domingo, 4 de diciembre de 2016

EL MAYOR DE LOS PROFETAS

Tercer Domingo de Adviento A

Evangelio según san Mateo, 11, 2 - 11.
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:
- ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?        
Jesús les respondió:
- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven, y los inválidos andan;
los leprosos quedan limpios,
y los sordos oyen;
los muertos resucitan,
y a los pobres se les anuncia el Evangelio.
¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
- ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
"Yo envío mi mensajero delante de ti,
para que prepare el camino ante ti."
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.


Estaba el ermitaño sentado y con un palo largo atizaba el fuego, moviendo las brasas para que prendiera bien la leña que había colocado; mientras hacía esto y esperaba la llegada del discípulo pensaba en las Navidades ya cercanas y como las había vivido en su niñez y adolescencia en su pueblo natal. Faltaba de todo, pero abundaba la alegría y el ingenio. La chiquillada, algunos domingos antes del 25 de Diciembre se lanzaba a la calle y con una pandereta, dos o tres botellas de anís – vacías, claro está – y en los mejores días una zambomba iban de puerta en puerta cantando villancicos, y siempre les  daban algo: unas monedas, unos trocitos de chocolate, unos frutos secos y, ya cercanos a la fiesta, algo de turrón y hasta fruta confitada. Al acabar la ronda  se iban a la era a merendar. La música debía de sonar a rayos, pero las meriendas sabían a gloria.
En estas estaba cuando oye la voz del discípulo que dice mientras entra : “¿se puede?”, y por supuesto sin esperar respuesta, como Roque por su casa, se dirige a la lumbre, saluda con una sonrisa de oreja a oreja al anacoreta, y se sienta en el  tronco que, desde siempre y durante el invierno, tiene preparado.
Con el rostro alegre y sonriente continúa:
- ¡Nos encontramos de nuevo en este domingo con Juan el Bautista!
- Sí, pero en esta ocasión en circunstancias bien distintas.  El domingo pasado lo hemos visto a orillas del Jordán, en plena actividad misionera y rezumando autoridad por los cuatro costados, y hoy lo encontramos encerrado en una mazmorra, en una situación física muy precaria que está dejando mella también en su estado de ánimo. Era consciente de su misión; de hecho había afirmado. “Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3, 11); y en otra ocasión afirmó: “Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar” (Jn. 3, 30), pero como dice el refrán: “una cosa es predicar y otra bien dar trigo”. Y Juan, prisionero, empieza a dudar; probablemente comienza  a perder aquello que hoy llamamos autoestima, y se hace preguntas: “¿Habré estado equivocado? ¿He sido, acaso, un visionario con alucinaciones?,  ¿Ha merecido la pena tanta entrega, tanto sacrificio, tanta dedicación? ¿He acertado al presentar a Jesús de Nazaret como el Mesías esperado?”. A la cárcel llegaban noticias, es posible que algunas filtradas y manipuladas, por lo que en su soledad y abatimiento las dudas lo corrroían cada vez más.
En una ocasión en que algunos de sus discípulos fueron a visitarle, - pienso que más por compasión que por devoción, al fin y al cabo era ya un árbol caído, lo que en nuestro lenguaje definiríamos como un cadáver – les pide que se acerquen a Jesús, que está ya en su apogeo, y le presenten sus dudas: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” ; pregunta que yo interpretaría de la siguiente manera: “Aquí en la cárcel me llegan noticias contradictorias, dicen que haces cosas raras y que las autoridades te la tienen jurada; dime, por favor, que no me he equivocado, que mi vida no ha sido un fracaso, que ha valido la pena”.
Y Jesús lo tranquiliza y no con bonitas palabras, con cantos de elogios, sino con el testimonio: ““Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”
Y después, si, vienen los elogios: “Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista”, elogios que muy probablemente nunca llegaron a los oídos de Juan.
- De acuerdo, Maestro, creo que ahora comprendo un poco mejor la situación del Bautista, y lo que sufrió en el ocaso de su ministerio y de su vida, pero dame algún punto práctico que pueda servir me de reflexión y de referencia para mi vida cotidiana.
- Vale, te voy a dar tres puntos:
1º -  Testimonio. En nuestra sociedad hay demasiadas palabras, pero poco ejemplo; buenos ejemplos, quiero decir. Jesús no se paró a razonar con los enviados de Juan, ni a darles muchas explicaciones; se limitó a decirles: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo” y a nosotros nos aconseja lo mismo: palabras, las precisas; pero, eso sí, que: ”brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 16).
2º - Confianza. A veces las circunstancias de la vida nos arrojan a un pozo hondo y sin salida. Todo lo vemos negro, desconfiamos de nosotros mismos y de los demás. Y añadimos sufrimiento al sufrimiento. Al dolor de la situación concreta – incomprensión, menosprecio, a veces inclusive desprecio acompañado casi siempre de calumnias, mentiras, comentarios y medias verdades , que suelen ser las mentiras más dañinas – no añadamos el dolor de la culpabilidad, de la autonegación, y de la pérdida de autoestima. Confiemos, porque después de la tormenta viene la bonanza, después del Calvario, viene el Tabor o Domingo de Gloria.
3º - Esperanza. San Pablo pone como ejemplo a Abrahán que: “apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”” (Rom. 4, 18). Ninguno de nuestros esfuerzos  resultará estéril, toda semilla que echemos a tierra fructificará, no sabemos cuándo, pero fructificará. Probablemente a ninguno de nosotros prometió el Señor ser padre de muchos pueblos, pero, sí, nos dijo: “El que dé de beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa” (Mt. 10, 42).
Con confianza y esperanza,  caminemos al encuentro del Señor; seamos testigos de su amor y de su ternura, así anunciaremos que Él viene para quedarse.
Recordando al Bautista encarcelado y exhausto, como si quisieran darle ánimos los los, Maestro y discípulo, cantaron a media voz:
Vamos a preparar el camino del señor,
vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.
vendrá el Señor con la aurora,
Él brillará en la mañana,
pregonará la verdad.
vendrá el Señor con su fuerza,
Él romperá las cadenas,
Él nos dará la libertad.
El estará a nuestro lado,
Él guiará nuestros pasos,
Él nos dará la salvación.
Nos limpiará del pecado, 
ya no seremos esclavos,
Él nos dará la libertad.
Visitará nuestras casas, 
nos llenará de esperanza,
Él nos dará la salvación.
Compartirá nuestros cantos,
todos seremos hermanos,
Él nos dará la libertad.
Caminará con nosotros, 
nunca estaremos ya solos,
Él nos dará la salvación.
Él cumplirá la promesa,
y llevará nuestras penas,
Él nos dará la libertad.



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