jueves, 7 de mayo de 2015

A VOSOTROS OS LLAMO "AMIGOS"


Sexto Domingo de Pascua B

Evangelio según san Juan, 15, 9 - 17.
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.
 

 Hacía unos días que la primavera había pasado su propio ecuador, y la climatología le hacía honor; La temperatura era muy agradable. Como todas las mañanas de domingo el joven discípulo dirigió sus pasos hacia la montaña, donde vivía su admirable Maestro. Cuando llegó, como casi siempre, a paso ligero y un tanto sudoroso, quedó estupefacto y se paró en seco. El Maestro, su maestro, con una vara larga en las manos y en posición perpendicular  a su cuerpo caminaba muy lentamente sobre una cuerda atada en sus extremos a dos árboles.
 
Cuando llegó a la punta con un gesto bastante elegante bajó al suelo y al levantar la cabeza se encontró con su discípulo que, estático, con los ojos abiertos y totalmente lívido no se atrevía a articular palabra.
 
- ¿Qué te parece, amigo mío?  ¿Desconocías esta faceta de mis capacidades? De joven y por pura afición  he practicado el funambulismo, como San Juan Bosco, y algunos otros números circenses en fiestas familiares o parroquiales.
 
- Si, Maestro, se atrevió a decir el discípulo, pero ya no eras aquel joven, y aunque te mantienes bastante ágil, tu salud en general y tu vista en particular, no son las mismas que entonces, y además estás totalmente solo. ¿Has pensado que podría pasar si te caes? Lo mínimo sería unos cuantos huesos rotos, y de lo máximo no quiero ni hablar.
 
El Maestro se dio cuenta que su amigo, por primera vez en su vida, le estaba amonestando muy seriamente, y de momento se sintió incómodo, pero comprendió que el joven tenía razón y que probablemente había sido un tanto imprudente.
 
A su vez el discípulo terminada su diatriba se sentó en su poyo de siempre, agachó la cabeza y … lloraba.
 
El Maestro se acercó y suavemente le preguntó:
 
- ¿Que pasa? ¿por qué lloras?
 
- Perdona, Maestro, yo no soy quién para hablarte así, he estado muy incorrecto. Me he asustado mucho y he ultrapasado todos los limites. No volverá a suceder.
 
- Tranquilo, amigo mío. Tienes toda la razón, debo reconocer que ya no soy un niño y he perdido muchas facultades, pero, ¡he llegado hasta el final! Es necesario el equilibrio, si, es necesario el equilibrio, es necesario el equilibrio.
 
De nuevo el discípulo se sintió incómodo. El Maestro estaba raro: el funambulismo antes y ahora repitiendo una y otra vez: “es necesario el equilibrio” …. Entonces optó por seguirle la corriente y ver donde iba a parar.
 
- Si, Maestro, es necesario el equilibrio.
 
- Aunque no me entiendes, sencillamente porque no me he explicado, estoy refiriéndome al evangelio de hoy.
 
El joven estaba cada vez más perplejo, el Maestro o había leído otro paso evangelio, o se iba un poco la olla, o tenía alguna genialidad. Pensó que debería seguir una vez más la corriente.
 
- Si, Maestro, háblame del Evangelio de hoy. Me parece muy claro, no pienso que haga falta mucha hermenéutica para saber lo que quiere decirnos Jesús.
 
- Efectivamente y, como te decía el domingo pasado, Jesús es un auténtico catequista y expresa su doctrina de manera que pueda ser comprendida por todos. Este pasaje es la continuación y la culminación de lo que hemos leído el último domingo. Sin entrar en el tema trinitario, y la igualdad entre las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, aquí Jesús se presenta como el Gran Mediador entre el Padre y nosotros: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo …  Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Aunque en una primera lectura parezca que el Señor se pone así mismo como ejemplo, yo creo que pretende ir un poco más lejos: Él nos trasmite el Amor que a su vez ha recibido del Padre. Me voy a atrever a ampliar la parábola de la vid y los sarmientos (¡perdón! sólo como parábola, no como definición dogmática). Mi Padre es la tierra fecunda, bien abonada e irrigada, yo soy la vid, es decir la cepa, y vosotros los sarmientos, y solo la plena comunión – que podríamos identificar como la acción del Espíritu – entre los tres elementos podrá producir los buenos frutos.  La tierra fecunda, que es el inicio de toda fuerza, la cepa que a través de sus raíces acoge esos dones y los hace asimilables en la savia que  a su vez  ofrece a los sarmientos para que estos produzcan buenos frutos.
 
Pero hay una frase que me emociona sobremanera: “a vosotros os llamo amigos”. Con frecuencia vemos esto muy normal. ¡Como los apóstoles eran tan extraordinarios! era lógica esta amistad, pues, nada de nada. Es cierto que, siempre según Juan, ya no estaba Judas con ellos, pero a los demás también había que darles de comer aparte. Los evangelios han sido escrito mucho después de Pentecostés, y no pretenden hacernos un estudio de la historia y la personalidad de los apóstoles, pero aún así, y sin querer,  nos transmiten algunos rasgos personales, como por ejemplo lo que hoy llamaríamos “sed de poder: “Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: “ de qué discutíais por el camino?”. Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”” (Mc. 9, 33. 34); a veces hacen intervenir a la madre a ver si ella tiene más éxito: “entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó : “¿Qué deseas?”. Ella le contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”      ( Mt. 20, 20 – 21).  ¿Y que decir de Pedro, a quién había llamado varias veces a la atención y que en el mismo contexto de la pasión  sacó la espada y cortó la oreja de Malco (cfr. Jn, 18, 10 – 11) o ante la insistencia del personal de servicio del sacerdote Anás negó con juramento ser absolutamente extraño a Jesús y a su doctrina; y como éstas, otras muchas. Y es a estos, precisamente s estos hombres, buena gente, llenos de buena voluntad, pero también sujetos a los vaivenes de su humanidad a quienes dice: “a vosotros  os llamo amigos”.

Estas palabras de Jesús llenan de esperanza el corazón de este pobre ermitaño. Siento que me dice:
 
“también a ti, hombre de la montaña,
no obstante tus deslices, tristezas y melancolías,
tus distracciones e infidelidades,
tus pecados de ayer, de hoy y del mañana,
también a ti llamo ‘amigo’”.
 
Hubo un silencio, un largo silencio. El discípulo estaba pensando en las palabras del ermitaño, pero seguía intrigado. ¿Qué relación tenía todo esto con el equilibrio que tantas veces había mencionado el Maestro?. Esperó todavía un largo rato, no quería romper aquel silencio armonizado por la música de la naturaleza en la mañana de un día de primavera, pero al final se lanzó:
 
- Gracias, Maestro, la amistad de Jesús es la que anima nuestras vidas, sobre todo en las horas bajas, pero yo sigo dando vueltas a un asuntillo.
 
- ¿Cuál?
 
- Es que no encuentro ninguna relación entre lo que me has expuesto y el tema del equilibrio.
 
El Maestro inmerso en su reflexión sobre la amistad gratuita de Jesús había olvidado el incidente sucedido un poco antes y estaba ya muy lejos de aquel tema y arrepentido de la puesta en escena pero, era cierto, el joven tenía derecho a una explicación.
 
- Intentaré explicarme, aunque reconozco que en este momento es un tema menor. Siguiendo las dudas de domingos anteriores, me pregunto: “encarna la Iglesia Institución esa amistad de Jesús hacia los suyos?”. Acepto, por supuesto, la misión de la Iglesia de gobernar con todo lo que eso significa, pero en la lógica tensión entre el amor, la fraternidad y la misericordia y la necesidad, presunta o real, de defender la institución misma, de juzgar, de condenar y de usar el palo, la jerarquía – papa y obispos – se inclina desproporcionadamente hacia lo segundo.
 
- Sí, Maestro, es necesario el equilibrio.

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