Cuarto Domingo de Cuaresma C
- Buenos días, Maestro, ¡qué bonita es la parábola
del hijo pródigo!
- Si, la parábola del hijo
pródigo es muy bonita, pero es mucho más que eso. Esta parábola, por supuesto
en consonancia con todo el Nuevo Testamento nos presenta el nuevo rostro del
Padre.
- ¿El nuevo rostro del
Padre?, repitió el joven en forma de pregunta.
- Si, el nuevo rostro del
Padre. El Dios del Antiguo Testamento era un Dios cercano a su pueblo – era su
pueblo – se preocupaba por él, lo sacó de Egipto, lo alimentó con el maná en el
desierto, luchaba a su lado contra sus enemigos, lo condujo a la tierra
prometida, pero también era un Dios “excesivamente” justo, castigador, y a
veces hasta vengador. El Padre Dios de esta parábola es todo paciencia, ternura
y misericordia. Quisiera, con tu permiso meter una cuña antes de entrar de
lleno en la reflexión de esta parábola.
- Claro, Maestro, te
escucho.
- Me llama poderosamente la
atención el comentario de los fariseos y escribas: “este acoge a los pecadores y come con ellos”, creo que esto debía
impactar fuertemente a la Iglesia de hoy. Es cierto que muchos cristianos,
consagrados y laicos, prestan un servicio encomiable a hombres y mujeres sin
preguntarles su credo o estado de gracia, pero la iglesia jerarquía y/o la
iglesia institución no se mezcla con los pecadores, salvo si espera sacar algún
provecho. La Iglesia que tenemos está estructurada para los “puros” y, si
acaso, para los purificados; los demás no tienen cabida. Jesús cuando acogía a
los pecadores y comía con ellos no les ponía ninguna condición, ni la puso a
Zaqueo cuando se autoinvitó a su casa (Cfr. Lc. 19, 1 – 10). ¡Bien sabía el
Señor que quién se arrima al fuego acaba calentándose!
- Entremos en la parábola.
Ante todo creo que el título dado a esta parábola no está del todo acertado,
aunque, hay que reconocerlo, ha tenido éxito. El protagonista no es el hijo
pequeño, sino el padre: “el padre bueno”. Con tu permiso voy a desglosar
algunos pasajes…
- Maestro, ¿por qué dices:
“con tu permiso”? sabes que yo te escucho muy a gusto…
- Es tan solo una forma de
hablar. Pues decía que voy a desglosar algunos pasajes:
A – El comportamiento
del hijo: ida y vuelta. Es evidente que la marcha y la mala vida del hijo
es absolutamente reprobable: es un egoísta, un hedonista, un ser bastante
despreciable.
¿Por qué vuelve?
· ¿Se había dado cuenta de sus
errores, del sufrimiento causado a los suyos?
·
¿Estaba profundamente arrepentido? ¿había una contrición perfecta?
Sinceramente estoy convencido que no; había hambre, mucha hambre, y se acuerda
no de su familia, sino de la abundancia de pan que había en la casa de su
padre. Se preparó un discursito, pero solo para quedar bien.
B – El comportamiento del padre.
·
Ante todo demuestra un grande respeto
hacia su hijo: suporta su impertinencia, le da la parte de la fortuna que
le correspondería algún día y le deja marchar aún a sabiendas que está
cometiendo un error. No consta ningún otro tipo de intromisión.
·
Una gran paciencia y confianza. Siempre esperó la vuelta
de su hijo: siempre había un ternero cebado esperando la ocasión. Su padre lo
vio cuando todavía estaba lejos, porque llevaba años mirando al camino
esperando el retorno;
·
Un corazón lleno de
ternura y de misericordia. El hijo había decidido regresar, las razones
quizás no fueran del todo nobles, pero había vuelto y eso era lo verdaderamente
importante y a partir de ahí la
iniciativa la toma el padre. Sale corriendo a su encuentro, lo abraza, lo besa,
lo acoge. El joven suelta la parrafada que había preparado pero no consta que
le prestara atención. No hubo preguntas, no hubo reproches, no hubo
condiciones. Solo hubo ternura de padre que le devuelve la dignidad de hijo
vistiéndolo con el mejor traje, calzándolo con las sandalias de lujo y
entregándole el anillo familiar. ¡Cuánto amor, cuánta misericordia! ¡Qué grande
el corazón del Padre.
Hubo un largo silencio, el
Maestro se levantó y salió de su cueva, el discípulo lo siguió. Miraron al
horizonte; el sol también había salido de su madriguera y empezaba a calentar
todo lo que estuviera a su alcance.
- Maestro, ¿has terminado?
Preguntó sorprendido el joven.
- No, ¿por qué?
- Pues porque esperaba que
me hablaras del hermano mayor. ¿No crees que tenía algo de razón?
- Pues no, y aquí está el
problema. El hijo menor es un pecador, de ello nos percatamos todos y todos así
lo juzgamos, pero el hermano mayor tampoco está libre de culpa; diríamos que es
el lobo con piel de oveja. Se presenta como bueno; pero, ¿se ha quedado en casa
del padre por fidelidad o por interés? Lo cierto es que tiene un corazón de
piedra que contrasta con la ternura de su padre: es incapaz de perdonar, es
incapaz de sentir alegría por el regreso de su hermano, se resiste a empalizar
con la alegría del padre. No reconoce sus pecados, se define como el justo que
no necesita conversión: “siempre te he
servido, nunca te he desobedecido
…” ¡Como se parece esta actitud a la
oración del fariseo en el templo: “¡Oh
Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,
adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el
diezmo de todo lo que tengo” (Lc. 18, 11, 12). Cómo puedes ver también este
hijo es pecador y también a este lo trata el Padre con ternura y misericordia.
Si te fijas el Padre sale dos veces: la primera para acoger al hijo pródigo que
humillado vuelve a casa, la segunda para persuadir al hijo mayor que,
indignado, soberbio y testarudo no quería entrar. Todos estamos necesitados de
la misericordia de Dios, y “el que esté
libre de culpa que tire la primera piedra”(jn. 8, 7), pero esto lo veremos
el próximo domingo en que nos vamos a encontrar con el Señor perdonando a unos
y a otros.
- Tenemos que recitar con
frecuencia el salmo 50, dijo el discípulo,:
“Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces”.
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces”.
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