martes, 26 de mayo de 2015

TRES en UNO



Solemnidad de la Santísima Trinidad  B

Evangelio según san Mateo, 28, 16 - 20.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
    Se me ha dado pleno poder en el ciclo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, basta el fin del mundo.

Cuando llega el verano el ermitaño se levanta todavía más pronto. Con frecuencia, sobre todo los domingos y festivos, después del rezo del Oficio de Lecturas que suele hacer a la luz de la vela alrededor de las tres de la mañana, ya no vuelve a su catre, dedicando ese tiempo a la meditación, al rezo del rosario y cuando hay buena luz lunar se da algún paseíto por la zona de su cueva.
 
Aquella mañana había hecho el propósito de recibir – y perdonen la expresión un tanto exagerada – a puerta gayola a su discípulo.
 
Efectivamente al romper el día llegó sudoroso y jadeante el discípulo después de la larga caminata desde su casa hasta la casita del Maestro.
 
- Buenos días, amigo mío, dijo el Maestro, el es el día de Santísima Trinidad.
 
- Buenos días, Maestro, dijo y agachó la cabeza.
 
El quería al Maestro más que a si mismo y lo respetaba sobremanera. Sentía por él una especial devoción mezclada con un cierto temor, por lo era muy sensible a cualquier  reproche o corrección. Es más, escuchaba con mucha atención sus palabras y con frecuencia descubría, leyendo entre líneas, alguna intencionalidad  en las frases y actitudes del Maestro, y hay que reconocer que casi siempre acertaba, porque el ermitaño tenía un cierto grado de cinismo conjugado con un poco de socarronería que el joven no acababa de captar. Por eso se estaba preguntando por qué el Maestro lo estaba esperando, brazos en jarra al borde del recinto, por qué lo había saludado mientras él resollaba a causa del esfuerzo realizado, por qué le indicó a bocajarro que era el domingo de la Santísima Trinidad, cuando nunca antes se había comportado así. Sabía muy bien que era el domingo de la Santísima Trinidad; tenía la costumbre de leer el día anterior el evangelio del día y lo iba digiriendo a lo largo del camino y después lo enriquecía con las enseñanzas del Maestro.
 
- Buenos días, amigo mío, repitió el Maestro en un tono mas conciliador, anda vete al río a refrescarte un poco y a quitarte el sudor pero no se te ocurra bañarte como el otro día, que las aguas de la montaña bajan muy frías todavía y, si te descuidas, coges una pulmonía.
 
El discípulo fue al río a lavarse y el Maestro, como en alguna otra ocasión, fue a calentar un tazón de leche. En esta época del año las cabras eran muy generosas y el Maestro podía y se alegraba de compartir un poco de leche.
 
Estabilizada la situación, relajado el discípulo y me atrevo a decir que “humanizado” el Maestro, le dice el joven:
 
- Maestro, sé lo que significa Trinidad, tres personas y un solo Dios y lo creo firmemente, y así lo manifiesto cuando, recitando el Credo proclamo mi fe: Creo en Dios Padre Todopoderoso, … creo en su Hijo Único, Jesucristo, … creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida”. Creo, sí,  pero no lo entiendo.
 
- Y yo tampoco, dijo el Maestro.
 
El joven lo miró con estupor y curiosidad a la vez, pero no dijo nada y el Maestro continuó:
 
- Ante todo quiero aclararte que normalmente suele mencionarse este dogma como Misterio de la Santísima Trinidad. Eso significa que la Santísima Trinidad es, ante todo un Misterio, y siguiendo los dictados de la Real Academia de la Lengua Española se trata de cosa inaccesible a la razón y que debe ser objeto de fe”. Es cierto, como te he dicho en otras ocasiones, que los teólogos deben profundizar estos temas para acercarlos lo más posible a la inteligencia humana, pero también es cierto que los misterios son como arenas movedizas que deben pisarse con mucho cuidado porque pueden abismarte, y de hecho a lo largo de la historia muchos han sido engullidos en el abismo arrastrando consigo a comunidades y a naciones  enteras. Ha sido el dogma de la Trinidad uno de los que más cismas, rupturas,  ha creado en la Iglesia; y tan solo por intentar definir lo que en si es misterio, es decir, indefinible. Algún día te contaré algunas anécdotas, como la de San Agustín o la del “filioque”.
 
- Cuéntamelas ahora, Maestro.
 
- Vale, te contaré la de San Agustín que es muy conocida, y dejaré para otra ocasión, quizá para el próximo año el tema del “filioque” que es mucho más teológico, que es lo mismo que decir “muy enrevesado”.
 
Cuenta la historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa, pensando en el misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar. El niño corría hasta la orilla, llenaba la concha con agua y la depositaba en el hoyo que había hecho en la arena; esto una y otra vez Al ver aquello, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo hacía, a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el agujero que con sus manitas había hecho en la arena. Al escucharlo, Agustín, con una sonrisa en los labios  dijo al niño que eso era imposible, jamás podría encerrar en un pequeño hoyo toda la inmensidad del mar y de los océanos. El niño se incorporó fijó su mirada en los ojos de Agustín y le dijo: “puede que esto sea imposible pero más imposible todavía será encerrar en tu inteligencia humana la magnitud y la inmensidad del Misterio de la Trinidad”. El niño desapareció y Agustín aprendió la lección.
 
- Si, Maestro, pero todo esto me parece muy árido
 
- Si quieres te doy mi propia explicación, pero sólo si me prometes comprender que es simplemente un acercamiento al “Misterio”, que en ningún momento pretendo competir con los sesudos teólogos, y mucho menos definir o dogmatizar.
 
- Prometido.
 
- Pues yo veo un Único Dios que se va manifestando a los hombres según tiempos, necesidades y circunstancias.
 
En su despertar el hombre era un salvaje más, y Dios se manifiesta como el Todopoderoso, que gobierna todas las cosas del universo y al hombre mismo, el cual al descubrir su propia superioridad con respeto a lo que le rodea pretende ser el patrón absoluto de todo cuanto existe. Dios lo sitúa en su lugar e imparte justicia.
 
Con el paso del tiempo el hombre se va civilizando y Dios pretende “dialogar” con él y se hace presente a través de signos: fuego, terremotos, vendavales, brisas, arcoíris, y otros muchos; a través de acontecimientos: diluvio universal, batallas ganadas milagrosamente, batallas perdidas ignominiosamente, maná en el desierto, agua que brota de una roca y las mil cosas acaecidas durante el éxodo; a través de personajes, los patriarcas, los jueces y, sobre todo, los profetas.

Todo esto resulta, y perdóname la expresión, un fracaso a medias. La mayor parte de su pueblo sigue duro de cerviz y no acata la autoridad de Dios. Y utilizando siempre un lenguaje humano, Dios decide bajar todos los peldaños y colocarse a la altura del hombre para hablar con él de tú a tú mirándole a los ojos. Con ello consigue por un lado vivir toda experiencia humana: llanto dolor, alegría, tristeza, amistad, intriga, traición, etc. y por  otro, desde esta experiencia y con la fuerza de Dios aportar al hombre la liberación y la salvación.  Por supuesto esta manifestación de Dios se realiza en Jesucristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. ¿Me permites un inciso?
 
- Adelante, Maestro.
 
- ¡Ojalá la Iglesia/Jerarquía - la Iglesia/Pueblo de Dios con frecuencia lo hace – bajara todos los peldaños que todavía la separan de los hombres, se pusiera a su altura, le mirara a los ojos, escuchara sus quejas, sus lamentos, e intentara salvarlos desde ahí como hizo Jesús de Nazaret, sin miedo a contaminarse con sus pecados, sus enfermedades o sus ignorancias, prescindiendo de tantos documentos, sermones, palabras altisonantes, etc.
 
Y llegada la plenitud de los tiempos, Jesús reconoce nuestra mayoría de edad y se vuelve al seno del Padre dejando en nuestras manos la misión de seguir salvando a la humanidad. Pero sabe que es una tarea harto difícil, que sobrepasa en mucho nuestras fuerzas y capacidades, por eso nos promete: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”.  Y así el Espíritu de Dios respetando nuestra autonomía y libertad de una manera discreta pero eficaz, silenciosa pero fuertemente perceptible, nos anima a llevar a término nuestra misión.
 
Así contemplo yo al Único Dios que se va manifestando a los hombres según los tiempos, circunstancias y necesidades.
 
Hubo como de costumbre un largo silencio. Después inicia el ermitaño:
 
- En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
 
- Amén.
 
- Dios mío, ven en mi auxilio.
 
- Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén


 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario