miércoles, 22 de marzo de 2017

Soy LA LUZ DEL MUNDO.


Cuarto Domingo de Cuaresma  A

Evangelio según san Juan, 9, 1 – 41.
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-  Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
- Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
  Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:   “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo”; otros decían: “No es él, pero se le parece.”
Él respondía:
- Soy yo.
Y le preguntaban:
- ¿Y cómo se te han abierto los ojos?
Él contestó:
- Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.
Le preguntaron:
- ¿Dónde está él?
Contestó:
- No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:
- Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
- Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
 - ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
-Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
Él contestó:
- Que es un profeta.
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
- ¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
Sus padres contestaron:
- Sabernos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: “Ya es mayor, preguntádselo a él.”
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
- Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
- Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
Le preguntaron de nuevo:
 - ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
- Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
- Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
- Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron:
- Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
 - ¿Crees tú en el Hijo del hombre?
Él contestó:
- Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
- Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
Él dijo:
- Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-  Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
- ¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
- Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

- Maestro, dijo aquella mañana el discípulo al ermitaño, los textos evangélicos que la liturgia nos ofrece en estos domingos de cuaresma son verdaderamente interesantes.
- ¿Por qué dices que son interesantes?
- No sé si conseguiré explicarme. Más allá del mensaje que nos transmiten y que ¡seguro! me lo explicarás de una manera profunda, clara y concisa – me gusta ver a Jesús en medio de la gente hablando, enseñando y curando. Lo veo muy cercano.
- Déjate de remilgos y elogios no merecidos e innecesarios, y vayamos al evangelio de hoy. De todas maneras y para tu tranquilidad te diré que también a mi me gustan estos pasajes y comparto plenamente tus apreciaciones.
- Maestro, te escucho.
- Quisiera empezar con una premisa que debía haber hecho el primer domingo de cuaresma, pero al no haberla planteado, la expongo ahora en forma de cuña. En la Iglesia de los primeros siglos y que hoy se intenta recuperar los Sacramentos de la Iniciación Cristiana, Bautismo Confirmación y Eucaristía se administraban en la Solemne Vigilia Pascual, por lo que los domingos de cuaresma con sus lecturas y homilías significaban una catequesis sistemática y profunda: Hoy los podríamos considerar como unos ejercicios espirituales preparatorios para el gran acontecimiento.
De esta manera,
* el primer domingo, las tentaciones de Jesús en el desierto nos indican que el cristiano no es diferente de los demás, tiene las mismas sensaciones, deseos y tentaciones que el resto de los mortales. La única diferencia estriba en que por la gracia de Dios tendrá fuerza suficiente para plantar cara al maligno, y al final, vencedor, le servirán los ángeles (cfr. Mt. 4, 11);
* el segundo domingo al presentarnos la Transfiguración indica que nuestra vida está llena de vaivenes, contrariedades y hasta amarguras pero después de tantos tira y afloja  vamos a contemplar cara a cara a Jesús Resucitado, todo luz, todo resplandor. Ese será nuestro fin último, nuestras postrimerías.
* el tercer domingo al proclamar el evangelio de la mujer samaritana, nos asegura que a los suyos Jesús dará una agua viva (Espíritu Santo) que les guiará personalmente hasta la vida eterna. Los bautizados no peregrinamos solos, con nosotros va el Espíritu.
* en este cuarto domingo, como veremos más detenidamente, se nos recuerda el compromiso de ser testigos fieles de la verdad, aunque parezca que las olas de los mares que nos rodean nos van a engullir tratando de invalidar nuestro testimonio;
* el quinto domingo nos llevará a Betania donde encontraremos a Marta y a María llorando la muerte de su hermano Lázaro. Vamos a encontrar dos enseñanzas de capital importancia: 1ª - Los que creemos en Jesús no moriremos para siempre, pues Él es la Resurrección y la Vida (Cfr. Jn. 11, 25) y - 2ª - el Señor tiene atenciones “especiales” con sus amigos “especiales”; así resucita a Lázaro y lo devuelve a sus hermanas. Es un gesto de amor hacia esta familia que tantas veces lo había recibido en su casa.
- Maestro, creo que ya me has dado bastantes ideas para reflexionar durante toda la semana.
- La verdad es que aún no he entrado en el tema que hoy nos convoca, y que es humanamente fascinante. ¿Puedo?
- Por favor, Maestro, ¡adelante!
- Recuerdo emocionado el día en que con un grupo de peregrinos leí este texto sentados al borde de la piscina de Siloé. Parecía estar viendo a aquel joven milagrosamente curado.
¡Qué seguridad, valentía y arrojo!  Era consciente del peligro que corría, pues podía ser declarado cómplice de un blasfemo y participar de su misma suerte; de hecho lo expulsaron de la sinagoga. Una vez recuperada la vista podría haberse escabullido, pero no, con determinación afirma: “Soy yo el curado, soy yo el tocado por el dedo de Dios”
En un primer momento se limita a relatar reiteradamente los hechos tal como han sucedido: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver”;  “si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Después da un paso adelante y   define a Jesús: “es un profeta”; a continuación viendo que esto no es suficiente pasa al contraataque y a darles lecciones de religión: “Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera, de Dios, no tendría ningún poder” y por último dada la testarudez de los fariseos directamente les provoca: “Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?”
Este joven apaleado por la vida había adquirido la arrogancia de los que no tienen nada que perder, se enfrenta abiertamente con los fariseos, pero con afable ternura coge la mano tendida de Jesús: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él”.
- Se ve, Maestro, que sientes una simpatía especial por este personaje.
- Es cierto, por su entereza y por su testimonio bien merecería el título del Santo Ciego de Siloé.
Pero no nos equivoquemos, el auténtico protagonista de este relato y todo el hecho de la Salvación es Jesús. Es Jesús quién hace el barro con que le untó los ojos y lo mandó lavarse a la piscina haciendo que obtuviera la vista; es Jesús quién después de todo lo ocurrido se hace el encontradizo para culminar su obra: “¿Crees tú en el Hijo del hombre? …” Es Jesús quién, en definitiva, ha hecho que el ciego viera no solo físicamente sino también espiritualmente al reconocer en Jesús al Hijo del hombre, y que los sabios y entendidos de leyes y de costumbres quedaran absolutamente confundidos y espiritualmente ciegos.
Después de un largo silencio, quizás más largo que de costumbre, el ermitaño preguntó al discípulo:
- ¿Has preparado algún canto para hoy?
- He encontrado cosas bonitas en internet, pero no las sé cantar. Concretamente he elegido dos que he imprimido la letra y grabado la música en mi iPhone de dos canciones.
* la primera, religiosa, cantada por Dei Verbum que es una entidad pública, de nacionalidad Salvadoreña, no lucrativa, apolítica y que tiene entre sus fines la ayuda espiritual, la divulgación de los principios cristianos y el fomento del desarrollo social. El grupo está dirigido por el Sacerdote Martín Avalos.
* la segunda, es profana pero muy bonita, escrita y cantada por un cantautor que debes conocer muy bien de tus años mozos – dijo el discípulo son cierta sorna – que se llama José Luis Perales. ¿Cuál ponemos?
- Las dos, dijo el anciano sin inmutarse mientras cogía el folio que le pasaba el joven. Y silenciosamente escucharon:
De Dei Verbum
No fue el lodo que pusiste en sus ojos,
Ni fue el agua cuando él se los lavó,
Fue su fe que creció cuando pasabas,
Donde el tirado estaba y pudo ver,
por primera vez.
No fue el lodo que pusiste en sus ojos,
Ni fue el agua cuando él se los lavó,
Fue su fe que creció cuando pasabas,
Donde el tirado estaba y pudo ver,
por primera vez.
Sana mis ojos, mis ojos del corazón
Quita el pecado que no me deja ver.
Sáname Jesús que hoy quiero ver señor tu luz.

De José Luis Perales 
¿De qué color es la luz?
preguntaba un ciego un día
a un muchacho juguetón.
Y el niño le respondía:
La luz es blanca, señor
y el ciego se sonreía;
blanca, blanca...
Y el ciego se entristeció
blanca, blanca...
Y el ciego se entristeció.
¿Y el blanco es algún color?
Blanca es la luna y el día,
mi traje de comunión,
mi casa es blanca, mis tizas,
la barca del pescador,
las gaviotas, la ermita...
calla, calla...
y el juguetón se calló
calla, calla...
y el juguetón se calló.
Y se fue, con la sonrisa marchita
y persiguiendo a un gorrión
voló doblando la esquina
y vuela, vuela...
y del ciego se olvidó,
y vuela, vuela...
y del ciego se olvidó.
¿De qué color es la mar?
preguntaba el ciego un día
a un marinero guasón
que del mundo se reía,
La mar es azul, señor
¿o es que no mira la ría?
y calla, calla...
y el ciego se entristeció
y calla, calla.
y el ciego se entristeció.
Y se fue, con la palabra marchita
y el marinero zarpó
disimulando la risa
y canta, canta...
y del ciego se olvidó,
y canta, canta...
y del ciego se olvidó,
y canta, canta...
y del ciego se olvidó.


lunes, 13 de marzo de 2017

Sabemos que Él es el Salvador.



Tercer Domingo de Cuaresma  A
Evangelio según san Juan, 4, 5 - 42.
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
- Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice:
- ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó:
- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
- Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
- El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
- Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
Él le dice:
- Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
- No tengo marido.
Jesús le dice:
- Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
- Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
- Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
- Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice:
- Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?»
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: 
- Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.
Mientras tanto sus discípulos le insistían:
- Maestro, come.
Él les dijo:
- Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?»
Jesús les dice:
- Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
- Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

Aquella mañana de domingo el joven discípulo salió de su casa bien arropado; si bien la primavera ya había llegado, en aquella región lo había hecho tan silenciosa que nadie lo había notado. Por el camino se despojó de alguna ropa que colocó en la mochila que  llevaba a la espalda. Lo cierto es que cuando llegó junto al Maestro estaba  sudado. Este le dio una toalla - por llamarla de alguna manera, eso sí, muy limpia y perfumada con lavanda y otras hierbas de la montaña - y le dijo:
- Ve al manantial a refrescarte un poco y vuelve en seguida a sentarte junto al fuego; este tiempo es muy traicionero, y lo mismo estás sudando que estornudando, y no me gustaría que a estas alturas cogieras un buen trancazo que te inhabilitara durante algún tiempo.
A los diez minutos entró de nuevo en la cueva. Se había lavado y estaba tiritando; vistió la ropa que llevaba en la mochila y se sentó al fuego, que crepitaba a gusto al quemar el cerne de un bel tronco que el ermitaño guardaba para las ocasiones especiales. Como solía hacer en los últimos tiempos se apresuró a introducir el tema.
- Maestro, ¡qué interesante es el relato de Jesús y la Samaritana!
- Es, desde luego, una catequesis muy especial y que toca varios temas; voy a subrayar algunos:
1 – Todos proclamamos que Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre, pero dudo que lo tengamos del todo asumido. Nos refugiamos en que era verdadero Dios, menos valorando así su humanidad y todo lo que eso conlleva, por lo que no nos sentimos conminados a imitarle porque ¡claro! Él era Dios. Pues también era hombre y se cansaba y sentía sed y hambre y estaba necesitado del apoyo de los demás. Tenía sed.
2 – Jesús rompe los esquemas. Pide de beber al primero que se acerca, sin ningún tipo de reparos. Era una mujer fuera de la ciudad y eso iba contra la ley, y además hija de un pueblo enemigo: los samaritanos. Para Jesús no hay ni raza ni color, ni varón ni hembra: cada hombre es un hermano, cada mujer, una hermana.
3 – Los judíos no podían beber agua estancada de aljibes, charcos o lagos. La experiencia les había enseñado que dichas aguas son, la mayoría de las veces, mortales. Algo de eso saben muchos poblados africanos de hoy día. El Patriarca Jacob había descubierto un río, o un pequeño manantial subterráneo y había excavado un pozo. De allí los israelitas sacaban agua para hombres y animales.  No eran aguas estancadas sino corrientes que se alcanzaban a través de esa perforación. Este hecho, además de otros muchos, hacía que el pueblo venerara el gran patriarca y su pozo. Jesús se presenta como el nuevo patriarca que compite con el Gran Israel, padre de todas las tribus, porque no solo da agua viva, sino una agua viva muy especial pues “el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.
- ¿Maestro, en qué monte prestaban culto los samaritanos?
- En el Monte Garizim. Allí Jacob construyó un altar al despertar del sueño en que contempló la escalera que llegaba al cielo y a los ángeles que subían y bajaban por ella  (Cfr. Gn. 28, 11 – 22). Los judíos y los samaritanos eran pueblos vecinos pero enemigos y enfrentados. Los samaritanos tenían una religión que procedía de la hebrea pero que por razones históricas y sociales había sido muy alterada; no podían ni soñar ir al templo de Jerusalén, por lo que establecieron su lugar de culto en el monte Garizim. A la pregunta un tanto capciosa de la samaritana, Jesús hace dos afirmaciones trascendentales:
A – sin ambages declara que la auténtica tradición, la ortodoxa, es la que está en el pueblo judío, la Ley y los Profetas;
B – pero han llegado tiempos nuevos que superan estas divisiones y circunstancias: “se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad”. Para rendir culto a Dios no es imprescindible ni Roma, ni Santiago, ni Lourdes ni Fátima; todo lugar es bueno para dar gloria a Dios. Es más, allí donde dos o tres se reúnan para orar allí está un santuario porque allí está el Señor (cfr. Mt. 18, 20).
- ¿Entonces este lugar es un santuario? preguntó el joven.
- Es la mínima expresión, pero sí, estamos dos orando y el Señor está en medio de nosotros, luego es un templo.
Aún quedan dos temas que me gustaría subrayar. Probablemente no sean los más importantes y hasta es posible que sean tangenciales pero a mí siempre han llamado la atención.
1 – Yo soy el Mesías. Jesús se ha presentado de muchas maneras: el Hijo del hombre, el camino, la verdad y la vida, el buen pastor, etc. Sobre todo en San Juan el “yo soy” en evidente referencia al “YO SOY” del Horeb (Cfr. Ex. 3, 14) es frecuente, pero revelarse como el Mesías esperado por el pueblo, es la única vez; lo manifiesta a una mujer y sin testigos. A Pilatos se presenta como el Rey de los Judíos, pero en una situación tan extrema y caótica que nadie lo toma en serio.
2 – La última reflexión que quisiera hacer esta mañana y que espero sea útil para ti que eres catequista y me consta que te esfuerzas en dar testimonio de tu fe es el comentario de los samaritanos de Sicar: “Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”.  Estoy pensando en las palabras del Apóstol Pablo a los Romanos: “Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.  Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica?  ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!” (Rom. 10, 13 – 14).  Esto fue lo que hizo esta buena mujer samaritana: ir a los suyos y dar testimonio de su experiencia con Jesús. Pero todos, catequistas y catequizados, tenemos que dar un paso adelante y pasar del Cristo de las ideas al Cristo de la vivencia, del Cristo del conocimiento de la experiencia. Aquellas buenas gentes se fiaron de su paisana pero terminaron conociendo a Jesús por su relación personal con Él, llegando a descubrir en Él al Salvador del mundo.
- Maestro, estoy pensando en la pregunta que Jesús formuló a sus discípulos cuando se encontraba en Cesarea de Filipo: “Y vosotros, ¿quién decis que soy yo? (Mt. 16, 15).
- Exactamente. “No quiero dimes y diretes, ni definiciones por muy sabias y elocuentes que sean; quiero saber qué experiencia tenéis de mí, en definitiva, si me habéis calado”.
¿Dónde vas, samaritana, 
con tu cántaro de amor? 
Voy deprisa en la mañana 
que aguardando está el Señor (2).
1. En su fuente fresca y clara
quiero beber mi felicidad. 
Voy buscando el agua viva
en mi sed de eternidad.
2. Rojo cántaro vacío,
mi corazón quiere rebosar
de ese amor que tanto ansío,
de esa paz que quiero hallar.
3. Quien esté triste y cansado,
puede beber en su manantial, 
que Jesús está sentado
esperando en el brocal.

De Cesáreo Gabaráin



domingo, 5 de marzo de 2017

Seis días después …


Segundo Domingo de Cuaresma A

Evangelio según san Mateo, 17, 1 – 9.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
 - Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
- Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
 - Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
 - No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

- Maestro, ya estamos en el Tabor, dijo el discípulo al llegar aquella mañana junto al ermitaño.
Este dibujó un sonrisa en sus enjutas mejillas, que más bien parecía una mueca de dolor de muelas; es que el hombre no tenía gracia para las sonrisas.
- Digamos que litúrgicamente hoy, segundo domingo de Cuaresma, tenemos como referencia la Transfiguración de Jesús en una montaña alta, que la tradición cristiana ubica en el Monte Tabor.
Ahora fue el discípulo el que rio a gusto mientras comentaba:
- ¿Qué pasa, Maestro, tienes miedo a qué identifique este lugar donde vives con el Tabor? Pues para mí se parece un poco; cada domingo descubro aquí a Jesús más brillante y transformador de las realidades o, por lo menos, de mi realidad.
- No exageres, dijo el ermitaño. Me alegro que vayas viendo con mayor claridad el rostro de Jesús y lo que te está diciendo en este momento concreto de tu vida, pero creo sinceramente que es la respuesta del Señor a tu búsqueda constante, sufrida y responsable; el lugar es puramente circunstancial. Vamos a entrar en materia y no divaguemos más sobre este lugar.
- De acuerdo, ¡adelante, Maestro!
- La narración del evangelio de hoy, como casi todos los textos que se leen en la liturgia van introducidos con las palabras: “En aquel tiempo”. Literalmente está muy bien este encabezamiento, pero lo saca de su contexto, lo desconecta de los acontecimientos que históricamente preceden al relato y lo enmarcan. Si coges la Biblia verás que Mateo, 17 empieza así: “Seis días después …”.
- ¿Seis días después de qué? preguntó el joven.
- Este es el quid de la cuestión. Seis días antes, estando en la región de Cesarea de Filipo, Jesús les anunció por primera vez: “que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt. 16, 21). Este anuncio desmoralizó totalmente a los discípulos, que por cierto ni siquiera escucharon la segunda parte. Hubo un fuerte enfrentamiento entre Pedro y Jesús. Iban camino de Jerusalén, pero los ánimos estaban por tierra; al fin y al cabo ellos lo habían abandonado todo para seguirlo y esperaban algo más que contemplar a su líder juzgado y ejecutado (Cfr. Mt. 19, 27). Caminaban en silencio, cabizbajos y muy decepcionados. Jesús tiene que convencerlos de la segunda parte de la predicción: después de todo, resucitará. Por eso, seis días después,  los deslumbra durante unos momentos con la luz de su divinidad para que no sucumban ante los acontecimientos que se avecinan.
- Maestro, quisiera plantearte dos preguntas.
-¡Vamos a la primera!
- ¿Por qué aparecen Moisés y Elías y no otros  personajes veterotestamentarios?
- Porque eran las dos figuras clave para los judíos: representaban la Ley y los Profetas. Moisés recibió las tablas de manos de Dios en el Sinaí y Elías fue el profeta mítico que no murió sino que fue arrebatada al cielo en un carro de fuego (Cfr. 2Re, 2, 11). Elías era pues el patrono y la referencia de todos los profetas. Para el pueblo de Israel estos eran dos personajes paralelos, pero se equivocaban, convergieron en un punto: Jesús de Nazaret. Como hemos visto en los últimos domingos Jesús “no vino a abolir la Ley y los profetas, sino a dar plenitud” (Mt. 5, 17). La plenitud a la que se refiere es tan elevada que la hace casi irreconocible:  “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”, pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros enemigos” (Mt. 5, 43 – 44), pero por si acaso esto no fuera suficiente nos deja el testamento firmado y sellado con su sangre derramada en la cruz. En la última cena con sus amigos cuando “sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13, 1) y después de haber lavado los pies a sus discípulos en un gesto de humilde servicio les manifestó: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn. 13, 34 – 35). Como hemos visto el domingo pasado la única profecía válida es aquella que procede de Dios : "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." (Mt. 4, 4). La encarnación del Hijo de Dios marca, según la terminología de San Pablo (cfr. Gal. 4, 4), la plenitud de los tiempos. Lo anterior no es abolido sino que, cumplida su misión, deja paso a los nuevos tiempos, en que Jesús es el Moisés del nuevo pueblo y su palabra es  mensaje del Padre.
- Desde luego resulta difícil encontrar resquicios de la Ley mosaica en la Ley de Jesús, pero me queda otra pregunta: ¿por qué les conminó a que no hablaran de la visión hasta que el Hijo del hombre no resucitara de entre los muertos?
- La respuesta tiene una doble dimensión: una inmediata y otra más teológica.
Inmediata: no tengo muy claro por qué tenían que esconderlo a los demás apóstoles que habían quedado en la falta de la montaña, sobre todo si tenemos en cuenta que ellos también estaban desorientados con lo acontecido en la Cesarea de Filipo. Se me ocurre pensar que fue para no suscitar envidias y que la experiencia de estos tres pilares de la Iglesia, Pedro Juan y Santiago, sería suficiente para sostener la debilidad de los demás en los duros momentos de la pasión.
Teológica. Esta razón resulta más evidente. Estas gentes era muy sugestionables, Se habían deprimido en demasía con el anuncio de la pasión y ahora estaban muy eufóricos por la experiencia de la transfiguración; había que reconducirlos a la realidad, es decir, habrá Tabor, total y definitivo, pero antes hay que llevar la cruz hasta el Calvario y morir clavado en ella; llegaremos victoriosos al domingo de pascua pero antes debemos probar la hiel de la Semana Santa.
- Maestro yo resumiría diciendo: visto que nosotros en este momento estamos cargando a trancas y barrancas con nuestra cruz de cada día, debemos animarnos viviendo la esperanza de que un día llegará nuestra personal pascua de resurrección y entonces contemplaremos de una manera permanente el Cristo deslumbrador de la Transfiguración.
- ¡Que así sea! asintió el ermitaño.
- Por eso, Maestro, buscando entre los himnos y cantos adecuados a este evangelio he elegido un himno de la fiesta de la Transfiguración que nos anima a que cuando nos encontramos tristes y desilusionados como los apóstoles camino de Jerusalén encontremos en el Tabor la fuerza y la esperanza para seguir caminado.
Para la cruz y la crucifixión,
para la agonía debajo de los olivos,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para los largos días de pena y dolor,
cuando se arrastra la vida inútilmente,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el fracaso, la soledad, la incomprensión,
cuando es gris el horizonte y el camino,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el triunfo gozoso de la resurrección,
cuando todo resplandece de cantos,
nada mejor
que el monte Tabor.
- Amén. Respondió el anciano, y, de nuevo, los dos quedaron en silencio.