sábado, 16 de agosto de 2014

EL PASO A LA UNIVERSALIDAD

Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario  A

 
Evangelio según san Mateo, 15, 21 - 28.
En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y
Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
  - Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David.  Mi hija tiene un demonio muy malo.
Él no le respondió nada.  Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
  - Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
  - Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
 
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió:
- Señor, socórreme.
  Él le contestó:
- No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
  - Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
  - Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.
 
En aquel momento quedó curada su hija.
 En la primitiva comunidad cristiana el paso del concepto de pueblo elegido a Iglesia Universal fue complicado y, a veces traumático. El mismo apóstol Pedro que fue el protagonista en el bautismo de la familia de Cornelio (cfr. Hch. 10, 1 - 33), y que explicó este suceso con un discurso aperturista a la iglesia de Jerusalén, después titubea hasta el punto que Pablo lo recrimina públicamente por su comportamiento segregacionista en Antioquia (Gál. 2, 11 - 21).
Sabemos cómo entendían los judíos la distribución de los hombres desde el punto de vista religioso. Lo hacían en dos grupos irreconciliables según su modo de percibir e interpretar el proyecto salvador: los judíos (pueblo elegido de Dios) y los gentiles (impuros, pecadores y malditos con los que había que tener un trato muy reducido y siempre distanciado).
Ya en el Antiguo Testamento habían existido algunas corrientes integradoras, como por ejemplo el profeta Isaías que, como vemos en la primera lectura de hoy, decía: "A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza,  los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos", pero la pureza de la raza prevaleció sobre el mestizaje. Todavía hoy el pueblo judío, tanto desde el punto de vista religioso como desde el punto de vista civil, aunque a distintos niveles, vive esta situación endogámica.
 
La primitiva comunidad cristiana, sobre todo la de Jerusalén, seguía muy de cerca este principio. Jesús era el Mesías, el Salvador de su pueblo, de Israel, y si alguien desde fuera quisiera participar de esa gracia de salvación, tenía primero que hacerse prosélito a través de la circuncisión, y una vez agregado al pueblo judío podría entonces dar un paso más y bautizarse.
Te digo todo esto, amigo mío, - el anciano anacoreta seguía imaginando tener a su lado al joven discípulo - porque el evangelio de este domingo parece dar pábulo a esta postura, pero verás que no es así.
Es cierto que Jesús aparenta una distanciamiento hacia la mujer cananea, e utiliza algún término displicente e insultante: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos", pero esto era tan solo un medio para alcanzar un fin.
Con tu permiso - y echa una mirada al poyo vacío del discípulo - voy hacer un resumen crítico del texto:
* "Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón". Estas dos ciudades eran paganas. Es Jesús mismo quién se pone a tiro, y la mujer, al ver al Señor en su tierra, aprovecha la ocasión. Con mucha frecuencia vemos en el evangelio que es Jesús quien se acerca, quien pasa, quien llama, y los personajes solo tienen que estar atentos. Cabe, pues, que nos hagamos una pregunta: "¿cuántas veces se me habrá acercado el Señor?, ¿cuántas veces habrá pasado más o menos disimuladamente a mi lado?, ¿cuántas veces me habrá llamado descaradamente por mi nombre?
* "Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". A Jesús parece no interesarle los problemas de la cananea, pero esta actitud hay que filtrarla a través de la parábola del amigo inoportuno, que, por insistir, consigue de su amigo el pan que necesita (cfr. Lc. 11, 5 - 11), o de la del juez injusto y la viuda; esta, por su tenacidad, consigue de aquel la justicia que de otra manera no hubiera obtenido (cfr. Lc. 18, 1 - 8), y todo esto coronado con la promesa: "pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama le abren" (Mt. 7, 7 - 8). El aparente desinterés de Jesús era tan solo una prueba para calibrar la fe y la constancia de aquella mujer.
*"No está bien echar a los perros el pan de los hijos". Pero ¿quiénes son los perros y quiénes son los hijos? o dicho de otra manera, ¿quiénes son los de casa y quienes los extraños? Si seguimos leyendo el evangelio lo entenderemos: "Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. Es cierto: yo no echo el pan de los hijos a los perros, pero tú, por tu fe, no eres una extraña sino una de los nuestros". San Pablo un poco más tarde lo diría con toda rotundidad, como era su costumbre: "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”.(Gál. 3, 26).
En definitiva, amigo mío, Jesús no pretende humillar a esta mujer cananea, sino probar su fe ante los discípulos, y manifestar una vez más que la salvación no está reservada exclusivamente al linaje de Abrahán, sino a todo aquel que crea que Él es el  Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir; estos son los hijos, estos son los de casa, estos son los que tienen derecho al pan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario