lunes, 13 de marzo de 2017

Sabemos que Él es el Salvador.



Tercer Domingo de Cuaresma  A
Evangelio según san Juan, 4, 5 - 42.
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
- Dame de beber.
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice:
- ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó:
- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
- Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
- El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
- Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
Él le dice:
- Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
- No tengo marido.
Jesús le dice:
- Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
- Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
Jesús le dice:
- Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice:
- Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice:
- Soy yo, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?»
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: 
- Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.
Mientras tanto sus discípulos le insistían:
- Maestro, come.
Él les dijo:
- Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?»
Jesús les dice:
- Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
- Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

Aquella mañana de domingo el joven discípulo salió de su casa bien arropado; si bien la primavera ya había llegado, en aquella región lo había hecho tan silenciosa que nadie lo había notado. Por el camino se despojó de alguna ropa que colocó en la mochila que  llevaba a la espalda. Lo cierto es que cuando llegó junto al Maestro estaba  sudado. Este le dio una toalla - por llamarla de alguna manera, eso sí, muy limpia y perfumada con lavanda y otras hierbas de la montaña - y le dijo:
- Ve al manantial a refrescarte un poco y vuelve en seguida a sentarte junto al fuego; este tiempo es muy traicionero, y lo mismo estás sudando que estornudando, y no me gustaría que a estas alturas cogieras un buen trancazo que te inhabilitara durante algún tiempo.
A los diez minutos entró de nuevo en la cueva. Se había lavado y estaba tiritando; vistió la ropa que llevaba en la mochila y se sentó al fuego, que crepitaba a gusto al quemar el cerne de un bel tronco que el ermitaño guardaba para las ocasiones especiales. Como solía hacer en los últimos tiempos se apresuró a introducir el tema.
- Maestro, ¡qué interesante es el relato de Jesús y la Samaritana!
- Es, desde luego, una catequesis muy especial y que toca varios temas; voy a subrayar algunos:
1 – Todos proclamamos que Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre, pero dudo que lo tengamos del todo asumido. Nos refugiamos en que era verdadero Dios, menos valorando así su humanidad y todo lo que eso conlleva, por lo que no nos sentimos conminados a imitarle porque ¡claro! Él era Dios. Pues también era hombre y se cansaba y sentía sed y hambre y estaba necesitado del apoyo de los demás. Tenía sed.
2 – Jesús rompe los esquemas. Pide de beber al primero que se acerca, sin ningún tipo de reparos. Era una mujer fuera de la ciudad y eso iba contra la ley, y además hija de un pueblo enemigo: los samaritanos. Para Jesús no hay ni raza ni color, ni varón ni hembra: cada hombre es un hermano, cada mujer, una hermana.
3 – Los judíos no podían beber agua estancada de aljibes, charcos o lagos. La experiencia les había enseñado que dichas aguas son, la mayoría de las veces, mortales. Algo de eso saben muchos poblados africanos de hoy día. El Patriarca Jacob había descubierto un río, o un pequeño manantial subterráneo y había excavado un pozo. De allí los israelitas sacaban agua para hombres y animales.  No eran aguas estancadas sino corrientes que se alcanzaban a través de esa perforación. Este hecho, además de otros muchos, hacía que el pueblo venerara el gran patriarca y su pozo. Jesús se presenta como el nuevo patriarca que compite con el Gran Israel, padre de todas las tribus, porque no solo da agua viva, sino una agua viva muy especial pues “el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.
- ¿Maestro, en qué monte prestaban culto los samaritanos?
- En el Monte Garizim. Allí Jacob construyó un altar al despertar del sueño en que contempló la escalera que llegaba al cielo y a los ángeles que subían y bajaban por ella  (Cfr. Gn. 28, 11 – 22). Los judíos y los samaritanos eran pueblos vecinos pero enemigos y enfrentados. Los samaritanos tenían una religión que procedía de la hebrea pero que por razones históricas y sociales había sido muy alterada; no podían ni soñar ir al templo de Jerusalén, por lo que establecieron su lugar de culto en el monte Garizim. A la pregunta un tanto capciosa de la samaritana, Jesús hace dos afirmaciones trascendentales:
A – sin ambages declara que la auténtica tradición, la ortodoxa, es la que está en el pueblo judío, la Ley y los Profetas;
B – pero han llegado tiempos nuevos que superan estas divisiones y circunstancias: “se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad”. Para rendir culto a Dios no es imprescindible ni Roma, ni Santiago, ni Lourdes ni Fátima; todo lugar es bueno para dar gloria a Dios. Es más, allí donde dos o tres se reúnan para orar allí está un santuario porque allí está el Señor (cfr. Mt. 18, 20).
- ¿Entonces este lugar es un santuario? preguntó el joven.
- Es la mínima expresión, pero sí, estamos dos orando y el Señor está en medio de nosotros, luego es un templo.
Aún quedan dos temas que me gustaría subrayar. Probablemente no sean los más importantes y hasta es posible que sean tangenciales pero a mí siempre han llamado la atención.
1 – Yo soy el Mesías. Jesús se ha presentado de muchas maneras: el Hijo del hombre, el camino, la verdad y la vida, el buen pastor, etc. Sobre todo en San Juan el “yo soy” en evidente referencia al “YO SOY” del Horeb (Cfr. Ex. 3, 14) es frecuente, pero revelarse como el Mesías esperado por el pueblo, es la única vez; lo manifiesta a una mujer y sin testigos. A Pilatos se presenta como el Rey de los Judíos, pero en una situación tan extrema y caótica que nadie lo toma en serio.
2 – La última reflexión que quisiera hacer esta mañana y que espero sea útil para ti que eres catequista y me consta que te esfuerzas en dar testimonio de tu fe es el comentario de los samaritanos de Sicar: “Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”.  Estoy pensando en las palabras del Apóstol Pablo a los Romanos: “Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.  Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica?  ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!” (Rom. 10, 13 – 14).  Esto fue lo que hizo esta buena mujer samaritana: ir a los suyos y dar testimonio de su experiencia con Jesús. Pero todos, catequistas y catequizados, tenemos que dar un paso adelante y pasar del Cristo de las ideas al Cristo de la vivencia, del Cristo del conocimiento de la experiencia. Aquellas buenas gentes se fiaron de su paisana pero terminaron conociendo a Jesús por su relación personal con Él, llegando a descubrir en Él al Salvador del mundo.
- Maestro, estoy pensando en la pregunta que Jesús formuló a sus discípulos cuando se encontraba en Cesarea de Filipo: “Y vosotros, ¿quién decis que soy yo? (Mt. 16, 15).
- Exactamente. “No quiero dimes y diretes, ni definiciones por muy sabias y elocuentes que sean; quiero saber qué experiencia tenéis de mí, en definitiva, si me habéis calado”.
¿Dónde vas, samaritana, 
con tu cántaro de amor? 
Voy deprisa en la mañana 
que aguardando está el Señor (2).
1. En su fuente fresca y clara
quiero beber mi felicidad. 
Voy buscando el agua viva
en mi sed de eternidad.
2. Rojo cántaro vacío,
mi corazón quiere rebosar
de ese amor que tanto ansío,
de esa paz que quiero hallar.
3. Quien esté triste y cansado,
puede beber en su manantial, 
que Jesús está sentado
esperando en el brocal.

De Cesáreo Gabaráin



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