miércoles, 10 de junio de 2015

Lluvia suave.


Undécimo Domingo del tiempo ordinario  B

Evangelio según san Marcos, 4, 26 - 34.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
— El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.
Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también:
— ¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

- Buenos días, Maestro, ya se acabaron las fiestas, dijo el discípulo cuando llegó aquella mañana.
 
- Buenos días, amigo mío. Efectivamente se acabaron por una temporada, las grandes solemnidades litúrgicas. Son momentos muy fuertes, pero cansan.
 
- ¿Cansan, Maestro?
 
- Es un decir, pero me atrevo a  afirmarlo. Cuaresma, Pascua, tiempo Pascual, Pentecostés, Santísima Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón de Jesús, son todos platos fuertes, pero cuando ingieres muchos platos fuertes de manera tan continuada puedes coger un empacho de padre y muy señor mío. Ahora recuperamos el tiempo ordinario, tiempo de serenidad y de relax. No es que la liturgia de este tiempo esté vacía de contenido, todo lo contrario, es como esa lluvia suave que  cayendo incesantemente va calando y empapando la tierra, haciéndola rica y fértil.
 
- Maestro, por el camino venía pensando en el evangelio de hoy, y me pareció muy sencillo; no necesita grandes explicaciones.
 
Como el Maestro callara el joven continuó:
 
- Quiere decir que nuestra fuerza está en Dios, Él es quién toma la iniciativa y nos salva;  su fuerza es – para explicarlo de alguna manera -  explosiva; como ese diminuto grano de mostaza que se transforma por su fuerza intrínseca en un hermoso arbusto. ¿Es así?
 
- Es así, pero con algunos matices.
 
- Adelante, Maestro.
 
- Estas dos parábolas tanto en Marcos como en Mateo (Mt. 13, 31 – 32), se refieren no al individuo, sino a la comunidad, es decir al reino de los cielos. Solo tiene valor para el individuo en la medida en que este se adhiera libre y plenamente al plan de Dios. Es cierto que Dios toma la iniciativa y que la semilla va germinando y dará fruto sin la intervención del hombre, y si nos quedamos solo en el texto que se proclama en este domingo  disfrutaríamos de una gran quietud y tranquilidad: todo está en manos de Dios y ya se encargará Él de llevar la barca a puerto seguro. Te invito, no obstante, a leer estas parábolas en su contexto.
 
Mateo la hace preceder de otras parábolas, pero voy a subrayar fundamentalmente dos:

la parábola del sembrador (Mt. 13, 3 – 23) en la que resulta evidente, que sí, la semilla crece y se reproduce, pero solo una mínima parte, otra mucha y por múltiples circunstancias se pierde por el camino,  haciendo que resulten inútiles los esfuerzos aplicados, y la parábola de la cizaña (Mt. 13,  24 – 43) en la que se manifiesta que no siempre el crecimiento es tan quieto, ya que otras fuerzas interfieren para alterar los resultados.
 
Cuanto a Marco cuyo evangelio estamos proclamando este año también coloca esta parábola en el contexto de otras muchas, entre ellas la del sembrador (Mc. 4, 2 – 20).
 
Es segura la presencia de Jesús y su asistencia en medio de nosotros, y son múltiples las referencias evangélicas de las que solo citaré dos: “y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt. 28, 20), y “… edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará” (Mt. 16, 18); por lo que debemos confiar pues Dios lleva la iniciativa, pero al mismo tiempo nos invita a que participemos en su tarea – me atrevo a decir que nos necesita – para seguir sembrando, cuidando y mimando la sementera, de manera que la Palabra de fruto y este sea abundante. Concluyo con aquel refrán español: “a Dios rogando y con el mazo dando”.
 
- Maestro, tu crees que actualmente se está cuidando como se merecen los campos sembrados?
 
- ¡Uff!, pregunta difícil de contestar pero, y solo como impresión personal, te diré que tengo la sensación que en este momento de la historia, se están haciendo esfuerzos ímprobos para mimar a los que han crecido en campos cercanos, llámense anglicanos, lefebvrianos, etc., mientras se descuidan, se dejan morir o se expulsan a muchos que han nacido y crecido en nuestro propio jardín.

 

 

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