Sexto Domingo del Tiempo Ordinario A
Como
cada mañana de domingo al romper el alba llegó el discípulo corriendo –
haciendo footing, decía él – a la cueva del ermitaño. Como cada mañana de
invierno, llamó, entró y saludó al viejo ermitaño que, como de costumbre,
estaba cuidando el fuego para que el joven pudiera calentarse. Después de los
saludos de siempre y de unos momentos de silencio el joven se sentó en el
lugar que tenía preparado junto al fuego y como también era ya su costumbre
empezó:
- Seguimos, Maestro, con el Sermón de la Montaña.
- Y seguiremos durante tres domingos más. Permíteme,
no obstante, un paréntesis: como dentro de poco empezaremos la cuaresma, y
después vendrá el tiempo de Pascua, y Pentecostés, a continuación viene la
fiesta de la Santísima Trinidad y en la mayoría de las naciones, por motivos
civiles, la solemnidad del Corpus Christi se traslada al domingo, cuando allá
para el mes de Junio volvamos al tiempo ordinario habrán caído unos cuantos domingos. Todo
esto para decirte que casi nunca se proclama en la liturgia dominical todo el
Sermón de la Montaña. Los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo – el Sermón de la
Montaña – constituyen el prólogo de todo su evangelio; Jesús presenta de
manera sencilla y muy clara en qué va a consistir su predicación. “No creáis que he venido a abolir la Ley y
los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que
antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última
letra o tilde de la Ley”. Para comprender estas palabras del Señor hay
que situarlas en su contexto.
La Ley promulgada en el Sinaí era, sin lugar a dudas
la más perfecta, la más humana -
algunos hoy dirían que la más progresista - de todas las que regían
los pueblos de su entorno geográfico y cultural, pero con el tiempo estaba
tan anquilosada y la habían
encorsetando de tal manera que ya no servía a los fines para los que
había sido promulgada. Los expertos, doctores de la Ley, la interpretaban de
una manera tan literal que con frecuencia rayaba el ridículo. Algunos
ejemplos:
* “pero ¡ay de
vosotros, fariseos! Pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda
verdura, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios” (Lc.11, 42);
* “En aquel
tiempo, un sábado, iba Jesús por los sembrados; los discípulos sintieron
hambre y empezaron a arrancar espigas y a comer” A las críticas de los
fariseos, Jesús les explica el alcance de la Ley y termina diciendo: “Si comprendiereis lo que significa
“misericordia quiero y no sacrificios”, no condenaríais a los que tienen
culpa” (cfr. Mt. 12, 1 – 8).
* Jesús realizó varias curaciones en sábado lo que
indignaba enormemente a los judíos, pero no se amilana nunca dando siempre
las explicaciones pertinentes, siendo de especial relieve la que ofrece
cuando cura a una pobre mujer que camina absolutamente encorvada: “Hipócritas, cualquier de vosotros, ¿no
desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar aunque sea en
sábado? Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ató hace ya dieciocho
años, ¿no habría que soltarla de su cadena en sábado? (Lc. 13, 15 – 16).
Y lo mismo dice en Lc. 14, 5: “ Si a
uno de vosotros se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca en seguida,
aunque sea sábado?”
Jesús no viene a cambiar la Ley, sino a darle el
valor primigenio, y a colocarla en su justo lugar con el respeto y la
reverencia que se merece. Marcos, en el suceso de las espigas que he
mencionado antes, recoge unas palabras de Jesús que son muy reveladoras: “El sábado se hizo para el hombre y no el
hombre para el sábado” (Mc. 2, 27).
Se suele presentar este texto del evangelio de hoy
como las “antítesis”, y lo son desde el punto de vista formal pero creo que
no lo son desde el punto de vista conceptual, pues Jesús no opone su doctrina
a lo que dice la Ley, sino que le otorga una mayor amplitud, una gran
flexibilidad y, sobre todo, una gran humanidad. No ha cambiado la Ley, sino
su interpretación. Los judíos y muy especialmente los fariseos colocaban en
el centro de su universo la Ley que dirigía y organizaba al pueblo y a los
individuos, pero que también con
frecuencia los aplastaba y los anulaba, de manera muy especial a los más
pobres y desfavorecidos que o bien desconocían o bien carecían de los medios
para liberarse de los pesados fardos que cargaban sobre sus hombros; Jesús
colocaba en el centro de su universo al hombre, a todos los hombres, de cuya
naturaleza quiso participar y a los que amó hasta el extremo.
- ¿Me dejas resumir, Maestro?
- Si, claro. ¡Adelante!
- La Ley, y por extensión todas las leyes, deben ser
instrumentos para que el hombre alcance una mayor plenitud, una mayor
libertad y una mayor dignidad.
- Sí, añadiendo que con estos bagajes el hombre
tiene el camino despejado para acercarse a Dios.
Hubo un largo silencio, más allá de lo normal. Al
final intervino el ermitaño:
- ¡Eh, Estoy esperando! ¿No has elegido algún canto
para cerrar el encuentro de hoy?
- Tengo uno – y te paso la letra – pero no sé si
está muy relacionado con el tema de hoy, aunque creo que describe muy bien la
vivencia de la nueva ley del amor, de la misericordia y del perdón.
- Me gusta. ¡Adelante!
Cristo nos da la libertad, Cristo nos
da la salvación,
Cristo nos da la esperanza, Cristo nos da el amor.
Cuando luche por la paz y la verdad,
la encontraré.
Cuando cargue con la cruz de los
demás, me salvaré.
Dame señor tu palabra, oye Señor mi oración.
Cuando sepa perdonar de corazón,
tendré perdón.
Cuando siga los caminos del amor, veré
al Señor.
Dame Señor tu palabra, oye Señor mi oración.
Cuando siembre la alegría y la
amistad, vendrá el amor.
Cuando viva en comunión con los demás,
seré de Dios.
Dame Señor tu palabra, oye Señor mi oración.
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