Vigésimo noveno Domingo del tiempo ordinario B
Evangelio según san Marcos, 10, 35 - 45.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los
hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
— Maestro, queremos que hagas lo que te
vamos a pedir.
Les preguntó:
— ¿Qué queréis que haga por vosotros?
Contestaron:
— Concédenos sentarnos en tu gloria uno a
tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús replicó:
— No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de
beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo
me voy a bautizar?
Contestaron:
— Lo somos.
Jesús les dijo:
— El cáliz que yo voy a beber lo beberéis,
y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el
sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya
reservado.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron
contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
— Sabéis que los que son reconocidos como
jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros,
nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera
ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido
para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
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Aquella noche el ermitaño había dormido mal. Había
dado vueltas y vueltas en su catre intentando conciliar el sueño, pero ¡nada!, ¡imposible!.
No se sentía enfermo, por lo menos no más que de costumbre, pero estaba
indispuesto, quizás por el trozo de
queso que había comido al atardecer, o cualquier otra cosa. Se levantó más
pronto que de costumbre y salió a dar una vuelta por los alrededores de su
cueva. Saludó a sus cabras que parecían todavía dormidas, aunque estaban de pie
y a sus gallinas que todavía no habían bajado del palo de su gallinero. De
vuelta a casa, cogió el libro de las Horas y se sentó a contemplar el amanecer.
Al fondo, por detrás de las montañas se veía un reflejo rojizo como si el sol
estuviera librando una dura batalla para asomarse, pero por el cielo corrían
unos nubarrones negros que amenazaban con ganar la batalla y transformarlo todo
en gris.
En estas estaba cuando vislumbró a lo lejos el
discípulo que, como casi siempre se acercaba corriendo. El Maestro se levantó y
se acercó al camino para recibirlo – salvando las diferencias que las hay y
muchas – a porta gayola.
- Buenos días, amigo mío, dijo el Maestro, antes que
el joven iniciara con las preguntas o comentarios de costumbre.
- Buenos días, Maestro, dijo el discípulo mientras
con las manos en las rodillas se
inclinaba un poco hacia delante para
normalizar la respiración un tanto acelerada por el esfuerzo físico.
-
Cuando termines nos sentamos y comentamos como siempre el evangelio de este
domingo.
-
Sí, Maestro, y yo tengo una pregunta que hacerte. No es importante, es más de
forma que de fondo, pero me gustaría saber tu opinión. Otro evangelista dice
que fue la madre de los hijos de Zebedeo
quién pidió a Jesús que, en su reino, sentara a sus hijos, Santiago y
Juan, uno a su derecha y otro a su izquierda, y aquí parece que son ellos
mismos quienes piden este privilegio. ¿Cuál será la verdad de los hechos?
-
Tienes razón. En Mt. 20, 20-21, se lee: “entonces
se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para
hacerle una petición. Él le preguntó “¿qué deseas?”. Ella contestó: “Ordena que
estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu
izquierda”, mientras que en el evangelio que proclamamos hoy se lee.”Se le acercaron los hijos de Zebedeo ,
Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro queremos que nos hagas lo que te vamos
a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”. Contestaron:
“Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
Me
preguntas cuál de las dos versiones se acerca más a la verdad, y, sinceramente,
no lo sé aunque opino que la de Mateo tiene un sesgo de mayor verosimilitud, por
dos razones:
1ª
- Porque una petición así es más propia de una madre que, con mucha
audacia, busca para sus hijos lo que
estima lo mejor. Pienso que Santiago y Juan, aunque lo estuvieran deseando, no
se lo pedirían, sobre todo ante sus compañeros, aunque fuera solo por un poco
de vergüenza torera.
2ª
- Mateo era apóstol, estaba allí y fue testigo de los hechos, por lo que, por
razones que después analizaremos, recordaba todos los detalles.
Pero,
si te parece, vamos al fondo del tema.
-
Si, Maestro.
-
El evangelio de Marcos, y muy especialmente los textos que estamos leyendo
estos domingos, tienen un fuerte sentido sapiencial. El autor nos está diciendo
quién es el auténtico sabio, y por negación quién es el auténtico necio:
Sabio
es el que es como un niño, un donnadie, va a refugiarse en el regazo de Jesús;
sabio
es el que se pone al servicio de todos;
sabio
es el que antepone el Reino de Dios, a los placeres y favores que ofrece el
mundo;
sabio
es el que permanece fiel y vive un matrimonio indisoluble;
sabio
es el que cumple los mandamientos, todos los mandamientos, también el primero,
confiando en Dios no organizando su vida apoyándose en las riquezas, y,
sabio
es el que está dispuesto a beber el cáliz que bebió Jesús, sin buscar otra
recompensa que cumplir la voluntad de Dios. Sabemos que todo lo demás vendrá
por añadidura: “¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin
embargo ni uno solo cae a tierra sin que
lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso no tengáis miedo; valéis más vosotros
que muchos gorriones (Mt. 10, 29 – 31).
Voy a terminar con otro detalle. De
este texto podríamos deducir que los dos hermanos eran unos trepas, y que, como
los políticos actuales y de todos los tiempos, buscaban ocupar los mejores
lugares. Puede ser que algo y tan solo algo de eso hubiera, pero los demás eran
exactamente iguales, por eso los dos evangelistas coinciden en decir “que los otros diez al oír aquello se indignaron
contra Santiago y Juan” ( cfr. Mt. 20, 24 y Mc. 10, 41),
por eso deduzco que Mateo recordaba todos los detalles: él estaba implicado. Dice el refrán que quién no tiene padrino no
se bautiza y los otros diez pensaron que los hijos de Zebedeo llevaban las de
ganar porque tenían una madre que intercedía por ellos.
Lo cierto es que con la resurrección de Jesús y la venida del
Espíritu Santo comprendieron aquello de “beber el cáliz” y todos – a excepción
de Judas, que a lo mejor lo bebió con otro sabor – lo apuraron hasta la última
gota.
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