martes, 26 de mayo de 2015

TRES en UNO



Solemnidad de la Santísima Trinidad  B

Evangelio según san Mateo, 28, 16 - 20.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
    Se me ha dado pleno poder en el ciclo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, basta el fin del mundo.

Cuando llega el verano el ermitaño se levanta todavía más pronto. Con frecuencia, sobre todo los domingos y festivos, después del rezo del Oficio de Lecturas que suele hacer a la luz de la vela alrededor de las tres de la mañana, ya no vuelve a su catre, dedicando ese tiempo a la meditación, al rezo del rosario y cuando hay buena luz lunar se da algún paseíto por la zona de su cueva.
 
Aquella mañana había hecho el propósito de recibir – y perdonen la expresión un tanto exagerada – a puerta gayola a su discípulo.
 
Efectivamente al romper el día llegó sudoroso y jadeante el discípulo después de la larga caminata desde su casa hasta la casita del Maestro.
 
- Buenos días, amigo mío, dijo el Maestro, el es el día de Santísima Trinidad.
 
- Buenos días, Maestro, dijo y agachó la cabeza.
 
El quería al Maestro más que a si mismo y lo respetaba sobremanera. Sentía por él una especial devoción mezclada con un cierto temor, por lo era muy sensible a cualquier  reproche o corrección. Es más, escuchaba con mucha atención sus palabras y con frecuencia descubría, leyendo entre líneas, alguna intencionalidad  en las frases y actitudes del Maestro, y hay que reconocer que casi siempre acertaba, porque el ermitaño tenía un cierto grado de cinismo conjugado con un poco de socarronería que el joven no acababa de captar. Por eso se estaba preguntando por qué el Maestro lo estaba esperando, brazos en jarra al borde del recinto, por qué lo había saludado mientras él resollaba a causa del esfuerzo realizado, por qué le indicó a bocajarro que era el domingo de la Santísima Trinidad, cuando nunca antes se había comportado así. Sabía muy bien que era el domingo de la Santísima Trinidad; tenía la costumbre de leer el día anterior el evangelio del día y lo iba digiriendo a lo largo del camino y después lo enriquecía con las enseñanzas del Maestro.
 
- Buenos días, amigo mío, repitió el Maestro en un tono mas conciliador, anda vete al río a refrescarte un poco y a quitarte el sudor pero no se te ocurra bañarte como el otro día, que las aguas de la montaña bajan muy frías todavía y, si te descuidas, coges una pulmonía.
 
El discípulo fue al río a lavarse y el Maestro, como en alguna otra ocasión, fue a calentar un tazón de leche. En esta época del año las cabras eran muy generosas y el Maestro podía y se alegraba de compartir un poco de leche.
 
Estabilizada la situación, relajado el discípulo y me atrevo a decir que “humanizado” el Maestro, le dice el joven:
 
- Maestro, sé lo que significa Trinidad, tres personas y un solo Dios y lo creo firmemente, y así lo manifiesto cuando, recitando el Credo proclamo mi fe: Creo en Dios Padre Todopoderoso, … creo en su Hijo Único, Jesucristo, … creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida”. Creo, sí,  pero no lo entiendo.
 
- Y yo tampoco, dijo el Maestro.
 
El joven lo miró con estupor y curiosidad a la vez, pero no dijo nada y el Maestro continuó:
 
- Ante todo quiero aclararte que normalmente suele mencionarse este dogma como Misterio de la Santísima Trinidad. Eso significa que la Santísima Trinidad es, ante todo un Misterio, y siguiendo los dictados de la Real Academia de la Lengua Española se trata de cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe”. Es cierto, como te he dicho en otras ocasiones, que los teólogos deben profundizar estos temas para acercarlos lo más posible a la inteligencia humana, pero también es cierto que los misterios son como arenas movedizas que deben pisarse con mucho cuidado porque pueden abismarte, y de hecho a lo largo de la historia muchos han sido engullidos en el abismo arrastrando consigo a comunidades y a naciones  enteras. Ha sido el dogma de la Trinidad uno de los que más cismas, rupturas,  ha creado en la Iglesia; y tan solo por intentar definir lo que en si es misterio, es decir, indefinible. Algún día te contaré algunas anécdotas, como la de San Agustín o la del “filioque”.
 
- Cuéntamelas ahora, Maestro.
 
- Vale, te contaré la de San Agustín que es muy conocida, y dejaré para otra ocasión, quizá para el próximo año el tema del “filioque” que es mucho más teológico, que es lo mismo que decir “muy enrevesado”.
 
Cuenta la historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa, pensando en el misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar. El niño corría hasta la orilla, llenaba la concha con agua y la depositaba en el hoyo que había hecho en la arena; esto una y otra vez Al ver aquello, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el agujero que con sus manitas había hecho en la arena. Al escucharlo, Agustín, con una sonrisa en los labios  dijo al niño que eso era imposible, jamás podría encerrar en un pequeño hoyo toda la inmensidad del mar y de los océanos. El niño se incorporó fijó su mirada en los ojos de Agustín y le dijo: “puede que esto sea imposible pero más imposible todavía será encerrar en tu inteligencia humana la magnitud y la inmensidad del Misterio de la Trinidad”. El niño desapareció y Agustín aprendió la lección.
 
- Si, Maestro, pero todo esto me parece muy árido
 
- Si quieres te doy mi propia explicación, pero sólo si me prometes comprender que es simplemente un acercamiento al “Misterio”, que en ningún momento pretendo competir con los sesudos teólogos, y mucho menos definir o dogmatizar.
 
- Prometido.
 
- Pues yo veo un Único Dios que se va manifestando a los hombres según tiempos, necesidades y circunstancias.
 
En su despertar el hombre era un salvaje más, y Dios se manifiesta como el Todopoderoso, que gobierna todas las cosas del universo y al hombre mismo, el cual al descubrir su propia superioridad con respeto a lo que le rodea pretende ser el patrón absoluto de todo cuanto existe. Dios lo sitúa en su lugar e imparte justicia.
 
Con el paso del tiempo el hombre se va civilizando y Dios pretende “dialogar” con él y se hace presente a través de signos: fuego, terremotos, vendavales, brisas, arcoíris, y otros muchos; a través de acontecimientos: diluvio universal, batallas ganadas milagrosamente, batallas perdidas ignominiosamente, maná en el desierto, agua que brota de una roca y las mil cosas acaecidas durante el éxodo; a través de personajes, los patriarcas, los jueces y, sobre todo, los profetas.

Todo esto resulta, y perdóname la expresión, un fracaso a medias. La mayor parte de su pueblo sigue duro de cerviz y no acata la autoridad de Dios. Y utilizando siempre un lenguaje humano, Dios decide bajar todos los peldaños y colocarse a la altura del hombre para hablar con él de tú a tú mirándole a los ojos. Con ello consigue por un lado vivir toda experiencia humana: llanto dolor, alegría, tristeza, amistad, intriga, traición, etc. y por  otro, desde esta experiencia y con la fuerza de Dios aportar al hombre la liberación y la salvación.  Por supuesto esta manifestación de Dios se realiza en Jesucristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. ¿Me permites un inciso?
 
- Adelante, Maestro.
 
- ¡Ojalá la Iglesia/Jerarquía - la Iglesia/Pueblo de Dios con frecuencia lo hace – bajara todos los peldaños que todavía la separan de los hombres, se pusiera a su altura, le mirara a los ojos, escuchara sus quejas, sus lamentos, e intentara salvarlos desde ahí como hizo Jesús de Nazaret, sin miedo a contaminarse con sus pecados, sus enfermedades o sus ignorancias, prescindiendo de tantos documentos, sermones, palabras altisonantes, etc.
 
Y llegada la plenitud de los tiempos, Jesús reconoce nuestra mayoría de edad y se vuelve al seno del Padre dejando en nuestras manos la misión de seguir salvando a la humanidad. Pero sabe que es una tarea harto difícil, que sobrepasa en mucho nuestras fuerzas y capacidades, por eso nos promete: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”.  Y así el Espíritu de Dios respetando nuestra autonomía y libertad de una manera discreta pero eficaz, silenciosa pero fuertemente perceptible, nos anima a llevar a término nuestra misión.
 
Así contemplo yo al Único Dios que se va manifestando a los hombres según los tiempos, circunstancias y necesidades.
 
Hubo como de costumbre un largo silencio. Después inicia el ermitaño:
 
- En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
 
- Amén.
 
- Dios mío, ven en mi auxilio.
 
- Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén


 

 

 

jueves, 21 de mayo de 2015

PENTECOSTÉS


Solemnidad de Pentecostés  B

Evangelio según san Juan 20, 19 - 23.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
— Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
 

- Buenos días, Maestro, Hoy es Pentecostés.
 
- Buenos días amigo mío. Gracias por la información, pero ya lo sabía.
 
El discípulo calló y agachó la cabeza; era evidente que la respuesta del Maestro le había herido. A su vez el ermitaño se dio cuenta que había sido demasiado cínico con su joven amigo. Era cierto que el chico era un tanto impulsivo, pero tenía mérito que cada domingo y algunos días más, hiciera el tiempo que hiciera, subiera de madrugada a la montaña  para compartir unas horas con el Maestro, escuchar su palabra y rezar juntos laudes. El Maestro decidió romper el hielo y tender la mano a su discípulo.
 
- Bueno, pues háblame tú de Pentecostés.
 
- No, Maestro, yo solo tengo alguna pregunta.
 
- Pues, adelante con la pregunta.
 
- ¿Es Pentecostés el acontecimiento de mayor calado del Nuevo Testamento?
 
- Es una pregunta de difícil contestación. Los acontecimientos del Nuevo Testamento son hechos concadenados. Así la Pascua de Resurrección – de la que hablaré después - no existiría si no hubiera acontecido la Navidad y esta si no hubiera precedido la Encarnación.
 
De todas maneras y sin lugar a dudas el acontecimiento cumbre de la Historia de la Salvación que marca un antes y un después es la Resurrección de Cristo en la mañana de la Pascua. Es el inicio del Nuevo Tiempo. Ahora bien, ese acontecimiento hubiera quedado en la memoria de unos cuantos, que lo hubieran transmitido a sus hijos y nietos y con el tiempo hubiera degenerado en una leyenda y en uno más de los tantos mitos que pululan la historia.
 
Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, narrada en las lecturas de la liturgia de hoy, es el motor de propulsión que lanza el espíritu del cenáculo a los cinco continentes y hace que la experiencia del Resucitado vivida por un pequeño grupo de testigos sea percibida por toda la humanidad. Desde esta óptica Pentecostés marca la vocación misionera de la Iglesia.
 
Cuando llega esta solemnidad mis pensamientos suelen ir por otros derroteros un tanto tangenciales y me formulo una pregunta: ¿por qué o para qué estaba María, la Madre de Jesús en el Cenáculo el día de Pentecostés?
 
- ¿Es seguro, Maestro, que la Virgen María estuviera presente?
 
- Pues me atrevo a decir que sí. En el libro de los Hechos, 1, 14 se lee: “Todos ellos (los Apóstoles) perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y sus hermanos”; y un poco más adelante, al inicio del capítulo 2, cuando narra la venida del Espíritu Santo se lee: “Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar…”. ¿Quiénes eran esos “todos” que estaban juntos?  Evidentemente los mismos que perseveraban unánimes  en la oración. Entonces reformulo la pregunta: ¿por qué o para qué estaba María en el Cenáculo el día de Pentecostés?  Y me planteo algunas hipótesis:
 
1ª - porque, como los demás, estaba asustada, temblando de miedo y, como los demás, escondida de la ira de los judíos.

No me convence, y contesto con dos preguntas: ¿puede sentir miedo la mujer que en el momento más duro de la pasión y desafiando a los poderosos permanecía de pié junto a la cruz animando a su hijo? ¿puede tener miedo a perder su vida la mujer a la que acaban de arrebatar y de manera tan atroz el único motivo de su existencia: su único hijo?;
 
2ª - porque, como los demás, necesitaba la fuerza del Espíritu Santo para llevar a término su misión.

No me convence. Ella, antes que nadie había recibido la plenitud del Espíritu en el momento de la Encarnación: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1, 35).  No creo que necesitaba un Pentecostés la mujer que elegida por el Altísimo, y por la acción del Espíritu había ofrecido su humanidad para que Dios se hiciese Hombre.
 
¿Entonces?
 
Pues porque aquellos hombres, aparentemente muy fuertes y valientes, pero en realidad  débiles y cobardes necesitaban la presencia serena y alentadora de un corazón de mujer y de madre. La Iglesia tardó casi veinte siglos en proclamar a María Madre de la Iglesia (fue en el Concilio Vaticano II el día 21 de Noviembre de 1964), pero ella actuó como tal desde el principio. De los labios de Jesús, clavado en la cruz, escuchó aquellas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y como si del mas valioso testamento se tratara lo puso inmediatamente en práctica. Allí estaba ella en el cenáculo, como Madre, para infundir en los corazones de los apóstoles y demás presentes, la fe, la serenidad y la confianza necesarias para seguir esperando acontecimientos importantes, cuando tenían la sensación de que todo había acabado.
 
Después de un largo silencio armonizado como siempre por el alegre cantar de los pájaros, intervino el discípulo:
 
- Maestro, ¿rezamos laudes?
 
- Si, amigo mío, pero, si te parece, antes recitemos muy lentamente la “Sequentia” propia de esta solemnidad.
 

martes, 12 de mayo de 2015

SUBIÓ A LOS CIELOS


Solemnidad de la Ascensión del Señor  B

 
Evangelio según san Marcos 16, 15 - 20.
 


 
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:
— Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
 

- Maestro, ya estamos terminando.
 
- Buenos días, amigo mío, ¿qué es lo que estamos terminando.
 
El Maestro, no acababa de habituarse a aquella manera un tanto impetuosa de presentarse del discípulo. Él, el hombre de la montaña, ermitaño, habituado al silencio, y a una vida de pausada reflexión, no sintonizaba totalmente con la fogosidad del joven, sobre todo cuando llegaba al romper el alba después de poco más o menos una hora de camino siempre a paso ligero y a pensamiento veloz.
 
-¡Ah!, Buenos días, Maestro, decía que al ser hoy la solemnidad de la Ascensión ya estamos terminando el tiempo pascual.
 
- Digamos que estamos “casi” terminando, porque nos queda todavía una semana. El tiempo pascual termina, o mejor, culmina en la Solemnidad de Pentecostés que celebraremos el próximo domingo.
 
Por desgracia para adaptar las fiestas litúrgicas al calendario laborable de las autoridades civiles, en la mayor parte de los países de cultura cristiana se ha perdido el ritmo del esquema evangélico. Antes había un proverbio que decía:
 
Tres jueves tiene el año
que brillan más que el sol:
Jueves Santo, Corpus Christi
y el día de la Ascensión.
 
Actualmente, en muchos lugares el Corpus y la Ascensión han sido trasladados al domingo siguiente del jueves que le tocaría.
 
- ¿Por qué el jueves?
 
- Aunque los números en la Biblia no siempre son matemáticamente exactos, y el momento histórico – y hasta el lugar - de la Ascensión es harto discutible, la tradición cogió como punto de referencia los Hechos de los Apóstoles cuando dice: “se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios” (Hec. 1,  3). Partiendo de este principio y contando desde el domingo de Pascua los cuarentas días se cumplieron el jueves pasado, que sería el día natural de la Ascensión.
 
- ¿Por qué llamamos Ascensión? ¿es que verdaderamente subió a los cielos?
 
- ¡En qué jardines te metes! Antes de exponer este tema quisiera decir que el Nuevo Testamento, por lo menos en la versión de la Vulgata, no habla exactamente de “subir a los cielos”, pero anda cerca:
 
* Marcos, en el evangelio que proclamamos hoy dice: “assumptus est in caelum” cuya traducción más literal sería: "fue recibido en el cielo”. La versión de la Conferencia Episcopal Española traduce como “fue llevado al cielo”.
 
* Lucas en su evangelio dice: “dum benediceret illis, recessit al eis, et ferebatur in caelum” (Lc. 24, 51) que se podría traducir como “mientras los bendecía, se separó de ellos, y era llevado al cielo”. La traducción de la CEE dice: “… mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado hacia el cielo”. Personalmente no comprendo el por qué del  término  “hacia”.
 
* Lucas en los Hechos de los Apóstoles lo narra de la siguiente manera: “Et cum haec dixisset , videntibus illis, elevatus est; et nubes suscepit eum ab oculos eorum” ( Hch. 1, 9), que se podría traducir como: “Dicho esto, siendo visto por ellos, fue elevado, y una nube lo ocultó a sus ojos”. La versión de la CEE dice: “Dicho esto, a la vista de ellos, fue levantado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista”.
 
Ninguna de los pasajes de la escritura dice literalmente “ascendit in caelum” (subió al cielo), aunque los Hechos de los  Apóstoles se le aproxima mucho al utilizar el término “fue elevado”, sobre todo si se tiene en cuenta que a continuación fue cubierto por una nube que, por supuesto, estaba en lo alto. De todas maneras desde el principio la Iglesia – y su liturgia – adoptó el término “subió al cielo”. El Credo de la Iglesia en sus dos versiones, la de los Apóstoles y la Niceoconstantinopolitana  coinciden en “ascendit in caelum”.
 
Y ahora paso a contestar a lo que creo que era tu pregunta: ¿está el infierno abajo – bajó a los infiernos – y el cielo arriba? ¿Abajo significa el centro de la tierra, o más allá, en las antípodas? Y si el cielo está arriba como lo encontrarán los habitantes del polo norte y los del polo sur, ya que los “arriba” de los unos y de los otros están diametralmente opuestos.
 
Este misterio de la “vuelta de Jesús al seno del Padre” está narrado según una cultura y un concepto de la cosmografía que no es el nuestro, pero que sigue teniendo todo el valor mistérico y hasta poético. No ricemos el rizo, utilicemos normalmente esta terminología, sin hacer de ello un dogma espacial. Hoy se podría usar otro lenguaje como “ vuelta al seno del Padre”, “paso a otra dimensión”, etc., pero sigo prefiriendo “ascendit in caelum”.
 
- Si, Maestro, comprendo lo que me dices, pero ¿qué mensaje nos ofrece esta fiesta? ¿quiere asegurarnos lo que decía San Pablo: “Por tanto si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él” (Rm. 6, 8)?

- Por supuesto, quiere decir que todos estamos llamados a una nueva vida allá arriba, en la otra dimensión, en el seno del Padre, o dónde sea, pero a mi esta marcha de Jesús me sugiere otra reflexión.
 
. ¿Cuál, Maestro?
 
- Fíjate; Jesús, con su Ascensión, reconoce nuestra mayoría de edad. Se había encarnado, hecho hombre y pasado toda su vida para fundar una obra, la Iglesia, con un solo objetivo: salvar la humanidad, y como sucede en todo ciclo vital, llegó el momento del relevo. Él amaba su obra, por ella había dado la Vida, pero llegada la hora, con enorme generosidad, nos dice: “Hijos míos, está cumplido, en vosotros confío, en vuestras manos dejo esta grande empresa, llevadla a término: id al mundo entero y proclamad  el Evangelio a toda la creación; ellos fueron a predicar por todas partes… “
 
¿Somos merecedores de tanta confianza?

 

 

 

jueves, 7 de mayo de 2015

A VOSOTROS OS LLAMO "AMIGOS"


Sexto Domingo de Pascua B

Evangelio según san Juan, 15, 9 - 17.
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.
 

 Hacía unos días que la primavera había pasado su propio ecuador, y la climatología le hacía honor; La temperatura era muy agradable. Como todas las mañanas de domingo el joven discípulo dirigió sus pasos hacia la montaña, donde vivía su admirable Maestro. Cuando llegó, como casi siempre, a paso ligero y un tanto sudoroso, quedó estupefacto y se paró en seco. El Maestro, su maestro, con una vara larga en las manos y en posición perpendicular  a su cuerpo caminaba muy lentamente sobre una cuerda atada en sus extremos a dos árboles.
 
Cuando llegó a la punta con un gesto bastante elegante bajó al suelo y al levantar la cabeza se encontró con su discípulo que, estático, con los ojos abiertos y totalmente lívido no se atrevía a articular palabra.
 
- ¿Qué te parece, amigo mío?  ¿Desconocías esta faceta de mis capacidades? De joven y por pura afición  he practicado el funambulismo, como San Juan Bosco, y algunos otros números circenses en fiestas familiares o parroquiales.
 
- Si, Maestro, se atrevió a decir el discípulo, pero ya no eras aquel joven, y aunque te mantienes bastante ágil, tu salud en general y tu vista en particular, no son las mismas que entonces, y además estás totalmente solo. ¿Has pensado que podría pasar si te caes? Lo mínimo sería unos cuantos huesos rotos, y de lo máximo no quiero ni hablar.
 
El Maestro se dio cuenta que su amigo, por primera vez en su vida, le estaba amonestando muy seriamente, y de momento se sintió incómodo, pero comprendió que el joven tenía razón y que probablemente había sido un tanto imprudente.
 
A su vez el discípulo terminada su diatriba se sentó en su poyo de siempre, agachó la cabeza y … lloraba.
 
El Maestro se acercó y suavemente le preguntó:
 
- ¿Que pasa? ¿por qué lloras?
 
- Perdona, Maestro, yo no soy quién para hablarte así, he estado muy incorrecto. Me he asustado mucho y he ultrapasado todos los limites. No volverá a suceder.
 
- Tranquilo, amigo mío. Tienes toda la razón, debo reconocer que ya no soy un niño y he perdido muchas facultades, pero, ¡he llegado hasta el final! Es necesario el equilibrio, si, es necesario el equilibrio, es necesario el equilibrio.
 
De nuevo el discípulo se sintió incómodo. El Maestro estaba raro: el funambulismo antes y ahora repitiendo una y otra vez: “es necesario el equilibrio” …. Entonces optó por seguirle la corriente y ver donde iba a parar.
 
- Si, Maestro, es necesario el equilibrio.
 
- Aunque no me entiendes, sencillamente porque no me he explicado, estoy refiriéndome al evangelio de hoy.
 
El joven estaba cada vez más perplejo, el Maestro o había leído otro paso evangelio, o se iba un poco la olla, o tenía alguna genialidad. Pensó que debería seguir una vez más la corriente.
 
- Si, Maestro, háblame del Evangelio de hoy. Me parece muy claro, no pienso que haga falta mucha hermenéutica para saber lo que quiere decirnos Jesús.
 
- Efectivamente y, como te decía el domingo pasado, Jesús es un auténtico catequista y expresa su doctrina de manera que pueda ser comprendida por todos. Este pasaje es la continuación y la culminación de lo que hemos leído el último domingo. Sin entrar en el tema trinitario, y la igualdad entre las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, aquí Jesús se presenta como el Gran Mediador entre el Padre y nosotros: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo …  Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Aunque en una primera lectura parezca que el Señor se pone así mismo como ejemplo, yo creo que pretende ir un poco más lejos: Él nos trasmite el Amor que a su vez ha recibido del Padre. Me voy a atrever a ampliar la parábola de la vid y los sarmientos (¡perdón! sólo como parábola, no como definición dogmática). Mi Padre es la tierra fecunda, bien abonada e irrigada, yo soy la vid, es decir la cepa, y vosotros los sarmientos, y solo la plena comunión – que podríamos identificar como la acción del Espíritu – entre los tres elementos podrá producir los buenos frutos.  La tierra fecunda, que es el inicio de toda fuerza, la cepa que a través de sus raíces acoge esos dones y los hace asimilables en la savia que  a su vez  ofrece a los sarmientos para que estos produzcan buenos frutos.
 
Pero hay una frase que me emociona sobremanera: “a vosotros os llamo amigos”. Con frecuencia vemos esto muy normal. ¡Como los apóstoles eran tan extraordinarios! era lógica esta amistad, pues, nada de nada. Es cierto que, siempre según Juan, ya no estaba Judas con ellos, pero a los demás también había que darles de comer aparte. Los evangelios han sido escrito mucho después de Pentecostés, y no pretenden hacernos un estudio de la historia y la personalidad de los apóstoles, pero aún así, y sin querer,  nos transmiten algunos rasgos personales, como por ejemplo lo que hoy llamaríamos “sed de poder: “Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: “ de qué discutíais por el camino?”. Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”” (Mc. 9, 33. 34); a veces hacen intervenir a la madre a ver si ella tiene más éxito: “entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó : “¿Qué deseas?”. Ella le contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”      ( Mt. 20, 20 – 21).  ¿Y que decir de Pedro, a quién había llamado varias veces a la atención y que en el mismo contexto de la pasión  sacó la espada y cortó la oreja de Malco (cfr. Jn, 18, 10 – 11) o ante la insistencia del personal de servicio del sacerdote Anás negó con juramento ser absolutamente extraño a Jesús y a su doctrina; y como éstas, otras muchas. Y es a estos, precisamente s estos hombres, buena gente, llenos de buena voluntad, pero también sujetos a los vaivenes de su humanidad a quienes dice: “a vosotros  os llamo amigos”.

Estas palabras de Jesús llenan de esperanza el corazón de este pobre ermitaño. Siento que me dice:
 
“también a ti, hombre de la montaña,
no obstante tus deslices, tristezas y melancolías,
tus distracciones e infidelidades,
tus pecados de ayer, de hoy y del mañana,
también a ti llamo ‘amigo’”.
 
Hubo un silencio, un largo silencio. El discípulo estaba pensando en las palabras del ermitaño, pero seguía intrigado. ¿Qué relación tenía todo esto con el equilibrio que tantas veces había mencionado el Maestro?. Esperó todavía un largo rato, no quería romper aquel silencio armonizado por la música de la naturaleza en la mañana de un día de primavera, pero al final se lanzó:
 
- Gracias, Maestro, la amistad de Jesús es la que anima nuestras vidas, sobre todo en las horas bajas, pero yo sigo dando vueltas a un asuntillo.
 
- ¿Cuál?
 
- Es que no encuentro ninguna relación entre lo que me has expuesto y el tema del equilibrio.
 
El Maestro inmerso en su reflexión sobre la amistad gratuita de Jesús había olvidado el incidente sucedido un poco antes y estaba ya muy lejos de aquel tema y arrepentido de la puesta en escena pero, era cierto, el joven tenía derecho a una explicación.
 
- Intentaré explicarme, aunque reconozco que en este momento es un tema menor. Siguiendo las dudas de domingos anteriores, me pregunto: “encarna la Iglesia Institución esa amistad de Jesús hacia los suyos?”. Acepto, por supuesto, la misión de la Iglesia de gobernar con todo lo que eso significa, pero en la lógica tensión entre el amor, la fraternidad y la misericordia y la necesidad, presunta o real, de defender la institución misma, de juzgar, de condenar y de usar el palo, la jerarquía – papa y obispos – se inclina desproporcionadamente hacia lo segundo.
 
- Sí, Maestro, es necesario el equilibrio.