lunes, 29 de febrero de 2016

EL HIJO DEL PADRE BUENO


Cuarto Domingo de Cuaresma C

Evangelio según san Lucas, 15, 1 - 3. 11 - 32.
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
—Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola

—Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la
fortuna.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
- Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados:
- Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Este le contestó:
- Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
- Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”
El padre le dijo:              
- Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba  perdido, y lo hemos encontrado.

- Buenos días, Maestro, ¡qué bonita es la parábola del hijo pródigo!
- Si, la parábola del hijo pródigo es muy bonita, pero es mucho más que eso. Esta parábola, por supuesto en consonancia con todo el Nuevo Testamento nos presenta el nuevo rostro del Padre.
- ¿El nuevo rostro del Padre?, repitió el joven en forma de pregunta.
- Si, el nuevo rostro del Padre. El Dios del Antiguo Testamento era un Dios cercano a su pueblo – era su pueblo – se preocupaba por él, lo sacó de Egipto, lo alimentó con el maná en el desierto, luchaba a su lado contra sus enemigos, lo condujo a la tierra prometida, pero también era un Dios “excesivamente” justo, castigador, y a veces hasta vengador. El Padre Dios de esta parábola es todo paciencia, ternura y misericordia. Quisiera, con tu permiso meter una cuña antes de entrar de lleno en la reflexión de esta parábola.
- Claro, Maestro, te escucho.
- Me llama poderosamente la atención el comentario de los fariseos y escribas: “este acoge a los pecadores y come con ellos”, creo que esto debía impactar fuertemente a la Iglesia de hoy. Es cierto que muchos cristianos, consagrados y laicos, prestan un servicio encomiable a hombres y mujeres sin preguntarles su credo o estado de gracia, pero la iglesia jerarquía y/o la iglesia institución no se mezcla con los pecadores, salvo si espera sacar algún provecho. La Iglesia que tenemos está estructurada para los “puros” y, si acaso, para los purificados; los demás no tienen cabida. Jesús cuando acogía a los pecadores y comía con ellos no les ponía ninguna condición, ni la puso a Zaqueo cuando se autoinvitó a su casa (Cfr. Lc. 19, 1 – 10). ¡Bien sabía el Señor que quién se arrima al fuego acaba calentándose!
- Entremos en la parábola. Ante todo creo que el título dado a esta parábola no está del todo acertado, aunque, hay que reconocerlo, ha tenido éxito. El protagonista no es el hijo pequeño, sino el padre: “el padre bueno”. Con tu permiso voy a desglosar algunos pasajes…
- Maestro, ¿por qué dices: “con tu permiso”? sabes que yo te escucho muy a gusto…
- Es tan solo una forma de hablar. Pues decía que voy a desglosar algunos pasajes:
A – El comportamiento del hijo: ida y vuelta. Es evidente que la marcha y la mala vida del hijo es absolutamente reprobable: es un egoísta, un hedonista, un ser bastante despreciable.
¿Por qué vuelve?
·       ¿Se había dado cuenta de sus errores, del sufrimiento causado a los suyos?
·       ¿Estaba profundamente arrepentido? ¿había una contrición perfecta? Sinceramente estoy convencido que no; había hambre, mucha hambre, y se acuerda no de su familia, sino de la abundancia de pan que había en la casa de su padre. Se preparó un discursito, pero solo para quedar bien.
B – El comportamiento del padre.
·       Ante todo demuestra un grande respeto hacia su hijo: suporta su impertinencia, le da la parte de la fortuna que le correspondería algún día y le deja marchar aún a sabiendas que está cometiendo un error. No consta ningún otro tipo de intromisión.
·       Una gran paciencia y confianza. Siempre esperó la vuelta de su hijo: siempre había un ternero cebado esperando la ocasión. Su padre lo vio cuando todavía estaba lejos, porque llevaba años mirando al camino esperando el retorno;
·       Un corazón lleno de ternura y de misericordia. El hijo había decidido regresar, las razones quizás no fueran del todo nobles, pero había vuelto y eso era lo verdaderamente importante  y a partir de ahí la iniciativa la toma el padre. Sale corriendo a su encuentro, lo abraza, lo besa, lo acoge. El joven suelta la parrafada que había preparado pero no consta que le prestara atención. No hubo preguntas, no hubo reproches, no hubo condiciones. Solo hubo ternura de padre que le devuelve la dignidad de hijo vistiéndolo con el mejor traje, calzándolo con las sandalias de lujo y entregándole el anillo familiar. ¡Cuánto amor, cuánta misericordia! ¡Qué grande el corazón del Padre.
Hubo un largo silencio, el Maestro se levantó y salió de su cueva, el discípulo lo siguió. Miraron al horizonte; el sol también había salido de su madriguera y empezaba a calentar todo lo que estuviera a su alcance.
- Maestro, ¿has terminado? Preguntó sorprendido el joven.
- No, ¿por qué?
- Pues porque esperaba que me hablaras del hermano mayor. ¿No crees que tenía algo de razón?
- Pues no, y aquí está el problema. El hijo menor es un pecador, de ello nos percatamos todos y todos así lo juzgamos, pero el hermano mayor tampoco está libre de culpa; diríamos que es el lobo con piel de oveja. Se presenta como bueno; pero, ¿se ha quedado en casa del padre por fidelidad o por interés? Lo cierto es que tiene un corazón de piedra que contrasta con la ternura de su padre: es incapaz de perdonar, es incapaz de sentir alegría por el regreso de su hermano, se resiste a empalizar con la alegría del padre. No reconoce sus pecados, se define como el justo que no necesita conversión: “siempre te he servido, nunca te he desobedecido …”  ¡Como se parece esta actitud a la oración del fariseo en el templo: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo” (Lc. 18, 11, 12). Cómo puedes ver también este hijo es pecador y también a este lo trata el Padre con ternura y misericordia. Si te fijas el Padre sale dos veces: la primera para acoger al hijo pródigo que humillado vuelve a casa, la segunda para persuadir al hijo mayor que, indignado, soberbio y testarudo no quería entrar. Todos estamos necesitados de la misericordia de Dios, y “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra”(jn. 8, 7), pero esto lo veremos el próximo domingo en que nos vamos a encontrar con el Señor perdonando a unos y a otros.
- Tenemos que recitar con frecuencia el salmo 50, dijo el discípulo,:

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces”.





domingo, 21 de febrero de 2016

TRIBUNALES POPULARES Y MEDIÁTICOS.


Tercer Domingo de Cuaresma  C

Evangelio según san Lucas, 13, 1 – 9.
En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
— ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplasta­dos por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pe­receréis de la misma manera.

Y les dijo esta parábola:
— Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
- Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
- Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré es­tiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas.



- Maestro, no entiendo la parábola de la higuera. Da la sensación de que Jesús tenga un cierto ánimo de venganza hacia la higuera por su esterilidad.

El Maestro calló. El joven se estaba habituando a entrar, con preguntas, en el tema del día sin más preámbulos. Al ermitaño, que pasaba tota la semana solo salvo el paso muy esporádico del pastor, le gustaría un poco más de conversación, pero entendía a su joven discípulo. Hacía, antes de amanecer, los cinco kilómetros que separaban su pueblo de la cueva del ermitaño corriendo y reflexionando sobre el evangelio del día que previamente había leído y al llegar soltaba a quemarropa las impresiones y preguntas que había acumulado en su interior. El Maestro se percató de que el joven le miraba esperando una respuesta.

- De una lectura más o menos superficial, - contestó -  podría deducirse esa impresión; creo que es una de las parábolas más difíciles de entender, sobre todo si la analizamos  con nuestros parámetros y sin más conocimientos bíblicos.  Pero yo quisiera iniciar el comentario del evangelio de hoy desde el principio.

- Claro, Maestro, te escucho.

- La primera parte es muy sencilla. Había dos sucesos bastante penosos que estaban en la boca de todo el pueblo.  Se había derrumbado de manera inesperada la torre de Siloé. Esta torre debía de estar cerca de la piscina que lleva el mismo nombre y donde envió Jesús al ciego de nacimiento para que se lavara después de haberle untado los ojos con barro hecho con su propia saliva, y el ciego recuperó la vista lo que, por cierto, indignó sobremanera a  los judíos y muy especialmente a los fariseos (Cfr. Juan, capítulo 9). Estas piscinas no se utilizaban para bañarse como las actuales, sino que eran estanques donde las mujeres recogían el agua para sus casas y aprovechaban los hombres para pasear o para disfrutar del ambiente fresco sobre todo en los días calurosos del verano. Lo cierto es que ese día había mucha gente pues al derrumbarse la torre murieron 18 personas.  Este era el primero suceso;  el segundo era todavía más escabroso: el criminal Pilatos había ordenado asesinar a unos cuántos galileos – desconocemos las razones, pero conociendo el personaje las suponemos – de la manera más abominable y sacrílega para la religión judía: mientras ofrecían sus sacrificios haciendo que la sangre de los oferentes se mezclara con la de las víctimas expiatorias o propiciatorias; algo verdaderamente aberrante. Hasta aquí los hechos.

Ahora bien el pueblo no se limitaba a narrar los  hechos sino los juzgaba. Siguiendo aquel axioma “Dios que te marcó es que algo en ti halló”, transformaba a estas víctimas en culpables, y daban rienda suelta a su imaginación. ¡Qué graves pecados habrían cometido estas personas para terminar de manera tan infame!  Y me imagino que correría todo tipo de hipótesis y de bulos. Jesús les llama la atención y les asevera una vez más que no hay relación entre “desgracias” y culpas.

Aunque parezca lo contrario estas palabras de Jesús son de rabiosa actualidad. Hoy los individuos y, de manera muy especial por el poder de convicción que tienen, los medios de comunicación son muy rápidos y crueles en juzgar a personas y situaciones; muchas veces llevados más por sus ideologías, filias y fobias que por un amor y servicio a la verdad causando la mayoría de las veces daños irreparables a personas e instituciones. Nosotros, y los medios de comunicación, limitémonos a narrar los hechos con la mayor veracidad posible y dejemos a jueces y tribunales la misión de juzgar. Ellos también se equivocan, es cierto, pero eso es su problema.

Entremos ahora en la segunda parte: la parábola de la higuera.

- Si, Maestro.

- Sé que conoces bien la parábola, así que paso a analizarla por partes:

1 – Higuera e higos: sin entrar en la simbología de estos elementos en la tradición bíblica, solo pretendo decir que este era el árbol – y sus frutos –  preferido del pueblo de Israel. Lo plantaban en sus jardines o en los mejores lugares de sus campos y los mimaban;

2Tres años: podemos pensar que una vez plantado  el amo había ido apresurado a recoger sus frutos, pero no era así. El Levítico regula y explica este pasaje: “Cuando entréis en la tierra y plantéis toda clase de árboles frutales, no recogeréis sus frutos inmediatamente; durante tres años los consideraréis como incircuncisos: no se podrán comer. El cuarto año todos sus frutos serán consagrados  festivamente al Señor. El quinto año podréis ya comer de su fruto y almacenar su producto. Yo soy el Señor, vuestro Dios” (Lev. 19, 23 – 25). Cabe suponer que llevaba esperando unos siete años; resulta sobradamente evidente su paciencia.

3 – “déjala todavía este año…” Los años del evangelio no son años cronológicos de 365 días. Lucas, siguiendo las huellas de Isaías, presenta a Jesús como el enviado por el Espíritu para proclamar el año de gracia del Señor” (Cfr. Lc. 4, 18 – 19).   A este año (tiempo) de gracia se refiere aquí.

4 – El viñador. Resulta muy significativa la intercesión del viñador a favor de la higuera estéril. El evangelio no lo especifica, pero del contexto se ve que lo ha escuchado.

Indudablemente caben muchas interpretaciones pero a mí me sugiere la siguiente reflexión: todos y cada uno de nosotros  somos esa higuera, la preferida y mimada por el Padre que pacientemente espera que demos fruto, y cuando se colma su paciencia y se desata su ira aparece el Hijo que intercede  por nosotros ofreciendo su trabajo y su sangre para que con todo este tiempo de gracia nos “convirtamos” y demos el fruto que se espera de nuestra vida.

- Toda nuestra vida es “año de gracia”.






lunes, 15 de febrero de 2016

¡Qué bueno!


Segundo Domingo de Cuaresma  C

Evangelio según san Lucas, 9, 28b - 36.
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:
— Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:
— Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

- Maestro – dijo el discípulo nada más llegar - ¡qué bueno es estar aquí!

- Es muy bueno que estemos aquí, pero tenemos que meditarlo mucho y discernirlo muy bien, porque se puede cometer algunos errores.

- ¡Caramba, Maestro, qué difícil me lo pones! Explícamelo, por favor.

- De acuerdo, intentaré explicártelo, pero déjame antes tratar otros puntos del evangelio de hoy.

- Vale.

- A simple vista resulta difícil comprender por qué proclamar  a principio de Cuaresma  el pasaje de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, pero, obviamente, tiene su razón de ser.  Los evangelistas – y Lucas muy especialmente – sitúan la predicación de Jesús “en camino” hacia Jerusalén, porque es efectivamente en Jerusalén dónde se realiza en plenitud la obra del Salvador: Pasión. Muerte y Resurrección. ¡Si todavía hoy nos apenamos sobremanera hasta derramar lágrimas al contemplar algunos “pasos” de Semana Santa o ver “La Pasión” del cineasta Mel Gibson,  ¿qué no sería contemplar todo esto en vivo y en directo como iba a suceder a los apóstoles y a los allegados de Jesús?! Previendo el Señor la desazón de sus discípulos  los prepara para afrontar estos acontecimientos  manifestándose en toda su gloria.

- ¿Y por qué aparecen y hablan con él precisamente Moisés y Elías?

- Hay que tener en cuenta que los discípulos eran judíos y pata los judíos las Escrituras giraban alrededor de la Ley (la Torá) y de los mensajes proféticos. Ahora bien ellos encarnaban estos dos ejes en dos personajes representativos: la Ley en Moisés, que la recibió de Dios en el Sinaí y la transmitió por escrito al pueblo, y las profecías en el más grande y misterioso de los profetas: Elías, por lo que Moisés y Elías representan la Ley y los Profetas, es decir el Antiguo Testamento. Como te dije en alguna ocasión Jesús no es un aventurero que se lanza al ruedo, ni un extraterrestre  que aparece en el horizonte totalmente dislocado, sino que es la culminación de todo lo manifestado y prometido en el Antiguo Testamento. Está maravillosamente sintetizado en el prefacio de este domingo:

“Porque Él,

después de anunciar su muerte a los discípulos,

les mostró en el monte santo

el esplendor de su gloria,

para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas,

que la pasión es el camino de la resurrección”.

- Hay un pasaje, continuó el joven, que no acabo de entender, dice: ”Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!”. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía”-  Me parece encomiable la actitud de Pedro: por un lado la gran gozada de estar en presencia de Cristo glorioso - ¿quién no? – y por otro su disponibilidad a agasajar tanto a Jesús como a sus invitados, preparando tres tiendas, una para cada uno, olvidándose, incluso, de si mismo. ¿Por qué el evangelista dice que no sabía lo que decía?.

- Es esta una afirmación muy importante, y de paso contesto a la cuestión que me planteaste a la llegada: “¡qué bueno es estar aquí!”. Es bueno estar en presencia del Señor y gozar de su dulzura, pero no sin los demás. Pedro, en aquel momento pensaba solo en sí mismo y si acaso en Santiago y Juan que le acompañaban, pero ¿y los otros nueve? ¿y el resto de la humanidad que esperaba ser redimida? Pedro en aquel momento los olvidaba a todos, por eso el evangelista con el respeto y la veneración que desde la perspectiva del tiempo le merecía el que había sido designado ser en Pastor de todo el rebaño  lo justifica diciendo suavemente: “No sabía lo que decía”.

Amigo mío, la vida contemplativa y eremítica no significa huir del mundo y desentenderse  de los hombres, sino todo lo contrario; solo tienen sentido cuando es con todos y por todos: unidos con todos los hermanos - sus alegrías, esperanzas y dolores – rezar por todos los hombres para que alcancen su plena dignidad en la tierra y la plenitud de la Vida en el cielo.

- De todas maneras sigo diciendo – prosiguió el discípulo - ¡qué bueno es estar aquí!




jueves, 11 de febrero de 2016

NO SOLO PAN


Primer Domingo de Cuaresma C



Evangelio según san Lucas, 4, 1 - 13.
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.      
Entonces el diablo le dijo:        
-        Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.

Jesús le contestó: 
-  Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”.

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
- Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. 

Jesús le contestó:
 Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
- Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. 

Jesús le contestó: 
—Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”. 

Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

- Maestro, ya estamos otra vez en cuaresma.
- Ya estamos otra vez en cuaresma. Tú todavía no lo percibes porque eres muy joven, pero el tiempo pasa rápidamente.
Hubo unos momentos de silencio, pero el discípulo había empezado y no estaba dispuesto a perder la iniciativa.
- Maestro, ¿te puedo preguntar?
- De acuerdo, tu pregunta y yo, si lo sé, te contestaré, y si no lo sé, pues te diré que no lo sé. ¿Vale?
- Vale. ¿De verdad Jesús fue tentado?
- Sin duda fue tentado, pero con tu permiso hago una breve introducción técnica. Las tentaciones de Jesús vienen relatadas detalladamente por los evangelistas Mateo y Lucas – Marcos se refiere a ellas sin describirlas – pero en diferente orden: la primera tentación es la misma para los dos, mientras que las otras dos están intercambiadas: la segunda según Mateo sería la tercera de Lucas y viceversa la segunda de Lucas sería la tercera de Mateo. Como hoy, y durante este año proclamamos el evangelio de Lucas seguiremos, como es obvio, el orden de este autor.
Como te decía antes, sin duda Jesús fue tentado. En cuánto hombre Jesús era débil, y se preguntaba por qué tenía que padecer, por qué pasar hambre. En cuanto Dios – “Hijo de Dios” le llamaba el tentador - ¿por qué no iba a convertir las piedras en pan para satisfacer sus necesidades?  Es cierto que Jesús podía hacerlo; nunca convirtió piedras en panes pero con cinco panes y dos peces sació a unos cinco mil hombres y aún sobraron doce cestos de trozos (Cfr. Lc. 9, 12 – 17), pero no se trataba si tenía o no poderes, sino a quién obedecía.
Aquí se manifiesta la necesidad del discernimiento. Con frecuencia la tentación se nos presenta con piel de cordero, pero debemos averiguar si efectivamente dentro no está un lobo feroz.
La segunda tentación también tiene su lógica: Si eres Hijo de Dios tienes derecho a poseer y a disponer de todos los reinos de la tierra, ¿por qué vivir como un andrajoso indigente perdido en este desierto? 
El tentador tenía razón; Jesús era – y es – el Señor del cielo y de la tierra y el día de su ascensión “subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin” (Credo Nicenoconstantinopolitano); se trataba tan solo de adelantar un poco los tiempos, de saltarse un ‘pequeño’ capítulo: los tres años de la vida pública, su pasión, muerte y resurrección, es decir, renunciar a cumplir la misión que le había encomendado el Padre, precisamente liberar al hombre rescatándolo del poder del maligno.
Por último también la tercera tentación tiene su ardid. El tentador cita las Escrituras para convencerle a abdicar de sus principios. De hecho le recuerda el Salmo 91, 10 – 13, que dice:
“No se acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos.
Te llevará en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones”.
Es cierto que la Biblia, en una lectura superficial  y/o interesada sirve tanto para un roto como para un descosido, es decir que afirma tanto una cosa como su contraria. Por eso Jesús le contesta con otra frase bíblica: “No tentaréis al Señor, vuestro Dios …” (Deut. 6, 16). La Biblia no es un libro de enigmas que hay que leer e interpretar, sino la palabra de Dios que hay que escuchar y meditar. Hay que “rezarla” y así encontrarás en cada momento la respuesta adecuada a tus dudas, preguntas y hasta a tus sufrimientos.
- Maestro, ¿las tentaciones sucedieron tal como nos las narran los evangelios, el diablo llevando a Jesús, subiéndolo a una montaña alta, al pináculo del templo … etc.?
- Esa es la pregunta del millón y que yo deseaba que no me hubieras hecho, pero te daré mi parecer. Vaya por delante mi respeto a los textos bíblicos y la aceptación de la posibilidad de que las cosas sucedieran exactamente como las narran los evangelistas, pero también pudieron ocurrir de otra manera. Te propongo una alternativa: Jesús recibe el bautismo en el Jordán y a continuación se retira al desierto para dar inicio a su misión. Ve, como en una película, la tarea ingente que se le viene encima: asechanzas, incomprensiones, traiciones,  … y siente la tentación de escabullirse, de escurrir el bulto. ¿Por qué sufrir? ¿Por qué no presentarse como lo que realmente es, el Hijo de Dios, el Rey del Universo, hacer unas cuántas virguerías y así zafarse de todo lo demás?  Y esta experiencia de rebeldía – de tentación – los evangelistas las describen con una magnífica literatura, es, si me permites la comparación, el vestido que resalta la belleza de un cuerpo ya, de por sí, hermoso.
- He entendido. Gracias, Maestro.
- Quisiera añadir algo más, un apéndice o epílogo.
- ¡Si!
- Fíjate en la última frase: “acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión”. Esto me hace suponer que las tentaciones no fueron unos hechos puntuales al principio del ministerio y a partir de ahí todo fue ‘coser y cantar’. El demonio volvió muchas veces a lo largo de su camino; cabe suponer que estuvo siempre al acecho intentando frustrar su obra.  ¿Acaso no estaba clavando su daga cuando Jesús exclamó: “Padre, si quieres, aparta de mi este cáliz”? pero, como en las tentaciones, también aquí rectifica: “pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22, 42); o cuando en el momento cumbre de su pasión, sintiendo una tremenda soledad grita: “Eloí, Eloí, lemá sebactani, es decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc. 15, 34), aunque a continuación recuperando la plena confianza “clamando con voz potente dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”” (Lc. 23, 46).
- Cierto, no le resultó nada fácil.