jueves, 5 de marzo de 2015

La puerta de las ovejas.


Tercer Domingo de Cuaresma B


Evangelio según san Juan 2, 13 - 25
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

— Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

— ¿Qué signos nos muestras para obrar así?

Jesús contestó:

— Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Los judíos replicaron:

— Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que habla dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacia; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

 El tiempo estaba despejado pero hacía un fresquillo respetable. No obstante el discípulo estaba sudando. Había subido hasta la cueva del ermitaño a paso ligero y había entrado en calor.

- Buenos días, Maestro. Hoy los sacerdotes van a tener crudo el explicar el evangelio.

 - Nos dé Dios, amigo mío. ¿Por qué dices lo de los sacerdotes?

 - ¿Cómo van a explicar la ira que desencadena la violencia de Jesús contra los mercaderes del templo? Difícil lo van a tener.

 - Pues, sí, creo que tienes razón, les va a resultar difícil.

 - ¿Pero de verdad habían transformado el templo en un mercado?

 - Eso dice el Evangelio, pero probablemente hay que matizar mucho. El templo que conoció Jesús – conocido por el segundo templo, aunque de hecho fuera ya el tercero - tenía varias partes: desde fuera hacia dentro encontramos una gran plaza porticada, mandada construir por el rey Herodes, donde se reunían los judíos, paseaban los sacerdotes y, según parecen maquinaban sus fechorías. Dentro de esta gran plaza estaba el templo propiamente dicho con varias dependencias: en primer lugar el patio de las mujeres; a continuación el patio de Israel, donde se reunían los hombres y se ofrecían los sacrificios, y dentro de este patio estaba el Sancta Sanctorum , o lugar dónde habitaba el Altísimo y donde entraba un sacerdote a ofrecer incienso tan solo una vez al año.

 En el entorno de Jerusalén había muy poco ganado ya que esta ciudad se encuentra situada en pleno desierto de Judea. La parte fértil de Israel era Galilea, regada por las aguas  del río Jordán y del lago de Tiberíades  y caliente por su situación geográfica bajo el nivel de mar. Tanto entonces como hoy era una zona rica en agricultura y ganadería.

 Cuando se acercaba la Pascua, los pastores de Galilea aprovechando el poco pasto que la primavera ofrecía en medio de la aridez del desierto conducían sus rebaños a Jerusalén para venderlos a los fieles que desde el país y de la diáspora se acercaban al templo a ofrecer sus sacrificios. Tenían un lugar propio, o mercado, detrás del templo, donde estaba la piscina de Betesda. De hecho todavía hoy la puerta que da acceso a este lugar, recibe, entre otros, el nombre de puerta de las ovejas. Pero o bien porque el espacio se quedaba pequeño, o bien porque cada cual quería estar mejor situado,  se fueron acercando al templo y, previo soborno a los mandamases del lugar fueron ocupando paulatinamente la mencionada plaza porticada. Es más, conociendo la agresividad en el arte de vender de aquellas civilizaciones no me extraña que algún espabilado condujera animales hasta el mismo patio de Israel – espacio sagrado donde se efectuaban los sacrificios -  para ofrecer  allí mismo su mercancía. Cierto que este barullo impedía el sosiego necesario para la reflexión, la enseñanza y la oración propias del lugar.

 Esto fue lo que irritó a Jesús. No le parecía mal que los mercaderes cumplieran con sus oficios, todos ellos necesarios para el servicio a los peregrinos y el funcionamiento del templo, sino que  fuera todo un popurrí, sin diferenciar lo sacro y lo profano, lo comercial y lo religioso.

 - Pero, Maestro, que llegue hasta la violencia?

 - Lo de la violencia no está tan claro. Es cierto que “hizo un azote de cordeles, y los echó a todos del templo, ovejas y bueyes” pero no dice que les pegara. También los obispos de hoy llevan un bastón, o báculo, para guiar a su rebaño, y no me consta que peguen con él – literalmente hablando - a sus corderos. Yo tengo otra interpretación.

 - ¿Cuál, Maestro?

 - Ciertos comportamientos hacen que el hombre pierda su dignidad. Al transformar el templo en un mercado, los mercaderes habían profanado el lugar sagrado y pisoteado su propia dimensión espiritual, por lo que Jesús los tiró a todos, venderos y animales, como si de un solo rebaño se tratara.

 - ¿Te puedo confiar un secreto?

 - ¡Adelante!

 - Esta es una de las imágenes de Jesús que más me gusta. La imagen de un Jesús tierno y amable con los niños y los pecadores, amigo de sus amigos, y siempre preocupado por los problemas de los demás se complementa con ésta: enérgica, rápida y expeditiva. Hay que ser prudentes, pero no pusilánimes, se puede ser dialogantes, pero también resolutivos.

 Hubo un corto silencio.

 - ¿Algo más que subrayar del evangelio de hoy, porque yo tengo dos preguntas?

 - ¿Cuáles?

 - Ahí va la primera: ¿por qué Jesús contesta a los judíos que le piden explicaciones que destruyan ese templo y él lo reconstruiría en tres días, cuando era obvio que no entenderían nada?

- Es una táctica que usan mucho todavía hoy los políticos: hablaba para los suyos. A Jesús le interesaba ya muy poco los judíos que lo interpelaban, pero estaba preocupado por sus discípulos.  Sabía lo que se le venía encima; sabía que sería muy duro y temía por la capacidad de aguante de los suyos. Como hemos visto el domingo pasado les estaba preparando para los hechos: “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, y resucitar a los tres días” (Mc. 8, 31), pero no tuvo mucho éxito, “Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo (Mc. 8, 32). Después se transfigura ante ellos en el Tabor para que percibieran su otra dimensión, la divina, y lo único que se ocurre es decir: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!”(Mc. 9, 5).  Eran duros de cerviz y con ellos Jesús llevaba las de perder. Tenía que echar balones fuera para que los recogieran aunque fuera "a  posteriori" . Por eso el evangelista escribe: “Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuándo resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús”. ¡Menos mal, más vale tarde que nunca!

 - ¿Por qué – y es la segunda pregunta – no se confiaba con los que creyeron en su nombre? Leo el texto: “Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos … “

 - Cada vez haces preguntas más difíciles, pero te daré mi opinión. Probablemente porque Jesús se percataba de que no se trataba de adhesiones de corazón sino interesadas, es decir, estos tales al ver los signos que hacía, entendieron que les convenía estar a su lado. La adhesión a Jesús o es total o no es adhesión. Es adhesión a su resurrección y gloria, pero es también adhesión a su pasión y muerte.  “¿Sois capaces de beber el cáliz  que yo he de beber” (Mt. 20, 22).

 Después de un largo silencio empezaron el rezo de laudes.

 

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