lunes, 1 de septiembre de 2014

Toma tu cruz, SÍGUEME.


Vigesimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 16,  21 - 27.
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
  Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
 
- ¡No lo permita Dios, Señor!  Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
  - Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.
 
Entonces dijo Jesús a sus discípulos:
 
- El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, sí arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
 El ermitaño, el hombre de las montañas, seguía solo, pero eso no le impedía seguir su ritmo, y, como cada domingo, se preparó para explicar - a nadie - el texto evangélico del día.
También hoy, amigo mío, voy a seccionar el  evangelio en tres bloques:

1 - Anuncio de la Pasión. Con ello Jesús pretende conducir los apóstoles al camino, explicarles el auténtico mesianismo que no consiste en liberar a los pueblos subyugados - aunque cada pueblo, y sobre todo cada individuo tenga derecho a ser libre, pero explayarse en esto ahora sería muy complicado - sino en liberar a la humanidad entera del yugo de la ley y conducirla a la libertad de los hijos; pero los apóstoles están obcecados en sus ideas, y nada. Jesús incluso les habla de la resurrección, que podría levantarles un poco los ánimos y avivar las esperanzas, ¡pero ni con ésas!
2 - El cabreo de Jesús. Perdona que lo exprese así, pero el Señor se cogió un cabreo descomunal. ¿Por qué? Probablemente hay muchas interpretaciones, pero esta es la mía: porque Pedro le hurgó en la herida.
Intentaré explicarme: Para Jesús la Pasión no fue una perita en dulce, sino amarga, y muy amarga; no fue para nada deseada sino aceptada con obediencia y sumisión, como dice San Pablo: "Y así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz" (Flp. 2, 8). La Pasión de Jesús fue eso, una auténtica pasión, tragedia, martirio, y el Señor con mayor o menor vehemencia se quejó al Padre: "Padre, si es posible, aleja de mí este cáliz. Sin embargo no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Mt. 26, 39) y ya en el último momento grita: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt. 27, 46).
Permíteme, amigo mío, que para insistir en la dureza de la pasión te cite como la veía, unos ocho siglos antes de que sucediera, el profeta Isaías:
"Maltratado, se humillaba
                      y no abría su boca:
                      como un cordero llevado al matadero,
                      como una oveja muda ante el que el esquilador,
                      enmudecía y no abría su boca.
                     Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
                    ¿quién se preocupó de su suerte?
                     Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
                     por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
                     Le dieron sepultura con los malvados,
                     y una tumba con los malhechores,
                     aunque no había cometido crímenes
                     ni hubo engaño en su boca"  (Is. 53, 7 - 9).
A lo que íbamos: Jesús en su interior sentía lo mismo que Pedro, y no podía expresarlo porque su obediencia al Padre lo impedía, y solo faltaba que viniera el listillo de Pedro a hurgarle la herida, a darle la patada en la espinilla, por eso se sublevó y dijo lo que dijo.
3 - Cargar con la cruz. Seguir a Jesús es ir acompasado, ir a su ritmo. No se puede ir con Él con las alforjas llenas y cargado con riquezas, pues quedaríamos atrás y perderíamos el rastro; tampoco  se puede ir sin cruz, porque, demasiado ligeros, no pondríamos los pies en tierra, levantaríamos el vuelo de la fantasía y perderíamos la auténtica referencia: Jesús.
Es curioso como Jesús dice "su" cruz, no una cruz cualquiera, ni siquiera una cruz buscada o elegida, sino la cruz que el Padre ha diseñado expresamente para ti, a tu medida, y que te viene, como se suele decir, como el anillo al dedo.
Para terminar, voy a contarte una parábola que escuchaba de mi padre, cuando era pequeño, y que recuerdo con cariño; lamento no conocer su autor. Dice así:
Cuentan que un hombre un día le dijo a Jesús:
—Señor, estoy cansado de llevar la misma cruz en mi hombro, es muy pesada y demasiado  grande para mi estatura.
Jesús amablemente le dijo:
—Si crees que es mucho para ti, entra en ese cuarto y elige la cruz que más se adapte a ti.
El hombre entró; la estancia estaba en penumbra. Palpando encontró una cruz pequeña, pero muy pesada, que se le encajaba en el hombro y le lastimaba; buscó otra, era muy ligera, pero excesivamente grande y le molestaba al caminar; probó  otra, pero era de un material rugoso y le hería el hombro; buscó otra, y otra, y otra.... hasta que llegó a una que   ¡oh maravilla! se adaptaba perfectamente a él. Se puso muy contento y dijo:
— Señor, he encontrado la que más se adapta a mí: muchas gracias por el cambio que me permitiste.
Jesús le mira sonriendo y le dice:
—No tienes nada que agradecer: has cogido exactamente la misma cruz que traías. Fíjate bien y verás que tu nombre está inscrito en ella. Mi Padre no permite más de lo que no puedas soportar, porque te ama y tiene un plan perfecto para tu vida.
 Es obvio que si caminamos con Jesús, a su paso, ligeros de equipaje y cargando cada cual con su cruz haremos su camino y llegaremos al mismo destino: LA RESURRECCIÓN.

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