jueves, 30 de octubre de 2014

¡Qué fuerte, Maestro!



XXXI Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 23, 1 - 12.
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
- En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y
cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

 - ¡Qué fuerte, Maestro, qué fuerte!
 
El Maestro que a causa de su vida eremita lejos del mundanal ruido, desconocía la jerga juvenil estaba intrigado. Ante todo le disgustaba que el discípulo, tan impetuoso cuando tenía algo que exponer lo soltase así de pronto, sin mediar ni siquiera un saludo. ¿Quién era fuerte? Él, el maestro, debido a su rigorosa dieta estaba más bien escuálido y el discípulo tampoco era un Cristiano Ronaldo.
 
- ¡Qué fuerte, Maestro, que fuerte! Repetía el discípulo.
- ¿Qué quieres decir, amigo mío? No entiendo nada.
- ¡El evangelio de hoy es una pasada! No necesitas dar el puntillazo, porque, para seguir el símil, el toro sale ya medio muerto de los corrales.
El Maestro seguía intrigado, no acababa de comprender por dónde iba el discípulo.
- ¿Maestro, puedo hacerte una pregunta? ¿La diatriba que suelta Jesús en el evangelio de hoy, se debe circunscribir a los presentes y a su mundo, o es aplicable a la Iglesia de hoy?
- ¡Acabáramos! Por fin comprendo por dónde vas con tanta palabrería. Por supuesto que las palabras del Maestro – Él, sí, es Maestro – van dirigidas con toda su fuerza y crudeza a sus oyentes y a su mundo, pero indudablemente son aplicables, con sus excepciones a la Iglesia de hoy y de todos los tiempos. Todos los pecados que Jesús atribuye a los capitostes del pueblo judío los encontramos en los mandamases  de la Iglesia.
- ¿En todos, Maestro?
 
- No, en todos no. Hay muchas honrosas excepciones. Pero algunos hay, sentados en cátedra que han llegado no por méritos sino por ambición y amiguismo. No hay manto ni filacterias, pero, sí, sotanas hechas en Roma – tienen más prestigio – y clergyman de marca.
Los que van de negro, buscan vestir de morado o violeta, y estos añoran el color púrpura, y más que un purpurado espera la oportunidad para vestirse de blanco.
Cuanto a los títulos todos tenemos algunos. Tú mismo me llamas maestro y yo otorgo porque callo y Maestro sólo hay uno. A partir de ahí hay todo un escalafón de títulos: “padre”, reverendo y reverendísimo, Su Excelencia, Su Eminencia, etc.
- ¡Maestro!
- No te escandalices, amigo mío, de todo hay en la viña del Señor. También hay creyentes, a todos los niveles, categorías y ambientes, verdadera y generosamente entregados a la causa de Jesús llevando el nuevo mensaje a los hermanos, y sobre todo nos queda la promesa: “… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt. 28, 20).
De todas maneras en medio de tanta reprimenda  y descalificación hay una frase que nos puede orientar en el día de hoy: “haced y cumplid todo lo que os digan”.  Yo, que no soy el Maestro, sería un poco menos categórico y diría: “haced y cumplid todo lo que os digan, siempre que su palabra sea eco de la Palabra”, pero Jesús se fía de los suyos, aunque alguna vez marren.
En definitiva, y como resumen, te puedo decir, mi caro amigo, que ante todo y sobre todo busquemos la Palabra y el eco que esa Palabra ha ido provocando a través de los tiempos y sigue provocando en la actualidad.
El discípulo quedó mirando. Esperaba más, pero no hubo más.
 

miércoles, 22 de octubre de 2014

DOS por UNO


XXX Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 22, 34 - 40.




En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

- Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?
Él le dijo:
  - “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero.  El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo."

Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

 - Maestro, Maestro, ¿puedo empezar yo esta mañana?

- De hecho ya has empezado tú, pero antes de nada: buenos días amigo mío.

- Buenos días, Maestro. Es que ayer fui a visitar a mi abuelo que tiene más de noventa años, creo que está llegando a los cien y que no recuerda lo que cenó  la noche anterior, ni acierta nunca con los nombres de sus nietos, pero que tiene presente y con mucha frescura lo que vivió en su infancia.
El discípulo seguía hablando sin parar ante el asombro del maestro que no se había habituado todavía a la cada vez más audaz verborrea del discípulo.

Pues como decía – seguía el discípulo – ayer fui a visitar a mi abuelo  y se puso a contar como le enseñaron el catecismo, y a continuación empezó a canturrear (y el discípulo cantaba tal como había escuchado al abuelo):
Los mandamientos de la Ley de Dios son diez, a saber:

El primero, amarás a Dios sobre todas las cosas.
El segundo, no tomarás el nombre de Dios en vano.
El tercero, santificarás las fiestas.
El cuarto, honrarás a tu padre y a tu madre.
El quinto, no matarás.
El sexto, no cometerás actos impuros.
El séptimo, no robarás.
El octavo, no dirás falso testimonio ni mentirás.
El noveno, no consentirás pensamientos ni deseos impuros.
El décimo, no codiciarás los bienes ajenos.

Estos diez mandamientos se resumen en dos que son: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

- Antes – intervino el Maestro – se aprendía así el catecismo y la mayoría de los temas escolares y no era un mal método, pues se grababa en las mentes infantiles, como si de un CD virgen se tratara, los conceptos y definiciones y por delante  toda una vida para rumiarlos, digerirlos y asimilarlos.
- ¡Ya, Maestro! pero a mí lo que me impactó es que lo que cantó mi abuelo coincide casi literalmente con el evangelio de hoy.

- Nada hay nuevo bajo el sol.
Siguió un largo silencio. En ánimo del discípulo fue pasando de la euforia a la incomodidad, de la incomodidad a la tristeza, y por fin a un profundo sentido de culpa, pues dedujo que el Maestro estaba enfadado por haber hablado demasiado y a destiempo.

Al final con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos – el Maestro no las vio, pero las intuyó – dijo:
- Perdona, Maestro, me gusta mucho hablar y me paso, todavía no he aprendido a escuchar el silencio. Por favor háblame del evangelio de hoy. Yo escucharé sin rechistar.

- No te preocupes, amigo mío, cuando calles tú, gritarán las piedras de esta montaña. Por unos momentos reviví aquellos años, ya lejanos, en que sentados en corro en el colegio también yo cantaba todas esas cosas que recuerda tu abuelo. Pero dejemos las nostalgias y vamos al evangelio de hoy.
Seguimos la dinámica del domingo pasado. Un grupo de fariseos y herodianos, bien adiestrados y probablemente engrasados por los poderes fácticos, algo así como los “indignados” de hoy, seguían a Jesús para ponerlo a prueba, hacerlo caer en alguna contradicción y, sobre todo, reventar sus predicaciones.

La pregunta es muy simplicista porque todo niño judío cuando empezaba a balbucear la palabra “abba” (padre) empezaba a memorizar  el Shemá : “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios,  con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut. 6, 4 – 5)  y el texto sigue: “Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón,, se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en los tus portales” (Deut. 6, 6 – 9).  Era, por consiguiente, una pregunta capciosa, provocadora y humillante.  Preguntar a un Maestro – como tal lo reconoce hasta el interpelante que, para más INRI, era doctor de la Ley – cuál era el mandamiento principal era algo así como preguntar a Einstein  cuantos son “2 x 2”.
Pero Jesús no se inmuta y aprovecha la ocasión para hacer su gran oferta: DOS por UNO.  Le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley y el contesta con el shemá: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”, pero fíjate que a renglón seguido continua: “Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas”.

- Pues eso, como cantaba mi abuelo: “estos diez mandamientos se resumen en dos que son …”
- Como cantaba tu abuelo – interrumpió el Maestro – y como cantábamos todos los que somos “de antes” y ¡ojalá! los niños de hoy grabasen en sus mentes los mandamientos como los grabábamos nosotros y, por supuesto, los grababan y siguen grabando todavía hoy los niños judíos creyentes.

Estos dos mandamientos sancionados por Jesús, son como las dos caras de una misma moneda. Son complementarios, el uno da validez al otro. ¿Tendría valor legal una moneda que estuviera acuñada solo en su anverso o solo en su reverso? Seguramente que no. Asimismo sería enfermizo y estéril un amor a Dios que no se refleje de alguna manera en los hermanos,  como dice el Apóstol Juan: “Si alguno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1ªJn. 4, 20 – 21).  Cierto que el amor a los hermanos tiene manifestaciones distintas según las circunstancias y vocación de cada uno. No se manifiesta de la misma manera un padre o madre de familia, un religioso o religiosa en un suburbio, entre enfermos, etc., un ermitaño o un monje o monja de clausura. Pero eso sí, para que su amor a Dios sea auténtico y fructífero tiene que abrazar también a la humanidad.
De alguna manera los  ateos, agnósticos y otros que dicen no conocer a Dios pero que aman a los hermanos, entregándose a ellos con total altruismo, generosidad, sin esperar nada a cambio, están, aún sin saberlo, amando a Dios, y no consigo ni imaginar la cara de estupor que pondrán cuando aquel día  el Juez, señalándoles con el dedo diga sonriente: “…Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber,  fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt. 25, 34 – 36). Me atrevo  - y es mucho atrevimiento – a decir que estos tales estarán tan sorprendidos que ni siquiera le harán las preguntas que manda el protocolo: “Señor, cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” (Mt. 25 37 – 39). Más contentos que unas castañuelas echarán a correr a tomar posesión de su lugar en el Grande Circo del Cielo.

Cosa muy diferente son los llamados “filántropos” y “mecenas”. No critico sus aportaciones que a veces redundan directa o indirectamente en bien para los hombres, pero estos tales buscan otras recompensas: alabanzas, un monumento que eternice su memoria, la dedicación de una calle, que se hable de ellos en los libros de historia, etc.
El Maestro miró de reojo. El discípulo estaba inclinado hacia delante, la capucha que le cubría la cabeza, le tapaba también parte de la cara. Su respiración era pausada. Estaba durmiendo.

El Maestro se alegró. Sus palabras habían servido, cuanto menos, como somnífero para su joven amigo, y dio gracias a Dios.

 

 

viernes, 17 de octubre de 2014

César, 1 – Dios, 1.


XXIX Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 22, 15 - 21.
 
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:
- Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea.  Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
- Hipócritas, ¿por qué me tentáis?  Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario. Él les preguntó:
- ¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron:
- Del César.
Entonces les replicó:
- Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

 - Demasiado fácil, para ser cierto, - dijo el discípulo después de un largo, para él larguísimo, silencio.
 
- ¿De qué hablas? Le preguntó el Maestro. ¿por qué dices que es demasiado fácil para ser cierto?

 - Anda, Maestro, sabes muy bien que me refiero al evangelio de hoy. A una pregunta sencilla de los fariseos y herodianos Jesús contesta con mucha inteligencia y claridad:

 * con mucha inteligencia, porque supo recurrir a la moneda romana, que era de curso legal en Israel para echarles en cara  que a pesar de su enemistad con el poder dominante se servían de él para sus conveniencias, sobre todo para el comercio exterior;

 * con mucha claridad  porque pronunció una sentencia sencilla que caló profundamente en la cultura popular:  “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” indicando así no se debe mezclar las cosas de este mundo, como dinero, riqueza, poder, belleza, con las cosas de Dios que son de otra índole.

Pero, repito, me parece demasiado sencillo; seguro, Maestro, que tú me dirás mucho más.

 - Puedo decirte algo más, pero nada hay más importante que la Palabra, y todo lo que podamos añadir o comentar los demás son apenas ideas tangenciales que en muchas ocasiones, en vez de explicarla y aclararla, la emborronan y hasta la falsean.

Pero empecemos por el principio: “entonces se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta” (Mt. 22, 15). Es evidente que es una pregunta estudiada,  capciosa.  Jesús ya se encontraba en Jerusalén para la fiesta de Pascua, y los poderes de la capital habían decidido acabar con Él. La pregunta no busca la información o el conocimiento de la verdad; buscaban simplemente causas para condenarlo tanto en los tribunales religiosos como en los tribunales civiles, y lo consiguieron:

* ante el tribunal religioso lo acusaron de “haber dicho: ‘puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días” (Mt. 26, 61), aunque el motivo de la condena se produjo en el mismo tribunal al proclamar Jesús: “… yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo” (Mt. 26, 64);

 * ante el tribunal civil lo acusaron de ser un amotinador y un revolucionario independentista. “Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey” (Lc. 23, 2).
Con esta frase lapidaria que los deja desconcertados, Jesús, no obstante, está aprobando el tributo al imperio: si se aprovecha de una institución para su comercio, sus trapicheos, sus ganancias, es justo aportar equitativamente al mantenimiento y consolidación de la misma, ya que los dineros son trenes de ida y vuelta, no pueden ir en una sola dirección. ¿Se te ocurre alguna comparación en la actual situación en que vivimos?

- Si, se me ocurre …

- Déjalo, no hagamos enemigos. Sigamos con el evangelio. La sentencia pronunciada es intelectualmente clara y rotunda: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Este mismo principio lo encontraremos después en el Derecho Romano “suum cuique tribuere”, dar a cada cual lo suyo, frase reelaborada en “unicuique suum” que todos conocemos y utilizamos con frecuencia. Lo difícil es determinar qué es verdaderamente lo de Dios y verdaderamente lo del César. ¿Esto parece un partido de fútbol, en situación de empate: César 1 – Dios 1? Pues no, si aceptáramos el símil diríamos que Dios gana por goleada, pues desde el momento en que Dios se hizo hombre, todo lo humano fue asumido por Dios, de tal manera no diré que todo lo humano es divino, para que no me acuses de panteísmo, pero, sí, diré que todo lo humano está tocado por el dedo de Dios.

 Durante mucho tiempo la Iglesia, quizás con buena intención, se ha esforzado en determinar y, sobre todo, separar lo humano de lo divino, tarea ardua y difícil, dada la imprecisión de la línea fronteriza.

Resumiendo:

* el Amor (con mayúscula) es de Dios;

* la oración es de Dios;

* etc.; pero también:

* el amor (con minúscula) es de Dios;

* el sexo es de Dios;

* la mayoría de la actividad humana es de Dios.

En definitiva lo más importante no es exactamente lo que se hace sino por qué y cómo se hace. De todas maneras sigamos  afirmando: “demos al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” y quedaremos bien.

viernes, 10 de octubre de 2014

Descálcese Ud. / póngase la kipá


XXVIII Domingo del Tiempo ordinario  A

Evangelio según san Mateo,  22, 1 - 14.
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
- El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir.  Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto.  Venid a la boda".
Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.  Luego dijo a sus criados:
"La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían.  Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda."
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos.  La sala del banquete se llenó de comensales.  Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparo en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:
"Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca.
 Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas.  Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos".

 La noche había sido tormentosa. Los relámpagos seguidos de los truenos indicaban que la tormenta estaba prácticamente encima; el rugir de los truenos y la devolución del eco  al chocar con las montañas cercanas hacía imaginar un bombardeo del ejército norteamericano en cualquier país que se hubiera atrevido a soplar al león del cono norte.

La lluvia no había entrado en al cueva del Maestro, pero la humedad atmosférica hacía que las paredes de la misma rezumaran gotas de agua, por lo que la permanencia dentro se hacía nada confortable.

 El amanecer fue lento y tardío. No llovía, pero por el cielo se paseaban unos cuantos nubarrones negros, con cara de poco amigos, amenazando volver a la carga.

Sentados junto a la entrada, como era frecuente, estaban el Maestro y el discípulo en silencio. Aquel, en actitud de oración, quizás alabando a Dios por el hermano sol y la hermana luna, temporalmente ausentes, o dándole gracias porque la tormenta nocturna no había derrumbado la cueva, su modesta vivienda; éste, jugueteaba con una rama de romero que había cogido por el camino mientras miraba de reojo al Maestro esperando que hiciera algún gesto y poder iniciar una conversación, pues para eso se acercaba cada mañana a aquel lugar.

 - Habla, amigo mío, dijo el Maestro incorporándose un poco. ¡Cuánto te gusta hablar! Tienes que aprender a escuchar el silencio; tiene mensajes mucho más claros que las palabras pronunciadas. Es más: te aseguro que cuanto más alto se pronuncian las palabras menos sentido tienen.

 - Maestro, paso muchas horas en silencio y más allá del canto de los pájaros y el murmullo del viento solo oigo el latir de mi corazón o el ruido de mis tripas cuando tengo hambre.

 - ¡Tranquilo! Tú vete afinando el oído y percibirás las  dulces melodías y las sabias palabras que susurra el silencio. Pero dejémonos de filosofías  y dime ¿qué me quieres contar?

 - Como cada domingo quisiera que me hablaras del evangelio de hoy. La primera parte la tengo clara, pero no entiendo el final, me parece injusto.

 - Bueno, pues empecemos por lo que tienes claro, por la primera parte. Adelante.

 El discípulo se puso muy contento. Quizás fuera un pecado de orgullo, pero se sentía importante cuando en Maestro le escuchaba. Y con ánimo arrancó:

 - Pues en su primera parte es un calco del domingo pasado. Recuerdo que comentando la parábola de los labradores homicidas decía: “El Padre en sus designios tiene tomada otra determinación: que manifieste  el secreto de su existencia – y de su amor – a todos los hombres sin excepción re raza, color o clase social, formando así un nuevo Pueblo – la Iglesia – con todos aquellos que crean en este misterio

 En aquella parábola el dueño de la viña la entrega a otros – todos – los labradores para que la cuiden; en ésta “parábola del banquete de bodas” el rey, visto el rechazo – en algunos casos con mucha violencia -  de los suyos, abre el salón del banquete a todo el mundo. El Señor Jesús, una vez más, anuncia que la salvación no es exclusiva del pueblo judío, sino que es universal, de todos los que quieran entrar en el salón del banquete.

 Pero, Maestro, no entiendo por qué tira fuera y de mala manera a un pobre porque iba mal vestido. Me parece un contrasentido. ¿Me lo puedes explicar?

 - Lo intentaré.  Ante todo llamo la atención sobre esta frase: “los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos”. A aquellos, es decir a los malos, nos les exigieron una conversión radical ni siquiera, por la falta de tiempo, una contrición perfecta. Solamente que aceptaran la invitación. ¿Cuántos fueron para complacer al rey a quién querían de todo corazón? ¿Cuántos fueron porque sencillamente tenían hambre? ¿Cuántos fueron por curiosidad? Dejemos que sea la prensa amarilla y del corazón quién descuartice estos temas.

 Pero tú me habías planteado otro tema: ¿por qué tiró al que iba mal vestido! Tiene explicación. Tú tienes una cultura de rico urbanita, pero si hubieras vivido en un pueblo pobre de hace unos sesenta o más años lo comprenderías.

Por muy pobre que fuera una familia siempre había en el armario o en el arcón  el traje de los domingos,  a veces repetidamente  zurcido y remendado, pero siempre limpio y planchado, dispuesto para ir a  misa, al médico u otra circunstancia singular.

 El rey no le pedía que se vistiera de Armani o en cualquier otro sastre famoso, sino que valorara la categoría de la invitación y se pusiera “su ropa de fiesta”, cosa que evidentemente no había hecho. Pensó que al ser la  invitación para todos carecía de valor y no merecía ni siquiera el mínimo esfuerzo de asearse”.

 El Maestro respiró hondo y se calló.

Siguieron unos momentos de silencio. El discípulo estaba inquieto, esperaba algo más y al final se atrevió  a intervenir.

- Maestro – dijo – he entendido por qué tiró al mendigo, pero como tu dices que Jesús no da puntada sin hilo, que nos quiere enseñar con este gesto?

 - Tiene una doble enseñanza, una de carácter espiritual, y otra de tipo práctico o, si prefieres, una de orden interno y otra de orden externo.

 De orden interno: cuando vayas al banquete del Señor, sé tu mismo, ponte tus mejores galas espirituales aunque sean bisutería barata o trenzas de cuero o hilos hechas a mano en los momentos libres. Reza, aunque no conozcas ninguna oración, levanta las manos, aunque estén callosas y nunca te hayas hecho la manicura, piensa que un corazón quebrantado y humillado el Señor no lo desprecia (cfr. Sal. 50, 19).

Cristianos hay que piensan que han sido invitados por sus sobrados méritos. Las muchas oraciones rezadas, las limosnas públicamente repartidas y, si acaso, su amistad con algún cura u obispo le hacer acreedores de eso y mucho más. El día menos pensado se presentarán en el tribunal exigiendo cobrar las facturas que el Creador todavía les adeuda. ¿Recuerdas la oración del fariseo en el templo que he mencionado hace dos domingos? Pues hay muchos similares a él hoy día.

 De orden externo práctico. Muchos cristianos se toman las celebraciones litúrgicas por el pito del sereno: sin ningún tipo de respeto. Durante la semana, en sus respectivos trabajos, salvo obreros y campesinos, van con traje y corbata, inclusive los comerciales que van ofreciendo tachuelas, clavos y cosas del género a las ferreterías o los vendedores de libros puerta a puerta no prescinden de su traje, camisa a juego y la corbata de moda, pero a misa van con pantalón corto y camiseta de tirantes, por supuesto sin afeitar. Me estoy refiriendo a los caballeros pero lo mismo se puede decir de las señoras en su estilo.

 - ¡Y en invierno? Preguntó el discípulo con cierta sorna.

 - Pues en invierno se ponen el chándal, y a lo mejor aprovechan para hacer  después un poco de footing. Como puedes ver todo tiene la misma categoría y merece el mismo tratamiento.  Cuando los cristianos visitamos una mezquita nos descalzamos y nos vestimos de una determinada manera: piernas y brazos cubiertos, en algunos lugares las señoras se cubren la cabeza; para entrar en las sinagogas los hombres se cubren la cabeza con la kipá y las señoras se visten “decentemente” por respeto a esas religiones y a las personas que las profesan, y me parece muy bien, pero en nuestras iglesias y en nuestras celebraciones, tanto o más sagradas que aquellas…. ¡como Pepe por su casa!

- ¿Sería entonces conveniente que hubiera a la entrada de cada iglesia unos vigilantes que controlaran la indumentaria de las personas que entran?

 - No lo veo necesario y en algunos casos sería hasta contraproducente, pero convendría hacer una seria catequesis sobre los valores y la dignidad de nuestros templos, símbolos y celebraciones, y desde el punto de vista civil una seria educación en valores enseñando a las nuevas generaciones pautas de comportamiento, de protocolo, y sobre todo respeto por los demás y todo aquello que eso supone: sus creencias, su familia, sus afectos, etc.

 De nuevo un largo silencio. El discípulo estaba inquieto, le faltaba algo. Entonces atacó de nuevo:

- ¿Has acabado, Maestro?

 - Sí, por hoy he acabado.

 - ¿Seguro que no te has dejado nada en el tintero?

 - Pues no, pero ¿por qué insistes tanto? ¿qué quieres oír?

 - Pues me falta el puntillazo con que sueles terminar tus explicaciones en el intento de descabellar a la Iglesia.

 - ¡Qué exagerado eres! No pretendo rematar a nadie, además este toro tiene, como los gatos, siete vidas, y eso de que “ni el poder del infierno la derrotará” (Mt. 16. 18)  es verdad. Ahora bien de vez en cuando algún aviso a navegantes no está mal.

 Me estás provocando, ¿qué pretendes? ¿Qué me condenen? No te preocupes, eso lo hacen con los famosos: Hans Küng, Leonardo Boff, José Antonio Pagola, etc... . Soy tan solo un ermitaño que como mi pan a la puerta de mi cueva. Pero si quieres una crítica, ahí la tienes: Hablando de la indumentaria que debemos poner para visualizar la sacralidad y dignidad de los actos litúrgicos había que hacer referencia a algunos sacerdotes y algunos obispos: albas a mitad pierna, como si de minifalda se tratara, y muchas veces por debajo unos pantalones vaqueros raídos y sucios o de chándal en parecidas condiciones, unos zapatos reñidos con el cepillo y el betún, o en su vez, unas zapatillas de deporte, después de haber hecho mucho deporte, o unas chirucas; si es verano se puede sustituir por unas chanclas. La estola torcida con una punta más larga que la otra, y por supuesto sin casulla, ¡Qué molestia!

No dudo de la fe y devoción de dichos clérigos. Lo que sucede es que son muy modestos y no quieren que se les note en su porte externo (¿?)...

Por hoy ya he hablado demasiado, Prometo guardar silencio el resto del día.

 

 

viernes, 3 de octubre de 2014

“¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos , como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas … !"


XXVII Domingo del Tiempo ordinario  A.

Evangelio según san Mateo, 21, 33 - 43.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

- Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondan.  Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.

Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo.  Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.

Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?

Le contestaron:

- Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.

Y Jesús les dice:

- ¿No habéis leído nunca en la Escritura:

"La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.

Es el Señor quien lo ha hecho,

ha sido un milagro patente"?

Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

 

 
Cómo cada mañana el discípulo, muy pronto se acercó a la cueva del maestro para rezar juntos la oración matutina y compartir con él el evangelio del día.

Después del ritual saludo de “buenos días”, y sin mediar ningún espacio de silencio dice el discípulo:

- Maestro  hoy tenemos la parábola de los viñadores homicidas. Es muy fácil de entender y de explicar.
- Adelante, soy todo oídos para escuchar tu interpretación.

Pues el propietario que sembró una viña es el Creador que con mucho cariño creó el mundo entero lleno de cosas maravillosas y lo confió al hombre para que lo disfrutara. Pero con especial atención creó un jardín donde manaba leche y miel y lo confió a un pueblo elegido, revelándole además el secreto de su existencia y de su predilección. De vez en cuando le enviaba algunos personajes para percibir los frutos debidos.
Entiendo que no se trata de frutos de la tierra, como grano, corderos o vino, sino frutos de pleitesía, reverencia y agradecimiento.

Pero como el hombre en general también este pequeño pueblo se había hecho el amo del mundo; no reconocía la potestad de Dios, pretendía ignorarlo y anularlo de la faz de la tierra. De esta manera y a través de la historia antigua fue maltratando a los enviados, sobre todo a los profetas.
Al llegar el momento cumbre de la historia, el Padre toma una trascendental decisión: enviar a su Hijo al mundo para reconducir este pueblo a la sensatez.

Jesús es consciente de que se trata de una tarea muy difícil, y llega a exclamar: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas  a quienes te han sido enviados, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido” (Mt. 23, 37).

El Padre en sus designios tiene tomada otra determinación: que manifieste  el secreto de su existencia – y de su amor – a todos los hombres sin excepción re raza, color o clase social, formando así un nuevo Pueblo – la Iglesia – con todos aquellos que crean en este misterio.
El soporte de este nuevo pueblo, no será la raza ni la sangre, sino la fe en el Señor Jesús que será la piedra angular de este nuevo edificio.

Cabe añadir que mataron al Hijo, pero precisamente con su muerte y posterior resurrección inició el último y definitivo capítulo de la Historia.
El Maestro con las manos metidas en las mangas y la cabeza baja escuchaba al discípulo en su explicación. Cuando acabó de hablar el discípulo esperaba una palabra o un gesto de aprobación, pero el Maestro siguió inmóvil. Con tristeza y un tanto decepcionada exclamó:

- Maestro, he terminado. No me has escuchado, ¿verdad?

- Si, amigo mío, te he escuchado, y estoy de acuerdo con tu interpretación; me parece bien elaborada, y veo que te esfuerzas en la lectura de la Palabra. También es cierto que Jesús es el mejor de los catequistas y que, sobre todo con sus parábolas, partiendo de la experiencia de sus oyentes enseña con mucha claridad.

 Más alegre y sonriente por las alabanzas recibidas, el discípulo se dispone a continuar.

-¡Maestro!

- Dime.

Yo he hablado de la parábola que leeremos en la misa de hoy, pero tú sueles ir un poco más lejos, siempre encuentras algo diferente.

- No sé si es ir más lejos o encontrar algo diferente, pero llamo tu atención sobre un detalle: el narrador es Jesús y en algún momento se identifica con el Padre, de manera muy especial cuando dice: “cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” Le contestan – se supone que todos – “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo”.

Jesús no contestó a esta propuesta. Algunos podrán decir que estaba de acuerdo, y que “quien calla, otorga”, etc., pero yo no lo creo, y viendo después la actitud de Jesús en su pasión resulta evidente que no asumía esta condena. Si seguimos atentamente las enseñanzas del  Señor vemos que reiteradamente se niega a juzgar y mucho menos a condenar. Algunos ejemplos:

* Cuando se encuentra con Nicodemo exclama: “ Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn. 3, 17).

* al final de su predicación cuando está en el templo y es consciente de que todo llega a su fin de nuevo exclama: “Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo (Jn. 12, 47).

* Cuando los mandamases del templo lo nombran juez para que, en un juicio sumarísimo condenara a una mujer adúltera, Él termina su actuación diciendo: “yo tampoco te condeno” (Jn. 8, 11).
Al terminar de hablar se quedaron mirando y el discípulo hizo un gesto con la cabeza como diciendo: ( … ¿ y? ).

- ¿Puedo hacer una pregunta retórica?

- Sí, Maestro, haga todas las preguntas que quieras.

Me gustaría preguntar a la Iglesia: “¿Con quién estás? ¿con la chusma, siempre dispuesta a condenar, o con Jesús de parte de los condenados? Al fin y al cabo Él mismo fue condenado