jueves, 20 de agosto de 2015

¿Y VOSOTROS, TAMBIÉN?



Vigésimo primer Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Juan, 6, 60 - 6 9.
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
— Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
— ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo:
— Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
— ¿También vosotros queréis marcharos?
Simón Pedro le contestó:
— Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
 

 
El final de capítulo VI era lo que más le impactaba al Maestro. En sus reflexiones volvía una y otra vez sobre este pasaje. Y es que –pensaba el Maestro – la Iglesia ha hecho un gran esfuerzo en definir, defender y hasta explicar la divinidad de Jesús, También se ha preocupado en explicar y defender su humanidad, es decir que era de carne y hueso, que por sus venas corría sangre, que no era un fantasma ni un hombrecito verde con antenas proveniente de Marte, pero ha hablado muy poco – quizás por rubor – de sus sentimientos, de su ternura, de su capacidad de amar con el normal amor humano a los que le rodeaban, de sus miedos, de su temor al fracaso, y también de su valentía, de su sentido de la responsabilidad.
 
Es cierto que Jesús mismo se había atribuido en la sinagoga de Nazaret las palabras de Isaías, 61, 1ss: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos,  y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor  … “, pero atribuir todas sus acciones solo a la fuerza del Espíritu, es decir, al Jesús verdadero Dios sería un error; hay que valorar también su carácter, sus valores, lo que hoy llamaríamos la madurez afectiva y emocional de Jesús, verdadero hombre, forjado en el hogar de Nazaret bajo la batuta de José y de María. Por eso decía Lucas, 2, 52 que “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”.
 
Y desde esta perspectiva el Maestro leía y releía los versículos 60 – 69 del evangelio de hoy, que él mismo, pidiendo humildemente perdón al evangelista, reescribía de la siguiente manera:
 
“Los discípulos y todos los que por una razón u otra seguían a Jesús se escandalizaron y se soliviantaron. Efectivamente Jesús estaba rematadamente loco. No solo decía cosas incomprensibles, sino blasfemas. Si el tocar la sangre ya provocaba impureza, ¿qué sería el beberla? Y se marcharon: tristes, los que le habían seguido de buena fe, radiantes de gozo los que le seguían de mala fe y con intenciones espurias.  A su alrededor quedan cabizbajos y absolutamente confundidos los doce. Jesús siente fuertemente el fracaso de su misión, y la soledad. Tiene que elegir entre la popularidad y el ser bien visto o la Verdad y el cumplimiento íntegro de su misión. Tiene que  rematar esta faena, por eso se dirige a los doce: “¿también vosotros queréis marcharos?”.
 
El ermitaño trasladó su pensamiento al Senado Romano unos setenta años antes, cuando Julio César se ve rodeado de un grupo de senadores con ánimo de asesinarlo. Intenta defenderse pero cuando ve el puñal en manos de su pupilo Marco Junio Bruto, se cubre con su toga y exclama con tristeza y dolor: “Tu quoque, fili mi” “¿¡también tú, hijo mío!? (Cayo Suetonio Tranquilo, De Vita Caesarum, LXXXII). Había un cierto paralelismo entre estas dos situaciones. Jesús se sentía de alguna manera traicionado y totalmente incomprendido. Sería terrible que ellos también lo abandonaran, pero Él no puede volverse atrás, renunciar a su misión y por eso les pregunta: “¿también vosotros queréis marcharos?”
 
¿Y la respuesta?  La respuesta de Pedro según el evangelista es solemne e inspirada: ”Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” Este texto fue escrito unos setenta años más tarde, y fruto, más que del hecho histórico, del gran cariño y enorme veneración que el autor sentía por la figura de Pedro. El ermitaño se atrevía a suponer una respuesta diferente: “Señor, no te entendemos, lo que dices es absolutamente inaceptable, pero nosotros te queremos. ¿Qué haríamos sin Ti?”
 
Y es que, como dijo Pablo, 1Cor., 13, 7: “el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
 
Seguía pensando el eremita: muchas situaciones sociales e individuales solo son  asumibles a través del misterio del AMOR.

 

 

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