lunes, 6 de febrero de 2017

La Ley, el Amor y la Misericordia.

Sexto Domingo del Tiempo Ordinario A

Evangelio según san Mateo, 5, 17 – 37.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado.  Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.  Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio".  Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo.  Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtasela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno.
 Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey.  Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.  A vosotros os basta decir "si" o "no".  Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

Como cada mañana de domingo al romper el alba llegó el discípulo corriendo – haciendo footing, decía él – a la cueva del ermitaño. Como cada mañana de invierno, llamó, entró y saludó al viejo ermitaño que, como de costumbre, estaba cuidando el fuego para que el joven pudiera calentarse. Después de los saludos de siempre y de unos momentos de silencio el joven se sentó en el lugar que tenía preparado junto al fuego y como también era ya su costumbre empezó:
- Seguimos, Maestro, con el Sermón de la Montaña.
- Y seguiremos durante tres domingos más. Permíteme, no obstante, un paréntesis: como dentro de poco empezaremos la cuaresma, y después vendrá el tiempo de Pascua, y Pentecostés, a continuación viene la fiesta de la Santísima Trinidad y en la mayoría de las naciones, por motivos civiles, la solemnidad del Corpus Christi se traslada al domingo, cuando allá para el mes de Junio volvamos al tiempo ordinario  habrán caído unos cuantos domingos. Todo esto para decirte que casi nunca se proclama en la liturgia dominical todo el Sermón de la Montaña. Los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo – el Sermón de la Montaña – constituyen el prólogo de todo su evangelio; Jesús presenta de manera sencilla y muy clara en qué va a consistir su predicación. “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley”. Para comprender estas palabras del Señor hay que situarlas en su contexto.
La Ley promulgada en el Sinaí era, sin lugar a dudas la más perfecta, la más humana -  algunos hoy dirían que la más progresista - de todas las que regían los pueblos de su entorno geográfico y cultural, pero con el tiempo estaba tan anquilosada y la habían  encorsetando de tal manera que ya no servía a los fines para los que había sido promulgada. Los expertos, doctores de la Ley, la interpretaban de una manera tan literal que con frecuencia rayaba el ridículo. Algunos ejemplos:
* “pero ¡ay de vosotros, fariseos! Pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda verdura, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios”  (Lc.11, 42);
* “En aquel tiempo, un sábado, iba Jesús por los sembrados; los discípulos sintieron hambre y empezaron a arrancar espigas y a comer” A las críticas de los fariseos, Jesús les explica el alcance de la Ley y termina diciendo: “Si comprendiereis lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios”, no condenaríais a los que tienen culpa” (cfr. Mt. 12, 1 – 8).
* Jesús realizó varias curaciones en sábado lo que indignaba enormemente a los judíos, pero no se amilana nunca dando siempre las explicaciones pertinentes, siendo de especial relieve la que ofrece cuando cura a una pobre mujer que camina absolutamente encorvada: “Hipócritas, cualquier de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar aunque sea en sábado? Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no habría que soltarla de su cadena en sábado? (Lc. 13, 15 – 16). Y lo mismo dice en Lc. 14, 5: “ Si a uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?”
Jesús no viene a cambiar la Ley, sino a darle el valor primigenio, y a colocarla en su justo lugar con el respeto y la reverencia que se merece. Marcos, en el suceso de las espigas que he mencionado antes, recoge unas palabras de Jesús que son muy reveladoras: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27).
Se suele presentar este texto del evangelio de hoy como las “antítesis”, y lo son desde el punto de vista formal pero creo que no lo son desde el punto de vista conceptual, pues Jesús no opone su doctrina a lo que dice la Ley, sino que le otorga una mayor amplitud, una gran flexibilidad y, sobre todo, una gran humanidad. No ha cambiado la Ley, sino su interpretación. Los judíos y muy especialmente los fariseos colocaban en el centro de su universo la Ley que dirigía y organizaba al pueblo y a los individuos, pero que  también con frecuencia los aplastaba y los anulaba, de manera muy especial a los más pobres y desfavorecidos que o bien desconocían o bien carecían de los medios para liberarse de los pesados fardos que cargaban sobre sus hombros; Jesús colocaba en el centro de su universo al hombre, a todos los hombres, de cuya naturaleza quiso participar y a los que amó hasta el extremo.
- ¿Me dejas resumir, Maestro?
- Si, claro. ¡Adelante!
- La Ley, y por extensión todas las leyes, deben ser instrumentos para que el hombre alcance una mayor plenitud, una mayor libertad y una mayor dignidad.
- Sí, añadiendo que con estos bagajes el hombre tiene el camino despejado para acercarse a Dios.
Hubo un largo silencio, más allá de lo normal. Al final intervino el ermitaño:
- ¡Eh, Estoy esperando! ¿No has elegido algún canto para cerrar el encuentro de hoy?
- Tengo uno – y te paso la letra – pero no sé si está muy relacionado con el tema de hoy, aunque creo que describe muy bien la vivencia de la nueva ley del amor, de la misericordia y del perdón.
- Me gusta. ¡Adelante!
Cristo nos da la libertad, Cristo nos da la salvación,
Cristo nos da la esperanza, Cristo nos da el amor.
Cuando luche por la paz y la verdad, la encontraré.
Cuando cargue con la cruz de los demás, me salvaré.
Dame señor tu palabra, oye Señor mi oración.
Cuando sepa perdonar de corazón, tendré perdón.
Cuando siga los caminos del amor, veré al Señor.
Dame Señor tu palabra, oye Señor mi oración.
Cuando siembre la alegría y la amistad, vendrá el amor.
Cuando viva en comunión con los demás, seré de Dios.
Dame Señor tu palabra, oye Señor mi oración.


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