Solemnidad
de Santa María, Madre de Dios A
Era
el día 1 de Enero Como todas las madrugadas el ermitaño rezó el oficio de
Lecturas. Al terminar quedó en silencio (¿con quién iba a hablar?). Era ya
día de Año nuevo.
Durante el invierno el fuego ardía siempre, con
mayor o menor intensidad, en el centro de la cueva, como si se tratara del
palacio de un patricio romano o del templo de la diosa Vesta en el foro
romano. Calentaba el ambiente de una manera regular; allí cocía el Maestro
sus verduras, hervía la leche (cuando la tenía), preparaba sus infusiones,
algunas de receta propia. Allí cocía sobre una plancha de hierro una especie
de pan al que él llamaba pomposamente tortas o gachas, y que no eran más una
pasta de harina, agua y un poco de sal, que extendía sobre dicha plancha de
hierro caliente. A alguno le haría pensar en el pan ácimo que come el pueblo
judío en la pascua. En el verano, cuando ya no necesitaba calefacción, la
lumbre la encendía solo para cocinar y lo hacía en un rincón, al fondo de la
cueva.
La fiesta de primer de año es muy polivalente, y reúne muchas celebraciones diferentes,
* Año Nuevo,
es decir el inicio del año civil, con un fuerte impacto sobre todo en el
campo administrativo, por aquello de los balances, presupuestos, impuestos,
etc.
* Para el Calendario Litúrgico: Santa María Madre de Dios. Primer dogma mariano promulgado por el
Concilio de Éfeso en Junio del año 431.
* Para la historia y para la devoción popular el día de la circuncisión, en que
pusieron al niño el nombre de Jesús o Emmanuel: “Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le
pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción” (Lc. 2, 21).
* Jornada
Mundial de la Paz. El Papa Pablo VI estableció esta Jornada en el mensaje
del día 8 de Diciembre de 1967, siendo la primera Jornada el 1 de Enero de
1968. En la memoria del ermitaño resuenan fuertemente las palabras del Papa
en aquel mensaje, leídas y releídas tantas veces en los albores de su
juventud cuando creía en la utopía de un mundo mejor: “La
proposición de dedicar a la Paz el primer día del año nuevo no intenta
calificarse como exclusivamente nuestra, religiosa, es decir católica;
querría encontrar la adhesión de todos los amigos de la Paz, como si fuese
iniciativa suya propia, y expresarse en formas diversas, correspondientes al
carácter particular de cuantos advierten cuán hermosa e importante es la
armonía de todas las voces en el mundo para la exaltación de este primer
bien, que es la Paz, en el múltiple concierto de la humanidad moderna.
La Iglesia
Católica, con intención de servicio y de ejemplo, quiere simplemente «lanzar
la idea», con la esperanza que alcance no sólo el más amplio asentimiento del
mundo civil, sino que tal idea encuentre en todas partes múltiples
promotores, hábiles y capaces de expresar en la «Jornada de la Paz», a
celebrarse al principio de cada nuevo año, aquel sincero y fuerte carácter de
humanidad consciente y redimida de sus tristes y funestos conflictos bélicos,
que sepa dar a la historia del mundo un desarrollo ordenado y civil más feliz”.
¡Qué lejos queda todo esto, no solo en el
tiempo sino en los objetivos! Hoy solo la Iglesia Católica sigue de alguna
manera recordando esta jornada.
El Maestro seguía pensando. Hoy no tenía que
configurar un discurso lógico y armado para comunicarlo al discípulo, por eso
su pensamiento corría un poco más libre y hasta anárquico.
Santa
María Madre de Dios, por supuesto que sí, pero el ermitaño se sentía
perezoso al leer y estudiar los
concilios ecuménicos de la Iglesia y los dogmas de ellos emanados. ¡Qué
términos difíciles de entender y más difícil todavía de explicar, hipóstasis,
ὁμοούσιον =
consubstancial, etc. El Maestro dejó que su pensamiento volara a la Éfeso
actual. Allí, perdidas en medio de un campo quedan las ruinas de la antigua
basílica de Santa María, donde tuvo lugar el concilio y donde se proclamó a
María como la Θεοτόκος
= Madre de Dios. ¡Solo unas ruinas para recordar un pasado
glorioso y trascendental para la historia de la teología cristiana en general
y católica en particular! A muy pocos metros el lugar donde Pablo trabajaba y
enseñaba a los fieles de esta Iglesia; al lado el puerto (hoy un campo
cultivado, ya que el mar se ha retirado más de 20 kilómetros, donde el
Apóstol se embarcó a toda prisa para Macedonia después del tumulto o rebelión
organizada por Demetrio y los demás
plateros de la ciudad. ¡Y todo esto, sin una señal, un recuerda que haga
memoria de todo lo acontecido!
Santa María, Madre de Dios. Si la
humanidad y la divinidad configuran una sola persona, Jesús, de una manera
que no se puede ni dividir, ni separar, es evidente que la que engendró esa
persona al ser reconocida como la Madre de Jesús, tiene todo derecho a ser
proclamada también Madre de Dios. Esto no significa que la Virgen sea el
principio o la creadora de Dios, sino la que le dio vida a “Jesús”. Mi madre, pensaba el Maestro, me engendró, me
parió y me crió, con todos mis defectos y mis virtudes y fue “mi madre”, la
madre de todo mi ser, aunque no el principio de mi ser, no me creó, sino que
me transmitió la vida. Los padres no crean, transmiten una vida, cuyos
orígenes se sitúa en el principio de los tiempos.
El Maestro se cansó con estos
pensamientos y se dijo: “Año Nuevo, Vida Nueva”. No es cierto. Quizás sea un
momento oportuno para aportar algunas correcciones a tu rumbo, ¿pero todo
nuevo?, ni hablar. La vida es como un largo, a veces muy largo sendero, con
curvas, altibajos, lugares escabrosos y algún que otro remanso, y todo esto
que tienes en tu “haber” te proyecta al futuro, pero empezar desde cero
¡imposible!
Iba el Maestro a meditar un poco
sobre la paz. Esa paz que llena la boca de los gobernantes y de los
políticos; esa paz que se trata en grandes reuniones siempre aparejadas a
buenos viajes y mejores comidas y cenas, esa paz que no aparece por ninguna
parte, y cuando aparece es tan imaginaria o frágil que se quiebra en seguida.
En estos pensamientos estaba el ermitaño cuando se dio cuenta de que un rayo
de sol se colaba por la rendija de la puerta. Decidió que seguiría meditando
sobre esto más tarde. Ahora tocaba salir a desentumecerse un poco, a saludar
a sus animales, al sol, al viento y a las montañas que lo rodeaban.
El ermitaño, en su soledad, con frecuencia recordaba poesías y canciones que había aprendido, de niño, en la escuela. Recordaba con especial cariño – o quizás nostalgia – aquellas competiciones literarias que el profesor de lengua y literatura organizaba todas las semanas en el día de sábado – entonces los sábados eran lectivos – y que en el mes de Mayo eran indefectiblemente los poemas marianos en los clásicos españoles. A él le había tocado Lope de Vega con aquel poema que seguía recitando a menudo como si fuera una oración.
Estaba María santa
contemplando las grandezas
de la que de Dios sería
Madre santa y Virgen bella.
El libro en la mano hermosa,
que escribieron los profetas,
cuanto dicen de la Virgen
¡Oh qué bien que lo contempla!
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.
Bajó del cielo un arcángel,
y haciéndole reverencia,
Dios te salve, le decía,
María, de gracia llena.
Admirada está la Virgen
cuando al Sí de su respuesta
tomó el Verbo carne humana,
y salió el sol de la estrella.
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.
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