domingo, 11 de septiembre de 2016

ADMINISTRADORES, NO AMOS.


Vigésimo quinto Domingo del tiempo ordinario C

Evangelio según san Lucas, 16, 1 - 13.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.”
El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.”
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”
Este respondió: “Cien barriles de aceite.”
Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.”
Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”
Él contestó: “Cien fanegas de trigo.”
Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta.”
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

- Maestro, dijo el discípulo al llegar, no entiendo nada, o muy poco, del evangelio de hoy. 
- Me alegro que, por lo menos, entiendas un poco. Me preocuparía que lo entendieras todo, porque entonces tú serías el maestro y  yo el discípulo. Dejando de lado la chanza, hay que convenir que la parábola de hoy, tal como está formulada en su literalidad, no es aceptable, sobre todo en este momento histórico en que muchas países de nuestro entorno social adolecen de una grave enfermedad: la corrupción, es decir, la “práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas - organizaciones, -  en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”. (Diccionario de la Lengua de la Real Academia de la Lengua Española), y si me dices que lo de la parábola no es corrupción, porque no se trataba de dinero público sino privado, yo te diré que es, cuanto menos, un robo de cabo a rabo.
Para analizar esta parábola hay que acudir a los tópicos de siempre: es que estamos hablando de otra cultura muy lejana a la nuestra; las parábolas eran, en la mayoría de los casos, historias que realmente habían pasado y que los oyentes de Jesús conocían, etc. En este sentido te voy a leer una interpretación que anoté hace años que si bien me parece demasiado rebuscada, daría una explicación lógica a este texto, y, como dicen los italianos, “si non è vero, è ben trovato”, que se puede traducir como: “no será verdad, pero encaja bien”:
Era costumbre admitida en Palestina el que los administradores tuvieran alguna ganancia ‘extra', anotando en los recibos –como hoy hacen muchos jefes de compra o de venta en las empresas más cantidad de lo que de hecho prestaban. Como el interés estaba prohibido por la ley mosaica era una manera de sacar ganancia sobre el capital tanto para el dueño como para el que mediaba el negocio. Lo que hace el administrador en nuestro relato al bajar la suma de lo prestado a cifras más reales es tener, por fin, un acto de honestidad.
Lo que si resulta claro y aleccionador es la enseñanza o moraleja de Jesús: “Ciertamente los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.
Para terminar, amigo mío porque hoy quiero ser muy corto, te ofrezco una idea básica para interpretar las enseñanzas del evangelio de hoy:
* No somos dueños de lo que afirmamos ser nuestros bienes, somos tan sólo administradores, y como insiste la Doctrina Social de la Iglesia, tenemos que administrarlos no exclusivamente a favor propio, sino en beneficio de toda la colectividad. Esto, si bien tiene aplicación en todos y cada uno de los bienes particulares, por muy insignificantes que parezcan, - no olvidemos del vaso de agua dado con amor (Cfr. Mc. 9, 41) - tiene mayor relieve en las grandes fortunas y en lo grandes medios de producción que hacen muchas veces que unos cuantos – que generalmente son los que menos bregan – vivan y banqueteen opíparamente como el rico epulón y otros – con frecuencia los que más trabajan y hacen posible que esas riquezas se mantengan y que eses medios produzcan – queden absolutamente empobrecidos y, como Lázaro, acaben mendigando una miga de pan de las muchas que se tiran de la mesa del rico amo (cfr. Lc. 16, 19 – 32. Este texto lo proclamaremos el próximo domingo).
En definitiva, amigo mío, administremos honradamente el patrimonio que Dios ha puesto en nuestras manos, para que Lázaro nos haga los honores cuando lleguemos al seno de Abrahán.
Como hacían con cierta frecuencia, después del silencio de oración cantaron:                                                 
1. Cuando el pobre nada tiene y aún reparte,
cuando un hombre pasa sed y agua nos da,
cuando el débil a su hermano fortalece, ...
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR,
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR. 
2. Cuando un hombre sufre y logra su consuelo,
cuando espera y no se cansa de esperar,
cuando amamos, aunque el odio nos rodee, ...
3. Cuando crece la alegría y nos inunda,
cuando dicen nuestros labios la verdad,
cuando amamos el sentir de los sencillos, ...
4. Cuando abunda el bien y llena los hogares,
cuando un hombre donde hay guerra pone paz,
cuando hermano le llamamos al extraño, ...



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