran escala y diferenciados en el
tiempo.
2
– La segunda razón es de orden psicológico. Era tanta la estima y la veneración
que el pueblo judío tenía por la ciudad santa de Jerusalén y sobre todo por su
templo, que no podían imaginar un mundo sin esa ciudad y ese templo; cuando
estos desaparecieran se terminaría aquel.
-
¿Tuvieron consecuencias estos equívocos?
-
Sí, muchos y malos sobre todo en la comunidad de Jerusalén. Muchos habían
conocido al Señor y anhelaban volver a estar con él. Cómo creían que la segunda
venida sería inmediata permanecían a la espera en oración, vendían lo que
poseían y lo repartían con los hermanos (Hch. 4, 34 – 35). Pero esto motivó en
continuo empobrecimiento de la comunidad y una enorme frustración en los más
débiles. Incluso San Pablo que era mucho
más práctico y racional llegó a escribir a los tesalonicenses: “Esto es lo que os decimos apoyados en la
palabra del Señor: nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no
precederemos a los que hayan muerto, pues el mismo Señor, a la voz del arcángel
y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo y los muertos en Cristo
resucitarán en primer lugar, después nosotros, los que vivamos, los que
quedemos, seremos llevados con ellos entre las nubes al encuentro del Señor,
por los aires” (1Tes. 4, 15 – 17), pero al enterarse del efecto negativo
que estas palabras – y probablemente otras que el vulgo había añadido – habían
causado en la comunidad de Tesalónica escribe en el mismo año – año 50 y desde
Corinto – una segunda carta aclarando lo anterior y con ánimos de evitar lo
sucedido en Jerusalén y poniéndose a si mismo como ejemplo: “Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar
nuestro ejemplo. No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el
pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de
no ser una carga para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho,
sino para daros en nosotros un modelo que imitar. Además, cuándo estábamos
entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar que no coma.
Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar,
antes bien metiéndose en todo. A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor
Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (2Tes.
3, 7 – 12).
-
Pues sí que han tenido consecuencias estos textos, dijo el discípulo como
hablando consigo mismo. Después levantando la cabeza y dirigiéndose al ermitaño
dijo:
-
Gracias, Maestro, por la explicación del evangelio de hoy, pero me gustaría que
terminaras con una reflexión o un consejo que pueda llevar a la praxis en mi
vida cotidiana.
-
Pues para ti, para mí y para todo cristiano yo diría hoy: estemos preparados,
con la mochila siempre a punto, eso sí, ligeros de equipaje, pero con la enorme
confianza de que una vez pasada la frontera y resuelto los temas de aduana nos
recibirá el Padre con los brazos abiertos y “en
verdes praderas nos hará recostar, nos conducirá hacia fuentes tranquilas y
reparará nuestras fuerzas, ... y habitaremos en su casa por años sin término” (Salmo
23)..
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