miércoles, 18 de marzo de 2015

COLLAGE


Quinto Domingo de Cuaresma B

Evangelio según san Juan 12, 20 - 33.
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
— Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contesto:
— Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a si mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
— Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
— Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

 Aquella mañana, como todas las mañanas en que la climatología lo permitía, el Maestro había salido de su habitáculo y se disponía a hacer su doble ejercicio. Físicamente, unos cuantos movimientos gimnásticos para entrar en calor y mantener la movilidad de sus miembros y articulaciones, y espiritualmente daba gracias a Dios por el nuevo día. Aquella mañana, como otras muchas recitaba mentalmente el “Cántico de las Criaturas” de San Francisco de Asís, adhiriéndose espiritualmente  a cada estrofa, a cada verso, a cada palabra:

 Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor.
Tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

 Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol;
que alumbra y abre el día y es bello en su esplendor
y lleva por los cielos noticia de su autor.

 Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!

 Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!

 Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos, y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!

 Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación;
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!

 Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución.
¡Ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡ Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!

 ¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas: ¡load a mi Señor!

 Al acabar, levantó la mirada y vio con sorpresa que, estático junto a la entrada y con una sonrisa que iba de oreja a oreja estaba el discípulo. Al verse descubierto, dio unos pasos hacía el Maestro y sin borrar su sonrisa pero con un poco de sorna,  exclama:

- Buenos días, Maestro, ¡te mantienes en forma!

- Buenos días, amigo mío, ya sabes lo que escribía  Juvenal: “mens sana in corpore sano” (Sátira, X, 356), aunque para ser sinceros el sentido que le daba su autor está muy lejos del que le damos hoy, yo inclusive, pero no entremos en mayores disquisiciones. En seguida estoy contigo.

- Maestro, no tengo prisa. Empezaremos cuando lo estimes oportuno.

 - Gracias. Me preparo un poco y en seguida estoy contigo.

Entró en su cueva, se aseó un poco, se vistió con su ropa normal y se puso uno de los ponchos de lana – tenía dos – que él mismo se había confeccionado con la lana que le regalaba su amigo el pastor. A los pocos minutos salió con la Biblia  y con el correspondiente tomo de la “Liturgia de las Horas”, se sentó en el lugar de siempre y buscó el evangelio propio del día, Jn. 12, 20 – 32.

 - ¿Has leído el evangelio de hoy?

 - Si, Maestro. Lo leo siempre antes de venir, y más de una vez.

 - Lo sé, lo sé. Era una pregunta retórica. ¿Y qué me dices?

 -  Maestro, vengo a escucharte a ti y a aprender de tu sabiduría. De todas maneras, y ya que me lo preguntas, te diré que el contenido está bastante claro, pero la forma no la entiendo. Me da la sensación de que se tratan de frases deshilachadas sin una trama conductora.

- Me parece que tus sensaciones son acertadas. Jesús no llevaba consigo un equipo de periodistas, o cronistas que fueran anotando todas las palabras que iba pronunciando. Todo funcionaba de memoria y esas enseñanzas fueron puestas por escrito muchos años después de la resurrección del Señor; veces de manera muy resumida o proponiendo frases y enseñanzas que, siendo ciertas, fueron proclamadas en momentos, lugares y contextos diferentes, como se montaran un collage literario, pero que, en sí, mantienen toda su fuerza.  Si te parece…

- me parece, interrumpió el discípulo.

 El Maestro respiró profundamente y prosiguió:

 - Si te parece comentaré brevemente dos de las frases propuestas y que a mi me sugieren una reflexión;

 1 - “Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, queremos ver a Jesús”.  Creo que se circunscribe en el contexto de aquella otra que ya te he comentado en alguna ocasión: “todo el mundo te busca” (Mc. 1, 17).

 Jesús está en Jerusalén  y se acerca la hora de la pasión. Como hemos visto a lo largo de toda la cuaresma está preocupado por la fe de sus discípulos; sabe que la van a vivir como un fracaso, como algo que pudo ser y no fue. De hecho, después de su muerte, unos se encierran por miedo a los judíos, otros se vuelven cabizbajos a sus aldeas, etc… Por eso insiste en que será glorificado y que los que permanezcan con él serán honrado por el Padre. Aunque Jesús sea condenado, escarnecido y crucificado, aunque sea ante muchos un fracasado, para la entera humanidad será la luz que ilumina el camino que a su vez nos lleva a la felicidad; es la estrella  polar que conduce al navegante a puerto de salvación, por lo que todo el mundo le busca – aunque de manera inconsciente - y también los griegos, que encarnaban el máximo saber de la época querían conocer a Jesús porque solo él puede dar plenitud a la sabiduría.

Desde este punto de vista se podría elucubrar que en su respuesta Jesús  está indicando a los griegos que la auténtica sabiduría consiste en contemplar al Hijo del hombre glorificado a la diestra del Padre. Pablo escribe: “los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necesidad para los gentiles; pero para los llamados – judíos o griegos -  un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor. 1, 22 – 24). Muy probablemente esta era la enseñanza de Juan al organizar así su evangelio, yo pienso que Jesús acogió a los griegos y los invitó a escuchar su palabra.

2 – “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. 

 - Querido amigo mío – dijo el Maestro dirigiéndose al discípulo – esta enseñanza está clara; el ejemplo muy adecuado, pero ¡qué difícil es su aplicación! ¿por qué no poder disfrutar yo mismo del fruto de mis sufrimientos? ¿ por qué no resucitar yo de mi pasión y muerte?  Pero haciendo eco de las palabras de Jesús en Getsemaní debo decir: “ no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt. 26, 39).  Reclamo, no obstante, mi derecho al pataleo y digo: “Si tengo que morir para poder dar fruto, vale  siempre que recojas tu la cosecha”

 Discípulo y Maestro se miraron y los dos quedaron en silencio. Bien sabían a que se refería el ermitaño.

 

 

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