sábado, 9 de agosto de 2014

Señor, sálvame.



Decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario. A

 
Del primer libro de los Reyes, 19,  9a. 11 - 13a.

En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche.  El Señor le dijo:
  - Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
 
Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacia trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto.  Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.

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 Evangelio según san Mateo, 14, 22 - 33.

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
  Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar.  Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.  De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua.  Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
  Jesús les dijo en seguida:
 
- ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
  - Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
  - Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
- Señor, sálvame.
  En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
 
- ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.  Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
  - Realmente eres Hijo de Dios.

 
Nuestro protagonista, el anciano ermitaño de las montañas, se encontraba sentado en una roca cercana a su gruta; por su configuración - la parte visible era como una media naranja con un hueco que él mismo había ampliado con un cincel, para poder sentarse cómodamente - le llamaba la cátedra.
 
Delante de él, allá abajo el valle que en aquella época del año entrelazaba su agresivo verde, con algunas flores de todo tipo y colores, que por lo temprano del día el ermitaño no podía vislumbrar, y enfrente, muy a lo lejos otra montaña, también verde y arbolada, coronada con una aureola amarilla y roja, como si de una divinidad se tratara. Era el sol que se esforzaba por aparecer. Este cuadro tenía como banda sonora el cantar de los pájaros que saludaban al nuevo día y el murmullo de las aguas del arroyo que manaba allí cerca y que corrían cuesta bajo, a toda prisa, como si temieran no alcanzar el riachuelo que más pacatamente recorría el valle y que en esta época del año regaba las huertas de los vecinos y servía también para que los chicos se pegaran unos cuantos chapuzones.
 
Sentado en su cátedra el anacoreta opta, como en otras ocasiones, por imaginar a su  joven discípulo sentado a su lado y a él dirige su reflexión.
 
- Permíteme, amigo mío, que hoy, como en otras contadas ocasiones, me pare a reflexionar sobre la primera lectura de este domingo. Para mí es una de las páginas más bellas y sugestivas del Antiguo Testamento. El profeta Elías vivía una situación muy particular:
 
* permanecía fiel, mientras  Israel se había alejado del Señor, cometido apostasía e idolatría;
* vivía en total soledad;
* estaba siendo calumniado y ferozmente perseguido.
 
Pero Yahvé no lo abandona. Las teofanías veterotestamentarias suelen ser ruidosas y apocalípticas: rayos, truenos, huracanes, terremotos, etc., pero Elías no estaba para estas emociones y el Señor le sale al encuentro con dulzura: una suave brisa que lo alienta, lo envuelve y lo acaricia.
 
Cuando todos te abandonen, calumnien, marginen y hasta te persigan no sucumbas, ponte de pie, como el profeta, que pronto pasará el Señor para consolarte.
 
El evangelio de hoy está lleno de matices pero me voy a fijar solo en el encuentro de Jesús y Pedro en medio de la tempestad. Pedro cree creer, piensa que su fe y su arrojo serán suficientes para hacer frente al mar embravecido, pero pronto se da cuenta de que eso no es suficiente, por eso suplica: "Señor, sálvame". No quisiera ser excesivamente pesimista, pero es evidente que en estos momentos oscuros nubarrones cubren nuestro mundo y las tempestades amenazan con arrasar todo lo que encuentren por delante: guerras extremadamente violentas, atentados indiscriminados, violencia callejera y de género, asesinatos en serie, epidemias y pandemias, etc. Hay que poner todos los medios humanos y técnicos posibles para atajar estas situaciones, no se puede escatimar esfuerzos en esta tarea, hay que seguir braceando con todas nuestras fuerzas, pero además debemos implorar con toda confianza: "Señor, sálvanos" porque solos, con nuestro trabajo no alcanzamos la meta.
Después de unos momentos de silencio el ermitaño se puso de rodillas y con los brazos en cruz recitó a media voz la oración atribuida al papa San Clemente:
 Te suplicamos Oh Señor, Dios Nuestro;
que pongas la Paz del Cielo
 en los corazones de los hombres,
para que puedas unir a las naciones
en una alianza inquebrantable,
 en el Honor de Tu Santo Nombre.
Purifícanos con la limpieza de Tu Verdad
 y guía nuestros pasos en santidad interior.
Danos concordia y paz a nosotros
 y a todos los seres vivos de la tierra,
como la distes a nuestros padres cuando te suplicaron,
con fe verdadera,
 dispuestos a obedecer al Santísimo y Todo poderoso.
Concede a los que nos gobiernan y nos conducen en la tierra,
un recto uso de la soberanía que les has otorgado.
Señor, haz sus criterios conformes
 a lo que es bueno y agradable a Tí,
 para que, utilizando con reverencia, paz y bondad
el poder que les has concedido,
 puedan encontrar favor ante Tus ojos.
Solo Tú puedes hacerlo,
esto y mucho más que esto.
Gloria a Tí!
Ahora y Siempre.

El sol había salido y la temperatura estaba subiendo. El ermitaño entró en su gruta y se dedicó a las tareas que tenía programadas para esa mañana.

 

 

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