viernes, 26 de septiembre de 2014

Dos hermanos (… y otros muchos).

XXVI Domingo del Tiempo ordinario  A

Evangelio según san Mateo, 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
- ¿Qué os parece?  Un hombre tenía dos hijos.  Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo.  Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue.
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron: 
- El primero.
Jesús les dijo:
- Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios.  Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.
Aquella mañana, al despuntar el alba, como casi todos los días – siempre era muy madrugador -  se acercó el discípulo a la cueva del Maestro y se sentó en el poyo, al lado de la entrada. Al oír los pasos, salió el Maestro, se dieron los “buenos días” y se sentó al otro lado de la entrada, y esperó …
Esperó paciente la pregunta ritual del discípulo como el paterfamilias  espera la pregunta del más pequeño de la casa al servir la segunda copa de vino en la celebración de la pascua judía.La pregunta no llegó, por lo que el Maestro tomó la iniciativa:
- ¿Te pasa algo, amigo mío, estás bien?
- Si, Maestro, estoy bien, ¿por qué?
- Porque no me has preguntado, como sueles hacer, por el significado del evangelio de hoy
- Es que el evangelio de hoy es muy fácil. No tiene ninguna dificultad.
- Bueno, pues entonces ¿me lo puedes explicar tú?
- ¡Encantado, Maestro!  Mira: en la parábola un padre tiene dos hijos. Se acerca a uno de ellos – quizás el mayor – y le dice: “Hijo, vete hoy a trabajar a mi viña”. Él le contesta: “No quiero”, pero después se arrepiente y va.
Yo creo, Maestro, que no se trata de un mandato, de una orden, porque no cabría la posibilidad de una respuesta de esta índole. Se trata de una invitación, de una cariñosa petición, por lo que la respuesta es de responsabilidad personal.
Este hijo, muy ocupado con otros proyectos e ideales dice, en un primer momento, que no, que no puede, que le deje con  sus asuntos. Pero con el tiempo, reflexiona, quizás en alguna situación difícil, en una Jornada Mundial de la Juventud o en cualquier otra circunstancia, y decide cambiar de vida y dar un “si” maduro y definitivo a la invitación del Padre.
Son muchos los Santos que se han convertido después de una vida disipada y han aportado una gran vitalidad a la Iglesia, como por ejemplo, San Pablo, aunque en este caso a la tranquila reflexión precedió un inolvidable soplamocos que lo derribó del caballo, San Agustín, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola y otros muchos ...
El padre también se acerca al otro hijo - suponemos que el más joven – y le hace la misma invitación con las mismas palabras y me atrevo a decir que con la misma ternura. Éste le contesta: “Voy, Señor”, pero no va.
La actitud de este hijo representa a muchos hombres y mujeres que han sido educados en familias cristianas, han recibido en el colegio y/o en la parroquia una buena educación, algunos hasta han sido confirmados y han participado en  grupos cristianos, pero con los años se han disipado, se han dejado llevar por las corrientes caudalosas de nuestros tiempos y ahora se encuentran en la otra orilla.

- ¿Es así, Maestro? He acertado la interpretación?

- Sí, estoy absolutamente de acuerdo contigo, pero yo iría un poco más lejos.

- Vamos, Maestro, ¡adelante!  Te escucho.

- Pues, fíjate: Jesús ha propuesto dos modelos de comportamiento, pero podríamos suponer muchos otros; por ejemplo, un hijo que hubiera dicho que “sí” y fuera. Estos tales son los “santos”, los “cumplidores”, los “perfectos”, y salvo honrosas excepciones, también son insoportables. ¡Qué difícil es, amigo mío, compartir camino con un perfecto!

El evangelio nos ofrece varios ejemplos de cumplidores y perfectos:

* El hermano mayor del hijo pródigo: trabajador, siempre obediente, pero absolutamente incapaz de comprender ni la debilidad de su hermano, ni la misericordia de su padre (Lc. 15, 25 – 32); 
* Los escribas y los fariseos que encomendaron a Jesús juzgar a la mujer adúltera, ¡con que saña y maldad la acusaban! aunque después ninguno se atrevió a ejecutar la sentencia;
* y aunque se trate tan solo de una parábola, ¿qué decir del publicano que oraba en el templo? (Lc.18, 9 -  14). Cierto que era fiel cumplidor de todos preceptos de la Ley, pero ¡cuánta altanería, cuánta soberbia, cuánto desprecio hacia el hermano pecador que se había quedado en un rincón oscuro al fondo del templo!

Podríamos también imaginar un cuarto hijo, que dijera: “no voy” y que no fuera. De estos tales se suele alabar la coherencia, la fidelidad a la palabra dada. Yo, salvo honrosas excepciones, que las hay, los califico de testarudos, cabezones,  mentes obtusas, almas impermeables. Generalmente hacen de su “no” la única verdad existente, por lo que la meta única de toda dialéctica es anular no solo el “si” contendiente, sino también a quién lo defiende. Desconocen valores como “diálogo”, “tolerancia”, “respeto”, etc.

Y después estamos todas aquellas legiones de hijos que no somos ni blancos ni negros, sino grises en sus múltiples tonalidades, cuya historia está  jalonada de “sies” y de “noes”,  de aciertos y desaciertos,  ensamblando pecado y virtud – generalmente sin mucho éxito – eso sí, con la mirada siempre puesta en el evangelio como eterna referencia, que para nosotros no es un punto de partida, sino una luminosa meta en un lejano horizonte.

La Iglesia debería tomar conciencia – en sus formulaciones, documentos y leyes – que es Madre no solo de los perfectos y de los conversos sino de esa miríada de cojos, tullidos, lisiados, - “los grises” - si quiere acercarse a la figura de su Fundador que comía con publicanos y pecadores, no huía de los leprosos, se dejaba tocar por una mujer – muy probablemente una prostituta – sin miedo a incurrir en la impureza legal, y que para más INRI, se rodeó de discípulos ignorantes, que se disputaban, como los políticos actuales, los mejores cargos en el organigrama del nuevo reino, o por un adolescente que le seguía no tanto por su doctrina sino por la fascinación que le provocaba el Maestro y que, sin ningún pudor, recostaba la cabeza en su pecho como si dos enamorados se tratara.

- Muy bien, Maestro, -dijo el discípulo – me gusta lo que dices, pero tengo la sensación de que has ido mucho más lejos de lo que pretende el evangelio.

- Acepto el reproche, amigo mío, pero las cosas hay que decirlas aunque a veces haya que utilizar el calzador. Escucha lo que dice el  Apóstol : “ te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina” (2ª Tim. 4, 1 – 2).

El sol había salido y, descarado, hacía su paseo diario. Maestro y discípulo empezaron el rezo de laudes.


sábado, 20 de septiembre de 2014

Patronos y obreros


XXV Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 20, 1 - 16.
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
  - El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña.  Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.
  Ellos fueron.
 
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:

- ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?
  Le respondieron:

- Nadie nos ha contratado.
  Él les dijo:

- Id también vosotros a mi viña.
  Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:
 
- Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.

Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
  Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:

- Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.
  Él replicó a uno de ellos:
 
- Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?  Toma lo tuyo y vete.  Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

 
-  Maestro,  ¿cómo me explicarías el evangelio de hoy? ¿te parece bien que el propietario pagara a todos por igual? ¿Tenían razón los que hicieran la jornada entera al protestar?
- ¿Por qué haces estas preguntas, si están suficientemente explicadas en el mismo texto?

-  Puede ser que sí, pero yo no tengo nada claro.

-  Bueno, fíjate la explicación que da al principio: “… después de ajustarse con ellos en un denario por jornada…” . Cabe suponer que no solo había acuerdo entre las partes contratantes, sino que se cumplían todas las leyes laborales, ya que en ningún momento se aporta otro dato. Y esto se cumplió a rajatabla.
Con los demás no consta que haya contrato, pero es evidente al ser pagados como los que trabajaron más, que no se cometió con ellos ninguna injusticia.
Los primeros, quizás animados y apoyados por sus sindicatos, fueron a protestar, como sucede casi siempre por eso de “a río revuelto, ganancia de pescadores, y hay siempre alguien dispuesto a sacar provecho del río fangoso o a coger las nueces cuando se varea el árbol.
Pero repito, a unos se les pagó lo legalmente estipulado y a los otros se les pagó sobrepasando lo legal y con generosidad. 
Se puede decir que Dios es justo, porque nunca paga por debajo de lo merecido, pero es, sobre todo, misericordioso, es decir su generosidad sobrepasa continua y ampliamente las barreras de la legalidad.

Pero echo en falta una cosa. ¿Te acuerdas de la curación de los diez leprosos en una ciudad entre Samaría y Galilea   (Lc. 17, 11 – 19)?  En aquel caso hubo por lo menos uno que volvió para agradecer la curación, pero no consta que ninguno de estos jornaleros agradeciera especialmente las atenciones del propietario.  En el evangelio, como en la vida real, encontramos muchas peticiones, solicitudes, muchos milagros como respuesta y muy pocos agradecimientos.
Y tampoco la Iglesia escapa a  esta situación; muchos y muchas hay que han trabajado no de sol a sol, sino toda una vida y han obtenido el silencio por respuesta.
- ¿Quieres decir entonces, Maestro, que la Iglesia no agradece a sus colaboradores?
- ¡Bueno! Poco más o menos. Piensa que en la Iglesia se acuñó la palabra nepotismo -  de la palabra italiana “nipote” = sobrino) -  pues los papas destinaban ingentes bienes espirituales y sobre todo materiales a sus sobrinos. De hecho era una gran suerte tener como tío un cardenal o un papa.
- ¿Estás diciendo, Maestro, que la Iglesia sigue desviando fondos para los familiares de los clérigos?
- No lo tomes al pié de la letra. Podríamos traducir esto como: “La Iglesia agradece de manera muy generosa a los suyos: favoritos y enchufados”.
- Maestro, ¿y nada más?  Estoy confundido.

- ¡Bueno!, a veces a los que ha hecho sufrir en vida los premia después de muertos con un altar.
¡Anda! vamos a rezar, que después tendré que ir a confesar por haber criticado innecesariamente.
 

sábado, 13 de septiembre de 2014

Cuestión de Matemáticas.


XXIV Domingo del tiempo Ordinario A.

 
Evangelio según san Mateo, 8, 21 - 35.
 
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
- Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?
Jesús le contesta:
- No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados.  Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos.  Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
- Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.  Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
- Págame lo que me debes.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
- Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.  Entonces el señor lo llamó y le dijo:
- ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdone porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
 

 -         Maestro, ¿cuántos son setenta veces siete?

 -         ¿qué pasa ahora? ¿es que no sabes multiplicar por un solo dígito?

 - Sí, Maestro, sé hacer ésa multiplicación, y además hay máquinas calculadoras por doquier, y el resultado es CUATROCIENTOS NOVENTA, pero no entiendo por qué Jesús  dice a Pedro que hay que perdonar cuatrocientas noventa veces y no propone un número redondo como, por ejemplo, quinientas, seiscientas o mil veces.

-         ¿Si te cuento lo que pienso me prometes no decírselo a nadie?

-  Prometido, Maestro, por esta (mientras besaba la cruz formada por los dedos pulgar e índice).

- Bueno, pues te lo cuento, pero debes guardar el secreto.

- El discípulo asintió con la cabeza y el Maestro prosiguió:

- Creo que Jesús respondió así para ocupar las mentes de sesudos teólogos, pensadores y matemáticos, intentando rizar el tizo, para interpretar este texto  y mientras tanto no proponer otras formulaciones tan  complicadas como inútiles. 

Y lo consiguió.

Entre las muchas interpretaciones, la más común es esta:

Siete. Los pueblos mesopotámicos y  de su área de influencia marcaban el tiempo con el ciclo de la luna: cuatro períodos de siete días, por lo que el número siete adquiere un valor de “perfección”. De ahí los siete días de la creación, los siete días de la semana, los siete brazos de la menorah, y más tarde los siete sacramentos, los siete sacramentos,  los siete pecados capitales y las siete virtudes oponentes, los siete dones del Espíritu Santo,  las siete obras de misericordia corporales o evangélicas (¿?) y las siete obras de misericordia espirituales. Como puedes apreciar el número “siete” aparece constantemente como un número completo, redondo o salvífico.

Diez. El hombre de aquella cultura – y de muchas otras – era un hombre laborioso, en el cultivo del campo, en la caza, en la construcción y en el arte en general, y todo esto lo realizaban con las manos, por lo que  estas y muy especialmente sus diez dedos, eran evaluadas como importantes, imprescindibles y sagradas, y además se utilizaban para contar, por lo que el número diez entró en la praxis como otro número importante.

Según esto cuando Pedro propone perdonar SIETE veces está siendo generoso, indicando un número perfecto, pero Jesús es mucho más generoso y le sorprende con otro número: setenta, es decir 7 x 10, veces siete. Con esta multiplicación de números perfectos, Jesús está indicando que la misericordia del Padre es ilimitada.

Como sé que eres un hombre de palabra y no vas a contar esta conversación a nadie te diré algo más: ojalá la Iglesia perdonara las cuatrocientas noventa veces que de manera literal dice Jesús. Es más: me daría con un canto en los dientes si perdonara de corazón y sin dejar rastros, expedientes, antecedentes penales, etc. las siete veces que propone Pedro.

Un detalle más Jesús no habla ni de examen de conciencia, ni de dolor de los pecados, ni de propósito de la enmienda, ni de cumplir ninguna penitencia. Es cierto que en alguna ocasión, perdonando Él mismo a algún pecador, lo despedía diciendo: “vete y no peques más”, pero resulta que se trataba de un sabio consejo de padre y no una condición sine que non”.

 

 

sábado, 6 de septiembre de 2014

Atar y Desatar


XXIII Domingo del Tiempo ordinario  A

Evangelio según san Mateo, 18, 15 - 20.
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.  Si te hace caso, has, salvado a tu hermano.  Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.  Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo.  Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
 

Aquella mañana muy temprano, cuando el sol todavía no se había asomado al horizonte para su paseo diario, se acercó el discípulo al Maestro y le dijo a quemarropa:
 - Maestro, háblame del Evangelio de hoy.
 - Lo has leído ya? ¿qué te gustó más?
-  A mi me gustó mucho la ultima parte, sobre todo cuando dice: "porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, alli estoy yo en medio de ellos". ¿Significa esto, Maestro, que cuando tu y yo rezamos juntos, Jesús está presente? ¿quiere decir que en vez de dos somos tres? ¡Urra!
- Sí, contestó el Maestro, somos tres, y ¡qué fuerza cuando Jesús está con nosotros? Sabes lo que dicen los cursillistas (los que hacen los cursillos de cristiandad) ?
 - No, Maestro, no lo sé.
 - Jesús y yo = mayoría absoluta.
Pero esto es válido en otras muchas circunstancias, siempre que dos (o más, pero no hacen falta millones) se reúnen para orar. Cuando una familia, aunque reducida, ora, su hogar se transforma en el más grandioso - y sencillo a la vez - templo de la humanidad. ¿Y qué decir cuando los obreros del campo inician su faena con una oración? ¿Puede acaso la mente humana imaginar un templo más hermoso?
- ¿Y qué dices de las otras dos partes de hoy?
- ¡Cuáles?
- Pues aquello de cuando alguno de ofende, repréndelo a solas, si no hace caso, hazlo con un par de testigos, y solo después comunícalo a la comunidad-
- Resulta evidente que Jesús nos invita ante todo a la paciencia, a la discreción, al diálogo, a la misericordia.
Fíjate bien en la sentencia: "y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano". Es evidente que si después de tanto esmero y dedicación el rebelde sigue en su terquedad, hay que considerarlo persona ajena a la comunidad, siempre dispuesta a recogerlo con los brazos abiertos, si, como el hijo pródigo, recapacita y reconoce su error.
El evangelio en ningún momento sugiere - más bien todo lo contrario - que la comunidad lo entregue al brazo secular para que sea condenado y llevado a la hoguera, o entregado a la prensa para que sea despellejado.
La Iglesia ha asumido a lo largo de su historia, tareas de sustitución en el campo de la sanidad, de la educación y en otros ámbitos de la sociedad, y es justo que así sea mientras otras instituciones no se hagan cargo plena y correctamente, pues mientras haya un hermano que sufre Cristo sigue crucificado, pero con frecuencia ha olvidado que su fin último es la MISERICORDIA.
- ¿Maestro, y qué me dices de aquello de "atar" y "desatar"?
- ¡Uff! ¡Qué difícil me lo pones! Eso a la Iglesia le gusta mucho y lo usa con la destreza de un marinero. Pero no podemos hablar más alto porque le ha dado rango de dogma de fe.
El Maestro miró al horizonte, el sol todavía soñoliento empezaba a asomarse; el dia clareaba. Entonces dijo al discípulo:
 - Vamos a rezar laudes y hagamos de este bosque el templo más amplio y hermoso que exista en la faz de la tierra.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Toma tu cruz, SÍGUEME.


Vigesimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 16,  21 - 27.
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
  Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
 
- ¡No lo permita Dios, Señor!  Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
  - Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.
 
Entonces dijo Jesús a sus discípulos:
 
- El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, sí arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
 El ermitaño, el hombre de las montañas, seguía solo, pero eso no le impedía seguir su ritmo, y, como cada domingo, se preparó para explicar - a nadie - el texto evangélico del día.
También hoy, amigo mío, voy a seccionar el  evangelio en tres bloques:

1 - Anuncio de la Pasión. Con ello Jesús pretende conducir los apóstoles al camino, explicarles el auténtico mesianismo que no consiste en liberar a los pueblos subyugados - aunque cada pueblo, y sobre todo cada individuo tenga derecho a ser libre, pero explayarse en esto ahora sería muy complicado - sino en liberar a la humanidad entera del yugo de la ley y conducirla a la libertad de los hijos; pero los apóstoles están obcecados en sus ideas, y nada. Jesús incluso les habla de la resurrección, que podría levantarles un poco los ánimos y avivar las esperanzas, ¡pero ni con ésas!
2 - El cabreo de Jesús. Perdona que lo exprese así, pero el Señor se cogió un cabreo descomunal. ¿Por qué? Probablemente hay muchas interpretaciones, pero esta es la mía: porque Pedro le hurgó en la herida.
Intentaré explicarme: Para Jesús la Pasión no fue una perita en dulce, sino amarga, y muy amarga; no fue para nada deseada sino aceptada con obediencia y sumisión, como dice San Pablo: "Y así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz" (Flp. 2, 8). La Pasión de Jesús fue eso, una auténtica pasión, tragedia, martirio, y el Señor con mayor o menor vehemencia se quejó al Padre: "Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz. Sin embargo no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Mt. 26, 39) y ya en el último momento grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt. 27, 46).
Permíteme, amigo mío, que para insistir en la dureza de la pasión te cite como la veía, unos ocho siglos antes de que sucediera, el profeta Isaías:
"Maltratado, se humillaba
                      y no abría su boca:
                      como un cordero llevado al matadero,
                      como una oveja muda ante el que el esquilador,
                      enmudecía y no abría su boca.
                     Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
                    ¿quién se preocupó de su suerte?
                     Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
                     por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
                     Le dieron sepultura con los malvados,
                     y una tumba con los malhechores,
                     aunque no había cometido crímenes
                     ni hubo engaño en su boca"  (Is. 53, 7 - 9).
A lo que íbamos: Jesús en su interior sentía lo mismo que Pedro, y no podía expresarlo porque su obediencia al Padre lo impedía, y solo faltaba que viniera el listillo de Pedro a hurgarle la herida, a darle la patada en la espinilla, por eso se sublevó y dijo lo que dijo.
3 - Cargar con la cruz. Seguir a Jesús es ir acompasado, ir a su ritmo. No se puede ir con Él con las alforjas llenas y cargado con riquezas, pues quedaríamos atrás y perderíamos el rastro; tampoco  se puede ir sin cruz, porque, demasiado ligeros, no pondríamos los pies en tierra, levantaríamos el vuelo de la fantasía y perderíamos la auténtica referencia: Jesús.
Es curioso como Jesús dice "su" cruz, no una cruz cualquiera, ni siquiera una cruz buscada o elegida, sino la cruz que el Padre ha diseñado expresamente para ti, a tu medida, y que te viene, como se suele decir, como el anillo al dedo.
Para terminar, voy a contarte una parábola que escuchaba de mi padre, cuando era pequeño, y que recuerdo con cariño; lamento no conocer su autor. Dice así:
Cuentan que un hombre un día le dijo a Jesús:
—Señor, estoy cansado de llevar la misma cruz en mi hombro, es muy pesada y demasiado  grande para mi estatura.
Jesús amablemente le dijo:
—Si crees que es mucho para ti, entra en ese cuarto y elige la cruz que más se adapte a ti.
El hombre entró; la estancia estaba en penumbra. Palpando encontró una cruz pequeña, pero muy pesada, que se le encajaba en el hombro y le lastimaba; buscó otra, era muy ligera, pero excesivamente grande y le molestaba al caminar; probó  otra, pero era de un material rugoso y le hería el hombro; buscó otra, y otra, y otra.... hasta que llegó a una que   ¡oh maravilla! se adaptaba perfectamente a él. Se puso muy contento y dijo:
— Señor, he encontrado la que más se adapta a mí: muchas gracias por el cambio que me permitiste.
Jesús le mira sonriendo y le dice:
—No tienes nada que agradecer: has cogido exactamente la misma cruz que traías. Fíjate bien y verás que tu nombre está inscrito en ella. Mi Padre no permite más de lo que no puedas soportar, porque te ama y tiene un plan perfecto para tu vida.
 Es obvio que si caminamos con Jesús, a su paso, ligeros de equipaje y cargando cada cual con su cruz haremos su camino y llegaremos al mismo destino: LA RESURRECCIÓN.