martes, 20 de octubre de 2015

SERVILES


Trigésimo Domingo del tiempo ordinario B

Evangelio según san Marcos, 10, 46 - 52.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
— Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
— Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
— Llamadlo.
Llamaron al ciego, diciéndole:
— Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo:
— ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
— Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
— Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
 

- Maestro, dijo el discípulo al encontrarse los dos  aquella mañana ya fría de otoño,  las enseñanzas del evangelio de hoy están bastante claras. Otra cosa será llevarlas a la práctica, es decir, hacerlas vida.
 
- Tienes razón, amigo mío, a lo mejor los teólogos y exegetas encuentran profundos y, por consiguiente, escondidos contenidos en este texto, pero para los que somos tan solo usuarios de la Palabra el contenido es sencillo. Por eso, y como sé que te lo has reflexionado ya, te pido que me lo expliques tu.
 
- ¡Maestro! …
 
- Anda, deja a este anciano eremita escuchar una voz juvenil hablar de las cosas de Dios.
 
- De acuerdo, Maestro, pero me encuentro incómodo hablar de estas cosas para ti.
 
Yo detecto dos personajes clave y dos actitudes en esta historia: el ciego Bartimeo y Jesús.
 
El ciego es consciente de sus necesidades y tiene agallas para buscar la solución, por eso cuando percibe que pasa Jesús aprovecha la ocasión: “Hijo de David, Jesús, ten compasión e mí” y no se detiene ante las dificultades: “muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Bartimeo no conocía las palabras del Señor, había oído hablar de Él, y muy probablemente cosas muy contradictorias, pero tenía confianza y se agarraba a ella como a un clavo ardiendo, y en su interior tenía un presentimiento: “pedid y se os dará,  buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre” (Mt. 7, 7 – 8 ).
 
Tenía a Jesús muy cerca y no le pidió riquezas, ni que le tocara la lotería de euromillones; tampoco le pidió poder o privilegios como hemos visto que hacían Santiago y Juan el domingo pasado; pidió lo necesario para poder llevar un vida digna: “Rabbuni, que vea”.
Este pasaje me recuerda la actitud de Salomón, cuando empezó a reinar sobre el pueblo de Israel. Estando el Gabaón para ofrecer mil holocaustos con ocasión del inicio de su  reinado se le apareció  el Señor en sueños que  le dijo: “Pídeme lo que deseas que te dé”: Salomón respondió: “… Concede a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo, y discernir entre el bien y el mal” (Cfr. 1Re. 3, 4 – 15). Es obvio que Salomón no pidió lujo ni riqueza – aunque también las consiguió – sino sabiduría para conducir acertadamente el pueblo de Israel. Creo que con esto  la Palabra nos sugiere la licitud de pedir al Señor – oración de petición, rogativa o de súplica – siempre que pidamos lo imprescindible, lo necesario, nunca lo superfluo.  
 
 Y Jesús se ha comportado como siempre; atento al pobre, al necesitado, al marginado, al que sufre física y moralmente, al que lo implora.
 
Yo me permitiría subrayar un detalle, que probablemente no es importante, pero le he estado dando vueltas mientras venía de camino porque lo veo muy plasmado en el mundo de hoy y que formularía de la siguiente manera: “a veces los hombres impiden que el hombre se acerque a Dios y viceversa”. La cultura imperante, la educación, los mass media, etc. impiden, como los acompañantes de Jesús en Jericó, que el hombre se acerque a Dios, y hacen todo lo posible para que Dios no se acerque al hombre.
 
Hubo un largo silencio; el Maestro, estaba sentado con la capucha en la cabeza, un poco inclinado, en actitud casi reverente; restregaba ligeramente las manos para aliviar un poco el frío mañanero. El discípulo lo contemplaba, esperando una respuesta. El ermitaño  levantó la cabeza y dijo:
 
- Gracias, hijo, necesitaba que alguien me hablara de la Palabra, y tu lo has hecho con acierto. El aire de esta montaña hoy es fresco, pero tu reflexión ha sido cálida y ha animado mi espíritu. Gracias.
 
El discípulo se sonrió, se alegró, pero hizo un esfuerzo para que el orgullo no mellara su alma, y prosiguió:
 
- Maestro, deseo escuchar tu reflexión, tu enseñanza.
 
- Tú has dicho, y muy bien, todo lo importante. Lo que yo pudiera añadir es tangencial y negativo. De verdad, no sé si procede.
 
- ¡Adelante, Maestro, quiero escucharte.
 
- Pues bien, a los dos protagonistas que tu has nombrado, yo añadiría unos actores secundarios, pero que dan un cierto colorido a la escena: los que acompañaban a Jesús. Un dato curioso es que aparecen también en los demás sinópticos Mt. 20, 31 y Lc. 18, 39, pero con una diferencia, mientras en todos aparece que reñían al pobre ciego porque molestaba, en marcos añade: “llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate que te llama”.  ¿ Por qué Marcos dice han sido sus acompañantes quienes llamaron al ciego? ¿Qué ha pasado para este cambio de actitud?, ¿una conversión?, puede, pero no lo creo. Hay – y siempre hubo – en la comunidad civil, en la política y, por desgracia con mucha frecuencia también en la Iglesia, personas que no hacen nada más que adular, proteger y en definitiva separar de los demás  a los personajes con poder. A estos tales, que son un auténtico estorbo y que hacen mucho daño, yo los llamo “serviles” aunque el pueblo llano suele referirse a ellos con otro epíteto, que yo, aunque esté en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, no pronuncio aquí por ser malsonante.
 
- Maestro, una pregunta: ¡sería lo mismo serviles que trepas, de los que hablaste la semana pasada?
 
- Hay semejanzas y diferencias. Los trepas son a veces inteligentes y siempre astutos. Usan el servilismo – porque lo usan – en beneficio propio, esperando con ello subir en el escalafón del poder, mientras que hay serviles que son solo dependientes, inmaduros afectivos que no buscan más que ser queridos por sus idolatrados.

 

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