jueves, 30 de octubre de 2014

¡Qué fuerte, Maestro!



XXXI Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 23, 1 - 12.
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
- En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y
cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

 - ¡Qué fuerte, Maestro, qué fuerte!
 
El Maestro que a causa de su vida eremita lejos del mundanal ruido, desconocía la jerga juvenil estaba intrigado. Ante todo le disgustaba que el discípulo, tan impetuoso cuando tenía algo que exponer lo soltase así de pronto, sin mediar ni siquiera un saludo. ¿Quién era fuerte? Él, el maestro, debido a su rigorosa dieta estaba más bien escuálido y el discípulo tampoco era un Cristiano Ronaldo.
 
- ¡Qué fuerte, Maestro, que fuerte! Repetía el discípulo.
- ¿Qué quieres decir, amigo mío? No entiendo nada.
- ¡El evangelio de hoy es una pasada! No necesitas dar el puntillazo, porque, para seguir el símil, el toro sale ya medio muerto de los corrales.
El Maestro seguía intrigado, no acababa de comprender por dónde iba el discípulo.
- ¿Maestro, puedo hacerte una pregunta? ¿La diatriba que suelta Jesús en el evangelio de hoy, se debe circunscribir a los presentes y a su mundo, o es aplicable a la Iglesia de hoy?
- ¡Acabáramos! Por fin comprendo por dónde vas con tanta palabrería. Por supuesto que las palabras del Maestro – Él, sí, es Maestro – van dirigidas con toda su fuerza y crudeza a sus oyentes y a su mundo, pero indudablemente son aplicables, con sus excepciones a la Iglesia de hoy y de todos los tiempos. Todos los pecados que Jesús atribuye a los capitostes del pueblo judío los encontramos en los mandamases  de la Iglesia.
- ¿En todos, Maestro?
 
- No, en todos no. Hay muchas honrosas excepciones. Pero algunos hay, sentados en cátedra que han llegado no por méritos sino por ambición y amiguismo. No hay manto ni filacterias, pero, sí, sotanas hechas en Roma – tienen más prestigio – y clergyman de marca.
Los que van de negro, buscan vestir de morado o violeta, y estos añoran el color púrpura, y más que un purpurado espera la oportunidad para vestirse de blanco.
Cuanto a los títulos todos tenemos algunos. Tú mismo me llamas maestro y yo otorgo porque callo y Maestro sólo hay uno. A partir de ahí hay todo un escalafón de títulos: “padre”, reverendo y reverendísimo, Su Excelencia, Su Eminencia, etc.
- ¡Maestro!
- No te escandalices, amigo mío, de todo hay en la viña del Señor. También hay creyentes, a todos los niveles, categorías y ambientes, verdadera y generosamente entregados a la causa de Jesús llevando el nuevo mensaje a los hermanos, y sobre todo nos queda la promesa: “… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt. 28, 20).
De todas maneras en medio de tanta reprimenda  y descalificación hay una frase que nos puede orientar en el día de hoy: “haced y cumplid todo lo que os digan”.  Yo, que no soy el Maestro, sería un poco menos categórico y diría: “haced y cumplid todo lo que os digan, siempre que su palabra sea eco de la Palabra”, pero Jesús se fía de los suyos, aunque alguna vez marren.
En definitiva, y como resumen, te puedo decir, mi caro amigo, que ante todo y sobre todo busquemos la Palabra y el eco que esa Palabra ha ido provocando a través de los tiempos y sigue provocando en la actualidad.
El discípulo quedó mirando. Esperaba más, pero no hubo más.
 

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