martes, 21 de febrero de 2017

Siempre confío en mi Dios.


Octavo Domingo del Tiempo Ordinario  A

Evangelio según san Mateo,  6, 24 - 34.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- Nadie puede estar al servicio de dos amos.  Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo.  No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?  Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido?  Fijaos como crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan.  Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos.  Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?  No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir.  Los gentiles se afanan por esas cosas.  Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura.  Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio.  A cada día le bastan sus disgustos.

Llovía aquella mañana.  Había llovido toda la noche y además hacía un viento de miedo que se metía por todas las rendijas de la cueva del ermitaño, haciendo que la humedad se colase hasta los huesos. El pastor que había pasado por allí con su rebaño informó al anacoreta que esos fenómenos atmosféricos a los que siempre se referían como borrasca, temporal o huracán ahora se llamaban ciclogénesis explosiva. El pastor sonreía y se preguntaba por qué los que saben se preocupan tanto en inventarse palabras nuevas en vez de trabajar en cosas más productivas y el ermitaño, a su vez, se preguntaba si “ciclogénesis” estaba ya en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
El Maestro, que mantenía el fuego a buen ritmo para calentar la cueva y agasajar así a su joven amigo, se encontraba preocupado; estaba muy oscuro todavía pero evidentemente era más tarde que de costumbre y el discípulo no había llegado. ¿Se habría perdido? Creía que no, pues el joven conocía aquellos andurriales mejor que la palma de sus manos, pero ¿habría sufrido algún percance?
Estaba en estos pensamientos cuando por en la entrada se asomó el joven.
- Buenos días, Maestro. Perdona que llegue tarde, los caminos están intransitables por el barro y por los árboles caídos; llegar hasta aquí supone una aventura.
El joven, aunque llevaba chubasquero y otras piezas impermeables, lo cierto es que estaba mojado y lleno de barro.
- ¡Ale! Acércate al fuego y tómate todo el tiempo que necesites para secarte y ponerte  cómodo.
El joven se despojó de las ropas impermeables y se acercó al fuego para calentarse; mientras el ermitaño, que en esta época del año no disponía de leche, le preparó una infusión de hierbas de la montaña a la que añadió una cucharada de miel.
- ¡Maestro, dijo el joven, esto hace resucitar a un muerto!
- Resucitar a un muerto, no, pero reanimar a un joven empapado de lluvia y transido de frío, sí.
- ¿Me enseñarás algún día tus recetas de alimentación y de medicinas naturales?
- Eso, eso, algún da, algún día, dijo el ermitaño indicando de esta manera que no le apetecía continuar con este tema.
Situados ya cada uno en su sitio, preguntó el discípulo:
- Maestro, ¿tener dinero, es malo?
- Tener dinero en sí no es malo, pero ser esclavo del dinero, sí, es malo. Te cuento una pequeña historia. Un día tenía yo una maceta con una bonita planta. Un buen día vi que surgían unas hierbas muy verdes, no me preocupé demasiado porque eran muy pequeñas y descuidé el asunto. Pasó el tiempo y un buen día me fijé en la maceta: a la planta se le había caído las hojas y parecía irremediablemente perdida, la hierba había crecido y parecía estar a gusto. Saqué la tierra de la maceta y quedé totalmente aturdido: dentro había un entramado de raíces de las malas hierbas que se habían comido todos los nutrientes y ahogado la planta primigenia. Pues así son las riquezas: si no las controlas, aunque no se exterioricen demasiado sus raíces se van apoderando de tu corazón, adueñándose totalmente de ti, haciendo que otros valores, el amor, la misericordia, los  buenos propósitos y las buenas intenciones que anteriormente anidaban en ese espacio se ahoguen totalmente, llegando a desaparecer. Cuando el hombre es rico, se cree autosuficiente, protegido y se olvida de Dios.
Ya en el Deuteronomio el Señor, que conoce el corazón del hombre, sabiendo que cuando el pueblo de Israel fuera rico le olvidaría, le previene: “Pero ten cuidado: no olvides al Señor, tu Dios, ni dejes de observar sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, que yo te prescribo hoy. Y cuando comas hasta saciarte, cuando construyas casas confortables y vivas en ellas, cuando se multipliquen tus vacas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todas tus riquezas, no te vuelvas arrogante, ni olvides al Señor, tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud” (Deut. 8, 11 - 14). Y como, a pesar de todo, el pueblo elegido dejó que su corazón se endureciera, los profetas recordaban con insistencia:
“Así dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto” (Jer. 17, 5 - 8).
En definitiva, amigo mío, para seguir el paso del Señor hay que ir muy ligeros de equipaje: “Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más; pero ni pan, ni alforjas, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto” (Mc.  6, 8 - 9). Lo nuestro es buscar el reino de Dios y su justicia y confiar – saber – que lo demás se nos dará por añadidura.
Como en otras ocasiones el discípulo entonó y los dos cantaron. El discípulo hacía los solos y los dos el coro:
(Coro)
Siempre confío en mi Dios,
siempre confío en mi Dios,
Él me conduce, no temo.
Me acompaña al caminar
(Solo)
Aunque sin luz camine yo en la noche,
aunque el temor me impida avanzar.
(Coro)
siempre confío en mi Dios,
siempre confío en mi Dios,
Él me conduce, no temo.
Me acompaña al caminar
(Solo)
Aunque perdido yo vaya por las calles,
sin encontrar amor y amistad,
(Coro)
siempre confío en mi Dios,
siempre confío en mi Dios,
Él me conduce, no temo.
Me acompaña al caminar
(Solo)
Aunque yo inquieto me mueva todo el día,
sin encontrar la paz del corazón,
(Coro)
siempre confío en mi Dios,
siempre confío en mi Dios,
Él me conduce, no temo.
Me acompaña al caminar
(Solo)
Aunque las fuerzas me falten en la vida,
y la ilusión se apague frente a mí,
(Coro)
siempre confío en mi Dios,
siempre confío en mi Dios,
Él me conduce, no temo.
Me acompaña al caminar
(Solo)
Aunque el camino se oculte en las tinieblas,
aunque no vea tu sombra avanzar,
(Coro)
siempre confío en mi Dios,
siempre confío en mi Dios,
Él me conduce, no temo.
Me acompaña al caminar.




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